En la constelación de estrellas del Barcelona poco o nada se habla de Víctor Valdes. Hay elogios para todos los integrantes del -quizá- mejor equipo de todos los tiempos, pero para el arquero casi nadie ofrece adjetivos grandilocuentes ni los diarios le dedican tapas. Y, por amplio margen, es el futbolista menos televisado de este equipo que construye su pedestal al paso de tantos récords. Pero ahí está La Pantera de Hospitalet: acertando casi siempre, apareciendo apenas lo necesario, sin voladas que conmuevan, con sencillez, con su pegada acorde a las circunstancias. A su modo, se transformó en perfecto homenaje para un mito: ya obtuvo cinco Trofeos Zamora -cuatro de ellos, de manera consecutiva en las temporadas más recientes- y en esta campaña va rumbo a su sexta consagración (compite, sobre todo, con el argentino Wilfredo Caballero, del Málaga). Ya alcanzó a otro referente histórico del puesto: Antoni Ramallets, celebridad en el ámbito de los culés. "Siempre es lindo ganar un Zamora", dijo el año pasado al recibir el reconocimiento, luego de que le convirtieran sólo 28 goles en 35 encuentros. Cuando Valdes nació, en 1982, Ricardo Zamora Martínez -ídolo de los dos gigantes del fútbol español- ya no estaba en este mundo. Había fallecido hacía poco menos de tres años. Pero habitaba su leyenda.
Zamora fue un crack del arco. El Real Madrid, que lo ubica entre sus "Jugadores de Leyenda", lo describe en su página oficial: "Era conocido como El Divino. Un adjetivo que describe el efecto que Zamora tenía sobre las aficiones y sobre los delanteros rivales. Su paso por el fútbol español dejó una profunda huella. Su siempre perfecta posición cubriendo la portería, la seguridad que mostraba en todas sus acciones, sus increíbles reflejos, nervios de acero y personalidad. Sin duda uno de los mejores jugadores españoles de la historia. (...) Fue el futbolista más importante de la década de los 30 en España, tanto dentro como fuera de la cancha. Tenía todas las virtudes imaginables en un guardameta". Es un caso curioso visto con los ojos de este tiempo de rivalidades exageradas: llegó al Real Madrid tras ser -algunos años antes- referente en el Barcelona, en tiempos del memorable José Samitier. En las dos grandes ciudades de España su nombre y su apellido son venerados de idéntico modo.
Fue una celebridad de los años 20 y 30. No queda casi nadie que lo haya visto jugar. Pero sus destrezas y sus atajadas se transformaron en mitología y recorrieron los tiempos. La FIFA, que también lo consagra como una figura de la elite de la historia en su Salón de la Fama, lo define: "Aglutinaba las virtudes de un arquero de excepción: reflejos felinos, nervios de acero, fuerte personalidad y una gran seguridad bajo palos. Y una impresionante confianza en sus cualidades, tanta como para inventarse una parada propia, la 'zamorana', que consistía en despejar el balón con el antebrazo o codo: una suerte arriesgada y que pocos se atreven a replicar".
Zamora comenzó su carrera en el Espanyol de Barcelona cuando apenas tenía 15 años y la terminó a los 37 jugando para el Niza, como exiliado de la Guerra Civil. El padre no quería que fuera futbolista. Pretendía que estudiera medicina como él. Pero no hubo caso: más le insistían, más se empecinaba en volar bien lejos hasta convertirse en invencible. Contó alguna vez Zamora: "Les había prometido a mis padres que dejaría el fútbol para terminar mis estudios. Pero seguía reuniéndome con amigos para jugar y la directiva del Barça vino a hablar conmigo. Poco les costó convencerme de que volviese a tomar los botines y los guantes". En 1919, llegó al gigante catalán en nacimiento. Y en tiempos en los que no existía la Liga, ganó dos veces el trofeo más importante: la Copa de España. Más: el Barcelona ganó los cuatro Campeonatos de Cataluña que disputó con él en el arco. Pero los dirigentes del Espanyol se tomaron revancha y lo volvieron a llevar a su club, en 1922, con una receta impropia de esos días: un montón de dinero. Le pagaron 25.000 pesetas por el pase y otras 5.000 en concepto de sueldo mensual. Cifras récord de entonces que hoy serían un puñadito de euros. En 1929, el equipo Periquito ganó su primer título importante: la Copa de España. El arquero mucho tuvo que ver.
