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General: ELECCIONES ITALIA 2013 » Un tsunami se abate sobre Italia .-
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From: Ruben1919  (Original message) Sent: 27/02/2013 12:57

Un tsunami se abate sobre Italia

Se puede decir que tras las elecciones, la Segunda República italiana, nacida de los escándalos y de los procesos judiciales de 1992, murió

 

El líder del Movimiento 5 Estrellas, Beppe Grillo, durante un mitin en Roma. / FILIPPO MONTEFORTE (AFP)

Las palabras, durante una campaña electoral, son tan inflamables como la gasolina, hieren como disparos, aunque revelen también aquello que se está quemando. Quien sabe escogerlas, y manejarlas, es capaz de entender el presente, e hipoteca el futuro. Quien lo ignora se condena. Voy a intentar explicar lo que ha ocurrido en Italia utilizando dos términos que me parecen las palabras clave para entenderlo. La primera es "tsunami". Pertenece a la lengua japonesa, y los italianos nunca habían oído pronunciarla antes del 26 de diciembre de 2004, cuando uno de estos fenómenos provocó una hecatombe en las costas del Océano Índico. Desde entonces, en el vocabulario italiano (aunque también en el imaginario colectivo, al estar unida a fotogramas que todos han visto y memorizado), se ha convertido en sinónimo de ola anómala, violentísima, que se abate sobre lugares en los que reina una quietud ficticia, poniendo al descubierto su fragilidad. La palabra contiene una carga explosiva, punitiva y mítica. Además, no hay nada que pueda detener un tsunami. Como mucho, puede alertarse de su llegada y desalojar la línea de la costa. Más o menos, eso es lo que pretendía dar a entender Beppe Grillo al denominar "tsunami tour" los mítines de la campaña electoral del Movimiento 5 Estrellas. La ola se estaba aproximando y las señales de alarma sonaban desde hacía tiempo. Pero es como si los demás partidos se hubieran quedado sentados en la playa debajo de una sombrilla, con sus cócteles en la mano, disfrutando de las vacaciones.

La segunda palabra es "casa". Los italianos ya casi no creen en nada. Sería un error suponer que se han dejado engatusar por las promesas de dos formidables vendedores, como buena parte de la prensa extranjera se ha apresurado a definir someramente a Berlusconi y a Grillo. Lo cierto es más bien lo contrario: los italianos no son unos ingenuos inocentones, sino, si acaso, unos cínicos desilusionados. No les han vendido un sueño, sino un despertar. Los italianos no creen en la patria. Tal vez crean en Dios, pero no desde luego en sus representantes —y la disolución del electorado católico parece demostrarlo—. Creen poco en los partidos tradicionales. Nada en absoluto en las instituciones, vaciadas y mancilladas por saqueadores indignos. Poquísimo también en la justicia. En esta campaña electoral la noble palabra "justicia" ha resultado la gran perdedora. Quienes la han usado como eslogan, o la han propugnado como programa, han sido derrotados. Porque, a estas alturas, la única justicia que cuenta para los italianos es la justicia social, que ha sido hecha añicos, y la de los tribunales ha caducado ante sus ojos como mercancía echada a perder. Por eso puede decirse realmente que ayer la Segunda República, nacida de los escándalos y de los procesos judiciales de 1992, murió. Enterrada bajo las deudas que ha contraído con los europeos y con sus ciudadanos.

Cuando todo se derrumba, lo que queda es la familia, y su símbolo: la casa. Comprada a plazos, construida abusivamente, ocupada ilegalmente, alquilada ilegalmente, entregada como garantía a los bancos, hipotecada, expropiada, donada por los abuelos a su nietos, que tal vez jamás tengan trabajo ni pensión. Aproximadamente el 70% de los italianos posee una casa y los demás sueñan con conseguirla. Comprarla ha supuesto para generaciones enteras la prueba del bienestar alcanzado, la garantía del futuro. Gravar indiscriminadamente la casa, sin ofrecer nada a cambio del sacrificio (hasta los dioses antiguos sabían que a quien da hay que darle algo a cambio) no iba a ser perdonado jamás por los electores.

Con todo, la expresión "mandar a casa" tiene en italiano una acepción opuesta. Significa casi '"mandar a tomar viento". La expresión "¡a casa, a casa!" llevaba meses resonando, en las plazas y en la red, como una promesa. Y millones de italianos (votando e incluso no votando) han mandado a tomar viento a toda una clase dirigente (la "casta") a la que tal vez hubieran votado hace cinco años, pero por la que se han sentido traicionados y escarnecidos. Esta invitación casi amenazadora llevaba implícita, sin embargo, un soplo no desdeñable de democracia. La idea de que lo que estaban ocupando no era "su casa", sino la de todos.

