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General: " ¿Es el racismo libertad de expresión?
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From: albi (Original message) |
Sent: 26/05/2013 17:54 |
¿Es el racismo libertad de expresión?
La polémica levantada por la prensa, en torno a la ley anti-racismo, no tiene, como fundamento, al derecho sino al cohecho. Porque cuando la propia prensa es cooptada por intereses privados monopólicos, entonces no es la libertad de expresión la que toma la palabra sino la privatización de ésta. Lo que es patrimonio público es raptado como propiedad exclusiva de los medios privados; este supuesto “derecho” es el que se pronuncia en contra del derecho de todos. Los medios no defienden la libertad de expresión: lo que defienden es la potestad absoluta que pretenden sobre ésta. Por eso aparece la intolerancia: exigen ser “consultados”, acusan de “violación a sus derechos”, hasta casi ordenan la derogación de dos artículos (que no les conviene); es decir, si de libertad de expresión se trata, no les interesa la expresión popular sino, exclusivamente, la suya; por eso exigen una “consulta” que ya tiene sentencia: si no se hace lo que exigen, resulta “violación a la libertad de expresión”.
Demandan la anulación de dos artículos que les incomoda, es decir: está bien estar contra el racismo, siempre y cuando se tenga carta blanca para decir lo que se quiera (o haciendo decir a otros lo que se piensa). El racista opina, precisamente, de ese modo, por eso nunca se confiesa: su confirmación necesita de la negación retórica de sus actos.
Una sociedad es racista no porque un desequilibrado profiera insultos en una radio, un periódico o un canal de televisión (quien se delata no es tan peligroso como se cree) sino porque está estructurada y atravesada política, económica y culturalmente, por el racismo. Si la propia clasificación social es, previamente, una clasificación racista, entonces hablamos de una naturalización de la dominación; que estructura las relaciones de poder como relaciones racistas de dominación. La naturalización de éstas es lo que produce su invisibilización; cuando las jerarquías sociales contienen clasificación racial, entonces parece “natural” esa distribución social. Si el precio del ascenso social es el desprecio (aunque sea disimulado) al supuesto “inferior”, lo que se evidencia, aunque nos duela en el alma, es el fundamento racista de nuestra propia subjetividad.
Hechos aparentemente inocentes nos muestran esto: teñirse el pelo no es un acto cosmético sino ético (como auto-negación), porque si el patrón de belleza que adopto no se corresponde a mi constitución biológica (que tiene su propia expresión cultural que no admito), entonces esa adopción se convierte en una negación de lo que, en definitiva, soy. Cosa curiosa, cuanto más oscuro es el cabello, más posibilidades de desarrollar las cualidades que hacen a un cabello sano (brillo, volumen, consistencia, etc.); pero si por mudar de color (siempre a más claro) debo quemarlo, lo que quemo, en última instancia, es la vida del cabello; es decir, por “verme bien” (según el patrón adoptado) mato algo en mí. La constante es cruel: para afirmar el patrón estético dominante (moderno-occidental) debo negar lo que soy (si lo que soy no se corresponde con lo “superior” entonces, por definición, soy “inferior”).
Una adopción estética no es inocente; es más, si el precio de esa adopción es mi negación, entonces mi apuesta no me honra sino me degrada. En este caso, el precio del racismo es la negación de la propia persona. Por eso el precio de la ignorancia es siempre la muerte, es el caso de nuestro ejemplo: para quemar el color del cabello no sólo quemo éste sino también neuronas cerebrales, porque los químicos que aplico atraviesan el cuero cabelludo, que es por donde respira el cerebro.
Para aceptar como “natural” esa cosmetología, debo aceptar como “mejor y más bueno” (“verse moderna”) el patrón estético que la sostiene (blanqueamiento como sinónimo de perfeccionamiento). En eso consiste el racismo: en la naturalización de las diferencias fenotípicas como superior e inferior; todo aquello que no coincide con el patrón blanco-moderno-occidental (euro-gringo-centrismo) es inferiorizado. Como consecuencia, el “verse bien” posee contenido moral, así como el “verse mal”; bien y mal quedan estetizados: el “bien” es blanco, el “mal” es negro. Se trata de una moral inmoral. Porque la imagen del “bien” le otorga legitimidad a la estética blanca (sinónimo de “pureza”); en cambio, toda otra estética es negada como “inferior”. Por eso se adopta lo blanco como “modelo de belleza” porque, previamente, lo que no es blanco, ha sido naturalizado como inferior, siendo su única “salvación” parecerse, lo más posible, a lo “superior, perfecto y bueno”. Por eso el racismo reordena a la humanidad a su imagen y semejanza. Ya no está hecho el ser humano a imagen y semejanza de Dios sino al contrario: Dios (lo infinito espiritual) tiene ahora hasta color; se parece a Santa Claus, es decir, un viejito ario, rubio y de ojos azules. El mismo Jesús, quien era semita (es decir, no era ario), es blanqueado para, de ese modo, “limpiar” su procedencia.
Ahora bien, ¿no tiene la comunicación actual el paradigma del lenguaje de la imagen? La imagen domina la televisión, la prensa y hasta la radio; por eso el lenguaje se va reduciendo a mero apéndice de la imagología dominante de los medios. Pero si el lenguaje mismo de la imagen se halla contaminado de racismo implícito, entonces se entiende la reacción de los medios. Su reacción no es impensada o accidental, fruto de la susceptibilidad o de la sospecha; es coherente con sus más hondos prejuicios. En eso son visionarios: si la discriminación y el racismo son combatidos legalmente, su accionar ya no puede ser omnímodo e impune. Su aparente inocencia queda descubierta como lo que es: operadores ideológicos de la naturalización de las relaciones de dominación.
Por eso la pregunta no es retórica. Es la pregunta que debe, siendo consecuentes, formulársele a una componenda mediático-periodística: ¿es el racismo “libertad de expresión”? La libertad también puede definirse en contra de ella misma; es cuando prescinde de toda referencia anterior y pretende fundarse a sí misma, en consecuencia, la libertad mía se opone a la libertad ajena. Esta aporía es insoluble; en la que se cae cuando se defiende la libertad por la libertad. Eso hace el díscolo.