Entonces, ya con la Liga fundada y en marcha, lo contrató el más poderoso: Real Madrid. Llegó y se lesionó. Cuando se recuperó para la temporada 1931-32 marcó la diferencia: el equipo de la capital festejó el título y repitió al año siguiente. Y en las tres temporadas posteriores, alimentó su gloria con dos Copas. Hubo un partido clave en su recorrido: en 1936, en el el último encuentro oficial que se jugó antes de la Guerra Civil, el Real debía enfrentar al Barcelona en Mestalla. Su equipo ganaba 2-1 y tenía diez jugadores. Entonces, apareció el superhéroe. Lo contó una crónica de la época: "El guardameta intuye la trayectoria de la pelota y logra detener el balón sin que los espectadores se expliquen cómo ha podido ser aquello. Formidable ovación para Ricardo Zamora, que luego le valdría ser paseado a hombros por los entusiasmados espectadores aficionados". Con su intervención, Real Madrid se garantizó la victoria y la consagración. Esa fue su última puesta en escena como arquero en territorio español. Los horrores de la guerra lo hicieron emigrar al sur de Francia.
Con el seleccionado español había alcanzado la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes en 1920. Y tuvo una recordada intervención en el Mundial de 1934, cuando España estuvo muy cerca de dar el golpe y eliminar al local Italia en cuartos de final. Empataron 1-1 en un choque recordado como algo cercano a una batalla y que dejó lesionado al arquero. No era aquella época de penales para definir los encuentros. Hubo que repetir el enfrentamiento y España, ya sin Zamora, cayó 1-0 ante los italianos, que luego se consagrarían campeones.
En sus tiempos de entrenador (por ejemplo, fue bicampeón con el Atlético de Madrid, entonces Atlético Aviación), seguía ofreciendo consejos para el puesto del que fue dueño. Lo expresó en alguna entrevista: "No hay que perder nunca de vista el balón hasta que no lo tengas absolutamente controlado. Y eso es muy cierto y le pasa a muchos porteros, que no miran la pelota hasta el último momento, se creen que ya la tienen en su poder, miran hacia otro lado y pierden el control. También hay que aprender el sentido de colocación; pero la colocación en un arquero es una cuestión un poco innata, no es fácil aprenderla. Como los reflejos, o naces con ellos o no los adquieres. Los puedes mejorar un poco, hay algunos modos. Pero no es tan simple". Zamora lo supo siempre: había nacido para ser arquero. Ya retirado, se convirtió en docente de su pasión.
No sólo fue un adelantado de su tiempo en el arco; también resultó un innovador fuera del campo de juego. Muchos lo reconocen como el primer futbolista mediático (otros sostienen que fue Paulino Alcántara, el goleador filipino del Barcelona; y algunos certifican que esa suerte de reconocimiento le corresponde al argentino Guillermo Stábile). Zamora fue protagonista de varios anuncios en tiempos fundacionales de la industria publicitaria, por los años 30. Un detale cuenta su relevancia en aquel tiempo: era furor una colección de estampitas que, colocadas en orden, servían a los niños para pasar rápidamente y reproducir una atajada del arquero inmenso. A Zamora también lo mostró el cine. Participó en dos películas: en 1942, en "Campeones", junto a sus compañeros del Real Madrid, Jacinto Quincoces y Guillermo Gorostiza; y en 1954, en "Once pares del botas" con su amigo Samitier. Un lustro después, el diario Marca comenzó a otorgar el premio que lleva su apellido al arquero menos vencido de cada temporada. Desde entonces, Zamora se transformó también en un divino trofeo.