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General: LA "CREACIÓN HEROICA" DE JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI
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De: Matilda  (Mensaje original) Enviado: 15/01/2013 14:44

La “Creación Heroica” De José Carlos Mariátegui

“El problema del indio es el problema de la tierra”, Mariátegui

A fines de 1926, el escritor argentino Enrique Espinoza (Samuel Glusberg), director de la revista La vida literaria, editada en Buenos Aires, le pidió a Mariátegui algunos datos autobiográficos. La respuesta llegó el 10 de enero de 1927, pero sólo se publicó, a modo de homenaje póstumo, en mayo de 1930, cuando el revolucionario peruano recién había fallecido. En esa nota, por cierto breve, se lee:

“Aunque soy un escritor muy poco autobiográfico, le daré algunos datos sumarios. Nací en 1894. A los 14 años entré de alcanza-rejones1 en un periódico. Hasta 1919 trabajé en el diarismo,2 primero en La Prensa, luego en El tiempo, finalmente en La Razón. En este último diario patrocinamos la Reforma Universitaria.3 Desde 1918, nauseado de la política criolla me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompí con mis primeros tanteos de literato inficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares, entonces en pleno apogeo. Desde fines de 1919 hasta mediados de 1923 viajé por Europa. Residí más de dos años en Italia, donde desposé una mujer y varias ideas.4

Anduve por Francia, Alemania, Austria y otros países. Mi mujer y mi hijo me impidieron llegar a Rusia.5

Desde Europa me concerté con algunos peruanos para la acción socialista. A mi vuelta en Perú, en 1923, en reportajes, conferencias en la Federación de Estudiantes, en la Universidad Popular,6 etcétera, expliqué la situación europea e inicié mi trabajo de investigación de la realidad nacional, conforme con el método marxista.

En 1924 estuve, como ya he contado, a punto de perder la vida. Perdí una pierna y quedé muy delicado. Ya habría seguramente curado del todo con una existencia reposada, pero ni mi pobreza ni mi inquietud espiritual me lo consienten.

No he publicado más libros que el que usted conoce.7 Tengo listos dos y otros dos en proyecto.
He aquí mi vida en pocas palabras. No creo que valga la pena hacerla notoria, pero no puedo rehusarle los datos que usted me pide.

Me olvidaba: soy autodidacta. Me matriculé una vez en Letras en Lima, pero con el único interés de seguir el curso de latín de un agustino erudito. En Europa frecuenté algunos cursos libremente, pero sin decidirme nunca a perder mi carácter extrauniversitario y, tal vez, hasta antiuniversitario. En 1925 la Federación de Estudiantes me propuso a la Universidad como catedrático en la materia de mi competencia, pero la mala voluntad del rector y, seguramente, mi estado de salud, frustraron la iniciativa”.8

Las ideas desposadas

Los años que Mariátegui vivió en Italia resultaron decisivos en toda su evolución política ulterior, en sus méritos y en sus falencias.

La dictadura de Augusto Leguía, llamada “el oncenio” (1908-1912 y 1919-1929), debe obligatoriamente tratarse al hablar de Mariátegui, porque bajo ese régimen transcurrió casi toda su vida política en el Perú.

No se trató de cualquier dictadura, sino de un régimen con tendencias marcadas hacia el bonapartismo. Hizo frente a los gamonales (latifundistas) cuando se constituyeron en obstáculo para el desarrollo del capitalismo costeño y, sobre todo, para la penetración del imperialismo norteamericano al cual Leguía servía puntualmente. También él procuró hacer, desde la derecha, lo que Mariátegui intentó desde la izquierda: conocer al Perú. Se propuso atraer a las masas indígenas y lo consiguió en gran medida hasta que, al final, rebeliones campesinas y obreras lo derribaron. Mientras tanto, hizo concesiones a los pueblos originarios con la finalidad de obtener su consenso para el sometimiento: decía discursos en quechua y se dio a sí mismo el título de “Viracocha”.9

Mariátegui habrá aprendido de su enemigo Leguía el principio siguiente: en el Perú, tanto la revolución como la contrarrevolución necesitan el respaldo de la masa india y campesina, pese a la heterogeneidad de esa franja ampliamente mayoritaria.

De ahí que la represión directa fuera en Leguía un recurso extremo, si bien no la ahorraba cuando la entendía necesaria. Así, se las compuso para enviar a Mariátegui al exilio con un argumento que le hacía aparecer como un demócrata bondadoso hasta con sus enemigos: le dio una beca para marchar a Europa a tratarse de su enfermedad, cuando Mariátegui ya había transformado al diario La Razón en portavoz casi oficial de la Federación Obrera Regional Peruana, de tendencia anarquista, en 1919.

Allí, en Europa, más precisamente en Italia, empezaría la gran historia política de José Carlos Mariátegui.

En enero de 1921, Mariátegui fue testigo y parte de la huelga general con ocupaciones de fábricas en Turín y se vinculó con el grupo de intelectuales revolucionarios agrupados en torno de L’Ordine Nuovo (El Orden Nuevo), dirigido por Antonio Gramsci. Era el grupo llamado “tercerista”, porque propugnaba la salida del Partido Socialista Italiano de la II Internacional y su incorporación a la Internacional Comunista, aún conducida por Lenin y Trotsky.

Pero no sería ésa la única influencia recibida por Mariátegui. También rescató el “idealismo historicista” de Benedetto Croce10 y, sobre todo, el “humanismo” del anarquista Georges Sorel (1847-1922), a quien Lenin había calificado de “embrollador” en su Materialismo y empirocriticismo (1908). Sorel fue uno de los creadores del anarcosindicalismo; esto es, del sindicato en cuanto herramienta revolucionaria única, con lo cual negaba la necesidad del partido. También fue impulsor de la huelga general, del empleo de los mitos (de la religiosidad) y de la “violencia sin límites”. Sus ideas influyeron notablemente no sólo en Mariátegui: también en Benito Mussolini, quien hasta 1914 perteneció al ala izquierda del Partido Socialista y dirigió el periódico Avanti!, medio de prensa oficial del PS. Cuando, de la noche a la mañana, Mussolini comenzó a sostener ideas opuestas a las que había defendido hasta la víspera y fundó el Fasci di Combattimento, Sorel lo siguió y llegó a ser un dirigente fascista. Por supuesto no fue el caso de Mariátegui, pero se debe tener en cuenta la mezcolanza de posturas con las cuales trataría luego de organizar un peculiar sincretismo ideológico, aunque sin traspasar jamás dos fronteras definitorias: el internacionalismo proletario (la revolución latinoamericana, decía, sólo será una fase de la revolución mundial, lo cual de algún modo lo vincula con el ideario desarrollado por Trotsky en La revolución permanente) y su oposición cerrada a los frentes populares, a cualquier alianza con la burguesía, pero, especialmente, su convicción de la incapacidad burguesa en los países atrasados de desenvolver cualquier revolución democrática, todo lo cual, por supuesto, hizo que el estalinismo, especialmente el Secretariado Latinoamericano que tenía por presidente al argentino Vittorio Codovilla –un agente de la policía política de Stalin– lo combatiera primero, lo aislara después y, tras su muerte, lo borrara de la “historia oficial” del comunismo peruano y de América latina hasta hace poco tiempo, cuando, tras castrar cualquier aspecto revolucionario de sus postulados, decidió beatificarlo al igual que casi todo el reformismo. Así, la figura de Mariátegui fue abordada tardíamente en multitud ¡pobre de él! como si fuera el tren de las seis de la tarde.

También conoció en Europa, y formó parte de su construcción intelectual, la obra de Friedrich Nietzche, crítico como pocos de la pereza mental de la burguesía decadente, enloquecido al no encontrar salida a la mediocridad; las teorías de Sigmund Freud, creador del psicoanálisis; a André Breton, quien años más tarde firmaría con Trotsky el Manifiesto por un arte independiente; y a Ortega y Gasset y a Romain Rolland, a quienes comparó en estos términos:
“Ortega y Gasset habla del alma desencantada. Romain Rolland habla del alma encantada ¿Cuál de los dos tiene razón? Ambas almas coexisten. El alma desencantada de Ortega y Gasset es el alma de la decadente civilización burguesa. El alma encantada de Romain Rolland es el alma de los forjadores de la nueva civilización. Ortega y Gasset no ve sino el ocaso, el tramonto… Romain Rolland ve el alba”.11

Pero volvamos al invierno turinés de 1921.

