Hay dos tipos de atentados, de magnicidios.
Uno, el estrepitoso, el burdo, cuando queda a luz vista la intención y los autores intelectuales y materiales, es un hecho reivindicado, que pasa a la historia con trasparencia. Es escaso, un ejemplo sería el magnicidio de Abraham Lincoln o el atentado a Carrero Blanco reclamado por la ETA.
El otro tipo es el solapado, el sutil, el enmascarado. Es difícil de detectar, no aparecen autores intelectuales ni materiales, se atribuye a otras causas, a accidente o muerte natural, es imposible llevar las estadísticas, sólo produce sospechas, luego, después de siglos aflora la verdad. Es más fecundo, ejemplos sobran: Torrijos, Yasser Arafat, el presidente ucraniano Víctor Yushchenko, Turgut Ozal, el presidente turco envenenado, los presidentes gringos Harrison, Taylor, Buchanan, Kennedy, el famoso santón Rasputín. Y aquí, entre nosotros, el más resaltante es el Libertador, aún se discute su asesinato.
El atentado, el magnicidio encubierto, es un instrumento político muy usado. Paradójicamente es poco considerado por sus contemporáneos, frecuentemente pasa como muerte natural, es impensable otra causa… hasta que se descubre la verdad.
Ahora nosotros pasamos un trago amargo: Chávez está enfermo. Un hombre sano, fuerte, de repente enferma. Eso no sería motivo de sospechas políticas, pero si ese hombre es líder revolucionario continental, enemigo de los gringos, de los sionistas, de la ultraderecha española, un factor político mundial, entonces, es obligatorio pensar que su enfermedad es un atentado, un intento de magnicidio, su dolencia toma características políticas.
Chávez nos habla del asesinato del Libertador, ha puesto empeño en investigar las causas de su muerte, mucho se ha esclarecido, después de doscientos años nos acercamos a la verdad. Ahora bien, si decimos que vivimos una segunda independencia, que estamos saldando las cuentas que Bolívar dejó pendiente, entonces, debemos pensar que aquella oligarquía, aquellos enemigos de la libertad que son los mismos de ahora, usarán los mismos métodos de antaño. Podemos concluir con propiedad, estamos obligados a deducir, que la enfermedad de Chávez fue obra perversa de las oligarquías internacional y nacional, otra posibilidad sería remota, otra actitud sería candidez.
Siendo así, la enfermedad de Chávez es un signo del recrudecimiento de la confrontación entre el Socialismo y la oligarquía capitalista, es una agresión internacional a la Patria, al pueblo, a la Revolución.
¿Qué hacer?
Lo primero es dejar de ser ingenuos, entender que nos enfrentamos a un enemigo que tiene sus propias reglas, que no tiene más leyes que la defensa de sus intereses, capaz de cualquier infamia, de romper cualquier acuerdo, de saltar cualquiera pacto.
A una situación así no se la enfrenta con amarres convencionales, cuando un enemigo así agrede, la defensa de la Patria, del pueblo, de la Revolución está por sobre cualquier otra consideración.
Esperemos que la medicina de la Cuba revolucionaria triunfe en esta batalla que es política y es también científica. Debemos tener confianza, fe, y simultáneamente prepararnos mental y materialmente para enfrentar la agresión que ya comenzó.
¡Chavistas!
¡Al imperio creerlo capaz de cualquier crueldad!