Lo que define a la libertad es la responsabilidad; por eso la libertad no es un principio metafísico sino autoconciencia de la finitud humana. Somos libres porque somos finitos; por eso hay decisión, porque la libertad consiste en elegir, y uno elige porque la existencia no es infinita. Por eso, las verdaderas elecciones, no consisten en elegir esto o aquello, sino en elegir la posibilidad misma de toda elección, esto es, la vida. Si niego la vida del otro, niego la vida, porque ésta no se reduce a mi vida sino a la vida de todos. Por eso la libertad no se define metafísicamente sino políticamente. Expando mi libertad cuando trasciendo mi propio yo: las necesidades materiales de mi prójimo son necesidades espirituales para mí. Soy libre en la medida en que me hago responsable. Sin responsabilidad, mi libertad es pura inercia, y todo lo que se encuentra en su camino resulta un obstáculo o distorsión de su espontáneo desplazamiento. Esta concepción física de la libertad, llevada al ámbito humano, tiene consecuencias desastrosas. De ese modo se comporta el capricho pueril del mimado, que sólo está dispuesto a escuchar a los demás, si confirman su propio parecer. Si se pone a sí mismo como criterio absoluto de todo dictamen, entonces se entiende su oposición a toda regulación exterior (toda moral queda reducida a su moral). Quiere tener la potestad de juzgar, pero que no le juzgue nadie. Lo que no ve o no quiere ver es que su accionar tiene consecuencias públicas, y eso no puede evaluarlo él mismo, porque los afectados son también otros.
Las objeciones periodísticas que se escuchan, se escudan en la preservación de sus fuentes de trabajo; aunque la ley sólo estipule en casos extremos el cierre de medios, además de acuerdo a una normativa posterior (de consenso democrático, donde no sólo los periodistas sean los interlocutores sino la población en su conjunto). Pero esta objeción, si somos coherentes con una lucha contra toda forma de racismo y discriminación (que los periodistas alegan no estar en contra), no es legítima. Un ejemplo: si todos estamos en contra de las armas, ello supone eliminar su fabricación, lo cual conduce, inevitablemente, a la eliminación de empleos.
En el fondo se trata de la dignificación del empleo. No todo empleo es digno, por lo tanto, si no apuesto a su dignificación, su defensa es sinónimo de intransigencia. Ésta no es legítima, porque acabaría afirmando: estoy en contra del racismo, siempre y cuando no afecte a mis intereses; lo cual solapadamente quiere decir: soy capaz de tolerar el racismo porque no me afecta, es más, saco provecho de ello. Esa parece ser la bandera sarcástica de los humoristas que, ingenuamente, se brindan como escudo melodramático de los medios. Si el humor sólo sirve para burlarnos de otros, entonces el humor nos degrada; cuando un prejuicio es sañudo, los chistes se hacen venenosos, incluso para el que los profiere. Una cesación del racismo debiera ser un reto positivo para el humor boliviano, pues no hay nada más imaginativo que hacer del humor un acto pedagógico. De lo contrario, hasta con chistes, los medios preparan a una sociedad discriminadora, activando su descontento en explosiones de odio, despertando el racismo centenario que prescribe su subconsciente a la hora del insulto: “indio de mierda”.
En ese sentido, la “auto-regulación”, es un despropósito. Porque esto no significa otra cosa que auto-justificación. Uno no puede evaluarse a sí mismo si sus acciones van más allá de uno. Porque si de autocrítica hablamos, ésta es propia de un ser moral, autónomo, es decir, de alguien que responde por sus actos ante sí y ante los demás. Por eso la moralidad no es algo que abandono después que cierro la puerta de mi dormitorio; es algo que llevo y que me expone ante los demás como un ser responsable. Cuando los periodistas cuestionan todo intento de regulación pública de su actividad, actúan como los políticos y, de ese modo, inconscientemente, consagran la inmoralidad que tanto critican.
Por eso hasta el lenguaje degenera en los medios. Cuando ya no hay ética en el oficio, ninguna renuncia concedo de parte mía, ni siquiera por el bien común; si antes no garantizo mis intereses, el interés de los demás no me interesa, defiendo lo mío aunque vaya en contra del resto. Con el episodio de la tortura a un conscripto, ni los periodistas y menos los medios, son capaces de reflexión. Ellos mismos propician un debate sobre la obligatoriedad del servicio militar; es decir, se requiere una medida drástica ante semejante hecho, lo cual, inevitablemente, pone en entredicho la función misma de las fuerzas armadas. Pero esa misma argumentación ya no la usan los medios para sí mismos, aunque sirva también para el proceder de ellos. Extrañamente, no están dispuestos a medirse, ellos mismos, con la misma vara que miden a los demás.
Veamos un hecho: la masacre de campesinos en Pando. El 11 de septiembre de 2008, en medio todavía de la persecución y la masacre, los medios montaron, unánimemente, la retórica del “enfrentamiento”. Todos los titulares, de modo premeditado, sentenciaron el hecho. Ese sorprendente acuerdo tácito no dejó lugar a dudas. El “enfrentamiento” (que nunca fue “supuesto”, como el terrorismo que aun encubren como “supuesto”) nos colocaba en una situación moral o, más bien, inmoral: era un “enfrentamiento entre buenos y malos”. Si los analistas (invento mediático) pregonan que nada es o negro o blanco, que los matices cuentan; aquel día el acuerdo fue absoluto, sin matices que valgan. La retórica del “enfrentamiento” excusaba todo exceso; por eso las palabras del prefecto de Pando (amplificada por los medios), podían ser consentidas y hasta aplaudidas: se trataba de una apología del genocidio (por eso a los asesinos les llamaba “mártires”). El “enfrentamiento” servía para eso: se trataba de un guión que no sólo lavaba culpas sino –y esto es lo peor– nos convertía, a todos, en cómplices de un hecho flagrante. Admitir el “enfrentamiento” era admitir que aquel genocidio fue una “defensa”.
Hay químicos que limpian las manchas de sangre, pero no hay nada que limpie la conciencia del asesinato. Pero los medios creen que eso es posible. Por eso inventan figuras que devuelven la inocencia al culpable. El montaje espectacular de aquel 11, es sólo comparable al montaje de aquel otro 11 de septiembre, de 2001. Ambos realizan una demolición planificada. Lo que se demuele, en definitiva, son las coordenadas del bien y del mal: si el verdugo es la víctima y la víctima el verdugo, entonces nos hallamos ante una inmoralidad. Si, frente a ello, el público no tiene criterios para enfrentar semejante situación, entonces, lo que viene, es la descomposición social. Por eso no es rara la mezcolanza obscena que los noticieros prodigan sin asco (y hasta con auspicios apetitosos): el genocidio es seguido por un circo y la masacre es precedida por LG, “life is good”. Esta descomposición produce también contaminación; pero no se trata del medio ambiente sino de nuestra propia conciencia. Cuando esto se socializa, nos revuelve una paradoja: en la era de las comunicaciones, ésta es cada vez menos posible.