La organización del movimiento obrero italiano nació impregnada de ideas republicanas y jacobinas, incluso de los socialistas utópicos del siglo XVIII, llegadas desde Francia. Después de la guerra por la unificación nacional (1856) comandada por Giuseppe Garibaldi, la vanguardia proletaria de Italia recibió la fuerte influencia del anarquista ruso Mijail Bakunin, quien, con algunas interrupciones, actuó en el país entre 1864 y 1868, y entre 1872 y 1878.

Cuando en la Asociación Internacional de Trabajadores (I Internacional) se produjo la ruptura entre marxistas y anarquistas, la mayoría de la sección italiana, integrada por republicanos garibaldinos y héroes de guerra como Giuseppe Mazzini,12 se quedó con Bakunin. Esa influencia anarquista en Italia –allí y en España, el anarquismo tenía sus bastiones europeos– daría a Mariátegui buena experiencia para su propia polémica con los anarquistas peruanos.

Sólo en 1892, fruto en gran parte de los esfuerzos del abogado y periodista Filippo Turati, se fundó el Partido de los Trabajadores Italianos, en el cual se agruparon quienes se declaraban partidarios del socialismo científico de Marx y Engels. En 1893 pasó a denominarse Partido Socialista de los Trabajadores Italianos; luego, en su III Congreso, que sesionó en Parma, tomó su nombre definitivo: Partido Socialista Italiano, que en 1889 se afilió a la Internacional Socialista. Así quedó formulada en Italia, en la constitución de organizaciones políticas, la división entre anarquistas y marxistas.

El PSI fue desde su génesis un partido heterogéneo; esto es, un movimiento antes que un partido. El partido, por definición, agrupa a sus militantes en torno de determinado programa, de determinada estrategia de poder. En cambio, el socialismo italiano reunía a socialistas, liberales de izquierda, radicales burgueses e incluso a anarquistas disgustados con Bakunin. Más o menos rápidamente, el Partido Socialista hizo suyas las tesis del socialdemócrata alemán Eduardo Bernstein sobre el “tránsito pacífico” al socialismo.

Pero aquella no era una institución estática: la lucha de ideas se desarrollaba en ella intensamente, fronteras adentro, definida por la lucha de clases nacional e internacional. Así se generó una fuerte fracción de izquierda que ganó la mayoría al producirse el debate sobre la guerra en la Internacional Socialista y, sobre todo, al estallar la Revolución Rusa en 1917. Cuando, impulsada por Lenin y Trotsky, se fundó la Internacional Comunista o III Internacional en 1919, que devolvió al lenguaje del mundo el vocablo “comunismo” por primera vez desde la Comuna de París (1871), el PSI fue el primero y el único de los grandes partidos de Europa que adhirió a la nueva Internacional, lo cual provocó, por supuesto, otra ruptura.
En verdad, el debate sobre qué hacer ante la guerra se había adelantado en Italia por la primera invasión de ese país a Libia entre 1911 y 1912. El portavoz del ala izquierda, Benito Mussolini, por entonces de 28 años y agitador destacado en Forli, hombre de oratoria mediocre pero fogosa, propuso y logró que el XIII Congreso del partido, reunido en Reggia Emilia en julio de 1912, expulsara a las principales figuras del ala derecha, partidaria de respaldar la guerra. Así, quedaron separados del PSI los diputados Bonomi, Bissolati, Cabrini y Podrecca.

Desde 1912 la dirección del partido quedó en manos de su ala izquierda y Mussolini se hizo cargo de la jefatura de redacción de Avanti! En 1914, para sorpresa de todos, Mussolini cambió de postura: se declaró partidario de la “defensa de la patria” y exigió que el partido impulsara el ingreso de Italia en la guerra para combatir junto con los aliados al imperio alemán de los Habsburgo. Mussolini fue expulsado de inmediato y la posición del partido no varió. Llamativamente, con Mussolini se fue buena parte de los anarcosindicalistas, que luego estarían entre los primeros cuadros del Fasci di Combattimento.

En mayo de 1915 el PSI fue el único de los partidos socialistas de Europa occidental que votó por unanimidad contra el ingreso de su país en la guerra, que no aceptó tregua alguna en la lucha obrera durante el conflicto bélico y rechazó cualquier oferta de integrar un gobierno burgués, postura sólo comparable a la de los bolcheviques rusos y los socialistas serbios. Es más, durante mucho tiempo fue el único partido que envió a los Congresos de la III Internacional a su dirección oficial y no a una representación de la minoría de izquierda, cosa que ya había sucedido en las conferencias de Zimmerwald (1915) y Kienthal (1916), que, en disidencia con la conducción de la Internacional Socialista, prepararon una campaña contra la guerra y de algún modo colocaron los cimientos de la III Internacional.

No obstante, los acontecimientos decisivos de la lucha comenzaron a principios del verano de 1919, con la constitución de la Repúblicas de Consejos (soviets) en Hungría y en Baviera, y el reguero de huelgas en Italia, Inglaterra y Francia contra la agresión de sus propios gobiernos a la Rusia soviética. En el Congreso de la Internacional Comunista de 1919, Lenin en persona envió “un ardiente saludo a los trabajadores italianos y a su partido”, y añadió que el PSI, “en la práctica, se ha unido al comunismo”.

Empero, la lucha interna proseguía.

Ni siquiera la llamada “ala izquierda” del partido lograba homogeneidad. Por un lado se agruparon los seguidores del ingeniero napolitano Amadeo Bordiga, editor del semanario Il Soviet. Influido por el anarquismo, se manifestaba en contra de toda intervención parlamentaria y sostenía que la Revolución Rusa demostraba que la transición socialista sólo podía lograrse mediante un acto de fuerza. Sostenía la consigna “imitemos a Lenin”.

Por cierto, no era ésa la posición del revolucionario ruso: por supuesto la revolución es un acto de fuerza y Lenin, como Marx, sostenía que la violencia es la partera de la historia, cosa probada por las revoluciones burguesas mucho antes de la toma del poder por los bolcheviques, pero eso no elimina la necesidad de la lucha parlamentaria.

Por otro lado, la mayoría del partido, también del ala izquierda, tenía su punto de referencia en Avanti!, dirigido por Giacinto Menotti Serrati tras la expulsión de Mussolini. El programa de esa fracción aceptaba, igual que la otra, la dictadura del proletariado, pero sostenía que la revolución podía hacerse por diferentes vías, de acuerdo con las circunstancias: la insurrección armada o la conquista de la mayoría parlamentaria, una contradicción en sí misma y también ajena al pensamiento de Lenin, aunque todos se proclamaban “leninistas”.

Entretanto, en la ciudad industrial de Turín se había organizado, durante la guerra, un grupo de jóvenes intelectuales que se habían conocido en la universidad: allí estaban Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti, Angelo Tasca, Umberto Terracini, Alfonso Leonetti y Piero Gobetti. Con ellos tomó contacto Mariátegui, sobre todo con Gobetti, de quien se hizo amigo. Allí comenzó a pensar Mariátegui en la necesidad de un vínculo creativo entre lo que llamó “marxismo europeo” y la realidad latinoamericana. Siempre se debe tener en cuenta que, al hablar de Mariátegui, se habla de una corriente de pensamiento que apenas comenzaba a gatear. No resulta prudente, antes de considerar globalmente sus ideas, pensar que intenta establecer una dicotomía, una suerte de “dos marxismos”, uno útil en Europa y el otro en América latina. Por todo lo sostenido durante su vida política posterior, se infiere que no era tal el propósito de Mariátegui, sino aplicar el método de Marx a la realidad sobre la que él pretendía operar. Y, en ese punto, debía marchar sobre terreno virgen, porque nadie lo había intentado antes que él. Por eso, seguramente, llegó a decir que en Latinoamérica el marxismo es un acto de “creación heroica”.

Aquellos jóvenes turineses editaban su periódico, L’Ordine Nuovo (El Orden Nuevo), y propugnaban la constitución de consejos de fábrica en las plantas industriales de Turín. Su posición ante las elecciones tampoco era clara, al punto que en 1920 hicieron un pacto de circunstancias con Bordiga que permitió a éste mantener su mayoría en el comité central.

En marzo y abril de 1920 empezaron en Turín y en diversas regiones italianas grandes revueltas obreras, que permitieron al grupo de Gramsci organizar la huelga general en todo el Piamonte y consejos de fábrica en las plantas tomadas, casi todas las de la ciudad. Esos consejos asumieron la conducción del movimiento y aceptaron la dirección política de L’Ordine Nuovo. Gramsci pidió al comité central que comenzara un plan de agitación en toda Italia para extender la huelga turinesa –lo cual no era en modo alguno imposible– en una perspectiva revolucionaria, pero el CC se negó, desautorizó lo hecho por el comité de Turín y dejó aislado al equipo político de Gramsci.

