La hijastra menor de Ernesto Amaya, en una calle ubicada en las afueras de la ciudad. /David Campuzano
Eliana* soñaba con la captura de su padrastro desde que tenía siete años; veía en Ernesto Amaya a un ser violento que podía dejar a su madre sangrando en el piso sin que nadie dijera nada; que podía abusar de ella y de su hermana y al mismo tiempo amenazarlas de muerte. Ernesto Amaya Usaquén fue capturado por la Policía en la noche del 27 de julio. Mientras él espera la imputación de cargos por parte de la Fiscalía en una Unidad de Reacción Inmediata (URI), sus familiares y amigos cercanos salieron a defenderlo y dijeron que las relaciones sexuales que él había sostenido con las niñas habían sido “consentidas”. Además, se atrevieron a decir que Eliana, la hijastra menor, declararía a favor de él.
Tanto ella como su hermana mayor quedaron embarazadas de este hombre cuando eran menores de edad. En el testimonio de Eliana aparecen nuevas escenas de maltrato, abuso y amenazas: “Cuando yo estaba en vacaciones venía a visitar a mi mamá en Bogotá. Yo era muy chiquita y vivía con mi papá en el campo. Cuando tenía siete años vine a verla por que estaba embarazada. Ya en la casa él empezó a discutir con mi mamá, la cogió para ahogarla, la tiró al piso y empezó a darle patadas. Y ella embarazada. Me acuerdo que él la encerraba, le daba puños, y le decía que la iba a matar”.
Hoy Eliana tiene 19 años: “Tenía 13 cuando empecé a tener problemas con mi papá. Me retiré del colegio y le dije a mi mamá que quería irme a Bogotá a vivir con ellos. Entonces vino ese señor a recogerme a la finca. Esa fue la primera vez. Cuando todos estábamos dormidos yo entre sueños sentía que alguien me tocaba, que me cogían, que me manoseaban. Cuando me desperté él estaba ahí. Me tapó la boca y me dijo que si yo decía algo él le iba a hacer algo a mis hermanos o a mí. Al otro día les dije que ya no quería irme con ellos. Mi hermana me dejó sola en el carro con él y él me dijo que si yo no me iba con él algo le iba a pasar mis hermanos”.
Cuando Eliana llegó a la ciudad se derrumbaron todas las promesas: no era cierto que había cupos en el colegio, tampoco que ella tendría su propio cuarto. “En ese entonces mi hermana estaba embarazada del niño que se murió. Empecé a salir al barrio para tratar de evitarlo a él. Tenía un amigo y a Ernesto no le gustaba mucho que yo hablara con él y por eso lo amenazó y le dijo que nunca más quería verlo cerca mío. Yo me sentía rara, como enferma, y mi hermana me dijo que tenía que ponerme un óvulo vaginal. Mi hermana le contó a él y él dijo que había que comprar 10. Mi hermana me dijo que me introdujera el primero y que al otro día me hiciera otro lavado. Esa noche él se pasó al sofacama donde yo dormía; me tapó la boca y me dijo que si yo quería que los óvulos me hicieran efecto yo tenía que tener relaciones sexuales con él. Y así fueron 10 veces, por los 10 óvulos que me tomé.”
En un supermercado encontró la primera salida del infierno en el que vivía: “él siempre me amenazaba y me tapaba la boca. Me decía que no le podía contar nada a mi hermana porque o si no él mataba a mi hermano. Es la misma excusa que siempre ha tenido. A uno de niño eso le da miedo. Por eso salí de la casa y conseguí un trabajo en el supermercado. Un día, después de salir del trabajo, me empecé a sentir muy mal y pensé que era porque él me había violado la noche anterior. Yo iba llorando camino a mi casa”. No alcanzó a subir las escaleras; estaba mareada, quería vomitar: “Hicimos la prueba y sí, estaba embarazada. Cuando él se dio cuenta me dijo que yo no podía tener ese hijo, que tenía que abortarlo. Fue y compró las pastas para que yo me las tomara y me dijo que si no lo hacía, mataba a alguien de la familia. Cuando me metí al bañó las boté en la cisterna”. Eliana tenía 13 años.
Con el paso de los primeros meses su cuerpo la delató. Al ver el vientre, Amaya le dijo a Eliana: “usted tiene que decir que ese hijo es de su ex novio. Nunca puede decir lo que pasó porque si no, ya sabe, las amenazas. Y al principio me decía que me iba a ayudar con $100 mil o con más plata si podía pero eso nunca pasó. Yo me escapé, me sentía mareada. Llegué a la finca de mi papá y Ernesto se desentendió completamente del niño. Él nunca ha colaborado. Una vez le mandé el niño a Bogotá y me llegó todo maltratado, por eso lo tengo demandado ante una comisaría de familia y aún no ha salido el proceso”.
Hoy, Eliana se refugia en las sombras de las montañas que rodean a Bogotá. Detrás de la neblina, en donde nadie conoce su historia, no hay náuseas ni miedo. Sin embargo, siente que todavía la tocan en sus sueños.
* Nombre cambiado por solicitud de la fuente.