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General: Stalin y la leyenda negra ... de Doménico Losurdo ...crítica
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 13/01/2013 13:29 |
Publicado el 30/06/2012 por Esquinas.
Se realizan algunos comentarios inspirados en el magnífico libro de Doménico Losurdo Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. Ed.El Viejo Topo, 2011.
Estas líneas no son tanto una reseña del magnífico libro de Doménico Losurdo como unas reflexiones en torno a lo que el libro y el propio Stalin significa. Resumiré mi tesis de modo conciso: sin Stalin, las izquierdas somos imbéciles. Imbecillis -”sin bastón” en latín, llamaban los romanos a esas personas que sin tener bastón tenían que ir apoyándose en otras personas para ir andando. Una especie de lacra social que por no tener asidero iban fastidiando los andares del prójimo. Stalin y la URSS son el bastón racional sin que el que las izquierdas pueden comenzar a pensar. Y esto por varios motivos.
El primero, y casi de puro evidente, es que la racionalidad para un materialista tiene que ver con la cristalización de instituciones surgidas mediante la praxis histórica. Por consiguiente, antes de esas cristalizaciones poco se puede plantear. O dicho de otra manera: antes de que existiese el socialismo real poco se podía decir -con sentido- sobre el socialismo. Esto Marx lo sabía y por eso era reticente a las fórmulas sobre el futuro socialista aunque tomó buena nota de la Comuna de París como primer experimento. Por tanto, es la experiencia socialista real y efectiva la que actúa como material para pensar el propio socialismo y sin ese material tenemos muchas papeletas para caer en el delirio subjetivista o el nihilismo izquierdista. Particularmente fuerte es ese idealismo platónico que tiene una Idea de Socialismo tan pura y sublime que cualquier concreción histórica de la Idea le parece vana e irreal. El socialismo se convierte así en un mundo de ensoñaciones democráticas y paradisíacas donde “la economía será controlada por todo el pueblo” como si el pueblo fuera una entidad con cerebro capaz de tomar decisiones directamente y no mediante procedimientos indirectos institucionalizados o “el socialismo traerá una economía más humana” como si la economía capitalista o soviética no fueran humanas -¿acaso el hombre nace bueno y es el capitalismo o el “capitalismo de Estado soviético” el que lo corroe? ¿no resultará más bien que el hombre se moldea en la sociedad en el seno una pluralidad de grupos e instituciones? Así pues, desconfiemos de todos aquellos para los cuales cualquier socialismo es poco bueno en comparación con sus fantásticas y sublimes ideas del socialismo futuro. No se trata de no tener planes y programas, no se trata tampoco de no tener un proyecto futuro racional. Se trata de que esos planes y programas para un socialismo futuro no pueden generarse en el aire y por eso, quien quiera implantar un socialismo real que exista no puede sino basarse en el socialismo que realmente ha existido. Y esto tanto en realación a los acierto como en relación a los errores de ese socialismo real de referencia.
Esto me lleva al segundo punto por lo que Stalin y la experiencia soviética son claves para un proyecto de izquierda. Losurdo lleva toda la razón cuando afirma que Stalin supuso la corrección de ciertos postulados marxianos, mesiánicos e idealistas, para sustituirlos por otros. Stalin fue así el gran heterodoxo del marxismo que al calor del proceso revolucionario real que se estaba llevando a cabo tiene que modificar muchos de los dogmas heredados por la tradición marxista para aplicar aquel axioma leninista de estudiar la situación concreta y no repetir la fraseología heredada. Losurdo pone como ejemplo el caso de la desaparición del Estado. Stalin y su aparato tuvieron que rectificar el nihilismo administrativo y jurídico heredado de una concepción idealista y voluntarista del Estado. La historia de la administración soviética y del Derecho soviético en época de Stalin es la historia de una progresiva “des-voluntarización” del derecho y de la administración. Stalin fue consciente que el Estado, lejos de desaparecer, parecía reforzarse. Y lo asumió teóricamente dentro de las limitaciones que su tradición marxista le imponía.
Ahora bien, asumir que el Estado no va a desaparecer implica comenzar a pensar desde el Estado y los grupos o clases sobre los que se sustenta y en la dialéctica con otros Estados y clases que lo combaten a su alrededor. Cuando Stalin cita en las entrevistas con admiración a Pedro el Grande, no lo hace por ser un traidor a la clase obrera o un chovinista. Sino porque el Estado que ha conquistado el Partido bolchevique es históricamente heredero de ese de Pedro el Grande y por tanto no es intrascendente la experiencia histórica del zar Pedro para entender lo que estaba ocurriendo en la URSS. Un ejemplo: Polonia. Ya sea con el Imperio zarista, la URSS o la actual Rusia, siempre será el espacio a controlar frente a Alemania. Y esto es así se sea comunista o se sea zarista. La crucial diferencia es que Lenin y Stalin procuraron elevar a Polonia a un régimen socialista igual al propio de referencia, mientras que Alemania procuró mantener a Polonia en un segundo plano político e incluso racial. El carácter generador de la URSS puede verse en el conflicto con el fundamentalismo islámico: mientras Stalin eliminaba el burka y las vestimentas islámicas para “que las mujeres puedan acceder en pie de igualdad a la formación científico-técnica” -así decían los decretos al respecto- los gerifaltes musulmanes de Crimea pactaban con el “sultan Adolf Hitler” en la lucha contra el poder soviética. El informe del NKVD que se conserva tras la reconquista de Crimea deja clara -junto al material publicado por los dirigentes islamistas prohitlerianos- la influencia nacionalsocialista y la necesidad de deportación. Y esto nos lleva a entender el mecanismo de Leyenda negra. La deportación de los musulmanes de Crimea tras la reconquista roja, fue, para la historiografia occidental, fruto del delirio subjetivo de un Stalin cruel que no tendría otra cosa mejor que hacer que divertirse deportando a gente en masa. Ahora bien, en un tiempo donde la Guerra Fría se avecinaba y donde el puerto de Crimea era de vital importancia para que la Armada roja tuviera una salida al Mediterráneo, ¿podía Stalin dejar una zona de vital importancia estratégica en manos de una población que había colaborado mayoritariamente con la ocupación alemana? Estamos, y esto es lo que quiero recalcar ahora, en una caso parecido al de la expulsión de los moriscos con Felipe III. Para la Leyenda negra anti-española, la expulsión tiene que ver con la ancestral intolerancia católica española y no con la dialéctica de Estados y religiones que se estaba llevando a cabo en el Mediterráneo en particular y en toda Europa en general.