La comunicación no es un algo dado sino algo que se produce. Si se merma la posibilidad de esa producción, aparecen los síntomas de esa paradoja: el diálogo va desapareciendo de la convivencia humana y, con él, la propia convivencia. Entonces la política tampoco es posible; su única posibilidad es la guerra. Lo cual es ya común cuando la política es cooptada por los medios. Cuando los actores, en medio de algún conflicto, acuden a los medios, es cuando estos reducen todo a su lógica: no median nada sino, al contrario, imposibilitan cualquier mediación. Porque los criterios que guían el accionar mediático son mercadotécnicos y, dentro de ellos, lo que importa es el espectáculo; la verdad, el sujeto y la realidad son desplazados por exigencias comerciales. El formato de las telenovelas pasa a ser el formato noticiero, dejando al público en un permanente estado de tensión, sumido en la incertidumbre, pronunciando aquello que, de uno u otro modo, resulta una trampa que montan los propios medios: “ya no hay a quién creerle”. Quien dice esto ya no cree pero, curiosamente, cree en aquel que le ha inducido a no creer en nadie: los medios. Es decir, la incredulidad reinante es la más crédula afirmación de un público que le otorga, inocentemente, a los medios, la autoridad sobre sus creencias.
La nueva religiosidad que inaugura la globalización ya no necesita iglesias. Sus nuevos templos son los medios, adonde concurren los feligreses, cada día, para saber qué comer, qué vestir y, lo más grave, qué opinar. El periodismo aparece como el nuevo sacerdocio del mercado global, donde las grandes cadenas y los monopolios mediáticos cotizan en su propia bolsa de valores: el rating. Este índice le sirve al mercado global para reproducirse al infinito, a costa siempre de lo finito: el ser humano y la naturaleza.
Los medios no toleran regulación alguna, porque actúan según el mercado: éste no tolera ningún Estado (salvo el que le sirve) porque no tolera regulación ni ley, salvo la suya: ésta dictamina que todo es mercancía, que nada es verdad ni moral ni ético, tampoco justo o sagrado, que todo es ofertable, vendible; por eso, la única libertad radica en la libertad de vender y venderse. Esta libertad escupe su grito a los cielos cuando se pretende nacionalizar la riqueza o cuando se propone el respeto a la naturaleza; porque si no todo es vendible, entonces se puede poner límites al mercado. Es cuando los medios decretan el estado de excepción.
El 2002 el golpe a Hugo Chávez fue mediático. El 2008, el golpe cívico-prefectural tuvo, en los medios, el lugar de articulación y emanación del racismo citadino. Esto es posible porque la sociedad boliviana es constitutivamente racista; su carácter colonial no es sólo institucional sino subjetivo y aparece cuando se encienden los dispositivos que despiertan sus más hondos prejuicios. La nueva colonización opera de modo sofisticado y tiene, a los medios, como a los ejecutores de una nueva invasión: ya no se trata de la conquista física sino espiritual. Los bombardeos son, ahora, mediáticos y ocurren todos los días y en todos los ámbitos de la convivencia humana. En las actuales “guerras de cuarta generación”, los medios ocupan un lugar fundamental, provocando derrumbes de procesos democráticos, para garantizar la expansión del mercado global. El poder que cuentan no es sólo económico sino político y esto es, precisamente, lo que se denomina mediocracia.
Los medios se vuelven operadores políticos y, como tales, se otorgan, para sí, la potestad de la interpretación de los hechos políticos. Ya no se actúa como medio sino como un fin en sí mismo. La realidad se hace prescindible y, en consecuencia, la verdad innecesaria. Por eso la identidad entre realidad y hecho informativo es falsa, porque la noticia resultante es producto de una “composición” de la realidad; en la “edición” de la noticia es donde la realidad se construye a partir de prerrogativas ideológicas que, en el peor de los casos, cuando hay racismo de por medio, el resultante es lo que pasó el 11 de septiembre de 2008: una masacre.
La asonada mediática fue preparando, sistemáticamente, la figura del “enfrentamiento”; configurando estereotipos que despertaron hondos prejuicios afincados en una subjetividad citadina, maleducada y deformada, no sólo por una educación discriminadora sino por la presencia cuasi omnímoda que operan los medios sobre la sociedad. La naturalización de las relaciones racistas de dominación son activadas, por lo general, mediante dispositivos que encienden la disponibilidad del público a agredir a su prójimo, sin remordimiento alguno; porque el racismo opera precisamente para otorgarle inocencia al agresor: si se trata de un indio, se trata de una llama. Por eso el “enfrentamiento” era lo inmoral por antonomasia: el bando de los “buenos” eran “jóvenes”, “población pandina”, “autonomistas”, “cívicos” y hasta “mártires por la democracia y el IDH”; los “malos” eran “sicarios pagados por el gobierno”, “hordas masistas”, “collas”, “campesinos que venían a sembrar terror”, “indios armados hasta los dientes”. Bajo esta escenografía, la “defensa” estaba bendecida y merecía hasta la llegada del Cristo redentor. La memoria del asesino acudía a su pasado sacrificial y encontraba en las arengas de las cruzadas la razón que justificaba su sed de venganza ante el atrevimiento de la plebe. Nos hicieron tragar el “enfrentamiento” para decir amén a la “defensa”; sin siquiera preguntar lo más sensato: ¿qué clase de “defensa” persigue a los supuestos “malos” hasta acribillarlos abusivamente mientras escapan desesperados por un rio? Aquello arrojó una suma de muertes, perseguidos y desaparecidos que, más que una “defensa”, era una brutal ofensa.
Para los medios, la masacre no existió. Si ésta no existió, las víctimas tampoco existen, por tanto, Leopoldo Fernández está preso injustamente. Esta distorsión se hace argucia legal y reivindicación política del racista que tiene, en los medios, un espacio hasta familiar. Si la verdad es rehén de los medios, es decir, su propiedad privada, lo que aparece es un totalitarismo con cara de inocencia. Objetarle algo resulta ir contra la libertad de expresión; proponer una regulación es dictadura, plantear una ley es persecución política.
