Publicado 13-06-2013
Infancia - juventud
Nació en Wadowice, Polonia, el 18 de mayo de 1920. Hijo de Karol y Emilia, era el menor de dos varones pero aun siendo el pequeño de la familia que siempre es el más mimado, su infancia no fue para nada fácil.
Perdió a su madre en 1929, a su hermano en 1932 y a su padre en 1941,
durante la ocupación alemana. Éste era oficial del ejército polaco,
quienes sufrieron un exterminio atroz tanto por parte nazi como
soviética sobreviviendo, al final de la guerra en 1945, un 10% de todos ellos. Solo en la localidad de Katyn exterminaron a 22.000 personas.
Siendo joven y hasta 1939, año en que estalla la II guerra mundial,
practicó el deporte con asiduidad en disciplinas como el atletismo y el
fútbol siendo también un magnífico alumno que cumplió con sus estudios
de una forma excelente. Por ello, se matriculó en la Universidad de
Cracovia, lo que no duró mucho ya que en septiembre de 1939, la Alemania nazi ordenaba cerrar todas las universidades de Polonia.
Karol, que contaba con 20 años de edad,
tuvo que trabajar en una cantera para no ser deportado a un campo de
reclusión, lo que evitó también en años posteriores al emplearse en una
fábrica de productos químicos. Mientras, dio el paso decisivo en su carrera al inscribirse en el seminario, que por supuesto era clandestino. Corría el año 1942 y la pena de muerte era el castigo para todos aquellos que estudiasen para ser sacerdotes, algo en lo que Wojtyla no dudó. Llegó incluso a estar fichado por la GESTAPO
al involucrarse en varias revueltas y protestas contra los ocupantes
nazis que, en 1945, abandonaron Polonia con el objetivo de defender la
capital del Reich, Berlín.
Carrera eclesiástica
Finalizada la contienda,
le ordenaron sacerdote en 1946 y dos años después ya era
Doctor en Teología, ejerciendo también tareas pastorales y enseñando a otros párrocos la materia en la que se había doctorado. Además, en
1958 Pío XII le nombra obispo auxiliar de la archidiócesis de Cracovia en lo que sería su primer puesto de importancia en la ascensión hasta sumo pontífice. Debido a su nuevo cargo,
participó en el Concilio Vaticano II donde defendió la libertad religiosa y comentó el ateísmo emergente, como el de la Unión Soviética que Wojtyla
conocía muy de cerca.
El mismo año que tuvo lugar el Concilio Vaticano II (1962),
Wojtyla fue nombrado arzobispo de Cracovia, y cinco años más tarde cardenal siendo uno de los más jóvenes en ostentar
la púrpura.
Tenía 47 años, lo que hacía indicar la fulgurante carrera que le
esperaba en la Curia de Roma (fue por aquel entonces cuando trabó
amistad con el también futuro papa, Joseph Ratzinger). Pero mucho antes
de lo imaginado, todas las apuestas se rompieron aquel 16 de octubre de
1978. El cónclave que debía elegir nuevo monarca de la Ciudad del
Vaticano se reunió tras la “repentina” e “inesperada” muerte de
Juan Pablo I,
lo cual comentamos como se merece en el artículo que sigue a este. Y
contra todos los pronósticos, Karol Wojtyla fue votado por la mayoría de
los presentes en el mismo, pasando a ser
el primer sumo pontífice no italiano en cuatrocientos años, desde el flamenco Adriano VI. Ese
16 de octubre de 1978 fue proclamado el papa número 264 de la Iglesia Católica Apostólica Romana,
pasándose a llamar Juan Pablo II en honor a su predecesor.
Pontifex Maximus
Como hiciera Pablo VI quince años antes,
Juan Pablo II renunció a la ceremonia de coronación
como Soberano de la Ciudad del Vaticano. Su juventud cuando fue elegido
(tenía 58 años) le hizo promover los dogmas de la Iglesia Católica en
innumerables viajes alrededor del globo. En total, realizó
248 viajes (104 por el mundo y 144 por Italia) como sumo pontífice lo que le granjeó el sobrenombre de “
el papa mediático”
por su facilidad para conectar con las masas. Pero no todo era de color
de rosa: la repentina muerte de su antecesor, Juan Pablo I, y demás
escándalos de corrupción que planeaban por la Curia hizo de Karol
Wojtyla un pontífice que
dirigió con mano de hierro la Santa Sede. Eso sí,
siempre de puertas para adentro.
