
- En
1916, Francia y Gran Bretaña se repartían el Medio Oriente con los
acuerdos Sykes-Picot. Casi un siglo después, Estados Unidos y Rusia
están discutiendo un nuevo plan de partición que beneficiaría a ambos
países y pondría fin a la influencia franco-británica en la región.
El presidente Obama se dispone a cambiar
completamente de estrategia internacional, a pesar de la oposición que
ha suscitado su proyecto en el seno de su propia administración.
La situación es muy simple. Estados Unidos está a punto de alcanzar
la independencia energética a través de la rápida explotación del gas de
esquito y de las arenas bituminosas [1].
Ese factor determina el fin de la doctrina Carter –adoptada en 1980–,
según la cual la necesidad de garantizar el acceso al petróleo del Golfo
era un imperativo de seguridad nacional. Lo mismo sucede con el acuerdo
de 1954 en el que Washington se comprometía a proteger a la dinastía
gobernante de Arabia Saudita a condición de que esta última garantizara
el acceso de Estados Unidos al petróleo de la Península Arábiga. Así que
ha llegado el momento de decretar una retirada masiva que permitiría
trasladar las tropas estadounidenses hacia el Extremo Oriente, para
contrarrestar allí la creciente influencia de China.
Por otro lado, hay que hacer el máximo esfuerzo para impedir una
alianza militar entre China y Rusia. Para ello es conveniente ofrecer a
Rusia algo que desvíe su atención del Extremo Oriente.
Y para terminar, Washington ya se siente que no puede respirar a
causa de su relación, demasiado estrecha, con Israel. Esta relación se
ha hecho demasiado onerosa, resulta injustificable en el plano
internacional, y está enemistando a Estados Unidos con los pueblos
musulmanes en su conjunto. Por otro lado, resultaría conveniente
castigar claramente a Tel Aviv por su escandalosa injerencia en la
campaña electoral previa a la elección del presidente de Estados Unidos,
donde el gobierno israelí apostó además en contra del candidato
ganador.
Esos tres factores han llevado a Barack Obama y sus consejeros a
proponerle un pacto a Vladimir Putin: Washington, reconociendo
implícitamente su derrota en Siria, está dispuesto a aceptar que Rusia
se instale en el Medio Oriente, sin que esta tenga que ceder nada a
cambio, y a compartir con Moscú el control de dicha región.
A ese estado de ánimo corresponde la redacción, por parte de Kofi Annan, del Comunicado de Ginebra
adoptado el 30 de junio de 2012. En aquel momento, el objetivo no era
otro que hallar una salida a la cuestión siria. Pero aquel acuerdo fue
saboteado de inmediato por varios miembros de la propia administración
Obama que filtraron hacia la prensa europea diversos detalles sobre la
guerra secreta contra Siria, incluyendo la existencia de una
Presidential Executive Order en la que se orientaba a la CIA el
despliegue de hombres y mercenarios en el terreno. Esa sorpresiva
maniobra llevó a Kofi Annan a renunciar a sus funciones como mediador.
La Casa Blanca, por su parte, prefirió mantener un perfil bajo para
evitar que las divisiones existentes en el seno del ejecutivo saliesen a
la luz en medio de la campaña para la reelección de Barack Obama.
En las tinieblas, 3 grupos se oponían en aquel momento al comunicado de Ginebra:
- Los agentes implicados en la guerra secreta,
- Las unidades militares a cargo del enfrentamiento con Rusia,
- Los defensores de los intereses de Israel.
Inmediatamente después de su reelección, Barack Obama emprendió la
purga. El primero en caer fue el general David Petraeus, quien había
concebido la guerra secreta contra Siria. Después de caer en la trampa
sexual que le tendió una agente de la inteligencia militar, el director
de la CIA se vio obligado a dimitir. Posteriormente, una docena de
militares de alto rango fueron puestos bajo investigación por sospechas
de corrupción. Entre ellos se encontraban el almirante James G.
Stravidis, comandante supremo de la OTAN, y su sucesor designado –el
general John R. Allen– así como el comandante de la Missile Defense Agency
(o sea, el escudo antimisiles), general Patrick J. O’Reilly. Para
terminar, Susan Rice y Hillary Clinton fueron blanco de recios ataques
por haber ocultado al Congreso ciertos elementos sobre la muerte del
embajador Chris Stevens, asesinado en Bengazi por un grupo islamista,
probablemente por orden del Mossad.
Ya pulverizados o paralizados los elementos de oposición, Barack
Obama anunció una profunda renovación de su equipo. Comenzó poniendo a
John Kerry a la cabeza del Departamento de Estado. Kerry es partidario
declarado de la colaboración con Moscú en temas de interés común. Es
también amigo personal de Bachar al-Assad.
