"¡¡¡Hoy empieza la transformación socioeconómica de Castellón!!!",
exclamaba Carlos Fabra, presidente de la Diputación Provincial y gran
caudillo del PP de la provincia, durante su discurso del 25 de marzo de
2011, día de la inauguración del aeropuerto. En un acto frente a 2.000
personas trasladadas en autobús desde todos los rincones de la
provincia, también aclaró que el hecho de realizar ese acto sin tener
definida la fecha de la llegada de los primeros vuelos, “daba la
oportunidad a los ciudadanos para conocer las instalaciones con
tranquilidad, como una atracción turística más”.
El entonces presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps,
también presente ese día, no se quedó atrás y desde el mismo atril le
dijo a Fabra: "Carlos... ¡eres un visionario!".
Han pasado ya 28 meses de aquella inauguración y hoy, ni Fabra es ya
presidente de la Diputación de Castellón ni Camps de la Generalitat
Valenciana. El único que sigue en su sitio es el aeropuerto de
Castellón, por el que únicamente ha pasado un avión de calibración para
realizar la inspección de las instalaciones. La imagen de un impecable
aeropuerto en medio de la nada, sin aviones ni actividad, ha dado la
vuelta al mundo, apareciendo en los medios de comunicación más
importantes como símbolo de lo sucedido en España durante la última
década.
Las primeras acciones realizadas para conseguir que Castellón tuviese
un aeropuerto datan de 1997, cuando se redacta y aprueba un estudio
sobre su localización para enviarlo posteriormente al Ministerio de
Fomento. En 2000 la Diputación y la Generalitat Valenciana firman un
convenio para la obtención del suelo donde tendría que construirse la
instalación, un proyecto que a finales de ese año se visa por parte del
Colegio Oficial de Ingenieros Aeronáuticos de España y posteriormente
recibe el informe favorable de la Comisión Interministerial de Defensa y
Transportes.
Por un plazo de 90 años
En una orden Ministerial de Fomento de febrero de 2002, se autoriza la
construcción del aeropuerto, que se declara de Interés General del
Estado y se determina el modo de gestión de sus servicios, creándose por
parte de la Generalitat una empresa pública llamada “AEROCAS-Aeropuerto
de Castellón SL”. Mediante la firma de un convenio, la Diputación,
propietaria de los terrenos, otorgó por un plazo de 90 años, la
concesión de los terrenos expropiados para la construcción del
aeropuerto.
A finales de octubre de 2003, el Consejo de Administración de AEROCAS
acordó adjudicar el concurso para la construcción de la instalación a un
consorcio integrado por Fomento de Construcciones y Contratas junto a
las empresas locales Lubasa y PGP unidas bajo la UTE “Concesiones
Aeroportuarias, S. A.”. Ya en los primeros días de enero de 2004, se
puso la simbólica primera piedra, pocos días después de que estallara el
llamado Caso Fabra, en que se acusaba al principal promotor de la
instalación de tráfico de influencias, cohecho y delitos contra la
Hacienda Pública.
El entonces presidente del gobierno, José María Aznar, declinó la
invitación al acto, así como su ministro de Fomento, Álvarez Cascos.
Además de por las circunstancias que vivía Fabra, el proyecto nunca tuvo
la simpatía del presidente ni del ministro de Fomento. Quienes sí
asistieron fueron los políticos de la Comunidad Valenciana miembros del
gabinete, el entonces ministro de Trabajo, Eduardo Zaplana, y de Ciencia
y Tecnología, Juan Costa, junto al presidente de la Generalitat,
Francisco Camps.
Como anécdota, la primera piedra desapareció del lugar al cabo de pocas
semanas, un detalle simbólico pero menor al lado de los problemas que
empezaban a crecer a la sombra del proyecto: Ecologistas en Acción
presentó una demanda porque la concesionaria incumplió el dictamen de la
declaración de impacto ambiental, que señalaba que las obras debían
respetar los plazos de nidificación y cría de una de las especies
protegidas por la Administración, el aguilucho cenizo. Por otro lado, la
Diputación hubo de enfrentarse a un recurso por parte de un centenar de
propietarios respecto a los convenios de adquisición de los terrenos
ubicados en Vilanova d'Alcolea, municipio donde estaba proyectado
edificar pistas y edificios, con el objetivo de revisar su precio.
Para marzo de 2005 se concluyó el desbroce de las más de 500 hectáreas
de la parcela aeroportuaria y en mayo, se iniciaron las voladuras,
aunque al cabo de unos días el Ministerio de Fomento ordenó la parada de
las obras durante cinco meses. Tras esta pausa, el aeropuerto siguió su
construcción, mientras España se encaminaba hacia la explosión de la
burbuja inmobiliaria, a cuya sombra se había proyectado esta
instalación.