Así fue que Gramsci redactó sus nueve tesis “Para una renovación del Partido Socialista Italiano”, publicadas el 8 de mayo de 1920 en L’Ordine Nuovo. En ese escrito, Gramsci califica a los dirigentes del partido de “rutinarios”, prisioneros de su propia molicie y de haber llevado a la organización a un estado de parálisis interna y externa, además de transformar el ingreso en la Internacional Comunista en un acto administrativo, porque no se aplicaba la línea política del Komintern (Comité Internacional o Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista). En el II Congreso de la IC, que sesionó en Moscú durante el verano (boreal) de 1920, Lenin avaló personalmente las tesis de Gramsci, que resultaron aprobadas. Bordiga, que no era miembro de la delegación oficial del partido a ese Congreso, asistió invitado por Lenin, quien le pidió que leyera su folleto, recién publicado, “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, en el cual, precisamente, el jefe revolucionario ruso desarrolla su postura sobre la intervención electoral del partido revolucionario y de qué modo los comunistas deben emplear sus bancas para desarrollar en el parlamento burgués un trabajo de zapa orientado a la destrucción de ese mismo parlamento, y promover desde allí la organización y la acción directa de los trabajadores. Esto es: salvo en situaciones excepcionales, la actuación electoral del partido resulta obligatoria, pero, al mismo tiempo, jamás puede pensarse que la revolución se consumará sólo por lograrse mayoría parlamentaria. La actividad legislativa del partido revolucionario es propaganda, agitación y organización para contribuir a la preparación de ese acto de fuerza que es el estallido y la victoria de la revolución proletaria. Esas posturas leninistas fueron asimiladas y rescatadas por Mariátegui en su artículo “Lenin”, escrito, de regreso en el Perú, en la revista Amauta, que él dirigió y a la cual ya nos referiremos.

Después de cuatro meses en Moscú, la delegación italiana regresó a su país sin haber superado las divisiones internas.

El 1° de agosto de 1920 llegó a Italia la circular de la Internacional que obligaba a todos sus adherentes a aceptar las “21 condiciones” de pertenencia, entre ellas la de cambiar el nombre de la organización por el de Partido Comunista. En el caso específico de Italia, la Internacional exigió la expulsión del diputado Filippo Turati, líder del ala derecha del partido. Serrati se opuso a ambas posturas, así como en el Congreso de Moscú había hecho frente abiertamente a las posiciones de Lenin.

Mariátegui, en medio de esa lucha política, fue delegado al XVII Congreso del Partido Socialista, convocado en la ciudad portuaria de Liorna en enero de 1921. Después de varios días de debates, la ruptura se produjo a trompadas. Los partidarios de la fracción comunista, entre ellos Bordiga, Gramsci y el propio Mariátegui, abandonaron la sala de sesiones y se dirigieron al teatro San Marco, donde, el 21 de enero, quedó fundado el Partido Comunista Italiano (PCI).

Entretanto, la decisión del PSI de dejar solos a los huelguistas turineses derivó en catástrofe. Por cierto, no se da por supuesto que si la conducción partidaria hubiera hecho lo correcto el movimiento revolucionario habría logrado la victoria – nadie vende seguros contra derrotas–  pero sí que se trataba de tomar el único camino que hacía posible el triunfo.

Desde marzo-abril de 1920 las fábricas en Turín estaban ocupadas por sus trabajadores y se habían constituido milicias obreras armadas. Rápidamente, la huelga insurreccional se extendió a todo el Piamonte y comenzó a golpear fuerte en los principales centros industriales del país. El aislamiento – esto es, la traición del PSI–  dejó solos a esos obreros y a la propia dirección regional del partido, lo cual permitió al gobierno aplastar militarmente la huelga.
En este punto, se hace necesaria una reflexión: el fascismo no puede imponerse por la simple decisión de la extrema derecha. Al fascismo tienen que construirlo y esa construcción exige en todos los casos que antes se haya producido una revolución proletaria derrotada. Sólo entonces los fascistas pueden arrojar a las clases medias contra el proletariado y lograr que ya ni siquiera haga falta acudir a la policía para reprimir las huelgas sino a desclasados, a lúmpenes organizados, que eso eran los “camisas pardas” mussolinianos.

José Carlos Mariátegui fue testigo y parte de todo ese proceso. Con él armó el bagaje que llevó de regreso al Perú, tras desposar, como él mismo dijo, una mujer y algunas ide



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De: Matilda Enviado: 15/01/2013 14:45

El Amauta

El 17 de marzo de 1923 Mariátegui se encontraba otra vez en Lima. Cuando dejó Italia, Mussolini estaba a punto de tomar el poder. En sus escritos de la época, sostuvo que el fascismo es una última respuesta a la crisis social –a la revolución en ciernes–, y que necesita del respaldo de las masas o, por lo menos, de una franja importante de ellas. La victoria fascista, añadía Mariátegui, es el precio que debe pagar un país por las contradicciones de la izquierda. Todavía entonces veía en la lucha política de las corrientes socialistas una tragedia, no la necesidad de depurar al partido revolucionario de quienes no quieren destruir al capitalismo sino conciliar con él. Luego, el propio Mariátegui comprendería eso como pocos y perdería todo temor a la lucha fraccional e incluso a las rupturas.

En cuanto regresó a su país reanudó sus contactos con Raúl Haya de la Torre, líder de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA).

En octubre de 1923, Haya de la Torre debió exiliarse en México, perseguido por el régimen de Leguía, y dejó a Mariátegui a cargo de la dirección de la revista Claridad. En ese punto comienza la ruptura de Mariátegui con el APRA, cuando dedicó el quinto número de la publicación a difundir las ideas de Lenin, que el aprismo rechazaba explícitamente.

El APRA, si tal comparación histórica nos está permitida por la diferencia de lugares y circunstancias, guarda cierta similitud con lo que luego sería el sandinismo nicaragüense: un movimiento nacionalista burgués dirigido por una franja de la pequeña burguesía radical. El APRA incluso pretendía dar un paso más y, como su nombre indica, procuraba constituirse en una corriente continental, ya no sólo peruana.

El aprismo y su líder decían tomar su programa y su forma de organización del Kuomintang chino, dirigido por Chiang Kai-shek, hasta 1927 miembro simpatizante, u “observador”, de la III Internacional, conducida ya por la camarilla de Stalin. Ese año, una insurrección obrera comenzada en Cantón fue masacrada por Chiang –incluso aniquiló físicamente al PC– quien giró rápidamente hacia el fascismo. Empero, Stalin insistió: cargó todas las culpas sobre el comité central del partido chino y éste sobre sus cuadros de base, la mayoría de los cuales estaban muertos. Trotsky, quien desde el primer momento había calificado de suicida el ingreso en el Kuomintang y de improcedente la presencia de Chiang en los congresos de la Internacional, dijo tras la masacre, respecto de Stalin, cuán sorprendente resultaba que un partido pudiera preverlo todo salvo que sus propios cuadros no serían capaces de responder a la situación.

Allí se inauguró la teoría del “frente popular”; esto es, de la subordinación de los partidos comunistas a la burguesía “progresista” en los países atrasados (luego se vería que en las naciones avanzadas, como Francia en 1936, se aplicaría la misma línea, de modo que se trataba de una política contrarrevolucionaria empleada a escala universal). También se estrenó en China el “frente de las cuatro clases”: burguesía nacional, pequeña burguesía, campesinado y clase obrera, bajo conducción política burguesa.

Esas banderas fueron apropiadas por el APRA y, dicho sea al pasar, Juan Domingo Perón admitió muchas veces la influencia aprista en su movimiento.

