Alfredo Maneiro murió en Caracas el 24 de octubre de 1982. Frente a mí, en el tercer piso del Hospital Universitario, pasó “su pequeño cadáver de capitán valiente”. En la Escuela de Comunicación Social de la UCV fue mi profesor de Problemas Filosóficos Contemporáneos, y allí comenzó nuestra amistad, entre discusiones, primero en clases y después en los cafetines.
Al morir Alfredo comencé a guardar por él cierta admiración. Un día descubrí que el presidente Chávez lo había conocido en 1981, en Maracay, donde una vez llegó con Pablo Medina. Y contaba el presidente Chávez que Alfredo le dijo: “Que era muy importante tener paciencia para llegar al poder”. Y casi siempre lo citaba en sus discursos para solicitar eficiencia.
Ahora, leyendo el libro de Rosa Miriam Elizalde Antes de que se me olvide, conversación con Alí Rodríguez Araque, me encuentro con que Alí dice: “Alfredo Maneiro despertó en mí, de inmediato, una viva admiración y una gran simpatía por la propiedad y la gracia con que exponía sus ideas, además de la incisiva ironía con que acompañaba muchas de sus expresiones. Era un ser sencillamente brillante y con quien, años después, compartimos momentos difíciles, por eso mismo, imborrables, que forjaron entre nosotros una cálida amistad”.
Quiero decir con esto que uno se va encontrando en la vida con grandes hombres, con hombres que trascienden, que van más allá de lo cotidiano. Hombres que, como dice Silvio Rodríguez, se hicieron con todo material. Y en algunos momentos esos hombres se encuentran, como pasó con Alfredo Maneiro, Hugo Chávez y Alí Rodríguez. Tres hombres venezolanos y universales por sus ideas. Tres hombres que hemos tenido la suerte de tenerlos entre nosotros.
Chávez dice de Alí Rodríguez Araque en el prólogo al libro de Rosa Miriam Elizalde: “Y puedo dar fe, igualmente, de su condición de cultor de la amistad: el más diáfano afecto y la más plena identificación nacieron entre Alí y este servidor desde que nos conocimos allá por 1988 (siempre rememoro con emoción aquel primer encuentro entre el curtido guerrillero y el joven militar revolucionario). Nos ha tocado enfrentar toda clase de vicisitudes, nos ha tocado batallar incesantemente, y nuestra amistad no ha tenido ni una sombra ni una grieta. Me honra sentir y saber que este hombre, tan valiente como lúcido, es uno de mis seres más cercanos”.
Digo esto porque, ahora más que nunca, hay que reencontrarse con hombres así, hombres que han ido dejando entre nosotros sus mejores momentos de vida. Alfredo Maneiro sigue aquí, entre nosotros, Hugo Chávez se hizo pueblo y verbo para quedarse por siempre entre todos, y Alí Rodríguez Araque está aquí, para seguir diciendo bellas cosas, antes de que se nos olviden.