En Cuba se vende todo y se vende bien. Con 7 mil dólares uno se puede comprar un apartamento de soltero en cualquier ciudad del país, y con 10 o 20 se pueden conseguir cuños y firmas que en otras regiones del mundo costarían un ojo de la cara y más.
Aquí he visto vender cosas inauditas, e inauditas maneras de vender. Una señora con pinta de ex-presidiaria callejea todos los días y anuncia “leche en polvo”, y luego anuncia “veneno pa' las ratas”… (poner énfasis en la Erre, como ella) y uno no deja de notar que la señora carga una sola jaba de guano…, todo mezclado..., y hay quien compra, siempre hay quien compra porque hay ratones y también necesidad de dasayunar.
Un loco callejero vende perritos satos a 10 pesos, justo al lado de los que venden Chau Chaus, Dálmatas y Husky Siberianos a 40 dólares. Y otro loco vendedor de la calle grita que vende una pistola… y aclara que “de soldar”, y otro grita que vende “dos locas por diez pesos…”, tubitos de cola-loca para pegar.
Se venden cosas y comidas sin licencia, y se ponen jabitas cubalses (de nylon) colgadas en las ventanas para anunciar que “hay”, lo que sea que se venda. Y se ponen también carteles que rezan: “Ni vendo ni compro nada, por favor, no moleste”. Uno pregona “voy pasando, voy pasando… después no te estés lamentando que te estoy avisando, voy pasando, voy pasando”, y todo el mundo sabe que vende algo impregonable, pero muy vendible.
Se venden “por la izquierda”, ilegales conexiones a Internet, caro y lento Internet, porque los cubanos no podemos conectarnos a la red así por la libre. Hay que ver lo que se siente entrar a una salita de navegación de ETECSA (único proveedor, acaso), con 3 CUC (1/5 del salario promedio) bien sudados para chatear media horita con tu socio ausente, y que te digan “no mi vida esto no funciona para cubanos”. Te dan ganas de cagarte en todo lo cagable, pero entonces recuerdas que eres cubano, y que si te fueras a cagar cada vez que te pasa algo así estarías ya deshidratado.
Además… se vende todo, y se vende bien.
Se venden derechos a comprar carros en un inextricable sistema finaciero-comercial en que al parecer todo el mundo gana. El que tiene mucho dinero gana un carro, y el “propietario del derecho a carro” que toma el dinero del otro, y los abogados que hacen el papeleo igual se llevan “lo suyo”, y el proveedor del carro (el que otorga el derecho) gana también dinero, y claro, reputación como dueño final de todo lo vendible. ¿Quién pierde en esta vuelta? El que nada tiene que ver con carros o dineros, porque se obvia y se segrega, pierde la gente normal, el tipo “falto de interés comercial”.
Pero ese tipo falto de interés comercial también vende y compra, alejado de la aparente legalidad de los “por cuanto” de abogados.
El colmo de los colmos, lo más insospechado y loco que he visto vender, se vende en una zona de Camagüey, de la cual los jodedores dicen que, si tienes dinero suficiente, puedes comprar hasta las piezas del avión en que se perdió Camilo Cienfuegos.
Hay uno que vende balas (balas cartuchos de escopetones de caza: “esto sirve para que los guajiros espanten a los bandidos”, me explica el vendedor), y a escasos cinco metros hay otro que vende cuchillos, de todos los tamaños, de todas las formas… hasta el modelo del sable de Sandokan me parace haberlo visto entre el manojo metálico (… “y esta moña sí que no se dobla consorte…”, publicita el vendedor), y luego, más adelante en la calle, hay otro que vende discos de sierra, barretas, y alambres para cordeles, y muelles grandes ¿? ("los muelles son para el que le haga falta…”, dice el tipo).
Se vende -para el que tenga y quiera comprar-, todo un espectáculo filoso y metálico de pieles curtidas de sol, brillantes de sol y sudor, ojos de alcohol de mañana, ropa sucia, con olor a hierro, y zapatillas y mochilas chinas rotas y cosidas y vueltas a romper. Se venden balas, cuchillos, alambres, discos de sierra, barretas oxidadas; y se venden, al fin, hasta los destinos y orígenes de nuestros sudores metálicos.