De ese hecho se extraen dos deducciones de importancia mayor:

* El nacionalismo, que de continuo califica al marxismo de “extranjerizante” o “eurocentrista”, también importa sus ideas, sólo que, a diferencia de los marxistas, compra en el exterior ideas reaccionarias, contrarrevolucionarias. Conviene recordar, además, que la universalidad de la producción capitalista universaliza las ideas y la cultura. Desde ese punto de vista, nuestra época, la época del imperialismo –ya lo era en vida de Mariátegui– es efectivamente “global” aunque no en el sentido que dan a la palabra el imperialismo y los intelectuales a su servicio, quienes pretenden ver en esa llamada “globalización” –con sus guerras de rapiña, hambrunas y destrucción planetaria– la cúspide del progreso humano;

* El nacionalismo siempre ha sido incapaz de elaborar teoría: en ese punto abrevó históricamente, incluso sus vertientes más reaccionarias, del estalinismo.
Por lo demás, al igual que el peronismo y el MNR boliviano, o los casos actuales de Evo Morales –cuyas tropas intervinieron en la masacre de Soleil City, Haití– o Hugo Chávez –con sus diferencias de grado– el nacionalismo de la burguesía supone que la contradicción entre la nación oprimida y el imperialismo anula o por lo menos reduce a una expresión mínima la lucha de clases dentro del país sometido. Es la nación en su conjunto, dicen, la que debe hacer frente, unitariamente, a la dominación imperialista. El marxismo, en cambio, sostiene que sólo el proletariado, transformado en caudillo nacional, puede dirigir esa lucha y conducirla al triunfo.

Mariátegui rompería radicalmente con las ideas nacionalistas, y parte clave de esa ruptura fue su actitud de dedicar a Lenin un número completo de Claridad. Él repudiaría enérgicamente la política de los “frentes populares” y sostendría, como veremos, que la raquítica burguesía peruana, por completo sometida al amo extranjero, no podía ni se proponía conducir proceso revolucionario alguno: ésa era tarea reservada a obreros y campesinos. Mariátegui no hacía mayores distinciones entre clase obrera y campesinado, con lo cual de algún modo tornaba a las posturas sostenidas por Lenin hasta poco antes de 1917, cuando el revolucionario ruso proponía una “dictadura democrática” de obreros y campesinos. Esas ideas de Lenin son anteriores a su Tesis de abril, en la que propugna abiertamente la dictadura del proletariado aun en un país de mayoría campesina. Ése había sido uno de los puntos clave de la árida polémica entre Lenin y Trotsky a comienzos del siglo XX; por eso, aquella Tesis señala la confluencia histórica de dos gigantes de la revolución.

Otro punto decisivo de la ruptura de Mariátegui con el APRA fue el internacionalismo: Haya de la Torre sostenía que los trabajadores peruanos, y los latinoamericanos en general, nada tenían en común con los obreros norteamericanos ni con los europeos, seguidores fieles, según él, de sus burguesías imperialistas. Mariátegui había hecho su experiencia personal en la lucha de clases europea y consideraba disparatada esa tesis del APRA. El capitalismo es un modo de producción mundial, decía Mariátegui; por tanto, también debía serlo la lucha de clases, e izaba cual bandera la antigua consigna de El Manifiesto Comunista: “¡Proletarios del mundo, uníos!”

De todos modos, Mariátegui no alcanzó a esbozar un plan sistemático de la revolución peruana como el elaborado por Trotsky –por quien manifestó muchas veces su admiración– en La revolución permanente. Sin embargo, entraría en polémica frontal con las tesis “etapistas” –primero la revolución democrática, conducida por la burguesía; luego, la revolución proletaria para abordar las tareas socialistas en un futuro indefinido– impulsadas por la Internacional Comunista dominada por el estalinismo. Esa postura le atraería el odio cerril –lo cual habla muy bien de él– de Vittorio Codovilla.

Empero, al tiempo de rechazar el “etapismo” de la corrompida socialdemocracia y de repudiar cualquier tipo de alianza con la burguesía nacional, Mariátegui no define qué tipo de gobierno –sólo habla de la unidad obrera y campesina– podría fusionar la fase democrática y burguesa de la revolución con la fase socialista. Al no dar ese paso, deja abierta una hendija al reformismo.

Debe tenerse en cuenta, conviene insistir, que ése era entonces un problema teórico novedoso –la revolución proletaria en un país capitalista atrasado–, que duramente iba resolviéndose en la Internacional Comunista para destruirse tras la muerte de Lenin. Por eso las limitaciones de Mariátegui son, hasta cierto punto, las de su época. En cambio, sus aciertos resultan definitorios, enormes.

En septiembre de 1926, Mariátegui fundó la revista Amauta (del quechua hamaut’a, que significa sabio o maestro). En ella escribió varios artículos que luego formarían parte de su obra cumbre: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, publicado en 1928 y aún hoy de lectura indispensable. Ese año, precisamente, terminó de romper con Haya de la Torre y fundó el Partido Socialista Peruano (PSP), que luego de su muerte, en 1930, pasaría a llamarse Partido Comunista del Perú.

Amauta no era ni podía ser todavía un órgano partidario; más bien, expresaba una tendencia hacia la idea de partido –Mariátegui la había traído de Europa– y en ella escribieron intelectuales de valía pero de posturas diversas, como José María Eguren, Martín Adán y Luis Alberto Sánchez, entre otros.

Además, Amauta exhibe, desde su nombre, el intento de Mariátegui por buscar una suerte de sincretismo entre marxismo e indigenismo. En esa época dice que la aplicación del método marxista al análisis de la realidad latinoamericana es un acto de “creación heroica”.

Por otra parte, nadie suponga que Mariátegui fue sólo un pensador, un teórico. En él, como en pocos otros, se encuentra la síntesis magnífica entre teoría y práctica, entre ser y pensar.

Desde muy joven los suburbios limeños conocieron al “renguito” que recorría casas y barrios para repartir panfletos y se apasionaba en discusiones sobre la necesidad de la organización y la unidad obrera.

Ese esfuerzo empezó a minar su salud definitivamente, hasta que, en 1929, ya enfermo de muerte, logró su mayor conquista desde el punto de vista de la organización sindical de la clase, que jamás descuidó: ese año fundó la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP).

Falleció el 16 de abril de 1930, a los 35 años, en vísperas de un siempre postergado viaje a Buenos Aires para hacerse tratar por complicaciones surgidas de la amputación de su pierna. Ya era tarde.

Los Siete ensayos…

Resulta indispensable subrayar que ningún resumen o comentario acerca de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana puede reemplazar la necesaria lectura del texto.13 Aquí sólo podremos referirnos a algunos pocos aspectos centrales del libro.

En principio, resulta de interés especial referirse al que Mariátegui denomina “El período del guano y del salitre” (I Ensayo).

El guano (del quechua wanu: estiércol) es materia excrementicia de aves marinas, acumulada abundantemente en varias islas y en las costas de Chile y del Perú, empleada a modo de abono. Los abonos artificiales primero y los agroquímicos luego le hicieron perder casi toda utilidad, aunque su explotación se mantiene hasta hoy en escala menor.

En cuanto al salitre, o nitrato, abunda en regiones del norte chileno, en Perú y en Bolivia, sobre todo en zonas donde profundos cambios geológicos elevaron a alturas de hasta cuatro mil metros o más plataformas que antaño formaban parte del fondo marino, transformadas ahora en enormes depósitos de sal. Así es, por ejemplo, que en los grandes salitrales del Altiplano boliviano se encuentran fósiles marinos en abundancia. Su importancia comercial también decayó por la elaboración de sales industriales.

“El capítulo de la evolución de la economía peruana que se abre con el descubrimiento de la riqueza del guano y del salitre y se cierra con su pérdida, explica totalmente una serie de fenómenos políticos de nuestro proceso histórico, que una concepción anecdótica y retórica antes que romántica de la historia peruana se ha complacido tan superficialmente en desfigurar y contrahacer”.14

Añade Mariátegui:

“España nos quería y nos guardaba como país productor de metales preciosos. Inglaterra nos prefirió como país productor de guano y salitre. Pero este diferente gesto no acusaba, por supuesto, un móvil diverso. Lo que cambiaba no era el móvil, sino la época… el guano y el salitre –que para anteriores civilizaciones habrían carecido de valor pero que para una civilización industrial adquirían un precio extraordinario– constituían una reserva casi exclusivamente nuestra… Mientras que para extraer de las entrañas de los Andes el oro, la plata, el cobre, el carbón, se tenían que salvar ásperas montañas y enormes distancias, el salitre y el guano yacían en la costa casi al alcance de los barcos que venían a buscarlos.

