Cualquiera que profundice en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos y se sumerja en los acontecimientos históricos que datan desde finales del siglo XVIII, podrá constatar que el problema entre ambos países supera cualquier signo ideológico y se reduce a la encrucijada de la independencia y el anexionismo.
Hace 190 años, el 28 de abril de 1823, el entonces secretario de Estado norteamericano John Quincy Adams, luego presidente de los Estados Unidos, lanzó a la publicidad el término del fatalismo geográfico cubano con su doctrina de la "fruta madura" o "espera paciente":
"Pero hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física y así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, e incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana y hacia ella exclusivamente, mientras que a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno".