LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org -Si bien George Kennan –1904-2006-, célebre historiador estadounidense, predijo desde 1947 la desaparición de la URSS, la señora Lina Ruz, madre de Fidel Castro, sin ser historiadora predijo la destrucción de Cuba, en 1959, cuando dijo al líder guerrillero Eloy Gutiérrez Menoyo –según me contó él mismo-, que ella presentía que su hijo destruiría a Cuba, como hacía de niño con todos sus juguetes.
Tras la llegada de Fidel Castro a La Habana, uno de sus hombres, mandarria en mano, comenzó a derribar las paredes del Campamento militar de Columbia, transformado luego en escuela. Esa mandarria destructora no se ha detenido jamás a lo largo de más de cincuenta años de dictadura, y ha extendido su radio de destrucción a todos los aspectos de la vida del país, lo material, lo moral y hasta lo espiritual.
Con la revolución el pueblo cubano comenzó a conocer la peor de las pobrezas, mientras surgía una nueva clase vestida de vede olivo, más privilegiada que las clases más altas anteriores. Todo bajo un hipócrita modelo dictatorial que se proclamaba para los humildes y por los humildes, y que para imponerse hizo desaparecer todas las libertades individuales, la libertad de toda la nación, y se dio a la tarea de destruir también el país: su industria, su agricultura, su ganadería, su prosperidad, su comercio y sus adelantos tecnológicos.
Pronto comenzaron los fusilamientos, las cárceles se multiplicaron, y se abarrotaron de presos políticos primero, y más tarde de presos comunes, en un país donde desde tener un dólar en el bolsillo hasta comer carne de res, fue convirtiéndose en delito. Tampoco faltaron, en la obra de la revolución, los campos de concentración, para “re educar” a homosexuales y religiosos. Pese a la escasez de alimentos que sufría el pueblo, Fidel Castro gastaba lo poco que teníamos enviando hombres armados a decenas de países para fomentar insurrecciones y terrorismo, y primordialmente para satisfacer su megalomanía.
Cuba dejó de ser un país normal. Cientos de miles de cubanos comenzaron a escapar. Incluso hasta amigos y familiares cercanos del caudillo, optaron por escapar del manicomio.
Tal parecía que los que quedamos atrapados en las redes del castrismo, desapareceríamos lentamente, junto con la destrucción física de nuestras ciudades y pueblos. Era difícil imaginar el fin de la dictadura, más bien presentíamos el fin de Cuba misma, sin que ningún calendario maya lo predijera, por la imparable destrucción del país.
Con un país completamente dependiente del subsidio soviético durante tres décadas y un omnipotente Máximo Líder que hacía regalos y donaciones a quien eligiera, quitándonos la poca comida que teníamos, sin consultarle a nadie; entre apagones y mega apagones, discursos kilométricos, desfiles militares, concentraciones, invasiones imaginarias, consignas y Batallas de Ideas, ha transcurrido la vida sin esperanzas del cubano, en este manicomio, en esta Isla desmoronada y hundida en una miseria nunca antes experimentada, convertida en el último parque temático del comunismo –Corea del Norte es demasiado difícil de digerir y no tiene mulatas- para la el disfrute de la hipócrita izquierda chic mundial.
Hoy, los que la hundieron, dicen pretender sacar a Cuba del abismo, pero con la misma arrogancia y sin jamás haber reconocido su culpabilidad en la destrucción de lo que fuera una de las naciones más prósperas de América Latina. Dice que van a “perfeccionar” el desastre, quizás piensen que el desastre que han causado aun no es lo suficientemente perfecto, que les quedan cosas por destruir y necesitan algunos años más para completar su obra. Pero la vida demostró que estaba claro Kennan, cuando aseguró que el régimen comunista soviético se disolvería por sí solo, y aquí –aunque los malvados ancianitos mandantes se nieguen a reconocerlo- también comienza a cumplirse lentamente su vaticinio.
La dictadura se niega a reconocer su culpa y más aun a hacer plebiscitos, pero podemos asumir los hechos como plebiscitos, y en Cuba ha habido muchos y muy elocuentes “plebiscitos”. Uno de ellos es la fuga de casi el 20% de la población de un país que no cesó de recibir inmigrantes durante los primeros 59 años del Siglo XX y del que muy pocos querían irse.
Ahora al cierre de 2012, hemos visto otro plebiscito “de facto”, que demuestra que el pueblo quiere vivir de otro modo, o más bien que quiere que lo dejen “vivir”: al poco tiempo de permitirse el trabajo por cuenta propia, cerca de medio millón de cubanos, según datos oficiales, ha comenzado a ganarse la vida por su cuenta, sin depender del Estado, y a desarrollar de nuevo, a pesar de las grandes limitaciones y traspiés, la pequeña empresa privada, destruida por Fidel Castro como mismo hacía con sus juguetes.
Los cubanos no tenemos que alarmarnos mucho por vaticinios de fin del mundo; en eso nos adelantamos al resto de la humanidad. El fin de nuestro mundo ya ocurrió, en 1959. Ahora solo nos queda pensar que ha comenzado a gestarse la dolorosa resurrección.