En la elite, cada centímetro cuenta, cada segundo hace una diferencia, todo el mundo lima lo que puede cualquier desventaja y cuida con mimo cada detalle por si eso es lo que diferencia la victoria de la derrota. David Ferrer, un hombre reflexivo, el top 10 de menos estatura, no es una excepción. Él, un competidor constante y testarudo, aprovecha en Wimbledon todas las opciones que le ofrece la tecnología, la medicina y el vestuario para avanzar hacia las rondas nobles de la catedral del tenis.
Huérfano de un servicio que le de decenas de puntos gratis, el alicantino ha cambiado tres veces la tensión de su raqueta para lograr acabar antes los peloteos: de 23 kilos por 23 kilos ha pasado a 23x22 y 22x22, buscando más punch, golpes más definitivos, aunque sea a cambio de sumar errores no forzados. “Cada día he ido a menos (en tensión del cordaje)”, explicó en Londres. “Tengo que buscar cómo está el día, si está más nublado, más soleado, y a partir de ahí buscar la raqueta”.
Aquejado de un esguince en el tobillo izquierdo, el finalista de Roland Garros 2013 también tuvo que buscar soluciones con el médico. “Y por primera vez me infiltré ahí”, contó, aquejado de una ligera cojera al bajar las escaleras. “No sentía nada… o sentía una sensación diferente”.
Finalmente, al saber que en octavos le espera el croata Dodig, “un tenista valiente”, el número cuatro mundial tuvo la opción de recurrir a un DVD de scouting que analizara a su contrario, pero optó por una opción más artesanal, más de sensaciones, quién sabe si más efectiva. Se dirigió a la casa que ha alquilado en Wimbledon. Ahí, tras “una batalla” con Dolgopolov para seguir vivo en el torneo, se sentó con Feliciano López, con quien comparte casa. El toledano tenía mucho que contarle: él eliminó a Dodig sobre la hierba de Eastbourne la semana pasada.