Con la caja repleta de dinero por el último rescate
europeo, el Gobierno griego se ha sentido lo bastante fuerte como para
cometer un abuso de poder del que es difícil encontrar precedentes en la
Europa democrática. En menos de un día, ha procedido al cierre por
decreto de la radio y televisión públicas del país (ERT). La secuencia
de acontecimientos ha sido fulgurante. A primera hora de la tarde del
martes, un periódico anunció que el Gobierno estaba estudiando tomar esa
medida, pero sin darla por hecho. Poco después, el portavoz del
Gobierno la confirmó y anunció que se iba a producir unas horas después,
a las doce de la noche. Una hora antes, y en mitad de la movilización
de los trabajadores de la cadena, la pantalla se fue a negro en sus
cinco canales (uno de ellos vía satélite y otro por cable).
Con las instalaciones ocupadas por los trabajadores, policías
antidisturbios se ocuparon de cerrar las transmisiones desde los
repetidores.
La cobertura legal de la medida es un
decreto que ni siquiera ha tenido que pasar por el Parlamento. Es una
medida unilateral del primer ministro Samaras y de su partido, el
conservador Nueva Democracia (sic). Los otros dos socios en el Gobierno
de coalición, el Pasok e Izquierda Democrática, han mostrado su
oposición, pero de momento no han podido hacer mucho más. Sus líderes
conocieron la noticia un día antes.
¿Qué sentido
tiene formar parte de un Gobierno en el que te enteras de repente de una
medida de tan amplio calado social? El cierre de ERT deja a ambos
partidos pequeños ante la tesitura de inclinar la cabeza o tumbar al
Gobierno. A ninguno de los dos les conviene la convocatoria de unas
elecciones anticipadas, pero si ahora transigen, se arriesgan en el
futuro no a un mal resultado electoral, sino a desaparecer, sobre todo
en el caso del Pasok.
Samaras ha pretendido solventar
la penosa impresión causada por el fracaso de la privatización de la
empresa pública de gas. Lo había apostado todo a las negociaciones con
el gigante Gazprom, una alternativa casi inviable de entrada porque ni
tenía garantías de que los rusos iban a querer participar en la subasta
ni las autoridades de competencia de la UE estaban por la labor de
autorizar su entrada en el accionariado para adquirir una posición de
control a cambio de 800 millones. Pero era su única idea y de momento ha
quedado en nada.
Todo partía de una imposición
europea tan contradictoria en sí misma como tantas otras medidas de la
eurozona. La troika exigía que Atenas recaudara 2.600 millones de euros
este año en un programa de privatizaciones. Al mismo tiempo se advertía a
Grecia que no debía malvender sus posesiones públicas.
La noticia habría originado otra sucesión de declaraciones de políticos
o analistas sobre la inviabilidad de todo el programa de rescate de
Grecia, precisamente ahora que el Gobierno de Samaras estaba extendiendo
entre sus compatriotas la idea de que había pasado lo peor y de que el
país, muy poco a poco, empezaba a enderezar el rumbo (¿les suena por
algo que hayan oído en España?). No es que las cifras confirmaran esa
impresión. Era sólo que un periodo de cierta calma social, que más bien
habría que llamar de agotamiento social, había permitido al Gobierno
sacar pecho y cambiar de mensaje propagandístico.
El
cierre por decreto y apagón preventivo y el despido inmediato de cerca
de 2.800 trabajadores eran una forma de enviar eso que se llama con
frecuencia un mensaje a los mercados, y fundamentalmente a Bruselas,
Berlín y Frankfurt. Casi desde su llegada al poder, los conservadores no
se habían atrevido a reducir el número de funcionarios como habían
prometido hacer (y debían despedir a 2.000 este verano), entre otras
cosas porque no se atrevían a tocar las redes clientelares con las que
Nueva Democracia y Pasok han engordado las nóminas de la Administración
desde hace décadas.
Denunciar este inaudito abuso de
poder no puede llevar a negar la evidencia. ERT era un organismo
sobredimensionado con una plantilla excesiva y una estructura creada con
criterios no profesionales. Para un país de 11 millones de habitantes,
tenía por ejemplo 19 emisoras regionales de radio, un caso bastante obvio de contratación inflada para complacer los deseos de los caciques de Nueva Democracia y el Pasok.
Necesitaba ser reducido con los inevitables despidos y con una
reestructuración se supone que basada en criterios racionales, no con el
gesto de soberbia de un Gobierno que pretendía borrar la impresión de
un fracaso anterior.
Es un gesto de humillación, uno
más en la larga lista que están sufriendo los griegos. Supone una
extraña forma de sacar a un país de la depresión económica.
Por cierto, el partido neonazi Amanecer Dorado fue el único que apoyó en la tarde del martes la medida del Gobierno de Samaras.