Paula Varela
Se veía venir pero no tan pronto. El tufo a unidad nacional, más tarde o más temprano, siempre da macartismo. Lo que sorprendió fue la velocidad y, sobretodo, la enunciadora. Evidentemente el kirchnerismo ha perdido todos sus voceros. Así que la propia Cristina se mandó (pasada de la relación de fuerzas como suele gustarle actuar) a redondear la operación que comenzó con el beso a Bergoglio. Y lo dijo: “24 de marzo en la Plaza. Gente uniformemente vestida de rojo, autotitulada de izquierda. Amenazantes, con garrotes en sus manos…Del otro lado, jóvenes vestidos de azul, celeste, o blanco con banderas argentinas, brazos y manos entrelazados, haciendo cordón humano…”.
No hay que ser semiólogo para pescar el mensaje: de un lado el pensamiento único, del otro la pluralidad; de un lado lo exógeno, del otro la patria; de un lado la violencia, del otro la democracia. Ahí está el punto: aunque la efeméride es en diciembre, el homenaje a los 30 años de “retorno de la democracia” empezó el 24 de marzo. El 24 de marzo el kirchnerismo largó su última batalla cultural (y el puente al post-kirchnerismo): la construcción de una definición hegemónica de qué es la democracia. Y, como puede olerse, esta democracia viene pletórica de banderas celestes y blancas (y blancas y amarillas, claro), aunque para sostener esas banderas haya que bajar las del derecho a un salario que te saque de la pobreza, del juicio y castigo a los genocidas y sus cómplices eclesiales, de organizarte y luchar sin que te criminalicen o te mate la patota del amigo del Ministro, de abortar sin morirte, de ser joven sin ser precario, de ser morocho sin ser blanco fácil del gatillo policial.
Hace unos días dijimos que el giro reconciliador en el discurso oficial sobre la dictadura no es de coyuntura, ni siquiera es por la necesidad de pescar votos en la multiplicación de los peces papales. Es del orden de la etapa. Hay que cerrar la etapa que abrió el 2001, porque se cierran las condiciones que permitieron su canalización en la restauración kirchnerista. No dijimos, y ahora está claro, que cerrar el 2001 requiere cerrar la crítica a la democracia del ’83 que introdujo el 2001 a través del rechazo al régimen político con el “que se vayan todos”, y a través de su reclamo (contradictorio) de más democracia con la ola de asambleísmo popular y acción directa. El 2001 fue la primera vez, desde el fin de la dictadura, que la agudeza de la crisis y la acumulación de experiencia de organización y lucha por abajo abrieron la puerta a una crítica a la democracia con la que no se come, no se cura y no se educa. Fue una lanza tirada al corazón de la separación entre forma y contenido, entre la forma democrático-formal y el contenido profundamente antidemocrático del capitalismo, y más aún del neoliberalismo. Y esa lanza fue contra la casta política y los bancos como encarnaciones de la democracia para ricos.
El kirchnerismo no pudo sino homenajear esa crítica a la democracia del ’83, al tiempo que restaurar la democracia del ‘83. Y su homenaje se concentró en dos discursos completamente conectados: “nosotros no reprimimos la protesta social” (o sea, es legítima la protesta e incluso la acción directa) y “viva la militancia de los 70” (o sea, es legítimo luchar por un mundo mejor con todo lo lavado y abstracto que eso significa). El derrotero de ambos discursos fue de degradación a medida que se consolidaba el propio proceso de restauración. Hoy esa degradación pretende transformarse en cierre de esos discursos. La protesta por Memoria, Verdad y Justicia pasa a ser la de gente uniformemente vestida de rojo y amenazante, la militancia de los 70 pasa a ser la de jóvenes derrotados que pifiaron el camino.
De ganar esta nueva batalla cultural depende la superviviencia del propio kirchnerismo. O, mejor dicho, de su personal político incluso a costa de matar al kirchnerismo. No hay horizonte de 2015, sea como sucesión con Cristina a la cabeza o como fracción del sciolismo, si no logran introyectar en las masas este nuevo conformismo social bajo la forma de “defensa de la democracia a como dé lugar”.
