Parte de la magia navideña radica en la habilidad del predicador, el escritor, el pintor, el compositor de villancicos, el articulista o el hombre del común para extraer lecciones morales de una realidad narrada. El escenario de una humilde pesebrera como cuna del Hijo de Dios se presta para las más confortantes metáforas, cuya obviedad refuerza su sentido pedagógico.
Conviene, por ello, repasar los textos auténticos de la noticia. Dos evangelistas, Lucas y Mateo, informan sobre la Natividad de Cristo. He aquí el relato del primero (Lucas, 2,1-20), a partir del momento en que José y María, embarazada de nueve meses, llegan a Belén:
Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. Había en la misma comarca unos pastores que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El Ángel les dijo: ‘No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’. Y de pronto se juntó con el Ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: ‘Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra, paz a los hombres en quienes Él se complace’. Y sucedió que cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: ‘Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado’. Y fueron a toda prisa, y encontraron a María, José y el Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.
El evangelista se preocupa por reiterar la miseria que escoge para su encarnación terrena el Hijo de Dios, alabado por coros celestiales, pero alumbrado en medio de un establo. En este sentido, el nacimiento de Cristo ha sido señalado siempre como ejemplo de las virtudes de la pobreza y la importancia de la solidaridad con los millones de seres humanos que nacen y viven en condiciones semejantes a las del Niño de Belén.
Lo que pocos exégetas comentan es que, poco después del parto, José y María se ven en la obligación de abandonar la ciudad. El único relato de los evangelios al respecto es el de Mateo (2, 13-15), sucinto y notarial, como casi todos los textos suyos. El relato dice así:
Después de que partieron los Magos, el Ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma al Niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al Niño para matarlo”. José se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre y se retiró a Egipto. Permaneció allí hasta la muerte de Herodes. De este modo se cumplió lo que había dicho el Señor por boca del profeta: ‘Yo llamé de Egipto a mi Hijo’.
Interpretaciones libres aparte –por ejemplo, que se trata de una alusión al destierro de los judíos y su vuelta a la tierra prometida–, no es preciso realizar muchos esfuerzos para entender que, a las pocas semanas de nacido, Cristo y su familia padecieron una emigración forzada, esa milenaria enfermedad social que sigue cobrando víctimas. Según los exegetas, el destierro de la Sagrada Familia a Egipto se extendió por un lapso de dos a cuatro años.
Durante ese tiempo, pues, Jesucristo fue ni más ni menos que un niño desplazado por la violencia. Por eso, la Navidad es inmejorable época para recalcar que en Colombia, según cifras recientes de la fundación Plan, hay más de dos millones de menores que han tenido que abandonar su tierra natal y recomenzar la vida en circunstancias aún peores de pobreza y marginación.
Hace tres años, la fundación canadiense Save the Children (Salven a los Niños) y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), apoyadas por la Corporación Arco Iris, realizaron un estudio sobre la situación de la primera infancia (menores de 6 años) en Colombia. Una de sus conclusiones dice que dos de cada tres niños de tal rango de edad viven en bolsas de pobreza; uno de cada cuatro se sitúa por debajo de la línea de indigencia y uno de cada cinco emigra como parte de una familia “que no cuenta con la presencia de padres varones”. Entre todos, los más afectados son aquellos que pertenecen a familias expulsadas de su región por la violencia. La situación se agrava, según datos del Observatorio de la Infancia, si los menores “pertenecen a una comunidad negra o indígena”.
Un trabajo elaborado por un equipo de especialistas y publicado por el Departamento Nacional de Planeación en el 2007 ya advertía que los niños desplazados “no solo tienen que ser testigos del horror de huir de manera abrupta de su ambiente, sino que además enfrentan todo el proceso de adaptación a un nuevo medio, el cual generalmente presenta nuevas condiciones de pobreza y deterioro de la calidad de vida y de la condición emocional”.
Impresiona ver que en los semáforos de Bogotá venden papel de Navidad numerosos niños cuyo aspecto y acento revelan su procedencia de regiones lejanas. Forman parte de los desplazados por la violencia, esa lamentable y copiosa caravana que transita mil caminos y que, en un 55 por ciento, la integran menores de 15 años.
Algún día también fue desplazado, en las arenas egipcias, aquel niño que nació en Belén un 24 de diciembre. Es bueno recordarlo en esta fecha en que deseamos a todos los colombianos, pero particularmente a ellos, una Navidad tranquila y feliz.
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