EDU SOTOS
RÍO DE JANEIRO
Desde que a principios del mes pasado se iniciara el ciclo de protestas que sacó a millones de brasileños a las calles -por primera vez desde el fin de la dictadura militar- el Gobierno de la presidenta Dilma Rousseff ha tenido que adaptarse, día a día, al ritmo vertiginoso que marcan los movimientos sociales.
Clamor internacional 8 «Dilma gobierna aquí», reza la pancarta de brasileños en un partido en Argentina. AP / EDUARDO DE BAIA
En una demostración de habilidad política, la jefa del poder Ejecutivo propuso una reforma política por encima de las expectativas de los propios manifestantes. Sacar el foco de atención de las calles para lanzarlo sobre las instituciones, Congreso y Senado, parecía una jugada maestra. Pero Dilma no tardó en comprobar que nadie se lo va a poner fácil y la reforma parece que no llegará antes de las próximas elecciones en el 2014.
Agotada tras más de un mes protestas y con la aprobación de su gestión en caída libre -del 65% hace dos meses a menos de un 30% según las últimas encuestas- la presidenta necesita modificar su forma de gobernar para no ser barrida por la oleada de indignación de los ciudadanos brasileños.
«Dilma está en un punto muerto. Tiene que cambiar completamente su estilo autoritario y ganarse la confianza del Congreso para acabar su año de mandato. No sé si tiene esa capacidad. Lula la tenía porque venía de la lucha sindical, pero Dilma siempre trabajó en un gabinete dando órdenes», comentó esta semana el politólogo e investigador, Geraldo Tadeu, en una entrevista con el diario brasileño O´Globo.
En efecto, el nombre de Lula vuelve a sonar. De momento, más en los despachos que en la calle, pero la presidenta sabe que tiene que recuperar ese tono de cercanía que el anterior presidente siempre tuvo con la ciudadanía. «Lula siempre cuidó de sus relaciones con los movimientos sociales y los partidos políticos. Salía del Gabinete para atender a diputados de cualquier signo. Dilma no recibe a nadie, ni siquiera sus propios ministros», señaló Tadeu quien, además, opina que la presidenta podría perder el apoyo de sus bases y con esto sus posibilidades de presentarse como una candidato de consenso en el 2014.
Balón de oxígeno
Sin embargo, Dilma Rousseff sigue teniendo fuerza entre los brasileños de a pie y su insistencia sobre la articulación de la reforma política antes del 2014, llegando incluso a hacer rectificar públicamente a su vicepresidente Michel Temer -que la daba por imposible- le proporcionan un balón de oxígeno que podría aprovechar para revertir la situación.
El sociólogo catalán Manuel Castells, que se encontraba en Brasil durante las manifestaciones el pasado mes de junio, tiene muy claro que Rousseff tiene lo necesario para sacar adelante la situación. «Es la primera líder mundial que presta atención, que escucha las demandas de las personas en la calle. Demostró ser una verdadera demócrata, pero está siendo saboteada por los políticos inmovilistas», declaró para la revista Istoé el académico, considerado uno de los mayores especialistas en movimientos sociales.
De hecho, en apenas un mes, el Gobierno de Rousseff no ha parado de anunciar medidas concretas que responden directamente a las exigencias en las calles: reducción de 15 millones de euros en el presupuesto para la Copa del Mundo, establecimiento del transporte público como derecho social, tipificación de la corrupción como crimen atroz, destinación del 75% de los ingresos por petróleo a educación y el 25% a la sanidad o imposibilidad de ejercer un cargo público a personas con antecedentes criminales, entre otras decisiones.
La imagen de la presidenta hace unos días en el palacio de Planalto, sede del Gobierno, junto a los líderes de los principales movimientos juveniles del país para la creación de un Observatorio de la juventud, como instrumento de comunicación entre los jóvenes y las instituciones, parece reforzar la idea de que Dilma está preparada para ganar la batalla de la calle a sus opositores en el anquilosado Congreso brasileño que desean verla como un cadáver político.
A este respecto, Castells no duda de los beneficios de la actitud emprendida por la presidenta brasileña: «Ese es el verdadero significado del movimiento brasileño. Todavía hay esperanzas de reconectar las instituciones y los ciudadanos si existe una voluntad real por ambas partes».