El fin de la Segunda Guerra Mundial terminó con los regímenes fascistas de Europa, pero no trajo cambios inmediatos en las regiones del Asia y África que sufrían el colonialismo de las potencias. Los cambios no tardarían en producirse en estas regiones, una vez que Estados Unidos y la Unión Soviética lograran delimitar áreas de influencia y mantener el statu quo en las zonas que se consideraron de “natural” pertenencia.
Una de estas historias de cambios tuvo lugar en el Sudeste Asiático, más concretamente en un país de la Península de Indochina: Vietnam. Desde mediados del siglo XIX, Vietnam se encontraba bajo dominio francés. Pero finalizado el conflicto bélico mundial, ante la ocupación nipona y las tensiones generadas con el gobierno colonial de una Francia ocupada por los nazis, surgieron las fuerzas rebeldes del pueblo vietnamita declarando la República Democrática. El líder del levantamiento era el poeta y viejo militante comunista Nguyen Sinh Coong o, como fue conocido, Ho Chi Min, “el que ilumina”.
Al frente de una liga para la independencia de su país, conocida como Viet Minh, las fuerzas rebeldes, que no poca ayuda recibían de la reciente China comunista de Mao Tse Tung, se quitaron de encima primero a los japoneses y luego, en 1954, a los franceses, luego de la memorable batalla de Dien-Bien-Fu, tras lo cual conseguirían su independencia, pero divididos en dos zonas: la del sur, con Saigón como capital y bajo la influencia directa de Estados Unidos; y la del norte, con capital en Hanoi, bajo dirección de las fuerzas comunistas. Así, de la guerra anticolonial, Vietnam comenzaba a sufrir la gravedad de un mundo bipolar.
Mientras el Vietnam del Norte permanecía relativamente estable, el del sur sufría una dictadura apoyada por Estados Unidos, ante la cual muy pronto se alzó la resistencia del Viet Cong. Pero el conflicto era más complejo. Tanto que la dictadura del católico y señorial Ngo Dinh Diem en el sur encontró su fin en manos de opositores budistas. Este hecho determinó que el presidente Kennedy, tras el fracaso de la invasión a Cuba, decidiera intervenir directamente en la región.
Las fuerzas norteamericanas iniciaron una guerra de ocupación contra el Vietnam del Norte en agosto de 1964, con el pretexto de un ataque de barcos norvietnamitas a una flotilla de su país. Desde entonces, los soldados norteamericanos llegarían sin parar. En 1968, había más de 500 mil en aquellas lejanas regiones. Pero era una guerra perdida. Los mandos estadounidenses subestimaron la determinación de las fuerzas guerrilleras, el descontento de su población y la poca convicción en la guerra de los soldados del Vietnam del Sur.
En 1968, las fuerzas norvietnamitas y las del Viet Cong lanzaron una osada ofensiva hacia el sur, tomando numerosas ciudades. Las varias conferencias por Vietnam no llegaron a un acuerdo y Estados Unidos no logró contener la ofensiva. En 1972, los esfuerzos norvietnamitas se redoblaron. Tres años más tarde, el 30 de abril de 1975, las fuerzas del sur capitularon y Vietnam se reunificó bajo un sólo gobierno de carácter socialista.
La Guerra de Vietnam le costó a Estados Unidos, además de los cuantiosísimos recursos económicos, unas 60 mil vidas y más de 300 mil heridos. La impopularidad entre el pueblo norteamericano generó también lo que se llamó el “síndrome Vietnam”, la desmoralización y desconfianza en las acciones que dirigía su gobierno. Una de estas expresiones se escuchó de boca de la actriz y activista Jane Fonda, con cuyas palabras recordamos la ocupación de Saigón y posterior reunificación de Vietnam.
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"Nixon está bombardeando el Norte y atacando aquello que es la base de la sociedad norvietnamita: los diques. Si se destruyen los diques, se inundará gran parte de Vietnam, se habrán destruido el primer recurso de vida del pueblo vietnamita y se habrá consumado un crimen sin equivalentes en la historia del género humano. Es nuestra responsabilidad ante el tribunal de Nüremberg evitar el genocidio del pueblo vietnamita, por cualquier medio a nuestro alcance. (...) Yo llegué a Norvietnam avergonzada de haber nacido en este país. Ahora me doy cuenta de que no debemos dejar toda la cultura norteamericana en manos de la reacción. Nuestra historia no es algo de lo que podamos sentirnos orgullosos: hemos exterminado al indio, hemos construido la riqueza sobre las espaldas de los esclavos negros. Pero debemos asumir tales contradicciones, recordar el idealismo de nuestros antepasados, el mismo que nos hace aparecer hoy como traidores ante nuestros padres. Olvidemos a nuestros padres y aceptemos que debemos estar listos para morir por nuestros ideales."
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