Por Raúl Rodríguez La O
La Protesta de Baraguá no es un hecho aislado ni tampoco casual y, en modo alguno, puede comprenderse sin tener en cuenta las causas y situaciones específicas que condujeron a la firma del Pacto del Zanjón en Camagüey, el 10 de febrero de 1878.
El enemigo al percatarse del espíritu de lucha de los revolucionarios cubanos, optó por la vía que le pareció más segura: desarrollar actividades de penetración por medio del soborno, división, diversionismo político e ideológico y otras formas diferentes que pudieran neutralizar las fuerzas revolucionarias e independentistas.
A consecuencia de esta política de divide y vencerás, los colonialistas españoles enviaron al campo insurrecto varias misiones de paz y organizaron un fuerte sistema de espionaje y contraespionaje. Paralelamente incorporaron a cientos de miles de soldados para sofocar la guerra. Pero los mambises desde los primeros momentos fueron desarrollándose y abarcando cada vez más territorio en sus operaciones militares con las propias armas que arrancaban a sus adversarios, ya que fueron muy pocas las que pudieron recibir de la emigración.
Sin embargo, hay que señalar que casi desde los inicios de la revolución, encabezada por el Padre de la Patria en el ingenio La Demajagua el 10 de Octubre de 1868, se produjeron hechos y situaciones que afectaron la causa de la independencia. Estos fueron entre otros, la falta de unidad, indisciplinas, oportunismos e intrigas políticas, el regionalismo, las actitudes racistas y las contradicciones entre el poder civil y el militar, así como entre el Gobierno en Armas y la Cámara de Representantes, que culminaron lamentablemente con la deposición del Presidente Carlos Manuel de Céspedes en 1873, las revueltas e intentos reformistas conocidos como las sediciones de Lagunas de Varona, en 1875, y de Santa Rita, en 1877.
Por otra parte, fue hecho prisionero en 1877 con algunos cubanos más el entonces presidente de la República en Armas, Tomás Estrada Palma. Todo eso generó en el campo revolucionario dificultades que a la postre minaron completamente la unidad de la revolución y fueron, entre otros factores, causas del fracaso de la primera contienda independentista de los cubanos, finalizada mediante los acuerdos del Pacto del Zanjón.
Casi sin que pueda impedirlo el Gobierno y la Cámara de Representantes de la República en Armas van y vienen del campo insurrecto misioneros de paz en territorio camagüeyano. Incluso la Cámara dejó sin efecto un acuerdo de dicho órgano, mediante el cual se podía fusilar a todo el que entablara conversaciones de paz.
Toda esa situación la supo utilizar el enemigo y fue propicia para que los débiles de espíritu y los confundidos se dejaran arrastrar por los que a estas alturas se habían cansado y deseaban desesperadamente la paz con España, aunque no se lograra la independencia ni se aboliera la esclavitud.
En medio de esta difícil coyuntura, el general Máximo Gómez en su condición de Secretario de la Guerra propuso un plan de unificación y reorganización del Ejército Libertador para tratar de salvar la revolución. Pero todo quedó en proyecto. El descontento del Generalísimo con toda esa situación fue cada vez mayor, como se puede apreciar en su Diario de Campaña y en el libro que escribió y publicó en 1878, en Kingston, Jamaica, titulado Convenio del Zanjón. Relatos de los últimos sucesos de Cuba, donde se refleja la tristeza que lo embargaba al contemplar como se desarrollaban los acontecimientos a favor de la supuesta paz y en detrimento de la revolución. Por esas razones, tal vez, y para no sentirse comprometido, renunció al cargo de Secretario de la Guerra el 10 de diciembre de 1877. En su condición de extranjero, no quiso tomar parte en tan delicado asunto de firmar la paz con España sin lograr la independencia.
Esa fue a grandes rasgos la situación producida en Camagüey y la actitud de Máximo Gómez quien no quiso mezclarse en tan complicado asunto que, a su juicio, aunque no lo compartía, debían decidir los propios cubanos. Por eso pidió salir del país cuanto antes tal y como había gestionado ya desde diciembre de 1877 para su esposa e hijos.
El Gobierno en Armas le pide un último favor y es que ya que él ha manifestado ir a reunirse en Oriente con Maceo y demás combatientes que iniciaron juntos la lucha, acompañara a los dos comisionados que irían a informarle de lo pactado en el Zanjón al general Antonio y al resto de los orientales.
Los principales jefes de Oriente rechazaron terminantemente el Pacto del Zanjón y entre ellos se destacó sobremanera el Titán de Bronce. Luego de haberse reunido con los comisionados enviados para que le informaran de todos los pormenores relacionados con este hecho, Maceo le preguntó su opinión al Generalísimo, quien le dijo que a su juicio todo estaba perdido y era ya muy difícil sobreponerse a ese revés, pues la mayoría deseaba la paz prometida por España.
La decisión de marchar al extranjero manifestada por Gómez debió ser un rudo golpe para el general santiaguero, quien se había formado bajo su mando.
Tan pronto se separó del Generalísimo, el general Antonio se dirigió por escrito a los principales oficiales de Oriente, convocándolos para informarles la situación creada en el Camagüey y lo mismo hizo con Arsenio Martínez Campos y otros jefes españoles, con vistas a expresarles su posición.
El 21 de febrero de 1878 y en respuesta al general español Enrique Bargés y Pombo, Maceo le escribe:
“Estoy perfectamente enterado de los acontecimientos que han tenido lugar en Camagüey y de los preliminares de arreglo con el general Campos y la Junta de aquel territorio. Cuanto al último extremo de su carta, debo manifestarle que comprendo que sus fuerzas, en el caso que usted cita, serían aglomeradas sobre este Departamento, y que por eso las armas no nos favorecerían como otras veces; pero le advierto que a los hombres de mi temple no les arredra ninguna situación por difícil que sea; dejemos, pues, la cosa al tiempo: el futuro, como el pasado, sería el mejor testigo”.
La actitud digna y de principios de Maceo es tan firme que impidió que la guerra fuera sofocada inmediatamente a los acuerdos del Zanjón, por lo menos en Oriente y también en Las Villas, donde el patriota Ramón Leocadio Bonachea tampoco aceptó el Pacto y continuó combatiendo con un destacamento hasta el 15 de abril de 1879 cuando depuso las armas mediante la Protesta de Hornos de Cal, convirtiéndose así en el último jefe cubano en deponer las armas durante la guerra de 1868.
Alrededor de Maceo se agruparon Guillermón Moncada, José Maceo, Flor Crombet, Limbano Sánchez, Arcadio Leyte Vidal, Belisario Grave de Peralta y Quintín Banderas, entre otros destacados patriotas. Eso es lo que puede explicar que Arsenio Martínez Campos estuviera tan preocupado y escribiera con fecha del 26 de febrero de 1878 una interesante carta, en la cual dice:
“Maceo me pide imposible, y yo no amplío las bases; me ha pedido entrevistarse conmigo, y como del 6 al 8 estaré en Cuba (se refiere a Santiago de Cuba), le veré; como mulato, es de una vanidad extrema y desea hablarme directamente. Tengo esperanza de que no se dispare un tiro más… Este Maceo es la clave de la verdadera paz”.
El 15 de marzo de 1878 se produjo la histórica reunión de Antonio Maceo con Arsenio Martínez Campos en Mangos de Baraguá. El general cubano no permitió la lectura de las bases del Pacto del Zanjón y ratificó el rotundo rechazo, lo que ya en carta había manifestado, pues en el Pacto no se contemplaba la independencia de Cuba ni la abolición de la esclavitud. Ante el disgusto de dicho general español, el Titán de Bronce reafirmó la decisión y el compromiso de volver al campo de batalla para alcanzar la libertad y la dignidad de los cubanos con el filo del machete.
En esas complejas circunstancias, después de la viril Protesta de Baraguá, el Gobierno Provisional en Armas, elegido y presidido por el mayor general Titá Calvar, tomó el lamentable acuerdo de designar al general Antonio Maceo para cumplir una misión en el exterior justo cuando más necesaria era su presencia en la Isla y que el Titán de Bronce, luego de algunas negativas como es fácil comprender, por sus principios éticos y morales, se vio obligado a aceptar por disciplina militar. Solo así, con la salida de Cuba del intrépido e intransigente general santiaguero, fue que la guerra pudo terminar. De no haber sido por ese acontecimiento, únicamente muerto hubieran sacado a Maceo del campo de batalla.
Para comprender en toda su dimensión lo que él significó en ese difícil periodo de nuestra historia, creo muy conveniente citar las siguientes ideas sobre su figura, expresadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz , en su discurso con motivo de la velada conmemorativa por los cien años de lucha, en el ingenio La Demajagua, el 10 de octubre de 1968:
“Pero cuando debilitadas las fuerzas cubanas por la discordia arreció el enemigo su ofensiva, entonces también empezaron a evidenciarse las vacilaciones de aquellos elementos que habían tenido menos firmeza revolucionaria. Y es en esos instantes —en el instante de la paz del Zanjón, que puso fin a aquella heroica guerra— cuando emerge con toda su fuerza y toda su extraordinaria talla, el personaje más representativo del pueblo, el personaje más representativo de Cuba en aquella guerra, venido de las filas más humildes del pueblo, que fue Antonio Maceo (… ) en el momento en que aquella lucha de diez años iba a terminar surge aquella figura, surge el espíritu y la conciencia revolucionaria radicalizada, simbolizada en ese instante en la persona de Antonio Maceo, que frente al hecho consumado del Zanjón —aquel pacto que más que un pacto fue realmente una rendición de las armas cubanas— expresa en la histórica protesta de Baraguá su propósito de continuar la lucha, expresa el espíritu más sólido y más intransigente de nuestro pueblo declarando que no acepta el pacto del Zanjón. Y efectivamente, continúa la guerra (… ) Por eso, aunque Maceo en aquel momento salva la bandera, salva la causa y sitúa el espíritu revolucionario del pueblo naciente de Cuba en su nivel más alto, no pudo, pese a su enorme capacidad y heroísmo, seguir manteniendo aquella guerra y se vio en la necesidad de hacer un receso en espera de las condiciones que le permitiesen reanudar otra vez el combate’’.
Y esas extraordinarias cualidades de Maceo, expresadas por el compañero Fidel, lo acompañarán siempre en toda su vida hasta su gloriosa caída en combate, el 7 de diciembre de 1896, como puede corroborarse en carta dirigida a José Martí desde el Istmo de Panamá, el 4 de enero de 1888:
“La unión, amigos, se impone por fuerza a nuestro patriotismo; pues sin ella serían estériles todos nuestros sacrificios y se ahogarían siempre en sangre nuestras más arriesgadas empresas. Contad, pues, con que a alcanzarla contribuiré con todas las fuerzas de mi espíritu y toda la autoridad que me dan mi pasado y los servicios por mí prestados a la causa de nuestra libertad”.
Fuente Periódico Granma