- Desde
la época de Nicolas Sarkozy, con Laurent Gbagbo, Muammar el-Kadhafi y
Bachar al-Assad, la diplomacia francesa viene practicando el beso de
Judas. El 19 de diciembre de 2012, el presidente Francois Hollanda llega
a Argel para “besar” a su homólogo argelino Abdelaziz Bouteflika. Tres
semanas después, el mismo Hollande enciende la antorcha de la guerra en
Mali… para incendiar Argelia.
- ©Presidencia de la República Francesa
Como dice el proverbio francés, «El apetito viene al comer». Después de recolonizar Costa de Marfil y Libia, y de tratar de apoderarse de Siria, Francia mira nuevamente hacia Mali para tratar de atacar el flanco de Argelia.
Durante la agresión contra Libia,
franceses y británicos recurrieron ampliamente a la utilización de
islamistas para combatir el poder establecido en Trípoli ya que, después
de lograr la ocupación de Bengazi, los separatistas de la región libia
de Cirenaica no estaban interesados en derrocar a Muammar el-Kadhafi. En
el momento de la caída de la Yamahiria, yo fui personalmente testigo
del recibimiento que los miembros del Consejo Nacional de Transición
reservaron a los dirigentes de AQMI [1]
en el hotel Corinthia, que acababa de ser tomado por un grupo británico
especializado traído expresamente de Irak. Era evidente que el próximo
blanco del colonialismo occidental sería Argelia y que AQMI tendría un
papel que desempeñar en ello. Pero yo no veía en aquel momento qué
conflicto podía ser utilizado para justificar una injerencia
internacional.
Y París orquestó un escenario que introduce la guerra en Argelia, desde Mali.
Poco antes de que la OTAN tomara Trípoli, los franceses lograron sobornar varios grupos tuareg.
Tuvieron tiempo de financiarlos abundantemente y de armarlos, pero ya
era tarde para que desempeñaran algún papel en el terreno. Con el fin de
la guerra, esos grupos regresaron al desierto.
Los tuareg son un pueblo nómada que se mueve en el Sahara central y
en los bordes del Sahel, o sea en un vasto espacio dividido entre Libia y
Argelia, así como Mali y Níger. Obtuvieron la protección de los dos
primeros Estados, pero fueron abandonados por los otros dos. Debido a
ello, desde los años 1960 los tuareg no han dejado de cuestionar la
soberanía de Mali y de Níger sobre las tierras del pueblo tuareg.
Lógicamente, los grupos que Francia armó decidieron utilizar esas armas
para concretar sus reclamos en Mali. El Movimiento Nacional para la
Liberación del Azawad (MNLA) toma entonces el poder en casi todo el
norte de Mali, donde viven sus miembros. Pero un grupúsculo de
islamistas tuareg, conocido como Ansar Dine y vinculado a AQMI,
aprovecha la situación para imponer la sharia en varias localidades.
El 21 de marzo de 2012 se produce en Mali un extraño golpe de Estado.
Un misterioso «Comité Nacional por la Reconstrucción de la Democracia y
la Restauración del Estado» (CNRDRE) derroca al presidente Amadou
Toumani Touré y proclama su intención de restaurar la autoridad maliense
en el norte del país. El resultado es una gran confusión dado que los
golpistas son completamente incapaces de explicar de qué modo su acción
puede traer alguna mejoría en la situación del país. El derrocamiento
del presidente Toumani Touré resulta particularmente extraño ya que se
produce sólo 5 semanas antes de la elección presidencial ya programada y
el presidente saliente no aspira a la reelección. El CNRDRE, que se
compone de oficiales formados en Estados Unidos, impide la realización
de la elección presidencial y entrega el poder a uno de los candidatos,
el francófilo Dioncounda Traoré. El traspaso del poder –sin elecciones–
es legalizado por la CEDEAO [2],
cuyo presidente no es otro que Alassane Ouattara, puesto en el poder un
año antes mediante una intervención militar de Francia en Costa de
Marfil.
El golpe de Estado acentúa la división étnica en Mali. Unidades de
élite del ejército maliense (formadas en Estados Unidos) comandadas por
elementos de la comunidad tuareg se unen a la rebelión con todo su
armamento.
El 10 de enero, Ansar Dine –con el apoyo de otros grupos islamistas–
ataca la ciudad de Konna. Y sale así del territorio tuareg para extender
la imposición de la ley islámica al sur de Mali. El presidente de
transición Dioncounda Traoré decreta el estado de urgencia y solicita la
ayuda de Francia. París interviene, en cuestión de horas, para impedir
que la capital, Bamako, caiga en manos de los islamistas. Asombrosamente
previsora, la presidencia de Francia ya había preposicionado en Mali
elementos pertenecientes al 1er Regimiento Paracaidista de Infantería de
Marina (conocido en Francia como «la coloniale») y al 13er Regimiento de Dragones Paracaidistas, varios helicópteros del Comando de Operaciones Especiales, 3 aviones Mirage 2000D, 2 Mirage F-1, 3 aviones de transporte C135, un avión de transporte táctico pesado C130 Hercule y otro avión de transporte táctico C160 Transall.
En realidad, es muy poco probable que Ansar Dine haya representado en
algún momento una verdadera amenaza ya que la verdadera fuerza
combatiente no son los islamistas sino los nacionalistas tuareg, que no
tenían ninguna intención de avanzar hacia el sur de Mali.
Argelia es uno de los numerosos Estados a los que Francia solicita
ayuda para concretar su intervención militar en Mali. Argel se ve
entonces ante una difícil disyuntiva: colaborar con la antigua potencia
colonial o arriesgarse a enfrentar un reflujo terrestre de los
islamistas. Después de un periodo de duda, el gobierno argelino acepta
abrir su espacio aéreo al tránsito de los militares franceses. A pesar
de todo, un grupo islamista no identificado ataca una instalación de
producción de gas de British Petroleum en el sur de Argelia,
donde se apodera de un centenar de rehenes, no sólo argelinos y
franceses sino de diferentes nacionalidades. Evidentemente, el objetivo
es internacionalizar el conflicto transportándolo a Argelia.
La técnica injerencista de Francia reproduce la anteriormente
utilizada por la administración Bush: utilizar grupos islamistas para
crear conflictos y, posteriormente, intervenir e instalarse en el
terreno con el pretexto de resolver esos mismos conflictos. Es por eso
que la retorica del presidente francés Francois Hollande reproduce la
retorica de la «guerra contra el terrorismo», ya desechada por
Washington. En ese rejuego aparecen nuevamente los protagonistas
habituales: Qatar ha comprado acciones en las grandes empresas francesas
presentes en Mali y el emir de Ansar Dine está estrechamente vinculado
con Arabia Saudita.
El bombero-incendiario es además aprendiz de brujo. Francia ha
decidido reforzar su dispositivo antiterrorista en el territorio
nacional, el plan Vigipirate. París no teme en realidad que se
produzca una acción de los islamistas malienses en territorio francés,
sino un reflujo de los yihadistas presentes en Siria. En efecto, hace 2
años la DCRI [3]
favoreció el reclutamiento de jóvenes musulmanes franceses dispuestos a
luchar contra el Estado sirio como miembros del Ejército «Sirio Libre».
La desbandada de este último está provocando actualmente el regreso de
esos yihadistas al país natal, donde pudieran verse tentados –por
solidaridad con Ansar Dine– a utilizar las mismas técnicas terroristas
que les enseñaron en la guerra contra Siria.