Su firme e inquebrantable creencia
espiritual en los Dogmas de Fe promulgados desde la Santa Madre Iglesia
no impidieron que Juan Pablo II ejerciera totalmente sus funciones
terrenales como Jefe de Estado del Vaticano. Firme y conocido crítico de la Unión Soviética en todos los ámbitos, sus primeras funciones como “líder” de la cristiandad fueron apoyar todos los movimientos subversivos que nacieron en los países ocupados por el gigante soviético, siendo el principal de todos ellos el Sindicato Solidaridad,
liderado por el obrero polaco Lech Walesa. Ya en años anteriores y
cuando era cardenal, Karol Wojtyla había establecido contacto con el
sindicato obrero –que por cierto era católico– para crear un frente
común en la lucha contra la URSS y su ocupación de Polonia. Como es
lógico, cuando fue proclamado papa, Juan Pablo II utilizó la influencia
de su puesto para apoyar aún más la causa en la que llevaba años
inmerso. Un gesto noble si no se cuenta toda la verdad.
Es conocido por todos el mal estado de las cuentas vaticanas en las décadas de 1950 y 1960.
Por ello, desde altas instancias de la Curia, se inició a mediados de
los años sesenta una serie de medidas y operaciones económicas con el
fin de recuperar de los números rojos las cuentas del Estado Vaticano. La “diplomacia” de los bajos fondos vaticana hizo el resto. Personificado en La Santa Alianza –Servicios Secretos Vaticanos, llamada también La Entidad– sus agentes tomaron contacto con banqueros, empresarios, miembros de La Cosa Nostra
y masones de dudoso calado para emprender una trama de empresas que
moviesen grandes cantidades de dinero en, por ejemplo, cambio de
divisas. Los beneficios serían inmensos y como el lema era “dinero a toda costa”,
no importaba qué ni quién lo hiciera, sino el resultado óptimo de
dichas operaciones. El resultado de estar quince años blanqueando dinero
fue un escándalo financiero de grandes proporciones, y que salpicaba directamente al IOR (Banco Vaticano).
En 1981,
Roberto Calvi
–el llamado Banquero de Dios– fue detenido por las autoridades
italianas al encontrar indicios de diversos delitos financieros, como
blanqueo de capitales o evasión de moneda.
Dinero que era del Vaticano, el cual movía Calvi mediante sociedades fantasma para blanquearlo y que
procedía de negocios como el tráfico de heroína. Las cantidades
millonarias eran enviadas a través de la Santa Sede a Suiza, y de ahí, a diferentes partes del mundo. Calvi,
La Cosa Nostra y El Vaticano formaron la llamada
Santísima Trinidad
con un único objetivo: hacer dinero a toda costa y mediante el fin que
fuese. Pues bien, todo ese dinero era utilizado, en parte, para
subvencionar al sindicato obrero católico
Solidaridad, de Lech Walesa. Es más,
Calvi acusó directamente al obispo Paul Marcinkus, encargado del IOR,
de coger 100 millones de dólares de la caja del Banco Ambrosiano (dinero blanqueado)
para cederlos a Walesa y su sindicato, todo ello “bendecido” por Juan Pablo II, máximo responsable del Banco Vaticano (IOR). Como es lógico, la justicia italiana llamó a Marcinkus pero
La Santa Sede se negó a extraditarlo (ya que la Ciudad del Vaticano es un Estado propio), impidiendo que la investigación llegase a buen puerto
Pero hay más: días antes de la intervención del Banco Ambrosiano, una mano negra movió cantidades multimillonarias a paraísos fiscales de todo el mundo,
sin saberse hasta el día de hoy ni la cuantía exacta ni quién fue el
encargado hacerlo. Toda una trama de novela negra y que tenía a Juan
Pablo II como uno de los principales protagonistas. El dinero
blanqueado se daba a la Santa Alianza para que ésta, a su vez, lo
entregase al Sindicato y pudiese alcanzar cada vez más poder tanto
institucional como social entre el pueblo de Polonia. Pero toda
esta segunda parte no se cuenta, se oculta. Pocos autores escriben
sobre esto, al haber una información verdaderamente escasa.