Y es que la Leyenda Negra, tanto la que afecta a España como la que afecta a la Unión Soviética, tienen interesantísimos puntos de contacto. En ambos casos la leyenda negra consiste no tanto en inventarse ciertos hechos -algunas invenciones sobre la Inquisición y sobre la maldad de las Checas son casi calcadas- como en callar lo que estaba pasando en el resto del mundo y negarse a explicar la racionalidad de lo que España o la URSS estaban haciendo. Domenico Losurdo utiliza precisamente este método comparativo para poner en claro cómo lo que ocurría en la URSS de Stalin no era algo anormal en comparación con procesos iguales o análogos que se estaban produciendo en el resto del mundo. En ‘Contrahistoria del liberalismo’ el comunista italiano saca a la luz la conexión entre el liberalismo realmente existente y los proyectos nazifascistas alemanes e italianos. Igual que se habla de la Inquisición española como si la Alemania protestante o la Inglaterra anglosajona no hubieran tenido inquisiciones mucho más sangrientas que la hispana se analizan procesos soviéticos sin compararlos con procesos del mundo capitalista. Porque al capitalismo -y aquí está parte de la trampa dialéctica denunciada por Losurdo- no se le reprochan sus maldades. Me atrevo a decir que la ideología individualista actúa como tapadera: para el liberal las atrocidades ocurridas en las sociedades capitalistas son frutos de malas decisiones atribuible a los individuos particulares pero no al sistema en general mientras que los errores del campo socialistas son aplicables a todo el sistema en general y no a decisiones particulares. Esto, por supuesto, no es verdad y es fruto de una mala comprensión del papel del Estado en el capitalismo. La hambruna irlandesa, las masacras de negros en la construcción del ferrocaril norteamericano, las matanzas en la colonización de África o la Indía, etc., fueron frutos de decisiones políticas y estaban engarzadas en el mismo proyecto político -”ortograma”- que esos Estados capitalistas estaban llevando a cabo.
Concluyo con un caso particular para entender, a modo concreto, qué quiero decir cuando mantengo la necesidad de tener a Stalin y a la URSS como referencia de racionalidad. Es normal, sobre todo entre el trotskismo, analizar ciertos cambios sociales acaecidos en la época de Stalin como traiciones al ideal prístino leninista. El caso concreto al que me voy a referir es a la modificación del matrimonio en la URSS de Stalin. El trotskista tenderá a ver en ello un proceso reaccionario por el que la Revolución se traiciona para volver a instituciones del Antiguo Régimen zarista debido a una burocracia corrupta que ha traicionado a la clase obrera. Sin embargo, no se analiza el papel que tuvo las nuevas leyes sobre el matrimonio dictadas por el primer gobierno soviético en 1918: bastaba con comunicar por carta al soviet de referencia la voluntad de casarse para que el matrimonio fuera dado por bueno. El matrimonio se liberalizó completamente en la Rusia leninista. Pero en vez de producirse la liberación esperada, la ruptura de la familia tradicional produjo un crecimiento espectacular de niños abandonados por sus familias. Legalmente, el caos generado por el matrimonio liberalizado hacia imposible saber a ciencia cierta con quién estaba o decía estar casado uno y, por tanto, era imposible determinar quienes se hacían responsables de los niños. Stalin modificó el derecho matrimonial soviético volviendo a institucionalizar el matrimonio e imponiendo condiciones más fuertes en el divorcio. Esto, unido a las ayudas a las familias, disminuyó de modo espectacular el número de niños abandonados en la URSS. Es decir, lo que tenemos aquí es la corrección de unas medidas ideológicas que al principio se veían como progresistas pero que la realidad histórica real vieron inviables en esa coyuntura histórica y por tanto tuvo que ser rectificada. No es que Stalin fuera un traidor respecto al ideal matrimonial planteado por los bolcheviques, es que Stalin fue más leninista que nadie al constatar que o fortalecía la familia soviética dotándola de seguridad institucional o el proceso revolucionario en la URSS corría grave peligro. No se trata por tanto, de ver si tal medida o cual es “de izquierdas” o “de derechas” como de referirnos al análisis concreto de la situación concreta para entender la racionalidad del proceso y aprender de lo ocurrido.
Por eso mismo Stalin y la experiencia soviética son cruciales para nosotros. No tanto para copiar fórmulas sino para aprender que no basta con tener en la cabeza sublimes y luminosas ideas que llevar luego a cabo sino aprender y argumentar desde el análisis concreto de la situación concreta abandonando la visión del fantástico “progreso histórico” como si fuéramos profetas que conociéramos una visión clara del futuro. Marx es tolerable por los ideólogos burgueses pero Lenin y Stalin jamás podrán ser aceptados por la ideología burguesa oficial. Y esto porque Lenin se propuso hacer la Revolución y la llevó a cabo, así como Stalin y su gestión política fue la que llevó el socialismo a medio mundo. Stalin fue el leninista más ortodoxo siendo un heterodoxo marxista. Los enemigos del socialismo no se lo perdonarán nunca así como no perdonarán a Losurdo que haya desmontado muchos mitos con este magnifico libro.
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Stalin, historia y crítica de una leyenda negra
Michelcollon.info
Traducido para Rebelión por Guillermo F. Parodi y revisado por Caty R. |
“Pero nosotros no somos estalinistas”. Un poco como los católicos contemporáneos que no tienen nada más urgente que rechazar al Papa, los comunistas actuales se despegan tanto como pueden del período durante el que el comunismo, no fue una simple “hipótesis”, sino un movimiento que reunía millones de personas, con un peso real en la historia, y que fue el período de Stalin. El filósofo italiano Domenico Losurdo no comparte esta forma de fuga de la historia o de autofagia de los comunistas, como lo llama, y es seguramente por eso que consagró un libro al hombre que fue a la vez uno de los más adulados y uno de los más odiados del siglo XX y que personificó más que cualquier otro carácter prometeico [1] de su tiempo.
