No es por lo tanto un animal despreciable, por lo que veo que aun en
nuestro pseudo revolucionario, trazas de humanidad ¿Qué delito ha cometido el
chimango para querer compararlo con este detritus de la “suciedad”? El único
que veo yo, es no haberselo comido aun.
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Esto de la
dimisión del papanazi lleva un poco de calle a los fieles cristianos. Yo me
pregunto ¿Será un hambriento, un pobre o un sediento, el próximo papa? Porque
hay una cuestión, si debiera ser un pobre, un sediento o un hambriento, se está
dando a entender que la iglesia está claramente por la perpetuación del sistema
criminal capitalista; lejos del Jesús socialista que algunos proclaman.
Refexiones de BOFF
Cómo se formó el poder monárquico-absolutista de los papas
Por
Leonardo Boff
Escribíamos anteriormente en estas páginas que la crisis de
la Iglesia-institución-jerarquía radica en la absoluta concentración de
poder en la persona del papa, poder ejercido de forma absolutista,
distanciado de cualquier participación de los cristianos, creando
obstáculos prácticamente insuperables para el diálogo ecuménico con las
otras Iglesias.
Al principio, no fue así. La Iglesia era una comunidad fraternal. Aún
no existía la figura del papa. Quien dirigía la Iglesia era el
Emperador, pues él era el Sumo Pontífice (Pontifex Maximus) y no el
obispo de Roma ni el de Constantinopla, las dos capitales del Imperio.
Así el Emperador Constantino convocó el primer concilio ecuménico de
Nicea (325) para decidir el principio de la divinidad de Cristo. Todavía
en el siglo VI el Emperador Justiniano, que rehízo la unión de las dos
partes del Imperio, la de Occidente y la de Oriente, reclamó para sí el
primado de derecho y no el de obispo de Roma. Sin embargo, por el hecho
de estar en Roma las sepulturas de Pedro y de Pablo, la Iglesia romana
gozaba de especial prestigio, así como su obispo, que ante los otros
tenía la “presidencia en el amor” y “ejercía el servicio de Pedro”, el
de “confirmar en la fe”, no la supremacía de Pedro en el mando.
Todo cambió con el papa León I (440-461), un gran jurista y hombre de
Estado. Él copió la forma romana de poder que es el absolutismo y el
autoritarismo del Emperador. Comenzó a interpretar en términos
estrictamente jurídicos los tres textos del Nuevo Testamento que hacían
referencia a Pedro: Pedro como piedra sobre la cual se construiría la
Iglesia (Mt 16,18), Pedro, el confirmador en la fe (Lc 22,32) y Pedro
como Pastor que debe velar por sus ovejas (Jn 21,15). El sentido bíblico
y jesuánico va en dirección totalmente contraria: la del amor, el
servicio y la renuncia a toda supremacía. Pero hubo el predominio de la
lectura del derecho romano absolutista. Consecuentemente, León I asumió
el título de Sumo Pontífice y de Papa en sentido propio. Después, los
demás papas comenzaron a usar las insignias y la indumentaria imperial
(la púrpura), la mitra, el trono dorado, el báculo, las estolas, el
palio, la cobertura de los hombros, la formación de los palacios con su
corte y se introdujeron hábitos palaciegos que perduran hasta los días
actuales en los cardenales y en los obispos, cosa que escandaliza a
muchos cristianos que leen en los evangelios que Jesús era un obrero
pobre y sin suntuosidad. Entonces empezó a quedar claro que los jerarcas
están más próximos al palacio de Herodes que a la gruta de Belén.
Pero hay un fenómeno de difícil comprensión para nosotros: en el afán
por legitimar esta transformación y garantizar el poder absoluto del
papa, se forjaron una serie de documentos falsos. Primero, una supuesta
carta del papa Clemente (+96), sucesor de Pedro en Roma, dirigida a
Santiago, hermano del Señor, el gran pastor de Jerusalén, en la cual
decía que Pedro antes de morir había determinado que él, Clemente, sería
el único y legítimo sucesor. Y, evidentemente, los demás que vendrían
después. Falsificación todavía mayor fue la famosa Donación de
Constantino, un documento forjado en la época de León I, según el cual
Constantino habría dado al papa de Roma como donación todo el Imperio
Romano. Más tarde, en las disputas con los reyes francos, se creó otra
gran falsificación, las Pseudodecretales de Isidoro que reunían falsos
documentos y cartas como si provinieran de los primeros siglos, que
reforzaban el primado jurídico del papa de Roma. Y todo culminó con el
Código de Graciano en el siglo XIII, considerado como base del derecho
canónico, pero que se basaba en falsificaciones y normas que reforzaban
el poder central de Roma, además de en otros cánones verdaderos que
circulaban por las iglesias.
Lógicamente, todo esto fue desenmascarado más tarde, pero sin
producir modificación alguna en el absolutismo de los papas. Pero es
lamentable y un cristiano adulto debe conocer los artificios usados y
concebidos para gestar un poder que son contrarios a los ideales de
Jesús y que oscurece el fascinante mensaje cristiano, portador de un
nuevo tipo de ejercicio del poder, servicial y participativo.
Posteriormente se produjo una gradación del poder de los papas:
Gregorio VII (+1085) en su Dictatus Papae (la dictadura del papa) se
proclamó señor absoluto de la Iglesia y del mundo; Inocencio III(+1216)
se anunció como vicario-representante de Cristo y finalmente, Inocencio
IV (+1254) se instituyó como representante de Dios. Como tal, bajo Pío
IX en 1870, el papa fue proclamado infalible en el campo de doctrina y
moral. Curiosamente, todos estos excesos nunca han sido denunciados ni
corregidos por la Iglesia jerárquica. Siguen sirviendo, para escándalo
de los que aún creen en el Nazareno pobre, humilde artesano y campesino
mediterráneo, perseguido, ejecutado en la cruz y resucitado para
levantarse contra toda búsqueda de poder y más poder aun dentro de la
Iglesia. Esa comprensión comete un olvido imperdonable: los verdaderos
vicarios-representantes de Cristo, según el evangelio de Jesús (Mt
25,45) son los pobres, los sedientos y los hambrientos.