Pero la comunicación es un bien público y no puede ser patrimonio privado. No puede dejarse al lucro privado lo que es condición de la convivencia humana. Ante la objeción del derecho a la libertad de prensa (confundida con la libertad de expresión), la respuesta de la comunidad política no puede ser otra que la de afirmar un derecho anterior a cualquier “derecho” que puedan objetar los monopolios de la comunicación: el derecho a la verdad. Sin este derecho se abre la posibilidad de la demolición moral de la comunidad. La comunicación no puede ser un negocio, así como la verdad no puede ser mercantilizada. Otorgar el ejercicio de la comunicación a intereses privados, cuyo fin es el lucro, significa el suicidio de una comunidad. Por ello, la recuperación pública del ejercicio de la comunicación, forma parte de una política de nacionalización y de recuperación de la soberanía de un Estado.
Hay un curioso discurso del presidente Einsenhower, de enero de 1961: “La influencia total (de esta conjunción entre un inmenso aparato militar y la industria armamentista) en lo económico, político y hasta espiritual es percibida en cada ciudad, cada institución, cada oficina del gobierno federal. Tenemos que protegernos contra la invasión de influencias incorrectas, intencionadas o no, del complejo militar-industrial. No debemos nunca permitir que la fuerza de esta combinación ponga en peligro nuestra libertad o nuestro proceso democrático”.
Ahora sabemos que los norteamericanos perdieron esa batalla y, con ella, su libertad y su democracia; por eso acabaron siendo un público domesticado dispuesto a justificar las más grandes atrocidades de los afanes imperialistas de ese complejo militar-industrial que gobierna ese país. Allí se desarrollaron las ciencias de la comunicación o, más bien, ciencias de la manipulación, que no es más que la formalización cientificista de la propaganda ideológica que había producido el régimen nazi. Goebbels lo decía de este modo: “no nos interesa comunicar la verdad sino lograr un efecto”. El poder mediático consiste, de ese modo, en generar efectos premeditados; su propósito ya no es la verdad sino la negación de ésta, como solía repetir ese ministro de propaganda e información nazi: “una verdad debe construirse a base de mentiras”. En el reino de la mentira se produce el monopolio de las comunicaciones; las grandes cadenas de información ya no informan; su propósito es otro: la humanidad, el planeta y la naturaleza, son sólo la escenografía de un apetito que se expande a todos los rincones del mundo: el mercado global o imperio del capital.
El poder mediático influye en casi todos los ámbitos de la existencia humana; coloniza nuestras conciencias generando una nueva religiosidad: la idolatría del mercado. El público es amaestrado según las necesidades del mercado; es decir, ya no es sujeto de decisiones sino objeto de las decisiones de este nuevo ídolo, que reclama un nuevo holocausto, para así tener libre acceso a todos los recursos planetarios. Por eso le otorga poder a los medios, con la garantía, además, de Estados irresponsables. Aparece un nuevo poder: la mediocracia. Este poder es político y operador idóneo que usa el imperio para desestabilizar procesos democráticos. Actuaron como operadores políticos de una estrategia bélica de recaptura del poder el 2008; y son quienes preparan la masacre, preparando a los verdugos de aquel genocidio. Por eso el 11 de septiembre la invención del “enfrentamiento” no buscaba describir nada sino confirmar su credo: los indios alzados merecían un escarmiento.
Si toda información consiste en la mentira, la calumnia, el chisme, la burla, entonces la información ya no informa ni comunica la realidad, sino la desfigura, la manipula y la deforma. Una regulación de medios es necesaria incluso para bien del propio ejercicio periodístico. Una historia: una creyente confiesa haber pecado de calumnia, busca el perdón. Su confesor le dice: cuando despiertes sube a la terraza de tu casa y lleva contigo una almohada de plumas, destrózala y esparce las plumas al aire. Ella lo hace y regresa, preguntando: ¿estoy ahora perdonada? La respuesta es: todavía no. Ahora debes volver y recoger todas las plumas y rellenar de nuevo la almohada. Pero eso es imposible, replica. Exactamente, dice el confesor. Es imposible remediar aquello. La calumnia es como las plumas que esparciste, no podrás deshacer aquello.
Un analista de Panamericana, en referencia a la ley que está por aprobarse, decía: no soy de izquierda ni de derecha, soy católico y creo que con esta ley sólo nos resta acudir a Dios. Parece que este analista no lee su Biblia. Si el “no mentiras” es un principio de nuestra constitución, también lo es del decálogo. Y lo que hicieron y hacen los medios, continuamente, es mentir cínicamente. Ese analista habla, por supuesto, para quienes, como él, no creen en la igualdad humana. Los Salmos, llaman a estos, impíos: “No tienen parte en las humanas aflicciones y no son atribulados como los otros hombres. Por eso la soberbia los ciñe como collar y los cubre la violencia como vestido. Ponen su boca en el cielo y su lengua se agita por la tierra. Por eso el pueblo se vuelve tras ellos. Helos ahí son impíos, pero tranquilos constantemente aumentan su fortuna” (73:3-12). ¿Qué dice el Eclesiástico?: “El rico hace injusticias y se gloría de ello; el pobre recibe una injusticia y debe pedir perdón. Si el rico habla, todos le aplauden; aunque diga necedades le dan la razón. Pero si el pobre habla, le insultan, habla con moderación y nadie le reconoce. Habla el rico y todos callan. Pero habla el pobre y dicen: ¿quién es éste? Y si dice algo más, todos se le echan encima” (4:29).
No es raro que la comisión episcopal se oponga a la ley anti-racismo; pero si nos oponemos a ella, ¿qué hacemos con los principios cristianos? Lo que se nos pide es romperlos. Sólo nos resta decirles, lo que decía otro masacrado: “perdónalos Señor porque no saben lo que dicen”. La masacre continúa cada día que nos roban el derecho a la verdad. Las víctimas son doblemente asesinadas y nosotros, al consentir aquello, nos hacemos cómplices de esa ejecución continua. Hay que señalar: no se puede hacer desaparecer a los medios, ni al periodismo, pero tampoco se les puede otorgar una libertad de acción irrestricta, impune e inmune a toda legislación pública. Recordemos: “No debemos permitir que la fuerza de esta combinación ponga en peligro nuestra libertad o nuestro proceso democrático”. La comunicación es un bien público y no puede ser privatizado y menos monopolizado por el lucro. Recuperarlo no es desprivatizarlo sino nacionalizarlo (porque no es patrimonio privado sino público). Nacionalizar el ámbito de los medios significa devolverles su propósito original: servir a su propia comunidad, promoviendo la educación y el desarrollo cultural y nacional de la comunidad que les dio origen y a la que se deben.