Reflexiones sobre Stalin, a partir del libro de Domenico Losurdo, Stalin, historia y crítica de una leyenda negra; traducido del italiano por Marie-Ange Patrizio, con un epílogo de Luciano Canfora; Aden, Bruselas, 2011.
Aunque el autor desmonta la “leyenda negra” forjada entre otros por Arendt, Conquest, Kruschev y Trotski, este libro no es una apología de Stalin (aunque se le acusará de serlo) sino que más bien es una tentativa para sacar a Stalin de la demonología occidental, donde ocupa un lugar destacado al lado de su “hermano gemelo” Hitler, y hacerle entrar en la historia, una historia ciertamente trágica, pero que no se resume en la lucha del Bien democrático contra el Mal totalitario. El autor aborda de frente varios temas sensibles, como la conducción de Stalin de la guerra patriótica (1941-1945), la hambruna en Ucrania, los campos, la industrialización forzada, también el antisemitismo, y lo interesante es que el autor se apoya para ello en fuentes no comunistas.
Losurdo pone de manifiesto que las prácticas de deportación o trabajos forzados denunciadas como “monstruosas” cuando se debían a los estalinistas, eran perfectamente aceptables para el Occidente liberal cuando éste las aplicaba a los pueblos colonizados. Este libro ofrecerá quizá un antídoto a la culpabilización en la que se encierra a muchos comunistas desde hace décadas.
Debería sobre todo permitir ver al régimen soviético como una dictadura desarrollista, para utilizar las palabras de Losurdo, cuyo objetivo principal no tenía nada que ver con el socialismo tal se entendía antes de 1917, sino que apuntaba a que Occidente fuese alcanzado por un país atrasado. Toda la obra de Stalin puede resumirse en estas frases de Isaac Deutscher (que no le tenía el menor aprecio: “encontró una Rusia que trabajaba la tierra con arados de madera y la dejó propietaria de la pila atómica… Un resultado similar no habría podido obtenerse sin una profunda revolución cultural con la que se enviase a todo un país a la escuela para darle una amplia instrucción”. (Citado por Losurdo, p.12). Deutscher habría podido añadir que todo se hizo en un clima de hostilidad internacional y sabotaje inaudito y fue acompañado por la creación de un potente ejército que venció prácticamente solo al fascismo. Por supuesto fue el resultado de una dictadura feroz, ¿cómo podríamos imaginar que se hubiese realizado de una manera diferente? ¿Y cómo habríamos podido imaginar que todo eso fue realizado por el loco sanguinario, estúpido e inculto descrito en la “leyenda negra”?
¿Qué conclusiones políticas sacar del libro de Losurdo? Bertrand Russell [2] observaba, ya en 1920, que “los bolcheviques pasan por ser los aliados del socialismo occidental avanzado, y desde esa posición son propensos a serias críticas…. Pero como gobierno nacional, una vez eliminado su camuflaje y al considerarlos como los sucesores de Pedro el Grande, realizan una tarea necesaria, aunque ingrata.” El error fundamental de los comunistas occidentales fue dejarse engañar por el “camuflaje”, y hasta de pervertir así la idea del socialismo, definiéndolo como la obra de “sucesores de Pedro el Grande”. Así, inauguraron una tradición, que continúa, la desconfianza de la izquierda hacia las libertades democráticas (entre otras la libertad de expresión), percibidas hoy como “burguesas”, dado que se habían suprimido en la URSS, mientras que antes de 1917, los socialistas, sin distinción de tendencias, tanto reformistas como revolucionarios, habían defendido estas libertades.
Pero en lo que la izquierda occidental “radical” se convirtió, con la “desestalinización” y sobre todo después de mayo de 68, es una mezcla de subjetivismo y utopía que es, en muchos aspectos, peor que lo que eran los partidos comunistas occidentales en la época “estalinista”. Esta izquierda admitió progresivamente la idea de que el final de la URSS significaba el final del socialismo (lo que equivalía a perpetuar bajo forma invertida el error fundamental de los estalinistas) y la renuncia a todo proyecto radical de transformación socioeconómica. De esa manera, abandonó poco a poco a la mayor parte del pueblo, concentrándose exclusivamente en los “excluidos”: minorías sexuales, sin papeles, personas carenciadas provenientes de la inmigración. El discurso transmitido a la mayoría ya no fue un discurso vuelto hacia el futuro (“construir el socialismo”) sino hacia el pasado, y no pretende unir sino culpabilizar: sobre el holocausto, el colonialismo, el racismo, la degradación ecológica o, con respecto a los raros partidarios de la izquierda clásica, a culpabilizarlos por el estalinismo. Los propios mitos europeístas o alter-europeístas, justificados por la culpabilización antinacionalista, eliminaron toda reflexión política real y nos encierran en una regresión social sin final. El internacionalismo “proletario” fue sustituido por el “derecho de injerencia humanitaria”. El control del discurso, en nombre del antirracismo y el antifascismo, es aún más totalitario que antes: para la izquierda actual, es bien más grave pronunciar una frase racista que privatizar un banco público.
A pesar de todos sus defectos, los comunistas occidentales “estalinistas” peleaban por causas generalmente justas: la lucha contra el fascismo, las políticas de progreso social y la descolonización. En la actualidad, la izquierda occidental está -con su retórica grandilocuente sobre los derechos humanos- sin proyecto, sin futuro y completamente al margen de la historia real.
El libro de Losurdo quizás permitirá a los comunistas, apropiándose nuevamente de una visión realista de su historia, comenzar a reinventarse un futuro.
Notas:
[1] Rasgo prometeico: ambición, prepotencia o abuso de cualquier práctica. (Nota del traductor).
[2] Bertrand Russell, La pratique et la théorie du bolchevisme, traducido al francés por André Pierre, La Sirène, París, 1921, p. 43.