A los soviéticos no les haría ni
pizca de gracia que el nuevo papa se inmiscuyese de esa manera en minar
su poder en la Europa oriental, por lo que tomaron cartas en el asunto.
El 13 de mayo de 1981, Juan Pablo II sufrió un atentado en la Plaza de San Pedro de Roma,
perpetrado por el turco Alí Agca quien le disparó varias veces a una
distancia de pocos metros (motivo por el cual existe el comúnmente
llamado Papamóvil blindado). A la cristiandad se le encogió el
corazón. A quienes gobiernan, les vendría a la cabeza una teoría
totalmente factible: era una venganza soviética en toda regla, debido al apoyo y la financiación de Solidaridad
por parte de Juan Pablo II. Son las reglas del juego “terrenal”, las
cuales tantas veces en su beneficio han utilizado los Sumos Pontífices
de Roma pero que en esta ocasión, se volvieron en su contra.
El atentado, orquestado por los
servicios secretos soviéticos, preparado por los búlgaros y efectuado
por Alí Agca, funcionó a la perfección con una sola objeción, pero de
bulto:
Juan Pablo II salió con vida de él.
Tras una convalecencia de varias semanas, visitaría tiempo después al
turco en su celda y diría públicamente que le había perdonado por el
intento de asesinato contra su persona. Esto no hizo otra cosa que
avivar el sentimiento antisoviético del sumo pontífice,
apoyando por ejemplo la política del presidente norteamericano Ronald
Reagan con respecto al brazo de Alaska o visitando al militar golpista
antimarxista Augusto Pinochet, conocido dictador de Chile en 1987
aunque la Iglesia Católica hizo ver esta visita como pastoral y no como Jefe de Estado.
También fue un efectivo negociador con otras naciones y Jefes de Estado, como se observa en la revisión del Pacto de Letrán con el gobierno italiano
y firmada en 1984 (tal pacto con Mussolini en 1929 cedió los Estados
Pontificios a la Santa Sede, y desde entonces hasta ahora). Fue un papa conciliador con otras creencias, visitando en 1983 una iglesia luterana, en 1986 una sinagoga hebrea y en 1988 una mezquita musulmana, en Damasco. También en 1986 reconoció los derechos de los palestinos
y estableció relaciones diplomáticas normales con Israel a partir de
1994, lo que derivó en una visita a Tierra Santa el año 2000 (año del
Jubileo) donde Juan Pablo II rezó en el Muro de las Lamentaciones y pidió perdón a la Humanidad por las persecuciones de los judíos en la II guerra mundial y las perpetradas por la Inquisición
durante cientos de años en nombre de la cruz. Como ya dijimos, un
hombre mediático que sabía comportarse y hablar frente a las masas.
Durante su reinado destacan la publicaciones en 1983 del
Nuevo Derecho Canónigo Latino/Oriental y en 1992 el
Catecismo Universal de la Iglesia Católica. Defensor a ultranza de ésta y de sus Dogmas de Fe, ofició 147 ceremonias de beatificación –
proclamó más santos y beatos que los anteriores papas en cuatrocientos años–
en las que fueron “preparados” para santos 1338 beatos, se
presenciaron 51 canonizaciones y se santificó a 482 personas. Hay que
decir que algunos de esos santos proclamados desde El Vaticano son ni
más ni menos que líderes religiosos, civiles o militares que
exterminaron a miles de personas no creyentes en la leyenda de Cristo,
pero eso
es harina de otro costal.
Juan Pablo II también creó las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ)
que tan “grato” recuerdo nos dejaron con su visita a Madrid en el
verano del año 2011, beatificó antes del tiempo correspondiente –cinco
años– a Teresa de Calcuta y proclamó la nueva Cruzada de la Iglesia en
los tiempos que corren:
la lucha contra los métodos anticonceptivos
(algo a lo que le ayudaba sobremanera la antes mencionada Teresa de
Calcuta). Condenaba los preservativos, la píldora y “todo método
contranatura”, como ellos mismos definen el tema. Además,
era un enemigo acérrimo del aborto y cada vez que la ocasión se lo brindaba, lo mencionaba en algún discurso o charla que pronunciase delante de la multitud.