Rafael Bautista S. es autor de “LA MASACRE NO SERÁ TRASNMITIDA: EL PAPEL DE LOS MEDIOS EN LA MASACRE DE PANDO” rafaelcorso@yahoo.com
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From: albi |
Sent: 26/05/2013 18:06 |
Entrevista al periodista Pascual Serrano
“Quienes garanticen la independencia de los medios de comunicación deben ser los ciudadanos y no el dinero”
eldiario.es
En 1964 la ciudad de Valencia vió nacer a un periodista de los que nadan a contra corriente y que deciden correr con el viento de frente en vez de a favor. Pascual Serrano es un hombre convencido de que el único modo de derrumbar una casa en ruinas y construir una nueva es cambiar los pilares. Y si la casa es la propia, es posible que haya que tirar piedras contra el propio tejado.
Serrano es un periodista crítico con los medios de comunicación. Así lo refleja en el su último libro 'Periodismo Canalla' en el que repasa la situación del sector y señala que la crisis no es tanto de los periodistas como de los medios de comunicación.
Pregunta: ¿Qué entiende usted por “periodismo canalla”?
Respuesta: Periodismo Canalla pretende referirse a todas las circunstancias que hay entorno al periodismo que favorecen el convertir el resultado en algo precisamente canalla. En el propio subtítulo del libro queda claro que lo que convierte el periodismo en algo canalla no es otra cosa que las empresas de comunicación.
P: ¿Qué es lo que se hace mal desde los medios?
R: En otros libros he intentado explicar los métodos de trabajo, algunos ideológicos y otros estructurales con los que se desinformaba, pero en este libro, no trato tanto qué es lo que hacen mal los periodistas, sino qué miseria hay entorno a los medios de comunicación, a la economía de mercado, a los directivos… es decir, trato de explicar cómo, según mi opinión, el principal enemigo del periodismo y de la información son las empresas de comunicación.
P: Habla de que más que informar, se desinforma… ¿esa desinformación a qué se debe?
R: Se debe a dos razones: la primera, la del formato que no permite informar, por la brevedad, por la inmediatez, por la necesidad de ser el primero en contar la noticia. Se quiere ser espectacular, frívolo y morboso, y todo esto impide un contexto adecuado para explicar el mundo. En segundo lugar, están los motivos ideológicos, claro, la línea editorial de cada periódico que por su puesto nunca va en contra de la fuente de sus ingresos.
P: ¿Y qué es lo que manda entonces? ¿La publicidad?
R: Hasta ahora mandaba primero el capital, es decir, quiénes eran los dueños de las empresas de comunicación. Después obviamente los anunciantes. ¿Qué es lo que sucede ahora? Que las dos cosas se van al pairo. Ya no son rentables los grandes medios de comunicación, el capital es meramente especulativo y a los accionistas ya no les interesan los medios y a los anunciantes tampoco. Pretenden hacernos creer que hay una crisis en los medios, pero yo trato de demostrar que no, que la crisis está en un modelo por el cual pretenden hacerse ricos.
P: ¿Y los grupos políticos? ¿También marcan la hoja de ruta de los medios?
R: Los políticos hace mucho tiempo que no pintan tanto. Hace ya mucho tiempo que son los mercados quienes marcan la política y los medios. Siempre son los mercados, bien mediante sus accionistas o por vía de sus acreedores. En España, aunque aparentemente los bancos no sean dueños de los medios de comunicación, realmente sí están detrás de los hilos, porque aquí, todos deben mucho dinero a los bancos.
P: ¿Pero puede existir otro modelo de prensa que no tenga que depender de los ingresos publicitarios en estos tiempos que corren?
R: Ahora incluso mejor que en otros tiempos. A las pruebas me remito, hay un montón de proyectos nuevos que están surgiendo como alternativas a los grandes medios de comunicación. Los inversores necesitarían una gran cantidad de dinero proveniente de la publicad para seguir haciendo su negocio. Esto ahora no pasa, su negocio se está hundiendo y como alternativa, son muchos los periodistas que salen de estos grandes medios para juntarse, montar una cooperativa y se alojan por ejemplo en un portal en internet o en una publicación periódica escrita. Paradójicamente, el cierre de Público fue el detonante para que surgieran muchísimos experimentos periodísticos que aunque no todos funcionarán, creo que ahora es más viable crear un proyecto que dé de comer a diez periodistas, que no uno que sea rentable para los accionistas de la bolsa.
P: Hace poco, conocidos medios internacionales acusaban a la prensa española de ocultar deliberadamente la situación critica del país. De engañar a los ciudadanos. ¿Estas cosas pasan?
R: Totalmente de acuerdo. Es una mentira relativa, porque los medios ahora no quieren, o no pueden, engañarnos con el hecho de que existe una crisis, pero antes de 2008, ya era evidente que esa crisis se estaba fraguando, que estábamos metidos en una burbuja inmobiliaria absurda, que nuestros bancos no tenían ninguna garantía… Entonces todos estaban callados, y eso que los analistas son los mismos que ahora. ¿Por qué estaban callados? Porque ellos no forman parte del saqueo, forman parte de los saqueadores. Es una oligarquía financiera la que nos ha llevado a esta situación, y los medios forman parte de ese sistema. Ahora que la crisis no se puede ocultar, ¿cuál es la función de los grandes medios? Contarnos que no hay ninguna alternativa que no sea la de aceptar recortes, austeridad… y por supuesto asumir la necesidad de salvar a los bancos.
P: ¿Y los ciudadanos, se dejan engañar? ¿O le ven las orejas al lobo?