La fácil explotación de este recurso natural dominó las otras manifestaciones de la vida económica del país. El guano y el salitre ocuparon un puesto desmesurado en la economía peruana. Sus sedimentos se convirtieron en la principal renta fiscal. El país se sintió rico. El Estado usó sin medida de su crédito. Vivió en el derroche, hipotecando su porvenir a las finanzas inglesas”.15

Hasta ahí un análisis casi puramente económico de la cuestión, en el cual, empero, se observa la filosa capacidad del autor para determinar los cambio económicos de su país en relación directa con la evolución de los mercados mundiales. Pero, de inmediato, señala que “el hecho económico es más complejo y trascendental de lo que parece”…

En efecto,

“El guano y el salitre, ante todo, cumplieron la función de crear un activo tráfico con el mundo occidental en un periodo en que el Perú, mal situado geográficamente, no disponía de grandes medios de atraer a su suelo las corrientes colonizadoras y civilizadoras que fecundaban ya otros lugares de la América indo ibérica. Ese tráfico colocó nuestra economía bajo el control del capital británico al cual, en consecuencia de las deudas tomadas con la garantía de ambos productos, debíamos entregar más tarde la administración de los ferrocarriles; esto es, de los resortes mismos de la explotación de nuestros recursos”.16
Esas explotaciones, prosigue Mariátegui, sacaron del primer plano de la economía y la política peruanas las relaciones de producción hasta entonces aristocrático feudales y, además de vincular al Perú con el mundo más avanzado, crearon los primeros elementos sólidos de capital comercial y bancario. Los excrementos de las aves y los depósitos salitreros parieron a la burguesía peruana y la determinaron. Esa burguesía se formó principalmente entre los sucesores de los encomenderos y terratenientes de la Colonia, pero se vio obligada, por su nueva función, a adoptar principios de la economía y la política liberales. Como diría Marx, la existencia determina la conciencia, y la burguesía, en todos los casos, hace suya la ideología que mejor conviene a su bolsa. Como se ve, dejamos a un lado aquí la vieja polémica sobre el modo de producción imperante durante la Colonia, que el propio Mariátegui tratará más adelante aplicando el principio del desarrollo desigual y combinado al analizar las particularidades de determinada formación económica y social. Sólo adelantemos que, como indicará el propio Mariátegui, esa burguesía, por su papel en la economía mundial –simple productora de materias primas que habrían de alimentar las industrias europeas, sin vínculos con el mercado interno– nació raquítica, nació vieja. Pedir a esa burguesía, como hace el estalinismo, que ejecute una revolución democrática –su propia revolución, como habían hecho en el pasado la burguesía europea y luego la norteamericana– sería pedir peras al olmo. En ese aspecto radica uno de los puntos más claros y valiosos de todo el pensamiento marxista de Mariátegui.

El problema de la tierra


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De: Matilda Enviado: 15/01/2013 14:45

El problema de la tierra

La cuestión campesina, tratada por Mariátegui en su El problema agrario y el problema del indio,17 resulta un corolario de las tesis expuestas por él en su Siete ensayos…. Hay allí evidentes errores que han servido a ciertos “marxistas” para declarar inválidas todas sus posturas. Tal el caso, por ejemplo, de Liborio Justo, “Quebracho”.18

Por ejemplo, Mariátegui sostiene que el Imperio de los incas tuvo bases económicas y sociales comunistas. Eso no fue así: si bien la producción y la propiedad eran formalmente colectivas, y persistían y persisten hasta hoy resabios del viejo comunismo primitivo en algunas comunidades indígenas de Bolivia y Perú, el producto del trabajo enriquecía a la clase dominante que, como en el antiguo Egipto, tomaba la forma de una casta religiosa.

Por otra parte, el poder del Estado era allí omnipotente, con poderes para intervenir incluso en la vida privada de la población. Empero, hacer hincapié en ese punto implica caer en el viejo y repetido error de observar determinada formación económica y social, con todos sus derivados culturales, con los ojos del moderno sociólogo occidental, por lo general incapaz de entender nada. Signo de atraso o lo que se quiera, la libertad individual no constituía en el Incario un valor importante. Sí, en cambio, lo era el hecho de que la población, incluido el bajo pueblo, tenía sus necesidades materiales satisfechas. Por supuesto –parece una perogrullada– esas necesidades cambian según las sociedades avanzan y ése ha sido más de una vez el gran problema de las revoluciones: crearon nuevas necesidades más rápidamente que medios para satisfacerlas.

Pero tampoco es cierto que se tratara de una sociedad en quietud, que no transformaba de continuo su modo de producción. Quedó dicho que el dictador Leguía se dio a sí mismo el título de Viracocha, precisamente por la modernización en los sistemas de cultivo que aquel emperador introdujo con su consiguiente progreso económico. También se debe reiterar que cualquier evolución posterior quedó cortada de cuajo por la invasión conquistadora.

En definitiva, el Incario parecía más un régimen de transición desde el comunismo primitivo hacia el feudalismo, sin pasar por la “etapa” esclavista –comparable con el que Marx llamó “despotismo asiático”– antes que una sociedad socialista.

No obstante, Mariátegui, al hablar del “comunismo” incaico, pone el acento en instituciones del Imperio que sin duda habían sido heredadas del comunismo primitivo y aún subsisten en regiones campesinas de Bolivia: el ayllu y la minka, por ejemplo. En las comunidades agrícolas bolivianas, entre las parcelas individuales, propiedad de cada campesino, se encuentra una, más grande que las demás: he ahí el ayllu, tierra de propiedad colectiva, en la cual todos trabajan y todos se apropian igualitariamente de lo producido. Minka, vocablo quechua cuyo significado es “solidaridad”, implica que, si un campesino de la comunidad sufre una desgracia o pierde su cosecha, todos los demás acuden en su ayuda. Tales tradiciones, naturalmente, deben emplearse a fondo en la transformación del agro en esos países, lo cual obliga a transformar al campesinado en aliado de la clase obrera para consumar la revolución proletaria.

Puede discutirse el carácter social del Imperio del Inca, pero la sustancia del pensamiento de Mariátegui, la que mantiene plena actualidad, no es ésa sino la que sigue:

“Quienes desde el punto de vista socialista estudiamos y definimos el problema del indio, empezamos por declarar absolutamente superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos, en que, como una prolongación de la apostólica batalla del padre Las Casas,19 se apoyaba la antigua campaña pro indígena. Nuestro primer esfuerzo tiende a establecer su carácter de problema fundamentalmente económico… No nos contentamos con reivindicar el derecho del indio a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente, su derecho a la tierra…

El problema agrario se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación del feudalismo en el Perú. Esa liquidación debía haber sido realizada ya por el régimen democrático burgués formalmente establecido por la revolución de la independencia. Pero en el Perú no hemos tenido, en cien años de república, una verdadera clase burguesa, una verdadera clase capitalista”.20

“El problema del indio es el problema de la tierra”, diría una y otra vez, de modo de colocar el debate en su justo punto. Luego desarrollaría la cuestión del modo combinado de producción, de la formación económica y social específica del Perú: la superposición, la interrelación dialéctica entre formas distintas de producción: el capitalismo costeño, predominante pese a su condición primaria y primitiva, con el feudalismo agrario y las resacas del comunismo primitivo en la región serrana.

Pero Mariátegui ve y va más allá: dice que la eliminación del latifundio y su reemplazo por el minifundio es reaccionaria, cosa del pasado: “Yo pienso que la hora de ensayar en el Perú el método liberal, la fórmula individualista, ha pasado ya… considero fundamentalmente este factor incontestable y concreto que da un carácter peculiar a nuestro problema agrario: la supervivencia de la comunidad y de elementos de socialismo práctico en la agricultura y la vida indígenas”.21

Como se ve, claramente Mariátegui se propone rescatar instituciones como el ayllu y la minka y no en sentido indigenista sino para darles otra proyección, una perspectiva socialista, de explotación colectiva del campo. Puede quizá criticarse la táctica si él la considera de manera absoluta, pero de modo alguno la estrategia decididamente socialista, comunista.

Hay, por cierto, mucho más que decir sobre José Carlos Mariátegui, tal vez el marxista latinoamericano sobre quien más se ha escrito después de Ernesto Guevara. Pero nos hemos propuesto rescatar esos aspectos centrales de su pensamiento que hacen de él un precursor, uno de nuestros mayores, una figura enorme hasta en sus errores.

