De
acuerdo con las cifras, que varían dependiendo de quién las dé, el nivel
de desplazamiento creció en términos de expulsión y recepción al inicio
del año 2000. Y de ahí para adelante. Amenazas directas, masacres,
asesinatos familiares, combates, asesinatos de amigos, amenazas
indirectas, son los factores que, en su orden, sacan a las personas de
sus tierras. Por lo menos a las que están registradas ante los programas
gubernamentales.
Por mucho tiempo la negación estatal fue la
conducta dominante. Los desplazados tenían que enfrentar no solamente
las condiciones infrahumanas a donde llegaban, sino también la falta de
reconocimiento. Eso fue cambiando. Pero no hay duda de que esta
población fue, durante mucho tiempo, la más olvidada de todas.
La
Corte Constitucional cambió la situación. Los reconoció mediante una
sentencia ambiciosa, la T-025 de 2004, que cubrió la ausencia de
políticas públicas y movió las fichas para que los gobiernos nacionales y
locales empezaran a despertarse y a gestionar una serie de medidas que
ayudaran a dicha población: mesas de trabajo, unidades de atención,
programas variados. Al mismo tiempo puso en evidencia el trabajo de
organizaciones que investigaban sobre ello: impunidad, derechos
desatendidos, población, cifras.
Sin embargo, debido a que la
situación no se ha solucionado, hay que seguir sumando esfuerzos para
que las políticas públicas hacia los desplazados no se acaben. En un
fallo reciente la Corte Constitucional ordenó una inspección judicial a
la Dirección de Registro y Gestión de Información de la Unidad de
Víctimas del Gobierno. En ella, dos magistrados auxiliares deberán
verificar las actuaciones que hasta el día de hoy se han realizado en
alrededor de 150 hechos de desplazamiento ocurridos entre el año pasado y
este. El fallo dice que hay un “retroceso” en la atención.
Perfecto
que después de 10 años de promulgada la sentencia que declaró un Estado
de Cosas Inconstitucional —vulneración masiva y sistemática de derechos
fundamentales— para esta población, y después de varios autos que
pretenden hacerle seguimiento a la política, se ponga en cintura a
quienes tienen una responsabilidad en la atención de derechos. No puede
ser que después de una gestión medianamente ordenada se presente una
desarticulación entre los entes territoriales y la Nación. Está más que
bien que este tipo de seguimientos se hagan, que se verifiquen las cosas
y que se presenten informes de rendición de cuentas.
Pongamos por
ejemplo el caso de la comunidad embera, que tuvo un desplazamiento
masivo entre finales de 2012 y enero de este año, y ya despertó la
preocupación, incluso, del secretario de Gobierno de Bogotá, Guillermo
Asprilla Coronado, quien convocó el día de ayer una mesa de concertación
para discutir la política pública de atención.
Y así en 15
departamentos, según lo que dice la Corte. Si hace falta más
coordinación, si se necesitan nuevos lineamientos normativos o
protocolarios, si es urgente realizar políticas de emergencia, empecemos
entonces desde ya. No podemos darnos el lujo de hacer invisible un
problema que está en nuestras narices.