Cuando creíamos que lo teníamos "todo controlado", nos sentimos seguros y andamos con paso firme. Vivimos procurando controlar que nuestros planes lleguen a buen puerto. Cuando ocurre algo imprevisto, nos estresamos. Vivir con incertidumbre en un país que sus gobernantes han tirado todo por el abismo nos provoca inquietud y ansiedad, incluso angustia.
Sin embargo, aunque dependamos de un supuesto candidato opositor no sabemos qué vamos a hacer, no podemos responder ante las circunstancias ni ante lo que harán las políticas actuales. Cuando la situación aparece como un obstáculo en nuestro camino, aferrarnos a nuestro plan original, produce tensión porque queremos llegar sí o sí a cumplirlo. Sin embargo, la nueva circunstancia quizás lo que pide es un cambio de rumbo y posiblemente hasta de actores.
Nosotros planificamos ir en línea recta hacia nuestro objetivo y cuando aparecen los desniveles nos emperramos en querer seguir recto. Necesitamos flexibilidad y reconocer que quizás no merece la pena luchar para derribar el obstáculo si políticamente los políticos a quienes le dimos nuestra confianza se convirtieron en apáticos y conformistas, eso nos desgasta hasta el agotamiento. En cambio, si lo bordeamos y cogemos otro sendero, manteniendo la visión de nuestro objetivo, podremos disfrutar del recorrido y no dejaremos el cuero en el camino.
Para lograrlo debemos recuperar la confianza en nuestros recursos internos, en nuestro conocimiento, nuestro talento, y en nuestra capacidad de superar lo que se presente.
Ante la incertidumbre, podemos batallar en contra de lo que ocurre, podemos resignarnos o bien aceptarlo. Al luchar en contra, nos fortalecemos. Cuando vemos que ninguna de estas actitudes soluciona la situación, nos desesperamos e incluso podemos llegar a deprimirnos por la sensación de impotencia que se apodera de nosotros. Todos nuestros intentos han fracasado y la situación de incertidumbre continúa. Nuestra voluntad queda en la sombra y nos permitimos ser marionetas de lo que va ocurriendo.
El modo más saludable de vivir la incertidumbre es aceptarla. Eso significa que lo reconocemos, que nos damos cuenta de que quizás es duro y difícil. Reconocemos lo que sentimos, que ahora no existen las respuestas o que quizás necesitamos ayuda. La aceptación nos permite vivir con angustias con la duda de no saber. Nos ayuda a esperar.
Con las preguntas creamos la realidad, influimos en las decisiones. Planteándonos interrogantes sabias, podremos decidir con lucidez. Ante la incertidumbre podemos preguntar: ¿por qué es así?, ¿por qué a mí?, ¿cómo se atreve? Estas preguntas llevarán a sentir rabia, desesperación e incomprensión. En su lugar podríamos plantearnos preguntas más apreciativas: ¿para qué estoy viviendo esto?, ¿qué me está enseñando esta situación?, ¿qué puedo aprender de ella?, ¿qué sería lo más inteligente que puedo hacer aquí?, ¿para qué voy a intervenir?, ¿cuál es mi intención?
Quizá es que debemos aprender a vivir sin resistencias, siendo conformistas de cambios destructivos que provoquen desmejoras y destruyan nuestros horizontes. Dar apertura a la capacidad de respuesta creativa y positiva, para lo cual es necesario equilibrar la acción con la introversión, el silencio, la reflexión y la meditación. Alcanzamos la capacidad de vivir en armonía cuando nuestra acción se equilibra con la reflexión y se fortalece con el silencio. Nuestra espera entonces no está invadida por la resignación, sino que es una espera en la que se mantiene viva la llama de la esperanza y la confianza de que llegaremos con un buen líder a buen puerto.
Si vivimos la incertidumbre desde un espacio de confianza, nos permitimos asumir riesgos, con iniciativa y sin miedo a equivocarnos. Así iniciamos el camino hacia la soberanía personal. No podemos ejercer un verdadero liderazgo sobre los demás, ni sobre las circunstancias si no somos capaces de liderar nuestra propia mente, emociones y mundo interior. Si queremos dormir y nuestras preocupaciones no nos dejan, si queremos hacer deporte pero no lo hacemos, si tenemos un cuerpo poco cuidado, si pensamos atropelladamente. Esa falta de soberanía personal y de cuidado del ser nos impide responder con sabiduría ante los imprevistos.
Practicar la espera activa con atención plena. Desde esa actitud evitamos que la situación nos hunda, más bien la observamos atentos y alerta. Y acabaremos venciendo la inseguridad y actuando con todo el potencial interior: con confianza en uno mismo y en los demás, con la intención de hacer lo mejor para todos.
En fin, vivimos en manos de una oposición cuestionada pese a nuestra intención de apoyo sin que tengamos la respuesta enérgica frente al adversario generando muchas dudas del liderazgo actual. Quien debería ser el líder no está habilitado, y quien está habilitado se le está acabando la batería.
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