Fuente: http://www.michelcollon.info/Staline-histoire-et-critique-d-une.html
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Stalin: Historia y critica de una leyenda negra Domenico Losurdo
Resumen escribió:
¿Fue Stalin ese «enorme, siniestro, caprichoso y degenerado monstruo humano», como dijo Nikita Kruschov en su famoso Informe secreto? ¿O, como se ha dicho después, el inepto hermano gemelo de Hitler? ¿El dictador sádico, paranoico, antisemita, carente del menor escrúpulo que ha retratado la historiografía dominante?
Domenico Losurdo cree que no. Sin por ello exculpar a Stalin del horror del Gulag, ni negar su responsabilidad en otros crímenes, Losurdo resulta convincente cuando imputa como falsa la acusación de antisemitismo, cuando subraya el genio estratégico y militar del líder soviético o cuando rechaza el paralelismo con el Führer, por citar algunos aspectos que se dan por ciertos sin serlo. Más aún: al contextualizar las decisiones, muchas veces terribles, que tomó Stalin, Losurdo demuestra que es más fácil enlazar los delirios racistas e imperiales de Hitler con sus contemporáneos occidentales y sus precursores, que con el político bolchevique.
Libro que cuestiona la mayor parte de la historiografía actual, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra no dejará indiferente a quien se adentre en sus páginas.
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Sobre el Stalin de Domenico LosurdoHistoria y crítica de una leyenda negra (I)Salvador López Arnalhttp://www.rebelion.org/noticia.php?id=126215Editado en italiano en 2008, la editorial de El Viejo Topo, con traducción de Antonio Antón Fernández, acaba de publicar Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. Un libro del que lo primero que cabe decir es que es imposible que deje indiferente a ningún lector o lectora, esté o no inmerso en la tradición política en la que se enmarca el autor. Éste, Domenico Losurdo, no necesita presentación. Otro excelente libro suyo, Contrahistoria del liberalismo, del que hay más de una huella en el ensayo que comentamos, fue publicado hace unos años por la misma editorial barcelonesa. Un texto de Luciano Canfora, “De Stalin a Gorbachov: cómo acaba un imperio”, pp. 365-383, cierra el ensayo de Losurdo. Historiador, filósofo, politólogo, escritor. No hay, propiamente, trabajo historiográfico directo de investigación en el volumen que comentamos. No hay una sola referencia a ningún archivo en la bibliografía ni en las notas a pie de página. Hay, eso sí, desde la primera línea, una reinterpretación, siempre sugerente y nunca gratuita, de informaciones, argumentos, lugares asentados, tesis, hipótesis en torno a la figura del estadista soviético y su tiempo, un tiempo grande y terrible en opinión de Gramsci, cada vez más grande y más terrible cuando más conocemos sobre aquellos años sin duda interesantes pero también de vértido. Para los filósofos, académicos o no, tienen especial interés las agudas notas críticas que Losurdo vierte casi desde el inicio de su libro sobre tesis centrales de la obra de Hannah Arendt. Sin embargo, sin ser un libro de investigación histórica directa, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra es, plenamente, un libro de historia y pensamiento sobre un nudo esencial en la polémica político-cultural contemporánea de la tradición marxista-comunista, y de tradiciones próximas y algo alejadas, al mismo tiempo que, complementariamente, es una aguda y documentada crítica de las posiciones históricas e interpretativas, y de argumentaciones y autores esenciales, de la tradición liberal Losurdo señala en la misma obertura del libro que en la investigación bibliográfica le han ayudado Bruno Böröcz y Eric Le Lenn, y en la corrección de borradores, Paolo Ercolani y Giorgio Grimaldi. Recogemos aquí su observación. La estructura del libro es la siguiente: un preámbulo que lleva por título “El giro radical en la historia de la imagen de Stalin” y una introducción titulada “De la Guerra Fría al Informe Kruschov”. Los ocho capítulos que componen Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra son los siguientes: Capítulo 1. Cómo arrojar un dios al infierno: el Informe Kruschov -Un “enorme, siniestro, caprichoso y degenerado monstruo humano”; La Gran guerra patriótica y las «invenciones» de Kruschov; Una serie de campañas de desinformación y la operación Barbarroja; El rápido desenlace y fracaso de la guerra-relámpago; La carencia de «sensatez» y las “deportaciones en masa de pueblos enteros”, El culto de la personalidad en Rusia; de Kerensky a Stalin-. Capítulo 2. Los bolcheviques, del conflicto ideológico a la guerra civil -La Revolución rusa y la dialéctica de Saturno; El ministerio de Exteriores «cierra la ventanilla»; El ocaso de la «economía del dinero» y de la «moral mercantil»; «No más distinciones entre tuyo y mío»: la disolución de la familia; La condena de la «política de jefes» o la «transformación del poder en amor»; El asesinato de Kírov: ¿complot de los poderosos o terrorismo?; Terrorismo, golpe de Estado y guerra civil; Conspiración, infiltración en el aparato estatal y «lenguaje esópico»; Infiltración, desinformación y llamados a la insurrección; Guerra civil y maniobras internacionales; Entre «derrocamiento bonapartista», «golpes de Estado» y desinformación: el caso Tuchachevsky; Tres guerras civiles. Capítulo 3. Entre el siglo veinte y las raíces históricas previas, entre historia del marxismo e historia de Rusia: los orígenes del “estalinismo” -Una catástrofe anunciada; El Estado ruso salvado por los defensores de la «extinción del Estado»; Stalin y la conclusión del Segundo período de desórdenes; Utopía exaltada y prolongación del estado de excepción; Del universalismo abstracto a la acusación de traición; La dialéctica de la revolución y la génesis del universalismo abstracto; Universalidad abstracta y terror en la Rusia soviética; Qué significa gobernar: un atormentado proceso de aprendizaje. Capítulo 4. La andadura compleja y contradictoria de la era de Stalin -Del nuevo impulso de la «democracia soviética» a la «noche de San Bartolomé»; Del «democratismo socialista» al Gran terror; Del «socialismo sin dictadura del proletariado» a la vuelta de