R: Yo cada día me levanto con una impresión diferente. Cuando veo que el partido más votado a día de hoy seguiría siendo el PP no puedo evitar pensar que sí que se dejan engañar, pero creo que poco a poco va cambiando. Los ciudadanos no se van creyendo a los medios de comunicación. Desde los periódicos nos intentan convencer de que ya no les compran por culpa de internet, pero tampoco les compran porque no se creen nada de lo que cuentan y no están aportando ninguna información valiosa. Los ciudadanos ya no se fían de los medios y se van inmunizando ante ellos. Lo que nos corresponde ahora a los que apostamos por un modelo alternativo es dar otras claves de comportamiento desde los medios. Una de las más importantes es precisamente, que los nuevos proyectos necesitan el apoyo de los ciudadanos. Ahora hay que convencer a los ciudadanos de que con este periodismo participativo, no les van a regalar una cubertería o un DVD los fines de semana y no sólo eso, sino que además incluso hay que pagarlos, porque para existir, necesitan su apoyo. Los ciudadanos tienen que entender que hay que apoyar estas nuevas propuestas que no quieren vivir de bancos ni accionistas.
P: ¿Este modelo de desinformación tiene vuelta atrás? ¿Por dónde hay que empezar para cambiar esto? ¿Precisamente por esta concienciación?
R: Nunca hay una vuelta atrás. Cambian los escenarios y nos tenemos que reubicar. Internet ha cambiado todo el panorama, en algunos casos bien, en otros mal y en otros regular. Para empezar, como digo, hay que entender que el negocio ya no es rentable, lo cual no es ningún motivo de preocupación. Ahora con todo esto, debemos empezar a consolidar este nuevo paradigma del periodismo que promueve que los que gestionen los medios ya no sean los anunciantes ni accionistas sino los propios periodistas, y que quienes garanticen la independencia de esos medios sean los ciudadanos y no el dinero. Es la única salida que veo. Los ciudadanos tiene que entender ahora que el periodismo necesita su apoyo, pero deben empezar a exigir un tipo de periodismo más profundo, más contextualizado, y no el frio, rápido, inmediato y breve.
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From: albi |
Sent: 26/05/2013 18:07 |
La causa de todos
Cubarte
Esta noche el Ballet Nacional de Cuba llevará a cabo una función especial en solidaridad con los Cinco. Será una manifestación más del compromiso de Alicia Alonso con una causa que es y debe ser asumida como propia por todos los cubanos. Pero también será un ejemplo porque solo lograremos vencer en esta batalla si somos capaces de librarla con creatividad, aportando cada uno lo que cada cual pueda aportar.
Cada institución de nuestra sociedad civil, cada uno de nosotros, debe plantearse qué debe y puede hacer para alcanzar la liberación de nuestros compañeros y, además, debe precisar cómo hacerlo y definir los mejores métodos y las acciones más eficaces.
Permítanme hacer algunas reflexiones, con el ruego de que las tomen en cuenta a la hora de aplicar la resolución aprobada por la Unión de Historiadores en su reciente Congreso Nacional.
La memoria de los pueblos es terreno donde se libra una batalla decisiva en el mundo contemporáneo. A ella dedica el Imperio colosales recursos financieros y materiales, incluyendo los de tecnologías que transforman a increíble velocidad la comunicación entre las personas.
Hace medio siglo, cuando la mayoría de esas nuevas tecnologías eran aún desconocidas, Zbigniew Brzezinski anticipaba que tendrían por función “manipular los sentimientos y controlar la razón”. Mucho antes, C. Wright Mills había denunciado la “robotización” del ser humano víctima de la banalidad embrutecedora de los grandes medios de comunicación.
En el contexto de ese fenómeno de alcance universal, la lucha de Cuba por su independencia y, como parte de ella, la batalla por los Cinco adquiere una complejidad adicional que exige rigor en el pensar y verdadero compromiso en la conducta.
El terrorismo promovido por Washington contra Cuba y su pueblo comenzó en 1959 antes que ustedes fueran historiadores, antes que hubieran nacido la mayoría de los aquí presentes y nunca dejó de existir a lo largo de más de cincuenta años. Fueron sus víctimas muchos cubanos, en nuestros campos y ciudades, en la Capital y en remotos rincones del país, pero también lo fueron nuestros pescadores y marinos en alta mar, y los tripulantes y pasajeros de nuestros aviones cerca y lejos de la Isla, y los diplomáticos y otros representantes de Cuba en el exterior. En los años 90 del pasado siglo hubo una serie de actos y atentados terroristas asociados a la actividad turística porque en esos momentos, en la peor etapa del período especial, el turismo internacional pasó a ser un instrumento clave de nuestra economía.
¿Por qué detuvieron a los Cinco? Porque, debido a factores y circunstancias que no habría tiempo para analizar ahora, existió entonces la posibilidad de que las autoridades norteamericanas hubieran sido capaces de actuar contra los criminales.
¿Cuál es el sentido principal del proceso llevado a cabo contra nuestros compañeros? La respuesta es muy sencilla y a la vez tiene una importancia vital para las cubanas y cubanos, para todos, incluyendo los que aún están por nacer: el gobierno de Estados Unidos decidió colocarse, abierta y formalmente del lado de los terroristas, protegerlos y defenderlos a contrapelo del Derecho Internacional y de lo que dicen sus propias leyes.
No exagero un ápice. Lo que acabo de afirmar lo dijo el gobierno de Estados Unidos en la acusación oficial que presentó contra los Cinco, lo reiteró la Fiscalía desde el primer día y lo repitió hasta el final del juicio, lo expresó con claridad la propia jueza al dictar las injustas e irracionales sentencias. Todo está escrito en documentos oficiales, y puede ser leído por quien visite el sitio de la Corte Federal del Distrito Sur de la Florida y busque el caso titulado “Estados Unidos contra Gerardo Hernández y otros”, algo que seguramente harán historiadores futuros.
Pero, ¿cuántos norteamericanos lo saben? Las personas comunes y corrientes se enteran de lo que sucede dentro de la sala de un tribunal por lo que al respecto digan la prensa escrita, radial y televisiva. Basta entonces con controlar esos medios, asegurarse que solo dirán lo que el Gobierno quiera, para garantizar las peores condenas determinadas ya de antemano.
Para colmo, en este caso los medios han sido instrumentos decisivos para castigar a nuestros compañeros. Por una parte han impuesto la más férrea censura para entorpecer y debilitar un movimiento de solidaridad que sólo crecerá y será poderoso cuando el caso sea conocido por muchos millones de personas en Estados Unidos. Por otra parte los medios locales de Miami, pagados y dirigidos por el Gobierno, crearon un ambiente de violencia y odio para garantizar las condenas y las más desmesuradas sentencias.