Obama continuó después con la nominación de Chuck Hagel para dirigir
el Departamento de Defensa. Hagel, es uno de los pilares de la OTAN,
pero es además un realista. Siempre ha denunciado la megalomanía de los
neoconservadores y el sueño de imperialismo global del que son
portadores. Es además un nostálgico de la guerra fría, aquella época
bendita en que Washington y Moscú se repartían el mundo sin muchas
complicaciones. Junto a su amigo John Kerry, Chuck Hagel organizó en
2008 un intento de negociación para tratar de que Israel restituyese a
Siria la meseta del Golán.
Y, para terminar, John Brennan a la cabeza de la CIA. Este asesino a
sangre fría está convencido de que la primera debilidad de Estados
Unidos es haber creado y desarrollado el yihadismo internacional. Su
obsesión es la eliminación del salafismo y el desmantelamiento de Arabia
Saudita, lo cual aliviaría en definitiva la situación de Rusia en el
norte del Cáucaso.
La Casa Blanca prosiguió al mismo tiempo sus conversaciones con el
Kremlin. Lo que debía ser una simple solución para Siria se ha
convirtido en un proyecto mucho más amplio de reorganización y partición
del Medio Oriente.
Es importante recordar que, luego de 8 meses de negociaciones, el
Reino Unido y Francia se repartieron en secreto el Medio Oriente
(Acuerdos Sykes-Picot). El contenido de esos acuerdos fue revelado al
mundo por los bolcheviques en cuanto llegaron al poder. Y así se mantuvo
la situación a lo largo de un siglo. Lo que la administración Obama
tiene ahora en mente es un rediseño del Medio Oriente para el siglo XXI,
bajo la égida de Estados Unidos y Rusia.
En Estados Unidos, a pesar de que Obama se sucede a sí mismo, la
administración saliente no puede hacer otra cosa que ocuparse de los
temas corrientes. Y recuperará la totalidad de sus atribuciones sólo
después de la ceremonia de juramente para el próximo mandato, el 21 de
enero de 2013. Después de la investidura del presidente, habrá una
audiencia en el Senado –el 23 de enero– donde Hillary Clinton será
interrogada sobre el misterio del asesinato del embajador de Estados
Unidos en Libia. El 24 de enero, tendrá lugar en el Senado la audiencia
para la confirmación de John Kerry como secretario de Estado.
Inmediatamente después, los 5 miembros permanentes del Consejo de
Seguridad de la ONU se reunirán en Nueva York para examinar las
proposiciones Lavrov-Burns sobre Siria.
Esas proposiciones prevén la condena de toda injerencia externa, el
despliegue de observadores y de una fuerza de paz de la ONU, así como un
llamado a los diferentes protagonistas para que formen un gobierno de
unión nacional y planifiquen la celebración de elecciones. Es posible
que Francia se oponga, pero sin llegar por ello a amenazar con recurrir
al veto en contra de su amo estadounidense.
La originalidad del plan reside en que la fuerza de la ONU se
conformaría principalmente con soldados de los países miembros de la
Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). El presidente
Bachar al- Assad se mantendría en el poder, negociaría rápidamente una
Carta Nacional con los líderes de la oposición no armada seleccionados
con la aprobación de Moscú y Washington y sometería esa Carta al
veredicto popular a través de la realización de un referéndum organizado
y realizado bajo la supervisión de observadores.
Este sorprendente escenario fue preparado desde hace tiempo por el
general sirio Hassan Tourkmani (asesinado en el atentado que estremeció
Damasco el 18 de julio de 2012) y su homólogo ruso Nikolai Bordyuzha.
Los ministros de Relaciones Exteriores de la OTSC adoptaron después –el
28 de septiembre de 2012– una posición común sobre el tema y el
departamento de la ONU a cargo de las operaciones de paz firmó con la
OTSC un protocolo que otorga a esa organización prerrogativas similares a
las de la OTAN. Bajo la denominación «Fraternidad inviolable»,
una serie de simulacros militares ONU/OTSC se desarrollaron en Kazajstán
del 8 al 17 de octubre de 2012. Finalmente, un plan de despliegue de
«chapkas azules» se discutió –el 8 de diciembre– en el Comité Militar de
la ONU.