Desde los primeros compases, el proyecto del aeropuerto fue ofrecido
por Fabra a los empresarios locales para convertir Castellón en una
“zona turística de calidad”. Algunos respondieron con entusiasmo y
fantasearon con parques temáticos como “Mundo Ilusión”, múltiples campos
de golf, docenas de hoteles en la Costa del Azahar y megacomplejos
inmobiliarios como la ampliación de Marina d’Or, que dejaba en nada lo
construido hasta el momento.
Malos precedentes
Las personas con cabezas más frías no vieron tan claro el proyecto
porque ya existían aeropuertos en la zona: al norte, Reus, que a pesar
de la presencia de uno de los pocos parques temáticos con éxito de
España (Port Aventura) no había visto ningún incremento destacable por
ello, y sobre todo por la existencia del aeropuerto de Manises, a tan
solo 45 minutos de Castellón por autopista.
Inevitablemente, estas opiniones fueron vistas como un ataque al
desarrollo de la provincia y el proyecto siguió adelante. La imagen del
aeropuerto se convirtió en habitual en las retrasmisiones deportivas,
pues se llegaron a invertir más de 30 millones de euros en el patrocinio
de diferentes equipos de fútbol, motoristas, automovilistas y
golfistas, una inversión de retorno muy cuestionable al promocionar algo
que no podía usarse o comprarse.
En 2010 las obras estaban ya rematadas: una pista de 2.700 metros, con
sistema de aterrizaje instrumental en una de sus cabeceras. Una
plataforma de estacionamiento de aeronaves de 55.000 metros cuadrados,
una terminal de dos plantas totalmente decorada por la marca
Porcelanosa, terminal de carga, central eléctrica, parque de bomberos,
aparcamiento de vehículos… todo lo que se puede esperar de un
aeropuerto internacional con un coste de más de 150 millones de euros,
con una guinda en la glorieta de entrada, la escultura de Juan Ripollés
llamada “hombre avión”, que representa a la cabeza de Carlos Fabra
coronado por un jet indefinible. Con 24x18 metros y 33 toneladas de
peso, la pieza es, según el artista, "una alegoría a la capacidad
creativa del cerebro humano, que es capaz de concebir inventos y
proyectos".
El propio escultor confesó también que la mayor motivación e
inspiración para crear esa obra (si dejamos al margen su coste cercano a
los 450.000 euros) fue "el tesón de la una única persona que ha luchado
y ha hecho realidad el aeropuerto", refiriéndose, obviamente al señor
Fabra, que colocó a dedo un buen número de trabajos de Ripollés por
plazas y glorietas de toda la provincia.
Desde la inauguración hasta ahora todo han sido problemas entre la
empresa propietaria y la concesionaria: un escenario económico muy
diferente al del inicio del proyecto, sobrecostes continuos,
indefinición del proyecto, rechazo absoluto por parte de las compañías
aéreas a volar, anuncios de empresas de todo tipo con intenciones de
adquirir la instalación, que al cabo de unas semanas se quedan en nada,
rescisión de contrato con la concesionaria, contratos para un servicio
de control de fauna con halcones y hurones, para evitar conflictos entre
aves y aviones… una serie de despropósitos que serían un chiste si no
fuera porque el aeropuerto de Castellón existe y ni siquiera el activo
aeroclub local, que opera desde un aeródromo junto a la playa, ha
aceptado trasladarse desde su ubicación actual a las nuevas
instalaciones.
Viejo por falta de uso
Hace menos de un mes, con Carlos Fabra fuera al renunciar a seguir
presidiendo la sociedad pública, todo estalló: la ya exconcesionaria
reclamó a la sociedad promotora ante el Juzgado de Primera Instancia
número 1, 128 millones de euros y, de forma subsidiaria, 132 millones,
por las obras del aeródromo y otras adicionales, al haberse quedado
fuera del negocio.
El actual presidente de la Generalitat, Alberto Fabra y los miembros de
su Gobierno, siguen insistiendo en que más pronto que tarde el
aeropuerto abrirá y que se “está trabajando intensamente para ver qué
falta”, aunque por el momento las perspectivas de que haya compañías
interesadas en aterrizar allí son una incógnita.
En la actualidad, aunque el aeropuerto está vallado y solo puede verse
desde el exterior, fuentes próximas a la empresa encargada de la
custodia del aeropuerto han indicado a este diario que la falta de
mantenimiento de las instalaciones empieza a ser visible en las
diferentes zonas. Así, la terminal que nunca ha tenido pasajeros y la
pista en la que únicamente ha aterrizado un avión están envejeciendo por
falta de uso.
A pesar de este toque de atención, en Castellón siguen adelante otras
iniciativas cuestionables en lo económico, una de las más recientes es
la llamada “Ciudad de las lenguas”, con un presupuesto de 90 millones de
euros (69 de inversión pública). Se trata de un complejo destinado al
“turismo de idiomas” que se edificaría en uno de los pocos terrenos no
urbanizados en la costa más próxima a la capital provincial: el
aeródromo de Castellón, la única instalación aérea de la zona que sí
tiene actividad constante.