tuerca de la Guerra fría; ¿Burocratismo o «fe furiosa»?; Un universo concentracionario rico en contradicciones; Siberia zarista; “Siberia” de la Inglaterra liberal y Gulag soviético; El universo concentracionario en la Rusia soviética y en el Tercer Reich; Gulag, Konzentrationslager y el “Tercero ausente”; El despertar nacional en Europa oriental y en las colonias: dos respuestas antitéticas; ¿Totalitarismo o dictadura desarrollista?. Capítulo 5. Olvido de la historia y construcción de una mitología. Stalin y Hitler como monstruos gemelos -Guerra fría y reductio ad Hitlerum del nuevo enemigo; El culto negativo de los héroes; El teorema de las afinidades electivas entre Stalin y Hitler; El holocausto ucraniano equiparado al holocausto judío; La hambruna terrorista en la historia del Occidente liberal; Simetrías perfectas y autoabsoluciones: ¿antisemitismo de Stalin?; Antisemitismo y racismo colonial: la polémica Churchill-Stalin; Trotsky y la acusación a Stalin de antisemitismo; Stalin y la condena del antisemitismo zarista y nazi; Stalin y el apoyo a la fundación y consolidación de Israel; El viraje de la Guerra fría y el chantaje al matrimonio Rosenberg; Stalin, Israel y las comunidades judías de Europa oriental; La cuestión del «cosmopolitismo»; Stalin en la «corte» de los judíos, los judíos en la «corte» de Stalin; De Trotsky a Stalin, del monstruo “semita” al monstruo “antisemita”. Capítulo 6. Psicopatología, moral e historia en la lectura de la era de Stalin -Geopolítica, terror y “paranoia” de Stalin; La “paranoia” del Occidente liberal; ¿“Inmoralidad” o indignación moral?; La reductio ad Hitlerum y sus variantes; Conflictos trágicos y dilemas morales; La Katyn soviética y la “Katyn” estadounidense y surcoreana; Ineludibilidad y complejidad del juicio moral; Stalin, Pedro el Grande y el «nuevo Lincoln”. Capítulo 7. La imagen de Stalin entre historia y mitología -Las diversas fuentes historiográficas de la imagen actual de Stalin; Otras cuestiones sobre la imagen de Stalin; Motivos contradictorios en la demonización de Stalin; Lucha política y mitología entre Revolución francesa y Revolución de Octubre. Capítulo 8. Demonización y hagiografía en la interpretación del mundo contemporáneo -Del olvido del Segundo período de desórdenes en Rusia al olvido del Siglo de las humillaciones en China; La obliteración de la guerra y la producción en serie de monstruos gemelos de Hitler; Socialismo y nazismo, arios y anglo-celtas; El Nuremberg anticomunista y la negación del principio de tu quoque; Demonización y hagiografía: el ejemplo del «más grande historiador moderno vivo»; Revoluciones abolicionistas y demonización de los «blancófagos» y de los bárbaros; ¿La historia universal como «grotesca sucesión de monstruos» y como «teratología»? Como indicamos anteriormente, “De Stalin a Gorbachov: cómo acaba un imperio” es el texto de Luciano Canfora que cierra el ensayo. Luego una bibliografía de 12 páginas y unos cuatrocientos libros, y un índice onomástico. Ninguno o casi ninguno de los grandes temas asociados a Stalin y el estalinismo, una categoría que, como veremos, no complace en demasía a Losurdo, esta ausente en la rigurosa exposición del gran filósofo italiano. El preámbulo lleva por título “El giro radical en la historia de la imagen de Stalin” y está formado por dos apartados. El título del primero es: “De la guerra fría al Informe Kruschov”. Aquí proseguiremos. Si el lector/a tiene dudas, si quiere balancear si vale la pena el esfuerzo de lectura de este voluminoso libro, puede empezar por ojear las páginas que Losurdo dedica al asesinato de Kirov en el segundo capítulo o, por poner un ejemplo destacado, por analizar su uso de la noción “fe furiosa”, una categoría central en su exposición. Ni que decir tiene que admitir un gran interés por un ensayo no implica coincidencia en todos sus puntos ni creer en la inexistencia de debilidad argumentativa (o de argumentación orientada) en algunas de sus afirmaciones y tesis. Como era previsible, también desde las primeras páginas, la aproximación de Losurdo a Trotski y al trotskismo, no podía ser otra manera, es asunto de alta tensión político-filosófica.
También me parece muy digna de leer la reseña de Jean Bricmont aparecida en la haine
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Domenico Losurdo
De Wikipedia, la enciclopedia libre
Domenico Losurdo, nacido en Sannicandro di Bari (Italia) en 1941, constituye uno de los principales filósofos italianos de la actualidad, cercano al comunismo. Se le conoce sobre todo por su postura crítica con la situación de este país.
Cursó los estudios de filosofía en Tubinga (Alemania) y en Urbino (Italia), donde se doctoró con una tesis sobre Karl Rosenkranz, dirigida por Pasquale Salvucci.
Actualmente desempeña la tarea docente como profesor de filosofía de la historia en la Universidad de Urbino, asimismo es presidente de la Sociedad Internacional de Filosofía Dialéctica Hegeliana y colabora habitualmente en revistas especializadas de filosofía y teoría política.
Su principal ámbito de investigación se refiere a la reconstrucción de la Historia de la filosofía política clásica alemana, desde Kant a Marx, con especial interés en Hegel. Esta reflexión le lleva a una relectura crítica de la tradición liberal de la filosofía.
También ha estudiado en profundidad la filosofía de a Nietzsche y ha escrito una de las más profundas reflexiones sobre la filosofía de Heidegger en relación con la guerra.
[editar] Bibliografía
Entre Las principales obras escritas por Domenico Losurdo destacan:
- Autocensura e compromesso nel pensiero politico di Kant, Napoli, 1984
- Hegel und das deutsche Erbe. Philosophie und nationale Frage zwischen Revolution und Reaktion, Köln, 1989
- La comunità, la morte, l'Occidente. Heidegger e l' "ideologia della guerra", Torino, 1991. Traducido al castellano como La comunidad, la muerte, Occidente : Heidegger y la "ideología de la guerra" Buenos Aires : Losada, 2003
- Hegel e la libertà dei moderni, Roma, 1992
- Democrazia o bonapartismo: trionfo e decadenza del suffragio universale, Bollati Boringhieri, Torino, 1993;
- La Seconda Repubblica. Liberismo, federalismo, postfascismo, Bollati Boringhieri, Torino, 1994.