Después de la estabilización de Siria, una conferencia internacional
por una paz global entre Israel y sus vecinos debería desarrollarse en
Moscú. Estados Unidos estima que no es posible negociar una paz separada
entre Israel y Siria porque los sirios exigen, en nombre del arabismo,
que se resuelva primero la cuestión de Palestina. Pero tampoco es
posible una negociación de paz con los palestinos, debido a la extrema
división que reina entre estos últimos, a menos que Siria se encargue de
obligarlos a respetar un acuerdo aceptado por la mayoría. Por lo tanto,
toda negociación debe tener un carácter global, según el modelo de la
Conferencia de Madrid (realizada en 1991). Según esa hipótesis, Israel
se retiraría lo más posible hacia sus fronteras de 1967 y los
territorios palestinos se fusionarían con Jordania para conformar el
Estado palestino definitivo, cuyo gobierno estaría en manos de la
Hermandad Musulmana, lo cual haría esa solución aceptable para ciertos
gobiernos árabes. Posteriormente, se devolvería a los sirios la meseta
del Golán a cambio de que renunciaran al lago Tiberiades, conforme al
esquema ya estudiado en 1999 durante las negociaciones de Shepherdstown
(1999). Y Siria se convertiría en garante del respeto de los tratados
por la parte jordano-palestina.
Como en un juego de dominó, habría ocuparse entonces del tema kurdo.
Se desmantelaría Irak para dar nacimiento a un Kurdistán independiente y
Turquía estaría llamada a convertirse en un Estado federal que
concedería la autonomía a su región kurda.
Los estadounidenses desean llevar el rediseño hasta una fase en la
que sacrificarían a Arabia Saudita, que ya ha dejado de serles útil. Ese
país se dividiría en 3 partes y algunas provincias pasarían a formar
parte de la federación jordano-palestina o del Irak chiita, conforme a
un viejo plan del Pentágono titulado «Taking Saudi out of Arabia»,
que data del 10 de julio de 2002. Esa opción permitiría a Washington
dejar en manos de Moscú una amplia zona de influencia, sin tener por
ello que sacrificar parte de su propia influencia. Es un comportamiento
similar al que ya pudo verse en el FMI cuando Washington aceptó aumentar
el derecho de voto de los países miembros del grupo BRICS. Estados
Unidos no cedió ni un ápice de su propio poder sino que obligó a los
europeos a renunciar a una parte de sus votos para abrir espacio a los
miembros del BRICS.
Este acuerdo político-militar va acompañado de un acuerdo
económico-energético ya que lo que realmente interesaba a la mayoría de
los protagonistas de la guerra contra Siria era la conquista de las
reservas de gas de ese país. En efecto, importantes yacimientos de gas
natural han sido descubiertos en el sur del Mediterráneo y en Siria. Con
el posicionamiento de sus tropas en ese país, Moscú mejoraría su
control sobre el mercado del gas para los próximos años.
El regalo de la nueva administración Obama para Vladimir Putin es
también resultado de una serie de cálculos. Su objetivo no sólo es
desviar a Rusia del Extremo Oriente sino también neutralizar a Israel.
Si bien un millón de israelíes tienen también la nacionalidad
estadounidense, hay otro millón de israelíes rusoparlantes. La presencia
de tropas rusas en Siria sería un elemento disuasivo para evitar que
los israelíes cedan a la tentación de atacar a los árabes y que los
árabes ataquen Israel. Así que Estados Unidos ya no tendría que dedicar
sumas astronómicas a la seguridad de la colonia judía.
La nueva distribución del juego obligaría a Estados Unidos a
reconocer por fin el papel de Irán en la región. Washington quiere, sin
embargo, la garantía de que Teherán va a retirarse de Latinoamérica,
donde ha establecido numerosas relaciones, sobre todo con Venezuela. Se
ignora aún cuál será la reacción iraní sobre este aspecto del
dispositivo, pero Mahmud Ahmadinejad ya se ocupó de hacerle saber a
Obama que está dispuesto a hacer lo que esté en sus manos para ayudarlo a
distanciarse de Tel Aviv.
Hay perdedores en ese proyecto. En primer lugar, Francia y Gran
Bretaña, que van a perder su influencia. Y después Israel, que perderá
su influencia en Estados Unidos y se verá reducido a su justa dimensión
de pequeño Estado. Finalmente Irak, que será desmantelado, y
posiblemente Arabia Saudita que desde hace varias semanas viene haciendo
desesperados esfuerzos por reconciliarse con todas las partes para
tratar de escapar al destino que se le prepara.
Pero también hay ganadores. En primer lugar, Bachar al-Assad, hasta
ayer tratado por los occidentales como un culpable de crímenes contra la
humanidad y mañana glorificado como el vencedor de los islamistas. Y
sobre todo Vladimir Putin, quien –gracias a su tenacidad a lo largo del
conflicto– saca finalmente a Rusia de su «containment», le abre
nuevamente las puertas del Mediterráneo y del Medio Oriente y obtiene el
reconocimiento del predominio ruso sobre el mercado del gas.