El mayor sarcasmo que nos ha deparado la vida como sujetos políticos en Colombia, es el resultado de la comparación entre los modelos ideales de democracia y la triste realidad que deviene producto de su ejercicio.
En el campo de los Derechos Humanos p.ej., hemos apropiado un sinnúmero de paradigmas de la Revolución francesa y de otros hitos emancipatorios que -desde Antonio Nariño-, adornan nuestros principios constitucionales, sin que se observe un avance significativo en términos prácticos de respeto a la dignidad humana y a la vida.
El panorama de los derechos humanos ha sido tradicionalmente uno de los más críticos de la historia en la región, atribuible a ese modelo de acumulación en permanente encrucijada, que solo permite rituales convencionales de “participación” sin movilidad política.
La prolongada hegemonía bipartidista consagró una cultura de exclusión, confesionalismo y violencia institucional, sin duda determinante del conflicto social y político, estimulado durante 60 años por la concentración de la riqueza y las oportunidades, así como la supresión violenta de organizaciones populares y alternativas políticas al bipartidismo que, aún con las avanzadas prescripciones sociopolíticas de la Constitución Política de 1991, no se ha superado por completo, sino transformado en violencia selectiva. En las capas altas y medias de la sociedad -sostenía Estanislao Zuleta- se ha creado una mentalidad fascista, “de limpieza” que considera que el mejor remedio, o en todo caso el más expedito para los males que nos aquejan, consiste en liquidar a alguien, real o simbólicamente.
Vino entonces la formación de organizaciones civiles orientadas a la defensa de la vida y de los derechos humanos, políticos, económicos y sociales de la ciudadanía. Por cierto, que de inmediato fueron objeto de persecución, amenazas y señalamientos, mucho más en los aciagos gobiernos del Estatuto de Seguridady en el de la mal llamada Seguridad democrática. En un comienzo el liderazgo del eminente constitucionalista Alfredo Vásquez Carrizosa, Eduardo Umaña Luna y Hernando Hurtado con el Comité Permanente por la Defensa de los derechos humanos con una mínima estructura de abogados especialistas en la defensa de presos políticos encabezados por el jurista Gelasio Cardona, llegó con sus denuncias contra la injusticia y la impunidad ante la Corte interamericana y las Naciones Unidas.
En el turbio contexto de 1980 se crearía La Corporación Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (Ccajar), desde entonces reconocida nacional e internacionalmente por su trabajo de asesoramiento jurídico y representación legal a víctimas de violaciones de derechos humanos en casos emblemáticos de Colombia tanto frente al sistema jurídico interno como ante el Sistema Interamericano de Derechos Humanos.
El justo regocijo con que sectores diversos han celebrado los siete lustros de trabajo del “José Alvear”, constituye un reconocimiento a su lucha sin sosiego por el respeto, las garantías y la defensa de los derechos humanos y políticos de los sectores más vulnerables de la sociedad.
Sin duda, una labor construida desde el conocimiento jurídico más especializado, con rigurosos estudios multidisciplinarios, siempre en defensa tanto de la legalidad de la Justicia, como de las libertades democráticas y del Estado Social de derecho. Sus documentos y propuestas han logrado transformarse en contribuciones doctrinales para los tribunales internacionales y en esclarecedoras formulaciones para el sistema interamericano.
En los foros convocados por “el Alvear”, se han tratado complejas temáticas: El narcotráfico, la desaparición forzada, la paz, la reforma a la justicia, la minería transnacional, los “falsos positivos”, problemas de género. Su equipo de trabajo, encabezado por Rafael Barrios, Alirio Uribe, Dora Lucy Arias, Yessika Hoyos y Eduardo Carreño, ha sido objeto de meritorias distinciones internacionales. Las amenazas de presidentes, militaristas y violadores, no han logrado menoscabar su sólido prestigio ni su acendrada vocación humanitaria. Aplausos justos a estos profesionales humanitarios del Ccajar.
Libro recomendado: “Guadalupe Salcedo y la revolución llanera 1949-1957”. Una seria contribución al esclarecimiento de nuestra historia reciente; extraordinario documento que registra con plástica narrativa y rigurosa investigación, el desarrollo de la gran rebelión llanera que estremeció a Colombia a mediados del siglo XX, en respuesta a la sangrienta ofensiva contra el liberalismo desde el gobierno conservador. Autor Orlando Villanueva. Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, 2012. 774 pgs.