- Controstoria del liberalismo, Roma-Bari : Laterza, 2005. Traducido al castellamo como Contrahistoria del liberalismo Mataró (Barcelona)] : El Viejo Topo, D.L. 2007
- Il linguaggio dell'Impero : lessico dell'ideologia americana Roma- Bari : Laterza, 2007
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Sobre el Stalin de Domenico Losurdo
Historia y crítica de una leyenda negra: el informe Kruschov (II)
El preámbulo del libro de Domenico Losurdo (DL) lleva por título “El giro radical en la historia de la imagen de Stalin”. Está dividido en dos apartados[1].“De la guerra fría al Informe Kruschov” es el título del primero; “En pos de una comparativa global” es el segundo.
Tras la desaparición de Stalin se sucedieron imponentes manifestaciones de duelo, recuerda DL. En el transcurso de su agonía “millones de personas se agolparon en el centro de Moscú para rendir el último homenaje” al dirigente que estaba muriendo. El día de su muerte, 5 de mazo de 1953, “millones de ciudadanos lloraron la pérdida como si se tratase de un luto personal”. Losurdo toma pie en aproximaciones de Medvedev y Zubkova.
La misma reacción se produjo en los rincones más recónditos de la URSS. La “consternación general” se difundió más allá de las fronteras soviéticas. Por las calles de Budapest y de Praga muchas personas lloraban, afirma DL sin más precisión. A miles de kilómetros del campo socialista, también en Israel, la reacción fue similar. “Todos los miembros del MAPAM, sin excepción, lloraron”. Se trataba del partido al que pertenecían “todos los líderes veteranos” y “casi todos los ex-combatientes”. No se sabe si este comentario de DL es un elogio, una mera descripción o una severa crítica teniendo en cuenta las orientaciones políticas de los personajes de primera línea del aparato estatal y militar israelí.
En Occidente, entre los que homenajearon al líder soviético desaparecido, no se encontraban solamente los militantes de los partidos comunistas ligados a la URSS. Isaac Deutscher, por ejemplo, “un ferviente admirador de Trotsky” en palabras de DL, escribió un una necrológica llena de reconocimientos.
El texto que el filósofo italiano reproduce en su libro no parece tan pletórico de reconocimientos: incide en un punto, entonces de consenso general: la gran transformación económica y cultural, casi por nadie discutida, de la Unión Soviética. El texto de Deutscher afirma: “Tras tres decenios, el rostro de la Unión Soviética se ha transformado completamente. Lo esencial de la acción histórica del estalinismo es esto: se ha encontrado con una Rusia que trabajaba la tierra con arados de madera, y la deja siendo dueña de la pila atómica. Ha alzado a Rusia hasta el grado de segunda potencia industrial del mundo, y no se trata solamente de una cuestión de mero progreso material y de organización. No se habría podido obtener un resultado similar sin una gran revolución cultural en la que se ha enviado al colegio a un país entero para impartirle una amplia enseñanza” [el énfasis es mío]. DL añade: “En definitiva, aunque condicionado y en parte desfigurado por la herencia asiática y despótica de la Rusia zarista, en la URSS de Stalin «el ideal socialista tenía una innata, compacta integridad»”. Pero, obsérvese, Deutscher no afirma que esa compacta integridad del ideal socialista en la URSS estuviera en el haber de Stalin y del estalinismo. Podría pensarse, por ejemplo, en una compacticidad que logró superar incluso los desmanes y desvaríos del período.
En este balance histórico, no había ya sitio para las feroces acusaciones dirigidas en su momento por Trotski al líder desaparecido. ¿Qué sentido tenía, pregunta DL, “condenar a Stalin como traidor al ideal de la revolución mundial y preconizador del socialismo en un sólo país, en un momento en el que el nuevo orden social se expandía por Europa y Asia y la revolución rompía su «cascarón nacional»?”
Losurdo cita a continuación una aproximación de Alexandre Kojève. Ridiculizado por Trotsky como un “pequeño provinciano transportado, como si de un chiste de la historia se tratase, al plano de los grandes acontecimientos mundiales”, Stalin había surgido, en opinión de Kojève, “como encarnación del hegeliano espíritu del mundo y había sido por tanto llamado a unificar y a dirigir la humanidad, recurriendo a métodos enérgicos y combinando en su práctica sabiduría y tiranía”. Pero, supongamos aunque no admitamos, que no siempre el hegelismo acierta en sus expresiones, y que el espíritu del mundo también puede echar una cabezadita en ocasiones.
Al margen de los ambientes comunistas y pese al recrudecimiento de la Guerra Fría y la persistencia de la guerra en Corea, DL sostiene y documenta que en Occidente la muerte de Stalin dio pie a necrológicas por lo general “respetuosas” o “equilibradas”: en la conciencia popular persistía el recuerdo afectuoso por el gran líder de la guerra que había guiado a su pueblo a la victoria sobre Hitler y había ayudado decisivamente a salvar a Europa de la barbarie nazi. Sin atisbo para la duda
DL cita a continuación algunas personalidades conquistadas por, entre otras cosas, el excepcional dominio de Stalin de asuntos técnico-militares. Winston Churchill, por ejemplo, quien años atrás había defendido una intervención militar contra el país de la Revolución de Octubre En la Conferencia de Teherán de noviembre de 1943, el estadista inglés había saludado al homólogo soviético como “Stalin el Grande”: como digno heredero de Pedro el Grande, había salvado a su país preparándolo para derrotar a los nuevos invasores. Probablemente, un elogio churchilliano envenenado.
Otros testimonios positivos citados por Losurdo: los de Averell Harriman, embajador estadounidense en Moscú entre 1943 y 1946, y los Alcide De Gasperi. Los reconocimientos del político italiano no se limitaban al plano meramente militar, recuerda DL citando a De Gasperi: “Cuando veo que Hitler y Mussolini perseguían a los hombres por su raza, e inventaban aquella terrible legislación antijudía que conocemos, y contemplo cómo los rusos, compuestos por 160 razas diferentes, buscan la fusión de éstas, superando las diferencias existentes entre Asia y Europa, este intento, este esfuerzo hacia la unificación de la sociedad humana, dejadme decir: esto es cristiano, esto es eminentemente universalista en el sentido del catolicismo”.
