'En aquellas ruinas han descubierto que no es grave que alguien venda refrescos o que era un error no admitir que un hombre se ganara la vida como paseador de perros o de fontanero por cuenta propia.'
Uno de los grandes poetas campesinos cubanos escribió unas décimas en las que compara su país con una vieja carreta de caña atascada en el camino de la romana en plena zafra azucarera. El carretero desesperado, la vara del aguijón en alto. Y los bueyes de la yunta guía con el fango de las lluvias de primavera en las patas, el narigón y el yugo. Es una metáfora amarga que suele cerrar las canturías a la hora en que quedan solo amigos y familia.
El poder y la popularidad de esa espinela tienen que ver con la realidad de una sociedad obligada a renunciar al progreso y al porvenir porque comenzó, en los años 60, a destruir las estructuras del pasado capitalista. Ahora se empeña en aniquilar el pasado de un socialismo sostenido a larga distancia por lo que allí llaman, sin ninguna concesión a la creatividad o al decoro, manos amigas.
Se acabó el capitalismo y sobre sus escombros se levantó un aparato importado, pegado con saliva, con más eficacia verbal, represiva y de ensoñación que arraigo verdadero. Todo en el mismo tiempo detenido, que es este tiempo mismo todavía en el que el régimen ha tenido que ordenar que se busque entre los ripios de capitalismo unos emplastos para ayudar a sepultar el proyecto que llevó la Isla al pantano que describe el repentista.
Esos residuos del capital se utilizan para devolverle unos pedazos de tierra a los campesinos porque la agricultura estatal es el edén del marabú que nada más sirve para hacer carbón. En aquellas ruinas han descubierto que no es grave que alguien venda refrescos o que era un error no admitir que un hombre se ganara la vida como paseador de perros o de fontanero por cuenta propia.
Esta semana la campaña de arrase socialista se centra en eliminar el puntal de la igualdad proclamada por el castrismo en sus orígenes: la cartilla de racionamiento, vigente desde 1962. Otro parche grotesco del momento es la decisión de pagarle generosamente a los médicos sus guardias nocturnas. A dos pesos cubanos la hora. El salario promedio de esos profesionales es de 500 pesos al mes, unos 21 dólares.
El afán de acabar con los dos pasados sin mirar al futuro es la carreta estancada que ve el poeta. Le deja a la imaginación del lector el policía que está detrás del flamboyán.
Este artículo apareció en El Mundo. Se reproduce con autorización del autor.
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