De boca del presidente Chávez,
y transmitido por todas las emisoras de radio y televisión, Venezuela
se pudo enterar de que, un Día de los Enamorados, se proponía “darle lo
suyo” a la entonces primera dama, Marisabel Rodríguez (febrero de 2000);
que durante la ceremonia de apertura de un túnel ferroviario “andaba
con un cólico” y “tenía diarrea” (agosto de 2008); o que su hija menor,
Rosinés, debió operarse de unas cataratas congénitas (noviembre de
2009). “Entonces”, se pregunta Marcelino Bisbal, director de posgrado en
Comunicación de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, “¿qué
puede estar pasando ahora con Chávez, que de tan público pasó a tan
privado?”.
Un estudio conducido por Bisbal contó 2.345 cadenas nacionales
(retransmisiones obligatorias en radio y televisión) emitidas por el
Gobierno de Chávez entre 2000 y 2012. Si se sumara el tiempo de todas
las intervenciones del comandante en esas cadenas —y sin incluir los
espacios de Aló, presidente, su maratoniano dominical—, se tendría un
discurso equivalente a más de 90 días sin parar de hablar día y noche.
La verborrea y el anhelo de mostrar se cuentan entre sus pulsiones
personales y, en cierto modo, en su arsenal ideológico. Pero en algún
momento de finales de 2012, sin duda posterior a su reelección del 7 de octubre, el personaje Chávez se transformó en el ciudadano Chávez.
El jueves, en una entrevista concedida a la agencia Efe, el vicepresidente Nicolás Maduro reclamaba “respeto a su privacidad y a sus derechos de paciente” para el primer mandatario, quien presuntamente se debate entre la vida y la muerte en Cuba desde el 11 de diciembre, cuando fue sometido a una nueva operación quirúrgica por un cáncer.
Contrario a su costumbre, contrario a la naturaleza misma de un
régimen personalista, desde hace poco más de un mes ni se ve ni se oye
al caudillo en los medios. Eso no había ocurrido ni siquiera en las
anteriores ocasiones en las que el exmilitar acudió a Cuba a operarse o a
recibir tratamiento.
Lo que se ha tenido, en cambio, es una serie de boletines, profusos
—29, de acuerdo a las cuentas gubernamentales—, pero escuetos y llenos
de expresiones vagas. “Los da el periodista Villegas, no el doctor
Villegas”, dice Bisbal, en una ironía que alude tanto al ministro de
información, Ernesto Villegas, como a la reticencia del oficialismo en
permitir que sus portavoces sobre este tema sean médicos acreditados, “y
debieron comenzar en junio de 2011, cuando el presidente admitió su enfermedad, y no ahora, cuando hasta se llegó a afirmar durante la campaña electoral que el cáncer de Chávez estaba curado”.
El desamparo informativo lo padecen todos.
En el Gobierno pocos conocen, fuera de un grupo de privilegiados, la
verdadera condición del presidente. El control de filtraciones sigue
siendo prioridad. En una entrevista con el diario Correo del Orinoco,
órgano del Ministerio de Información, Maryclen Stelling, socióloga y
directora de un observatorio de medios cercano al chavismo, concedía el
pasado domingo que en los comunicados oficiales “no se profundiza en la
salud del presidente, no se conoce si su gravedad se debe al cáncer que
tiene o a las complicaciones posoperatorias”.
El propio vicepresidente Maduro pareció aceptar en su entrevista del jueves que la ración de noticias que se ofrece desde el Gobierno es magra.
Sin embargo, no lo registra como un déficit de información, sino una
dosis administrada a propósito, que busca acomodarse a la categoría
intercontinental de Chávez, quien, en palabras de Maduro, “no es
cualquier ciudadano, de pronto un deportista, un artista famoso o un
presidente de algún Gobierno de otro lugar del mundo (…) que pueden
manejarse a través de partes técnicos”. Así, según define de manera
críptica su sucesor, para informar con propiedad sobre Chávez se tuvo
que diseñar una modalidad de “partes que combinan la lucha de ideas, la
defensa política y humana del presidente Chávez y su familia, y la
información médica”.
Hay quienes piensan que el éxito momentáneo del control de la
información y la postergación de los datos médicos no ha hecho más que
enconar los conflictos del futuro. Lo dice Antonio Pasquali,
comunicólogo y ex subdirector general del sector de Comunicaciones de la
Unesco: “Este secretismo es como un cometa con larga cola. El núcleo es
pequeño, lo que se oculta sobre la salud de Chávez, pero la cauda es de
miles de kilómetros: sobre este engaño se asentó el continuismo de un
Gobierno que cesó de serlo el pasado 10 de enero. Cuando la verdad se
revele, todo se derrumbará como un castillo de naipes”.
Especulaciones y rumores, contrapartes inevitables del vacío de
información, infestaban las calles de Caracas este viernes. Mientras
que, desde Miami, la cadena de habla hispana Univisión aseguraba que el
presidente había sido trasladado a un búnker subterráneo en La Habana,
fuentes en la capital venezolana daban testimonio de preparativos para
recibir al insigne paciente en el hospital Militar de Caracas.
A decir de Pasquali, los rumores no nacen de manera espontánea pero,
en lugar de constituir un gesto de disidencia ante la estrategia de
comunicación del Gobierno o un saldo indeseado de la misma, forman parte
integral de ella. “Asistimos a un proceso de totemización de Chávez que
tiene fundamento en el propio narcisismo del personaje cuando estaba
activo, pero que ahora es funcional a fines políticos y se desarrolla
sin importar que Chávez esté vivo o muerto. Aquí nada de lo que circula
es casual o improvisado”.
Los desconciertos que la ausencia del presidente generaría en la
sociedad venezolana dejaron de ser hipótesis el 10 de enero, fecha en la
que debió presentarse para jurar, ante la Asamblea Nacional, su nuevo
mandato hasta 2019. En vista de su inasistencia —anunciada 48 horas
antes—, el Tribunal
Supremo de Justicia emitió una decisión que, entre serias dudas sobre
su legalidad, permitió al Gobierno en funciones conservar el poder.
Esta semana, sin embargo, un episodio más propio de una comedia de
enredos que de la épica de una revolución subrayó que los vacíos
institucionales no quedaron saldados del todo con esa decisión del alto
tribunal: de hecho, tal vez los promueva.
El miércoles circuló la Gaceta Oficial donde se oficializaron el
nombramiento de Elías Jaua como ministro de Exteriores y vicepresidente
del área política. Solo el presidente en funciones puede designar a esos
cargos. Y, en efecto, los decretos venían con la firma de Chávez. Pero
se trataba de una firma a todas luces escaneada. Además, el texto del
documento, siguiendo la inercia de los formalismos, mantenía que fue
“dado en Caracas”. Pero, ¿el presidente no se halla en Cuba? ¿Se puede
validar una copia de una firma para documentos de esta índole? ¿Ante
quién se juramentaron los funcionarios? Las dudas, que prometen seguir
surgiendo, llevaron al excandidato presidencial opositor y gobernador de
Miranda, Henrique Capriles, a exigir: “Si el presidente puede firmar decretos, yo lo llamo a que aparezca”.