Tampoco el prestigio de Stalin entre los grandes intelectuales del momento era menos intenso ni menos generalizado. Harold J. Laski es un ejemplo de ello. En 1945, recuerda DL pensando seguramente en profundos cambios no muy alejados o en inconsistencias posteriores, que Hannah Arendt había afirmado que “el país dirigido por Stalin se había distinguido por el «modo, completamente nuevo y exitoso, de afrontar y armonizar los conflictos entre nacionalidades, de organizar poblaciones diferentes sobre la base de la igualdad nacional». Era una suerte de modelo, proseguía la filósofa alemana exiliada, algo “al que todo movimiento político y nacional debería prestar atención”.
Tampoco Benedetto Croce se mostraba muy alejado de estas consideraciones. Las dudas del filósofo liberal, señala DL, se concentraban más bien sobre el futuro de la Unión Soviética.
Losurdo recuerda oportunamente que aquellos que, con el comienzo de la fuerte crisis de la gran alianza de la II Guerra Mundial, comenzaban a aproximar la Unión Soviética y la Alemania de Hitler, habían sido reprobados con dureza por un lúcido Thomas Mann. “Lo que caracterizaba al Tercer Reich era la «megalomanía racial» de la sedicente «raza de Señores», que había puesto en marcha una «diabólica política de despoblación», y antes, de extirpación de la cultura en los territorios conquistados. Hitler se había limitado así a la máxima de Nietzsche: «Si se desean esclavos es estúpido educarlos como amos». La orientación del «socialismo ruso» era directamente la contraria; difundiendo masivamente instrucción y cultura, había demostrado no querer «esclavos», sino más bien «hombres pensantes», y por tanto, pese a todo, había estado dirigida «hacia la libertad». Resultaba por consiguiente inaceptable la aproximación entre los dos regímenes”. Colocar en el mismo plano poliético el comunismo ruso y el nazifascismo, en la medida en que ambos serían totalitarios, era, en el mejor de los casos, una superficialidad; en el peor era fascismo. Mann sabía qué era pensar sin ser ningún heideggeriano.
Después, prosigue DL, estalló la guerra fría y, al publicar su libro sobre el totalitarismo, Arendt llevaría a cabo en 1951, dos años antes del fallecimiento de Stalin, precisamente aquello que Mann denunciaba. Sin embargo, insiste Losurdo, “casi simultáneamente, Kojève señalaba a Stalin como el protagonista de un giro histórico decididamente progresivo y de dimensiones planetarias”.
DL, de nuevo, recuerda la aproximación del líder intelectual del laborismo inglés. En 1948 Laski había reafianzado el punto de vista expresado tres años antes: “[…] para definir a la URSS retomaba una categoría utilizada por otra representante de primer nivel del laborismo inglés, Beatrice Webb, que ya en 1931, aunque también durante la segunda guerra mundial y hasta su muerte, había hablado del país soviético en términos de «nueva civilización». Sí —confirmaba Laski—, con el formidable impulso dado a la promoción social de las clases durante tanto tiempo explotadas y oprimidas, y con introducción en la fábrica y en los puestos de trabajo de nuevas relaciones que ya no se apoyaban en el poder soberano de los propietarios de los medios de producción, el país guiado por Stalin había despuntado como el «pionero de una nueva civilización»”. Ambos autores se habían apresurado a precisar que “sobre la «nueva civilización» que estaba surgiendo todavía pesaba el lastre de la «Rusia bárbara». Esta se expresaba en formas despóticas, pero —subrayaba en especial Laski— para formular un juicio correcto sobre la Unión Soviética era necesario no perder de vista un hecho esencial: «Sus líderes llegaron al poder en un país acostumbrado a una tiranía sangrienta» y estaban obligados a gobernar en una situación caracterizada por un «estado de sitio» más o menos permanente y por una «guerra en potencia o en acto»”. Por lo demás, también Inglaterra y los Estados Unidos habían limitado de manera más o menos drástica las libertades tradicionales en situaciones de aguda crisis política. Nuevos comentarios de Bobbio ahondan en esa misma línea
En conclusión, sostiene DL, durante todo un período histórico que él no cree preciso delimitar, “en círculos que iban bastante más allá del movimiento comunista, el país guiado por Stalin, así como el mismo Stalin, gozaron de interés y simpatía, de estima y quizás incluso de admiración. Desde luego, hay que contar con la grave desilusión provocada por el pacto con la Alemania nazi, pero Stalingrado ya se había ocupado de borrarla”.
Es por esto por lo que en 1953, y en los años siguientes, conjetura arriesgadamente Losurdo, el homenaje al líder desaparecido unió (se sobreentiende sin excepciones de interés) al campo socialista, y “pareció por momentos fortalecer al movimiento comunista pese a las anteriores pérdidas, y acabó en cierto modo teniendo eco en el mismo Occidente liberal, que se había volcado ya en una Guerra fría dirigida por ambas partes, sin concesiones”. No es casual, señala agudamente DL que en el discurso de Fulton que dio pie al comienzo oficial de la Guerra fría, Churchill se expresara así: “Siento gran admiración y respeto por el valiente pueblo ruso y por mi compañero en tiempos de guerra, el mariscal Stalin”. Poco después, en 1952, en vida de Stalin un gran historiador inglés que había trabajado al servicio del Foreign Office, Arnold Toynbee, “había podido permitirse comparar al líder soviético con «un hombre de genio: Pedro el Grande»; sí, “la prueba del campo de batalla ha acabado justificando el tiránico impulso de occidentalización tecnológica llevado a cabo por Stalin, tal y como ocurrió antes con Pedro el Grande”. De nuevo estamos ante un elogio con doble cara.
Para Losurdo, sin duda, más aún que la Guerra fría, es otro acontecimiento histórico el que imprime un giro radical a la historia de la imagen de Stalin; el discurso de Churchill en Fullton “tiene un papel menos importante que otro discurso, el pronunciado diez años después, para ser más exactos el 25 de febrero de 1956, por Nikita Kruschov en ocasión del XX Congreso del partido comunista de la Unión Soviética”.