Tras estas elecciones no se ha visto una sola sonrisa, ni ha habido celebraciones: es difícil hablar de vencedores, porque después de un tsunami en la playa solo quedan escombros y cadáveres. Sin embargo, algo ha cambiado. A Italia hasta ahora solían calificarla como la novia en coma, el país del sueño, en perpetuo letargo. Tal vez estemos en fase de reanimación. Los italianos han votado en las elecciones al Parlamento de la República igual que lo han hecho en sus pequeños ayuntamientos, donde a menudo han elegido a ciudadanos, estudiantes, profesionales, desempleados en los que podían reconocerse. Esta necesidad de participación, que era rabia y revuelta, pero que se ha convertido en energía, y en marea, es la única auténtica lección que nos han dado las urnas. Qué ocurrirá ahora no lo sabemos, pero ignorar este mensaje u olvidarlo sería —como lo ha sido— fatal.


Melania G. Mazzucco (Roma, 1966) es escritora italiana, autora de Ella tan amada (Anagrama).
Traducción de Carlos Gumpert.



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From: Ruben1919 Sent: 27/02/2013 13:01

Ingobernable Italia

Las urnas dejan un país políticamente bloqueado y maltrechos a sus partidos tradicionales

 

Las elecciones italianas han perfilado el horizonte de una Italia ingobernable y una Europa donde reaparecen la zozobra en los mercados y el fantasma de una rediviva crisis del euro. Los italianos han alumbrado un Parlamento en el que, pese a controlar los socialdemócratas la Cámara de Diputados, ningún grupo tiene una clara mayoría en el Senado, escenario que impedirá llevar adelante las reformas que necesita imperiosamente la tercera economía de la eurozona.

El motivo de que ninguna de las dos grandes alianzas, la centroizquierdista de Pier Luigi Bersani y la derechista de Silvio Berlusconi, haya obtenido mayoría en el Senado —crucial para la gobernación y la estabilidad de Italia, porque ambas cámaras tienen iguales poderes legislativos— es la espectacular irrupción electoral del movimiento del cómico Beppe Grillo, el no partido más votado, erigido en árbitro de la situación pese a carecer de plan para gobernar el país. Un formidable voto protesta contra el inmovilismo y el descrédito del establishment político cuya magnitud no se había calibrado ni dentro ni fuera de Italia.

Tampoco los sondeos vaticinaban que la alianza de Berlusconi obtuviera prácticamente los mismos votos que el centroizquierda favorito, pese al sórdido historial del ex primer ministro y sus imposibles promesas electorales. Ni Berlusconi está enterrado, ni Bersani ha conseguido la victoria que se le pronosticaba, ni Mario Monti tiene siquiera la escasa fuerza que se le suponía. La campaña ha pasado factura al tecnócrata Monti, claro perdedor de los comicios. Pese a los incesantes elogios de la UE al todavía primer ministro en funciones, sus compatriotas han desautorizado su catecismo de austeridad a ultranza, algo comprensible tras más de una década de estancamiento. El rechazo a las políticas de Monti (explotado tanto por Berlusconi como por Grillo) constituye por lo demás un serio aviso para la UE. Como lo es la magnitud del voto del Movimiento Cinco Estrellas, principalmente entre los jóvenes, en una Europa donde comienzan a ser frecuentes avances sustantivos de partidos heterodoxos y populistas, incluso en democracias consolidadas.

Italia necesita ser gobernada, en cualquier caso. Comienza ahora un laborioso y presumiblemente largo toma y daca para formar alianzas que hagan posible su desbloqueo institucional. Las tímidas llamadas a una gran coalición —ajena a una cultura política confrontacional y sanguínea— resultan tan improbables como unas nuevas elecciones, que representarían en este escenario otra humillación para los partidos tradicionales. Cualquiera que sea el Ejecutivo alumbrado, tendrá por delante el doble y formidable desafío de sacar al país transalpino de su más profunda recesión contemporánea y achicar a la vez el enorme foso que separa a una ciudadanía abiertamente descreída y sus políticos. El proceso interesa sobre todo a Italia, pero mucho al conjunto de una Europa expectante.



 
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