De ahí, también, la utilidad de estudiar a Mariátegui a la hora de analizar la cuestión agraria argentina, donde los problemas analizados por él, sustancialmente permanecen y se han agravado:

“La expulsión de los campesinos de la tierra; el monopolio capitalista del agua de riego y la concentración de los medios de crédito financiero en manos de los grandes bancos vinculados con los terratenientes, siguen siendo en todo el norte de la Argentina las grandes cuestiones que enfrenta el movimiento campesino. La reactivación económica y el crecimiento de todos los índices de rentabilidad de las distintas ramas de la industria argentina, han azuzado aún más a los grandes capitalistas a despojar a los campesinos de la tierra para desarrollar sus producciones, en especial la sojera”.22

Esa nota enumera las demandas centrales del movimiento campesino hoy:

“Estatización del agua bajo gestión de los campesinos y de los trabajadores de las ciudades; titularización gratuita e inmediata de las tierras en favor de los campesinos; prohibición de cesión de tierras a sociedades anónimas y explotaciones capitalistas”.23

He ahí la continuidad de las mejores tradiciones del pensamiento de Mariátegui. En cuanto a la colectivización, que de ninguna manera puede ni debe ser compulsiva, resulta posible acudir a fuentes socialistas más antiguas aún:

“…el paso de la agricultura capitalista a la socialista es posible sin ninguna expropiación de los campesinos propietarios… El Estado (obrero) no sólo no quitará nada a los campesinos sino que les dará abundantemente. Los campesinos y los obreros agrícolas serán fuerzas de trabajo particularmente apreciadas al pasar de la sociedad capitalista a la socialista…
El socialismo no asfixiará el deseo que tiene toda persona en su íntegro desarrollo a poseer una casa propia; al contrario, lo generalizará creando al mismo tiempo las condiciones para satisfacerlo.

Que no tenga, pues, el campesino, ningún temor por su casa. El régimen socialista no dejará de imprimir su carácter peculiar en todos los dominios, incluido el hogar. Pero las modificaciones que traerá consigo –higiénicas y estéticas– en modo alguno perjudicarán el hogar del campesino…

Las viviendas campesinas de otras épocas – por ejemplo las de los campesinos suizos o rusos–  hacen las delicias de los arquitectos. Pero, hoy, es en las mansiones residenciales de la ciudad donde se perpetúa el arte de los campesinos, en cuyas casas las construcciones originales caen en ruinas sin ser reemplazadas. Sin embargo, bastaría con un poco de bienestar y de ocio creativo para devolver al campesino su gusto por el arte. El proletariado victorioso se lo dará. No sólo liberará a los esclavos asalariados de la industria, sino que el campo, cuyas grandes bellezas naturales contrastan hoy tan tristemente con la estupidez, la miseria y la suciedad… se convertirá, gracias a él (al proletariado triunfante), en un jardín floreciente, que albergará una generación libre, alegre y orgullosa”.24

Marxista “convicto y confeso”

José Carlos Mariátegui (1894-1930) es considerado fundador del marxismo latinoamericano, lo cual constituye toda una definición porque ella nos conduce a un problema teórico de importancia mayor. Al estudiar los aspectos relevantes de sus 35 años, la pregunta surge por sí: ¿puede existir un marxismo específicamente latinoamericano, una suerte de “marxismo nacional”, si hablamos de una corriente de pensamiento que parte del punto opuesto, del internacionalismo?

Algunos mecanicistas –el marxismo no está libre de ellos y, por el contrario, abundan entre nosotros– contestarán automáticamente que no, que la sola definición condena al así definido a portar el mote de “nacionalista”.

Si acudimos al auxilio de René Descartes –esto es, a la duda en cuanto base del pensamiento crítico– e indagamos la cuestión con detenimiento, podemos aproximarnos a un asunto clave que hace a nuestra militancia cotidiana, a nuestra propia práctica revolucionaria. Nos hemos dado el objetivo de enviar un puñado de ideas a la polémica no sólo con la burguesía –desde cierto punto de vista, la revolución es una gigantesca polémica entre burguesía y proletariado– sino sobre todo entre quienes nos proponemos construir el socialismo y el comunismo, porque a nosotros, más que a ningún otro, nos interesa ese debate.

Nadie pone en discusión que el capitalismo es un modo de producción internacional; por tanto, también lo son la burguesía y el proletariado, la lucha de clases en general, y Mariátegui reconocía esa realidad explícitamente. Es más, todo su análisis de la situación peruana comienza por situar a su país en los mercados mundiales, en su vínculo con ellos y con la lucha internacional de la clase obrera. Eso es especialmente así en nuestra época, la época del imperialismo, cuando un puñado de bandoleros propietarios del capital financiero (llamamos así a la fusión del capital industrial con el capital bancario) y de gigantescos monopolios, impone su predominio en el mundo con su secuela de guerras, hambrunas, catástrofes ambientales, luchas impiadosas entre ellos y de todos ellos contra la clase obrera internacional y contra los países que, de un modo u otro, se oponen o presentan resistencia a esa dominación.

La vieja teoría del socialdemócrata alemán Eduardo Bernstein, quien a fines del siglo XIX sostenía que el “superimperialismo” –la centralización de capitales llevada a su punto extremo– daría orden al mundo y abriría las puertas al tránsito pacífico e indoloro hacia el socialismo, fue destruida teóricamente hace mucho tiempo por Lenin y Rosa Luxemburgo, pero en nuestros días, y sobre todo a partir de la II Guerra Mundial, ha quedado trágicamente ahogada en sangre.

Las novedades técnicas en los modos de producir mercancías25 –por ejemplo la informática y la robótica, como en el pasado el carbón y después la electricidad– han generado modificaciones drásticas en la composición orgánica del capital; esto es, en la relación entre la masa de medios de producción y la cantidad de brazos obreros necesaria para ponerla en movimiento, al punto que, hasta poco tiempo atrás, ciertos “sociólogos” de la burguesía habían resuelto que el proletariado ya no existía.

Esos pájaros nocturnos, que sólo chillan en la oscuridad y se llaman a silencio con la primera luz del día, han tenido que rendirse ante la evidencia y buscar otros argumentos para dar a la contrarrevolución algún contenido “ideológico”, en lo posible travestido de “progresista”. Por ejemplo, los trabajadores de Metrovías o del Metro de Nueva York paran y los trenes no funcionan a pesar de la informatización; los obreros de General Motors hacen lo propio y los autos no salen de planta mal que le pese a la robótica, o los telefónicos declaran la huelga y los sistemas se caen por más que las empresas hayan instalado sus fibras ópticas y sus redes satelitales, grandes avances de la humanidad, ciertamente, pero inservibles sin la fuerza de trabajo humana que hace funcionar todo el andamiaje.

Novedosamente, así como el capital se centraliza y se transforma en capital financiero, en monopolios, en imperialismo, los trabajadores tienden a agruparse en sindicatos internacionales, lo cual, de lograrse, todavía estaría lejos de lo perdido por el proletariado cuando Stalin destruyó la Internacional Comunista hasta disolver, en 1943, lo que ya era desde hacía mucho un aparato burocrático y contrarrevolucionario. Aquella disolución se produjo por imposición de los Estados Unidos, que era entonces el “imperialismo democrático” según el gran organizador de derrotas. De ahí la necesidad urgente de refundar la IV Internacional, tarea a la cual nuestro partido dedica el mayor esfuerzo posible.

En definitiva, el proceso de internacionalización del capital, ya descripto por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista, ha alcanzado un punto de inflexión: el desarrollo aluvial de las fuerzas productivas ya tiene un chaleco de fuerza insoportable en los límites estrechos y míseros, además de caóticos, del modo de producción capitalista, que necesita destruir esas fuerzas productivas y lo hace mediante guerras, masacres atroces, el hambre de más de media humanidad y, al mismo tiempo, no puede detener ese desarrollo porque es incapaz de controlarlo.

Se trata del fenómeno que los pensadores burgueses al servicio del imperialismo llaman “globalización” o “aldea global”. Aunque la realidad, por cierto tozuda, lo aplastó hasta obligarlo a desdecirse, quien más lejos llegó en esa línea fue Francis Fukuyama, uno de los productos más ridículos de Harvard, al proclamar el “fin de la historia”. Es decir: después de la “globalización” capitalista, nada. Hasta aquí llegamos.

Ahora bien: al hablar de Mariátegui nos referimos a un hombre fallecido hace casi 80 años, pero la pregunta que él nos dejó formulada sigue ahí, más vigente aún que en su tiempo. Si estamos ante un régimen internacionalizado de tal forma que la elaboración de una mercancía se desenvuelve a veces en tres o cuatro países antes de transformarse en producto terminado y concurrir al mercado, ¿puede hablarse de un “marxismo latinoamericano” o, más aún, de un “marxismo nacional”?