Este es un aspecto fundamental de las apelaciones extraordinarias sobre las que la Corte de Miami debe pronunciarse en cualquier momento, tema este que apenas reflejan los medios de prensa independientemente de sus características u orientación. Debo ser franco. No me refiero solo a los medios del enemigo. Este tema tampoco ocupa el espacio que debería tener en otros que se consideran progresistas.
Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René sacrificaron sus vidas por los demás, son un ejemplo de altruismo insuperable que forjaron aquí, en nuestra sociedad. Sus historias y las de sus familias pueden y deben ser fuente de inspiración en la formación de nuestros niños y jóvenes si somos capaces de transmitirlas con frescura y naturalidad, evadiendo la rutina y el formalismo.
Pero ¿qué hacer para cumplir cabalmente con el último párrafo de la Declaración aprobada en abril? ¿Cómo llegarles a los colegas y amigos dentro de la sociedad norteamericana?
Esa es la tarea clave, la más urgente, y requiere acciones eficaces, para explicar, convencer y sumar a otros todos los días. Ese es el desafío que debemos encarar con un trabajo sistemático al que nos convoca una obligación moral ineludible. Un trabajo de cuyos resultados no podremos sentirnos satisfechos hasta que todos ellos, los Cinco, sin que falte uno solo, estén completamente libres, en Cuba. La solución está en las manos del Presidente Obama quien puede y debe ponerlos en libertad inmediatamente y sin condiciones, a los Cinco, sin excluir a ninguno. Para conseguir tal cosa es indispensable que se lo pidan muchos millones de personas en Estados Unidos y para llegar a esas personas, persuadirlas y motivarlas, los intelectuales cubanos tienen una responsabilidad muy grande. Asumámosla. Y al concluir cada tarea respondamos la pregunta que, no lejos de aquí, repiten los niños de La Colmenita: “¿Y ahora qué más podemos hacer?”
* Texto leído en la Sesión Especial de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba. La Habana, 18 de mayo de 2013.
Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/la-causa-de-todos/24435.html
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From: albi |
Sent: 26/05/2013 18:21 |
El show del denunciante, la parodia de Alfonsin y las enseñanzas de Juliano
Cierta vez, Juliano, emperador de Roma, mandó a llamar a uno de sus gobernadores para que respondiese por delitos que se le imputaban. Este negó todos los cargos y no habló más. El fiscal Delfidio frente al emperador exclamó: `Pero Ilustre César, si basta negar, ¿dónde habrá en adelante un culpable?’. Juliano lo miró sin inmutarse y expresó: `Pero Delfidio, si basta con acusar, ¿dónde habrá en adelante un inocente?’ (1) La anécdota del emperador Juliano, el Apóstata, es del siglo IV; sin embargo, sería saludable que algunos referentes del periodismo local sacaran provecho de sus enseñanzas. Lo que acontece en la Argentina actual es un claro contraste con el proceder racional que se requiere en estas cuestiones; donde buena parte del “periodismo independiente”, en aras de defender los intereses de los grandes grupos mediáticos, han salido a desparramar sospechas -la mayoría de ellas sin sustento- no solo contra funcionarios del gobierno actual, sino contra periodistas (ej. Víctor H. Morales), actores (Federico Lupi), luchadores sociales (Susana Trimarco) y todo aquel que simpatice o apruebe públicamente la política gubernamental. Nada de malo habría si los denunciantes aportaran pruebas sólidas para la investigación de los hechos; el problema radica en que se vierten acusaciones infundadas (esto es, sin el más mínimo elemento probatorio) con el solo propósito de corroer la imagen de un gobierno (y de paso la de sus simpatizantes más afamados) que osó atentar contra los intereses de los grupos mediáticos dominantes. Es paradójico observar como estos representantes del periodismo independiente no han realizado una sola investigación -por el contrario, guardaron un silencio revelador- ante hechos claramente documentados y con pruebas más que fehacientes de los delitos cometidos contra el sistema de aporte jubilatorio de los trabajadores argentinos. Procederes que causaron un perjuicio que ronda en 133 millones de dólares y donde uno de los imputados directos es el Grupo Clarín. Tampoco se han encargado de desarrollar investigación alguna -en otra de las causas donde abundan los elementos de prueba- respecto de la apropiación indebida de acciones de la empresa Papel Prensa. Quizá porque el mismo grupo en cuestión aparece involucrado en los mencionados hechos. Son los mismos periodistas que ante las sospechas de fuga de divisas del contratante de sus servicios (Grupo Clarín) miran para otro lado buscando a quien acusar para instalar la sospecha en terreno ajeno. No estaría mal que denuncien si lo hiciesen de buena fe; lo malo es que lo hagan sin sustento y con el fin de desdibujar la imagen de un gobierno por ponerle un freno a sus privilegios. No por casualidad, de la solidez de las causas por las cuales se encuentra procesado el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, jamás se habla en los programas de estos denunciadores a sueldo. Obviamente, el mismo Macri ya se encargó de anunciar que, de llegar al poder, suprimiría el Fútbol para Todos (restituyéndole a Clarín su negocio) y anularía la ley de medios. Lo concreto es que las denuncias sin fundamento no solo procuran instalar un clima de descreimiento generalizado, sino que, a su vez instalan, sobre “las mentes ciudadanas”, la sensación de que en este país nunca pasa nada. Y es lógico que no pase, si la altisonante denuncia no se sostiene con pruebas. Entonces después, apelan al viejo artilugio: “revertir la carga de la prueba”. De modo tal que, cuando los medios denuncian, el denunciado debe aportar elementos para reputarse inocente. La lógica constitucional nos enseña lo contrario; pero para los medios, la constitución solo se tiene en cuenta cuando coincide con sus intereses. Así, vemos como “los moralizadores de turno” -es decir, los que se encargan de la moral ajena, sin reparar en la propia- no tienen pruritos en deformar la realidad y fomentar el desánimo en una franja de nuestro pueblo. No se ocupan de su “ser moral”, esto es, de sus propios deberes u obligaciones, ya que para ellos todo está permitido. Y, como todo está permitido, denuncian mediáticamente lo que quieren; porque conocen la vieja expresión de Honore de Balzac: “La gente termina siempre por condenar a los que acusa”. Así, por ejemplo, se acusó al Vicepresidente Amado Boudou de tráfico de influencia (Ciccone Calcográfica) sobre la base