Tres obstáculos enfrenta el kirchnerismo para ganar esta batalla. El primero, que la realidad existe y esos jóvenes vestidos de albiceleste están más cerca de la barra brava de Racing que de Heidi con la canasta. El segundo, que la experiencia de lucha y organización, y las expectativas sembradas por el “nunca menos” también existen y no se borran con un twit. El tercero, que la izquierda está inserta en las principales luchas como mostró su participación en el 20N y la columna del EMVJ del 24/03.
Defensa preventiva
Si estuviéramos en Europa, la defensa irrestricta de la democracia constitucional por parte de los partidos burgueses tendría una causa clarísima: la crisis capitalista y sus efectos en las principales potencias de la eurozona. Por abajo y por izquierda, la democracia está cuestionada a través de movimientos sociales tipo los indignados; por arriba e híbridamente hacia derecha, está también cuestionada por fenómenos como el de Beppe Grillo con un discurso claramente anti-política y dirigido a la clase media. Los regímenes constitucionales de la vieja europa crujen un poco, estando demasiado cerca de la primavera árabe donde los recambios de gobierno no logran mostrar que haya recambio de derechos para las masas. Los millones de desempleados, sin techo, jóvenes marginados, preanuncian que la crítica a la democracia burguesa no tiene motivos para menguar sino más bien para crecer (aunque se amesete coyunturalmente). Ahí aparece también Francisco para contener esa crítica en la pasividad de la resignación y la caridad.
Pero si uno mira Argentina, no parece que existan muchos motivos para salir con una “cruzada por la democracia” en la actualidad. Parece más bien preventivo. Es una batalla cultural que prepara el terreno para un mañana cercano pero no inmediato. ¿Preventivo de qué? De la combinación de tres factores que, en dinámica, pueden ser explosivos. El primero, y en varios posts analizado, el agotamiento del modelo. En un debate hacia el Congreso del PTS que se va a realizar esta semana “santa”, el amigo Pablo Anino (en referencia a este post) dice que el kirchnerismo logró una ciudadanía degradada basada en el consumo (consumo que hoy está, en buena medida, pedaleado en cuotas). Y que incluso una ciudadanía de ese tipo se defiende cuando lo que viene es menos que eso, o sea, la miseria, la imposibilidad de consumir. Estoy de acuerdo. La perspectiva de ataque a ese “derecho a consumir” (perspectiva que se perfila desde 2012), es una perspectiva de conflicto. Como diría la presidenta, “nostro tempi, es lío seguro y del groso”. De allí que sea muy importante colocar el conflicto subordinado a la defensa de la democracia. Edgardo Mocca, que suele traducir a terminología politológica las líneas del gobierno, había dicho ya mediados del año pasado: “La gran pregunta sobre el conflicto no es la que duda de su carácter políticamente necesario sino, justamente, la que atañe a la capacidad de “cercarlos” democráticamente, de desplegarlos sin que pongan en riesgo la estabilidad democrática”. O sea, la democracia del “kirchnerismo en transición a post kirchnerismo” no niega la existencia del conflicto (existencia que tuvo que honrar desde 2003 para poder restaurar el orden) como las versiones más ingenuas e individualistas de la democracia (los consensualistas a-políticos). Ni siquiera niega su carácter constituyente de la política. No niega tampoco las relaciones de fuerza y su carácter de “colectivos contendientes” (hasta podría llegar a admitir que existen las clases!). Lo que dice es que el límite del conflicto es la estabilidad democrática. Si el conflicto supera la estabilidad democrática, lo que te pasa es lo que les pasó a los setentistas. De aquí en más, el conflicto debe estar encarado “desde el entender, desde saber convencer al otro, y si no se convence, paciencia”. ¿Estará pensando en que los laburantes de Kraft convenzan a Warren Buffet de que les aumente el sueldo? ¿O en que Luciano Arruga convenza a la cana de Lomas del Mirador de que no quiere laburar para ellos? ¿O que Mariano Ferreyra convenza a la patota de Pedraza de que la tercerización es mala? No sé por qué intuyo, que esta especie de Cristina habermasiana, creyente en la acción comunicativa, está preparando los palos de gendarmería hacia los que salgamos a luchar.