Juan Pablo II murió el 2 de abril de 2005
aquejado de innumerables enfermedades, complicadas todas ellas a raíz
del atentado que sufrió en 1981. El párkinson que tenía era muy
pronunciado y el estado anímico del Sumo Pontífice durante los últimos
años fue de un aspecto lamentable. Parecía que mantenían a un muñeco que
sentaban en el papamóvil o en el avión y que le paseaban cual
anciano senil delante de la multitud, para que todos pudiesen echar bien
sus fotos al pontífice moribundo. Fue sucedido en el cargo por su mano
derecha y amigo, Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI.
Legado de Juan Pablo II
Papa centralista, reformó y llevó con mano dura
la Curia, la Iglesia y sus instituciones allegadas. Nada se le escapaba
a este sumo pontífice, que mostraba una cara buena, amable y servil
frente a la opinión pública, todo para ensanchar su halo de grandiosidad con respecto al resto de los humanos. Se podría decir, sin tapujos, que Karol Wojtyla tenía dos caras,
las cuales mostraba dependiendo de la ocasión, la situación, el lugar o
las personas allí presentes. Le gustaba besar el suelo de los
aeropuertos que visitaba, en reconocimiento a la tierra que pisaba
–¿Qué papa había hecho eso públicamente? – y se mostraba respetuoso con
todas las creencias que no eran la suya, lo que le granjeaba las
simpatías de incluso aquellos que no le tragaban (exceptuando a los
servicios secretos soviéticos, por supuesto).
Pero innumerables escándalos han salpicado a la Iglesia Católica durante su reinado, como el de las cuentas en paraísos fiscales y el lavado de dinero del Banco Ambrosiano, sus enfrentamientos
contra eclesiásticos –sobre todo misioneros– que reclamaban a la
Iglesia la pobreza que ellos mismos proclamaban a los cuatro vientos
para entrar en su paraíso o el peor escándalo de todos ellos: el encubrimiento del sacerdote pederasta Marcial Maciel, fundador de Los Legionarios de Cristo.
Tal perturbado (no tiene otro nombre, ahora comprenderán) nació en México en 1920 y fundó la congregación de La Legión de Cristo en 1941, con apenas veinte años de edad. Desde entonces, sometió a miles de niños a abusos sexuales reiterados,
con “trucos” como el de decirle a un chiquillo que le ayudase para
hacerse unas pruebas, y que como necesitaba su semen, también era
necesaria la mano de un pequeño ayudante. Pues este perturbado era amigo personal de Juan Pablo II, a quien le remitieron en 1997 una carta abierta varios miembros de la congregación, víctimas del pedófilo Maciel y que ponían en conocimiento del sumo pontífice y del mundo los abusos cometidos desde principios de los años cuarenta por este pederasta sin escrúpulos. ¿La respuesta del Vaticano? Correr un tupido velo
sobre el asunto. En 2004 y por la presión a la que fue sometido por
ciertos sectores gubernamentales y de su propia organización, dejó la
dirección de Los Legionarios de Cristo y dos años más tarde, muerto ya su amigo Juan Pablo II, se le retiró del sacerdocio público y se le conminó a “una vida basada en la oración y la penitencia”. Punto final. Tal engendro murió en 2008 plácidamente y sin que nadie le juzgase por los miles de crímenes que cometió, al amparo de Juan Pablo II, La Curia de Roma y la Iglesia Católica.
Pero no todo queda ahí.
Juan Pablo II estigmatizó e ignoró a las miles de víctimas de Marcial Maciel,
intentando silenciar los casos incluso pagando dinero a los afectados
para que no hablasen (por supuesto, este hecho no fue hecho oficial por
la Santa Sede).
Esas personas violadas, esos niños que apenas tenían diez u once años, fueron ignoradas totalmente por Juan Pablo II. Eso sí, crea las JMJ y se le llama ostentosamente
el papa de la juventud. Tengamos un poco de dignidad humana, si somos tan amables, y llamemos a las cosas por su nombre.
Juan Pablo II fue un magnífico papa,
porque luchó por los intereses de la Curia y su imperio de mil millones
de creyentes a lo largo del mundo, lo que no implica que haya luchado
por aquellos que integran ese vasto reino. Luchó por el poder de la oligarquía de Roma, nada más.
Y ello conllevaba acciones de Jefe de Estado como malversación de
fondos, blanqueo de capitales, dar órdenes a los servicios secretos,
recibir atentados contra tu persona y un largo etcétera de
responsabilidades que Karol Wojtyla asumió, con disfraz de oveja y corazón de lobo, aquel 16 de octubre de 1978.
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