de un supuesto contrato de locación que no tiene relación directa con la causa. Y que de no aparecer algún elemento probatorio (que por el momento no se ha ofrecido) que corrobore la mentada denuncia quedará, como es obvio, en la nada. Sin embargo, el propósito ya fue alcanzado, concretamente, dejar fuera de carrera -en virtud de la sospecha- al mencionado vicepresidente para una presunta sucesión. Por otro lado, el denunciante profesional, cada vez más ridículo, Jorge Lanata (vale recordarlo, otrora denunciante contra Clarín, ahora denunciante del Grupo) lo acusó recientemente de viajar a Carmelo (Uruguay) sin pasar por migraciones. Comenzó su “show periodístico” televisivo diciendo: “Atención Tribunales, viajó Boudou. Atención a la Justicia que está investigando a Boudou: por favor pregunten el viernes pasado entre las 11 y las 14 hs a donde fue Amado. Sabemos que fue a Carmelo y con dos bolsos”. Como si llevar dos bolsos es sinónimo de delito. Denuncias tan absurdas ya son una ofensa a la inteligencia de sus televidentes; sin embargo, algunos de ellos todavía lo siguen con atención. Pero no solo eso, “un dirigente” que aspira -y aspiró- a la presidencia de la Nación, haciéndose eco de la “denuncia”, comenzó su acto político portando un bolso en la mano y diciendo “acá un funcionario se lleva escuelas, hospitales y patrulleros”. Que la sonsera pueda ser contagiosa, es muy probable en ciertos y determinados casos; ahora que un aspirante a presidente de la república se preste a multiplicarla, ya es demasiado. Para peor, ni el denunciante “desinteresado”, ni Ricardo Alfonsín, se enteraron que el viernes pasado a la hora señalada, el Vicepresidente Boudou estaba en la Cámara de Senadores homenajeando al ex presidente de la República de Brasil, Luiz Inácio “Lula” Da Silva. Pero el show de las denuncias sigue su curso y no repara en manchar a todo lo que se le cruce, así se intentó “ensuciar” la labor de Susana Trimarco (madre de la joven secuestrada y obligada a prostituirse) en su lucha contra las trata de personas, aduciendo, el mismo Jorge Lanata, que no sabía que hacía con los fondos que recibe la fundación que la Sra. Trimarco dirige. Gracias al desempeño de dicha fundación se han rescatado 1200 mujeres cautivas que se hallaban reducidas a la condición de servidumbre. Quizá el periodista cuestione, off the record, la prohibición de la oferta sexual mediante avisos clasificados dispuesta por el gobierno; otrora interesante fuente de ingresos del Grupo para quien trabaja. Pero eso no le da derecho a proferir dichos que no se corresponden con la verdad; como cuando mendazmente sostuvo “que la casa de Susana Trimarco se la obsequió el gobernador de Tucumán”, infiriendo de ese modo, el porqué de su apoyo al gobierno nacional. Como vemos la lógica desarrollada por los medios de comunicación con la colaboración incondicional de “los periodistas independientes” (obviamente, a cambio de considerables sumas por sus servicios) ya alcanza altos ribetes de irracionalidad. Todo vale al momento de desprestigiar al gobierno; el mismo procedimiento que se utilizó en los 90 para desprestigiar al Estado y emprender con “el consentimiento” –manipulado, por cierto- de la población el proceso privatizador en la Argentina. Hoy el propósito es evitar que el gobierno aplique en su plenitud la ley de medios; ya que la oposición en alianza tácita con los Grupos Mediáticos Hegemónicos ha decidido retirarla de nuestra legislación en caso de llegar al poder. Basta recordar que la ley de medios audiovisuales fue aprobada a fines del 2009, mediante una sucesión de cautelares se fue demorando su entrada en vigor. La Corte Suprema de Justicia había dispuesto que el 7 de diciembre del 2012 vencía el plazo para la finalización de la medida cautelar. Habiendo determinado el Tribunal la constitucionalidad de la Ley, el Grupo Clarín apeló la sentencia ante la Cámara Federal en lo Civil y Comercial (curiosamente, la misma Cámara que consintió las cautelares) declaró la inconstitucionalidad de dos artículos en un fallo vergonzoso. Todavía falta que la Corte se expida al respecto. Mientras tanto los “mercenarios del periodismo”, eso sí, “absolutamente independientes”, apelan a toda clase de recursos, entre ellos las denuncias sin pruebas, para que el Gran Monopolio Argentino siga gozando de sus privilegios. (1) El Proceso Penal (María Carmiña) Blog del autor: http://epistemesxxi.blogspot.com.es/2013/05/el-show-del-denunciante-y-la-parodia-de.html
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Message 5 of 9 on the subject |
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From: albi |
Sent: 26/05/2013 22:47 |
y después de leer todo esto, parafraseando a Edgar Allan Poe :
"Todo lo que vemos , o creemos ver, no es más que un sueño dentro de otro sueño"
El sueño que nos enseñó a soñar la "GRAN" empresa mediática Argentina
CONSENTIDORA
de robos, estafas y holocaustos varios.
Amiga cercana de los grandes capitales agrarios e industriales,
de las variadas mafias que nos llevaron al default y del poder del norte. |
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From: Matilda |
Sent: 27/05/2013 23:06 |
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Message 7 of 9 on the subject |
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From: Matilda |
Sent: 27/05/2013 23:07 |
En madrugada del 23 de mayo la fuerza policial y de infantería de la provincia de Santiago del Estero, ingresaron ilegítimamente con más de 100 efectivos a Territorio de la comunidad Auqajkuna, sin exhibir la orden judicial correspondiente, con un operativo a cargo del oficial Sánchez de la comisaría 49, por directivas del Juez en juzgado del crimen segunda denominación Tarchini Saavedra, Ramón Antonio.Los policías y los infantes atacaron con balas de gomas y a golpes a los miembros de la Comunidad.El juez Tarchini Saavedra ordeno el desalojo desconociendo y violando los Derechos Humanos Fundamentales y los Derechos Colectivos de los Pueblos Originarios consagrados en la Constitución Nacional Art. 75 Inc. 17.En estos momentos topadoras están arrasando con el acampe de vigilia de los comuneros y con todo el bosque nativo.Más info: http://enotpo.blogspot.com.ar/2013/05... |
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Message 8 of 9 on the subject |
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From: Matilda |
Sent: 27/05/2013 23:35 |
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Message 9 of 9 on the subject |
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From: Matilda |
Sent: 27/05/2013 23:39 |
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