Conque entonces, adiós. ¿No olvidas nada? Bueno, vete... Podemos despedirnos. ¿Ya no tenemos nada qué decirnos? Te dejo, puedes irte... Aunque no, espera, espera todavía que pare de llover... Espera un rato.
Y sobre todo, ve bien abrigada, pues ya sabes el frío que hace allí afuera. Un abrigo de invierno es lo que habría que ponerte... ¿De modo que te he devuelto todo? ¿No tengo tuyo nada? ¿Has tomado tus cartas, tu retrato?
Y bien, mírame ahora, amiga mía; pues que en fin, ya va uno a despedirse. ¡Vaya! No hay que afligirse; ¡vamos!, ¡no hay que llorar, qué tontería!
¡Y qué esfuerzo tan grande necesitan hacer nuestras cabezas, para poder imaginar y vernos otra vez los amantes aquellos tan rendidos y tan tiernos que habíamos sido antes!
Nos habíamos las vidas entregado para siempre, uno al otro, eternamente, y he aquí que ahora nos las devolvemos, y tú vas a dejarme y yo voy a dejarte, y pronto partiremos cada quien con su nombre, por su lado... Recomenzar... vagar... vivir en otra parte... Por supuesto, al principio sufriremos. Pero luego vendrá piadoso olvido, único amigo fiel que nos perdona; y habrá otra vez en que tú y yo tornaremos a ser como hemos sido, entre todas las otras, dos personas.
Así es que vas a entrar a mi pasado. Y he de verte en la calle desde lejos, sin cruzar, para hablarte, a la otra acera, y nos alejaremos distraídos y pasarás ligera con trajes para mí desconocidos. Y estaremos sin vernos largos meses, y olvidaré el sabor de tus caricias, y mis amigos te darán noticias de "aquel amigo tuyo".
Y yo a mi vez, con ansia reprimida por el mal fingido orgullo, preguntaré por la que fue mi estrella y al referirme a ti, que eres mi vida, a ti, que eras mi fuerza y mi dulzura, diré: ¿cómo va aquella?
Nuestro gran corazón, ¡qué pequeño era! Nuestros muchos propósitos, ¡qué pocos!; y sin embargo, estábamos tan locos al principio, en aquella primavera. ¡Te acuerdas? ¡La apoteosis! ¡El encanto! ¡Nos amábamos tanto!
¿Y esto era aquel amor? ¡Quién lo creyera! De modo que nosotros -aún nosotros-, cuando de amor hablamos ¿somos como los otros? He aquí el valor que damos a la frase de amor que nos conmueve. ¡Qué desgracia, Dios mío que seamos lo mismo que son todos! ¡Cómo llueve!
Tú no puedes salir así lloviendo. ¡Vamos!, quédate, mira, te lo ruego, ya trataremos de entendernos luego. Haremos nuevos planes, y aun cuando el corazón haya cambiado, quizá revivirá el amor pasado al encanto de viejos ademanes. Haremos lo posible; se portará uno bien. Tú, serás buena, Y luego... es increíble, tiene uno sus costumbres; la cadena llega a veces a ser necesidad.
Siéntate aquí, bien mío: recordarás junto de mí tu hastío, y yo cerca de ti mi soledad.
Me preguntas ahora por qué estoy tan callado? Porque llegó el momento, el gran momento, la hora de los ojos y las dulces sonrisas... ¡La noche....y esta noche cuánto amor por ti siento! Contra tu pecho apriétame. Necesito caricias. Si tú supieras todo lo que en mí está subiendo de deseo, de orgullo, de ambición, de ternura y de bondad. Más oye: tú no puedes saberlo. Bájate la pantalla, mejor así estaremos. En la sombra en donde los corazones hablan; cuando en torno las cosas se empiezan a ver menos; te amo mucho esta noche para hablarte de amor. Apriétame a tu pecho... Sobre tu pecho estoy. Cuánta dulzura mi amor halla! Y para acariciarte, cómo ansío que llegue el turno mío.... Baja más la pantalla... Pero no hablemos más. Tengamos juicio, estemos quietos. Dicha no hay ninguna, en este instante de pasión ferviente, como sentir tu piel cerca a mi frente.... Pero, ¿qué es eso? ¿Quién nos importuna? ¡El café! Ponlo allá. Cierra la puerta. ¿De qué te estaba hablando? ¿Tomamos el café? ¿Después...? ¿Ahora? ¡Ah! Te gusta caliente; lo estaba yo olvidando. ¿Quieres que te sirva yo mismo? ¿Eso prefieres? Está fuerte. ¿Azúcar? ¿Un terrón no más quieres? ¿Quieres que lo pruebe? ¿Será un terrón bastante? Esta es la taza tuya. Toma el café al instante, que se te enfría. Y calla y nada más hablemos. Pero, ¡qué oscuridad! Si nada vemos... Alza un poco, amor mío, la pantalla.