El segundo factor, los mencionamos más arriba: un mundo en cuyo centro las democracias burguesas están siendo miradas de costado por sectores de masas. Eso no es menor porque si bien la crisis no se nos vino encima, se está acercando. Y con ella el descontento y la desconfianza. Ese clima se despliega sobre un régimen que no fue restaurado completamente, sino que fue restaurado sobre una ciudadanía de consumo básico. Esta ciudadanía degradada es débil como punto de apoyo de defensa irrestricta de la democracia burguesa. El kirchnerismo lo sabe. De allí que la batalla cultural que ahora comienza cobre sentido preventivamente.
Señalar la debilidad de la ciudadanía de consumo básico como pilar de apoyo para la estabilidad del régimen democrático burgués, no es lo mismo que señalar un horizonte de crítica por izquierda a la democracia burguesa. La ciudadanía de consumo básico puede ser pivot de una reacción que retome el rechazo al régimen de 2001 y lo profundice, con fuerzas renovadas por la nueva generación de jóvenes; pero también de una reacción ultra conservadora de la clase obrera (temerosa de perder un consumo que se evapora sin anclas). En Europa están los indignados y el crecimiento de la izquierda, pero también crecen los populismos de derecha y los Beppe Grillo que puede ir para cualquier lado. De allí la importancia del tercer factor: la izquierda.
Para la izquierda este también es un “momento preventivo”. Crece y gana posiciones, sobre todo en las comisiones internas y sindicatos. El giro a derecha de la coyuntura, es sin duda una buena oportunidad. El tema es para qué. Hay dos opciones, aprovechar este giro para constituirse en la izquierda del régimen que queda cada vez más vacante cuanto más inverosímil se vuelve el carácter de centroizquierda del gobierno nacional. O aprovechar este giro para armarse como alternativa de superación del régimen de democracia para ricos por uno de democracia para las mayorías.
Días antes de la marcha del 24, charlábamos con un amigo de estos asuntos (sin saber que el panorama se polarizaría en apenas horas). Discutíamos dos problemas que están en el centro de la posibilidad de que la izquierda marxista se vuelva alternativa de poder. Uno, el problema de la fuerte fragmentación de la clase trabajadora que es la mayor contradicción del proceso de recomposición social de los trabajadores en la actualidad. El otro, el problema de la naturalización del régimen democrático-burgués de la mano de la naturalización de la degradación de la democracia. Uno, presiona hacia políticas de tipo corporativas respetando la división entre ocupados/desocupados, precarios/estables, sindicalizados/no sindicalizados. El otro, presiona hacia políticas de tipo “meta izquierda en el Congreso” con la ilusión de una transformación del régimen desde sus propios escaños.
Los dos problemas nos llevaron a Zanon. Laboratorio, pequeño, pero palpable de políticas clasistas que se han vuelto ineludibles en el debate de la izquierda (la relación entre su pequeñez y su repercusión da una cierta proporción de su grandeza). El primero, a la política levantada en 2002 de creación de la Coordinadora del Alto Valle que agrupaba a las principales oposiciones sindicales de la provincia así como a su principal movimiento de desocupados, el MTD. La Coordinadora ofició como órgano de frente único, democrático, en el que los distintos sectores debatían y ponían en pie (en forma autodeterminada) la polítca defensiva ante los ataques del fin de ciclo menemista. El segundo, a la política levantada por Raúl Godoy como diputado obrero del FIT en Neuquén que se dirige directa y abiertamente contra la casta política: el proyecto de ley para que el conjunto de diputados y funcionarios ganen lo mismo que una maestra. Son dos políticas que se dirigen a preparar el camino para que la frase de otra dirigente obrera, Celia Martínez de Brukman, se vuelva horizonte de poder ante el fin del kirchnerismo: “si podemos dirigir una fábrica, podemos dirigir el país”.
Sí, de rojo, orgullosamente de rojo.