En ese sentido, debe tenerse en cuenta un principio liminar: vivimos en un mundo determinado por la economía mundial, pero ese régimen internacional no afecta a cada país y a cada región de modo idéntico; por el contrario, hace impacto sobre formaciones económicas y sociales distintas, que se modifican radicalmente ante la invasión imperialista y se combinan y se interrelacionan de manera peculiar con ese modo de producción llegado desde afuera (hablamos ahora de las naciones oprimidas, como el Perú de Mariátegui o de nuestra Argentina).

Por ejemplo: con toda su importancia y sus enormes luchas, el problema del indio y del campesino no tiene en la Argentina el peso social que sí tiene en Bolivia, Ecuador o Perú. No obstante, se trata de una cuestión clave, al punto que, cuando se habla en nuestro país de la distribución de la renta, se habla básicamente de la distribución de la renta agraria, y últimamente hemos asistido, como tantas veces, a peleas de perros por ese reparto. Se trata de particularidades que necesitan ser estudiadas con todo cuidado y minuciosidad, en sí y en sus vínculos con la economía mundial, siempre en pos de una estrategia única en todos los rincones de la Tierra: la dictadura del proletariado, porque ésta es la época de la revolución obrera y de ninguna otra.

Debemos recordar otro principio básico: el marxismo no es un dogma ni un formulario de recetas, sino un método vivo de análisis de una realidad también viva, en constante movimiento y transformación. El marxismo es la luz que nos ilumina la escena, pero no la escena misma. Por eso Mariátegui decía que, especialmente en América latina, la aplicación del método marxista constituye un acto de “creación heroica”.

Con todas sus limitaciones, que en buena parte fueron las limitaciones de su tiempo y de su país, de su lugar de lucha, ése fue el mérito histórico y gigantesco de José Carlos Mariátegui: se proclamó y fue, como él mismo dijo, “un marxista convicto y confeso”, un internacionalista convencido que procuró encender aquella luz para comprender la realidad que pretendía subvertir.

Notas

1. En las viejas publicaciones impresas por sistema tipográfico, el alcanza-rejones, casi siempre poco más que un niño, era el encargado de llevar los originales desde la redacción hasta el taller donde el tipógrafo habría de componerlos.

2. Peruanismo que significa periodista de diarios.

3. Se refiere al movimiento gestado en Córdoba en 1918, que tenía abundantes antecedentes no sólo en la Argentina sino en varios puntos de América Latina, muy especialmente en la Universidad de Lima, Perú.

4. Después de múltiples problemas con la familia de su prometida, que lo despreciaba por su origen y su pobreza, se casó con quien sería su compañera por el resto de su vida: Ana Chiappe.

5. Mariátegui estaba obsesionado por conocer el país de los soviets y personalmente a Lenin, pero su esposa antes que su hijo (por entonces muy pequeño) pudo convencerlo de que sería suicida un viaje tan penoso y arriesgado (Rusia estaba bajo bloqueo militar) en su estado de salud, ya por entonces muy malo.

6. Se refiere a la Universidad Popular González Prada, primera universidad obrera de Latinoamérica. En ella no se enseñaban oficios sino política. La habían fundado el propio Mariátegui y Raúl Haya de la Torre, líder de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (Apra).

7. Habla de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, escrito entre 1925 y 1926, pero publicado sólo en 1928. Evidentemente, Mariátegui había hecho llegar a Espinoza una copia del original antes de su edición.

8. En José Carlos Mariátegui: apuntes autobiográficos. Fuente: Seminario internacional sobre la vida y la obra de José Carlos Mariátegui, Guayaquil, Ecuador, 1971. Puede consultarse enwww.marxist.org/espanol/mariateg/autobio.htm.

9. Viracocha fue el nombre que adoptó al asumir el trono el príncipe inca Ripa Yupanqui, hijo de Yahuar Huaca, muerto hacia 1430. Viracocha sometió a muchos pueblos vecinos y extendió el Imperio hasta más allá del Callao, Arequipa y Moquegua, precisamente la ciudad donde nació Mariátegui el 14 de junio de 1894. Enorme caudillo y civilizador, Viracocha restauró los santuarios, sobre todo para el culto a sí mismo (el Inca era considerado hijo de Inti, el Sol, máxima deidad de una teogonía todavía vinculada directamente con la naturaleza), promovió la irrigación artificial de tierras eriales, hizo construir en los faldeos serranos las famosas terrazas convertidas en sembradíos y dio al Cuzco una belleza espléndida. Fue uno de los últimos incas precolombinos.

10. Filósofo, historiador y crítico literario italiano (1866-1952). Tuvo importante influencia en la cultura italiana durante la primera mitad del siglo pasado. En 1903 fundó la revista La Crítica, que revisó la historia y la literatura de Italia. Fue ministro, en 1944, del “gobierno de liberación”: desde siempre se había opuesto de modo militante al fascismo y también se manifestó contrario a los postulados marxistas. Su pensamiento filosófico seguía ortodoxamente el idealismo de Hegel, sólo reconocía “la realidad del espíritu” e identificaba historia con filosofía. Sus obras más conocidas son El materialismo histórico y la economía marxista (1900), en el cual toma distancias definitivas respecto de Marx; Filosofía del espíritu, cuatro volúmenes editados entre 1902 y 1917; y Breviario de estética (1913). Cumplió un papel de primera línea en la reorganización de Italia después de la II Guerra, lo cual significa decir que contribuyó esforzadamente a aplicar en su país el Plan Marshall, orientado a reconstruir la Europa capitalista de acuerdo con los intereses norteamericanos.

11. Isa Conde, Narciso: El Amauta de la creación heroica, La Ventana, julio de 2006. Puede verse en:www.laventana.casa.cult.cu/modules.php

12. Mazzini (1805-1872) decía tomar la ideología de los jacobinos franceses, extrema izquierda de la Gran Revolución del siglo XVIII. Antes que revolucionario fue un aventurero novelesco, cuya vida transcurrió entre una larga serie de guerras, prisiones, trabajos forzados, destierros y conspiraciones: él mismo se decía un “conspirador profesional” (de algún modo, todo revolucionario lo es). Ocupó Roma y obligó al Papa a huir a Gaeta, hasta que las tropas francesas recuperaron la ciudad tras una cruenta batalla y Mazzini logró refugiarse en Suiza.

Cumplió un papel destacado en la constitución de la unidad italiana. Luego, como casi todo el estado mayor de Garibaldi, ingresó en la I Internacional. Fue un demócrata consecuente, en tanto pensó y luchó continuamente por los derechos de los trabajadores, sin los cuales, sostenía, no podía haber una república parlamentaria que mereciera ese nombre. Si se quiere, se trató de un personaje trágico, en cuanto defendía posiciones de la burguesía más avanzada, de la burguesía revolucionaria, cuando el jacobinismo ya no tenía el menor resquicio histórico. En otras palabras: defendía los intereses sociales de una clase que había dejado de existir, extinguida por el devenir de los tiempos y el desarrollo del capitalismo.

13. La última versión castellana es la de la Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979. También puede consultarse enwww.yachay.com.pe/especiales/7ensayos/ENSAYOS/htm.

14. Mariátegui, J.C.: El período del guano y del salitre (Ensayo I, cap. 3), en Siete ensayos…,www.yachay.com.pe/especiales/7ensayos/ENSAYOS/Ensayo 1C. htm, p. 1. En este sitio, las páginas están numeradas independientemente en cada ensayo.

15. Idem anterior.

16. Idem anterior, p. 2.

17. En patriagrande.net/peru/jose.carlos.mariategui/el.problema.de.la.tierra.htm

18. Véase Justo, Liborio: Bolivia: la revolución derrotada, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971.

19. Se refiere al sacerdote católico Bartolomé de las Casas (1474-1566) quien, tras estudiar en Salamanca, se embarcó en condición de “doctrinero” en el buque Española, al mando del conquistador Nicolás de Ovando, en 1502. Ya en América recibió una encomienda (porción de territorio robado a los indígenas) que poco después abandonó para dedicarse a la defensa del indio, por lo cual se le dio el mote de “apóstol de los indios”. En 1512 se ordenó sacerdote, en 1522 ingresó en la orden de predicadores y llegó a ser obispo de Chiapas, actual territorio mexicano. Entre sus obras más importantes pueden citarse Memoriales sobre la reformación de las Indias, en la cual denuncia las atrocidades a que eran sometidos los indígenas en las minas, y la más polémica de todas: Brevísima relación de la destrucción de las Indias, en la cual desarrolla la teoría del “buen salvaje”, corrompido al entrar en contacto con una cultura extraña. En ese texto también expone sus ideas sobre ética política, filosofía del derecho, filosofía social, derecho de conquista y derecho de guerra.