Kruschov es el malo-perverso-tonto de la película dirigida por Losurdo. “Durante más de tres decenios este Informe, que dibujaba el retrato de un dictador enfermizamente sanguinario, vanidoso y bastante mediocre —o incluso ridículo— en el plano intelectual, ha satisfecho a casi todos”.
Permitía., por una parte, al nuevo grupo dirigente que gobernaba la URSS presentarse como el depositario único de la legitimidad revolucionaria “en el ámbito del país, del campo socialista y del movimiento comunista internacional”. Del mismo modo, “reforzado en sus antiguas convicciones y con nuevos argumentos a disposición para emprender la Guerra fría, también Occidente tenía razones para estar satisfecho (o entusiasta)”. En los Estados Unidos la sovietología había manifestado la tendencia a desarrollarse alrededor de la CIA y otras agencias militares y de intelligence, previa eliminación de todo elemento sospechoso “de albergar simpatías por el país de la Revolución de Octubre”.
Más que el comunismo en cuanto tal, sostiene Losurdo, el Informe Kruschov ponía “bajo el dedo acusador a una única persona, pero en aquellos años era oportuno, también desde el punto de vista de Washington y de sus aliados, no ampliar demasiado el blanco, y concentrar el fuego sobre el país de Stalin”. ¿Por qué? Losurdo, que no se corta ni un pelo, amplía mucho aquí el arco geográfico y temporal: ”Con la firma del «pacto balcánico» de 1953, firmado con Turquía y Grecia, Yugoslavia se convirtió en una especie de miembro externo de la OTAN, y unos veinte años después también China cerrará con los EEUU una alianza de facto contra la Unión Soviética. Es a esta superpotencia a la que hay que aislar, y a la que se insta a realizar una “desestalinización” cada vez más radical, hasta quedar privada de toda identidad y autoestima, y tener que resignarse a la capitulación y a la disolución final”.
No es imposible que la concepción hegeliana de la Historia, tan bien analizada y estudiada por el gran hegeliano Losurdo, desempeñe aquí un importante papel: todas las piezas, también las distantes y alejadas, encajan consistentemente en una única imagen, en un consistente foco lumínico.
Por lo demás, según Losurdo, gracias a las “revelaciones” de Moscú, “los grandes intelectuales podían olvidar tranquilamente el interés, la simpatía e incluso la admiración con la que habían mirado hacia la URSS estaliniana”. No está claro que ese fuera realmente el resultado histórico inmediato: el informe secreto provocó, sin duda, una fuerte agitación anti-estalinista, un atreverse a decir y criticar sin hacer juego al enemigo, que, en la mayoría de los casos, no condujo a una separación de los destinos de la Unión Soviética y de las luchas comunistas revolucionarias en numerosos países del mundo.
También los intelectuales que tenían en Trotsky su punto de referencia, sostiene Losurdo a continuación, encontraron consuelo en aquellas “revelaciones”. Durante mucho tiempo había sido Trotsky quien había encarnado, a ojos de los enemigos de la Unión Soviética, la ignominia del comunismo. A partir del giro realizado en el XX Congreso del PCUS, “en el museo de los horrores se colocó solamente a Stalin y sus colaboradores más estrechos. Sobre todo, ejerciendo su influencia bastante más allá del ámbito trotskista, el Informe Kruschov cumplía con Trotsky, que recurre repetidas veces a la categoría de «dictadura totalitaria» y, en el ámbito de este genus, distingue, por un lado, la species «estalinista» y, por el otro, la «fascista» (y sobre todo la hitleriana), recurriendo a una contextualización que se convertirá después en el sentido común de la Guerra fría y en la ideología hoy dominante”.
Es convincente este modo de argumentar, pregunta Losurdo finalmente, “o conviene más bien recurrir a una comparativa global, sin perder de vista ni la historia de Rusia en su totalidad ni los países implicados en la Segunda guerra de los treinta años”. Es verdad, sostiene, que de este modo “se procede a una comparación entre países y líderes con características bastante diferentes entre ellas”. Pero tal diversidad, “¿debe explicarse exclusivamente a través de las ideologías, o juega también un papel importante la situación objetiva, es decir, la colocación geopolítica y el bagaje histórico de cada uno de los países implicados en la Segunda guerra de los treinta años?”
Cuando hablamos de Stalin, sostiene DL, nuestro pensamiento nos lleva inmediatamente a la personalización del poder, “al universo concentracionario, a la deportación de grupos étnicos enteros”. La gran pregunta: “estos fenómenos y prácticas, ¿remiten solamente a la Alemania nazi, aparte de la URSS, o se manifiestan también en otros países, en modalidades diferentes según la mayor o menor intensidad del estado de excepción y de su duración más o menos extensa, incluidos aquellos con una tradición liberal más consolidada?”
En opinión de Losurdo, no se debe perder de vista el papel ejercido por las ideologías, mas “la ideología de la que Stalin se reclama heredero, ¿puede realmente equipararse a la que inspira a Hitler, o en este campo, llevada a cabo sin prejuicios, la comparación acaba produciendo resultados inesperados?” En perjuicio de los teóricos de la “pureza”, sostiee DL, “debe tenerse en cuenta que un movimiento o régimen político no puede ser juzgado en base a la excelencia de los ideales en los que declara inspirarse: en la valoración de estos mismos ideales no podemos pasar por alto la Wirkungsgeschichte, la «historia de los efectos» producidos por ellos”. Ahora bien, tal aproximación, “¿debe aplicarse globalmente, o solamente al movimiento que se inspiró en Lenin o Marx?” Para el gran filósofo italiano, “estos interrogantes se muestran superfluos o incluso engañosos a aquellos que omiten el problema de la cambiante imagen de Stalin basándose en la creencia de que Kruschov habría sacado a la luz finalmente la verdad oculta”.
Nota:
[1] Domenico Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. El Viejo Topo, Barcelona, 2011, traducción de Antonio Antón Fernández (con un ensayo de Luciano Canfora).
[2] Debo la referencia de este texto al gran historiador catalán Jordi Torrent Bestit. Comunicación personal, abril de 2011.
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