20. En www.patriagrande.net…, p. 1.

21. Idem anterior, pp. 2-3.

22. Prensa Obrera Nº 977; 21/12/06: “Carta abierta a los compañeros y organizaciones del Mocase”, del Partido Obrero de Santiago del Estero.

23. Idem anterior.

24. Kautsky, Karl: La cuestión agraria, Siglo XXI, México 1984, pp. 527 a 540. Ese texto, un clásico marxista en la materia, fue escrito por Kautsky en 1899.

25. Conviene recordar que el capitalismo es el primer modo de producción en la historia que tiene una base técnica revolucionaria, que el revolucionarse continuamente a sí mismo es condición de su existencia, a diferencia de los modos de producción anteriores cuya base técnica era conservadora.

Alejandro Guerrero

1. En las viejas publicaciones impresas por sistema tipográfico, el alcanza-rejones, casi siempre poco más que un niño, era el encargado de llevar los originales desde la redacción hasta el sitio donde el tipógrafo habría de componerlos.

2. Peruanismo que significa periodista de diarios.

3. Se refiere al movimiento gestado en Córdoba en 1918, que tenía abundantes antecedentes no sólo en la Argentina sino en varios puntos de América Latina, muy especialmente en la Universidad de Lima, Perú.

4. Después de múltiples problemas con la familia de su prometida, que lo despreciaba por su origen y su pobreza, se casó con quien sería su compañera por el resto de su vida: Ana Chiappe.

5. Mariátegui estaba obsesionado por conocer el país de los soviets y personalmente a Lenin, pero su esposa antes que su hijo (por entonces muy pequeño) pudo convencerlo de que sería suicida un viaje tan penoso y arriesgado (Rusia estaba bajo bloqueo militar) en su estado de salud, ya por entonces muy malo.

6. Se refiere a la Universidad Popular González Prada, primera universidad obrera de Latinoamérica. En ella no se enseñaban oficios sino política. La habían fundado el propio Mariátegui y Raúl Haya de la Torre, líder de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (Apra).

7. Habla de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, escrito entre 1925 y 1926, pero publicado sólo en 1928. Evidentemente, Mariátegui había hecho llegar a Espinoza una copia del original antes de su edición.

8. En José Carlos Mariátegui: apuntes autobiográficos. Fuente: Seminario internacional sobre la vida y la obra de José Carlos Mariátegui, Guayaquil, Ecuador, 1971. Puede consultarse enwww.marxist.org/espanol/mariateg/autobio.htm.

9. Viracocha fue el nombre que adoptó al asumir el trono, el príncipe inca Ripa Yupanqui, hijo de Yahuar Huaca, muerto hacia 1430. Viracocha sometió a muchos pueblos vecinos y extendió el Imperio hasta más allá del Callao, Arequipa y Moquegua, precisamente la ciudad donde nació Mariátegui el 14 de junio de 1894. Enorme caudillo y civilizador, Viracocha restauró los santuarios, sobre todo para el culto a sí mismo (el Inca era considerado hijo de Inti, el Sol, máxima deidad de una teogonía todavía vinculada directamente con la naturaleza), promovió la irrigación artificial de tierras eriales, hizo construir en los faldeos serranos las famosas terrazas convertidas en sembradíos y dio al Cuzco una belleza espléndida. Fue uno de los últimos incas precolombinos.

10. Filósofo, historiador y crítico literario italiano (1866-1952). Tuvo importante influencia en la cultura italiana durante la primera mitad del siglo pasado. En 1903 fundó la revista La Crítica, que revisó la historia y la literatura de Italia. Fue ministro, en 1944, del “gobierno de liberación”: desde siempre se había opuesto de modo militante al fascismo y también se manifestó contrario a los postulados marxistas. Su pensamiento filosófico seguía ortodoxamente el idealismo de Hegel, sólo reconocía “la realidad del espíritu” e identificaba historia con filosofía. Sus obras más conocidas son El materialismo histórico y la economía marxista (1900), en el cual toma distancias definitivas respecto de Marx; Filosofía del espíritu, cuatro volúmenes editados entre 1902 y 1917; y Breviario de estética (1913). Cumplió un papel de primera línea en la reorganización de Italia después de la II Guerra, lo cual significa decir que contribuyó esforzadamente a aplicar en su país el Plan Marshall, orientado a reconstruir la Europa capitalista de acuerdo con los intereses norteamericanos.

11. Isa Conde, Narciso; El Amauta de la creación heroica, La Ventana, julio de 2006. Puede verse en:www.laventana.casa.cult.cu/modules.php

12. Mazzini (1805-1872) decía tomar la ideología de los jacobinos franceses, extrema izquierda de la Gran Revolución del siglo XVIII. Antes que revolucionario fue un aventurero novelesco, cuya vida transcurrió entre una larga serie de guerras, prisiones, trabajos forzados, destierros y conspiraciones: él mismo se decía un “conspirador profesional” (de algún modo, todo revolucionario lo es). Ocupó Roma y obligó al Papa a huir a Gaeta, hasta que las tropas francesas recuperaron la ciudad tras una cruenta batalla y Mazzini logró refugiarse en Suiza. Cumplió un papel destacado en la constitución de la unidad italiana. Luego, como casi todo el estado mayor de Garibaldi, ingresó en la I Internacional. Fue un demócrata consecuente, en tanto pensó y luchó continuamente por los derechos de los trabajadores, sin los cuales, sostenía, no podía haber una república parlamentaria que mereciera ese nombre. Si se quiere, se trató de un personaje trágico, en cuanto defendía posiciones de la burguesía más avanzada, de la burguesía revolucionaria, cuando el jacobinismo ya no tenía el menor resquicio histórico. En otras palabras: defendía los intereses sociales de una clase que había dejado de existir, extinguida por el devenir de los tiempos y el desarrollo del capitalismo.

13. La última versión castellana es la de la Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979. También puede consultarse enwww.yachay.com.pe/especiales/7ensayos/ENSAYOS/htm.

14. Mariátegui, J.C.; El período del guano y del salitre (Ensayo I, cap. 3), en Siete ensayos…,www.yachay.com.pe/especiales/7ensayos/ENSAYOS/Ensayo1C.htm, p. 1. En este sitio, las páginas están numeradas independientemente en cada ensayo.

15. Idem anterior.

16. Idem anterior, p. 2.

17. En www.patriagrande.net/peru/jose.carlos.mariategui/el.problema.de.la.tierra.htm

18. Véase Justo, Liborio; Bolivia: la revolución derrotada, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971.

19. Se refiere al sacerdote católico Bartolomé de las Casas (1474-1566) quien, tras estudiar en Salamanca, se embarcó en condición de “doctrinero” en el buque Española, al mando del conquistador Nicolás de Ovando, en 1502. Ya en América recibió una encomienda (porción de territorio robado a los indígenas) que poco después abandonó para dedicarse a la defensa del indio, por lo cual se le dio el mote de “apóstol de los indios”. En 1512 se ordenó sacerdote, en 1522 ingresó en la orden de predicadores y llegó a ser obispo de Chiapas, actual territorio mexicano. Entre sus obras más importantes pueden citarse Memoriales sobre la reformación de las Indias, en la cual denuncia las atrocidades a que eran sometidos los indígenas en las minas, y la más polémica de todas:Brevísima relación de la destrucción de las Indias, en la cual desarrolla la teoría del “buen salvaje”, corrompido al entrar en contacto con una cultura extraña. En ese texto también expone sus ideas sobre ética política, filosofía del derecho, filosofía social, derecho de conquista y derecho de guerra.

20. En www.patriagrande.net…, p. 1.

21. Idem anterior, pp. 2-3.

22. Prensa Obrera Nº 977; 21/12/06: “Carta abierta a los compañeros y organizaciones del Mocase”, del Partido Obrero de Santiago del Estero.

23. Idem anterior.

24. Kautsky, Karl: La cuestión agraria, Siglo XXI, México 1984, pp. 527 a 540. Ese texto, un clásico marxista en la materia, fue escrito por Kautsky en 1899.

25. Conviene recordar que el capitalismo es el primer modo de producción en la historia que tiene una base técnica revolucionaria, que el revolucionarse continuamente a sí mismo es condición de su existencia, a diferencia de los modos de producción anteriores, cuya base técnica era conservad



 
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