Hace mucho se sabía que la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA) planificó y ejecutó, junto con Gran Bretaña, el golpe de Estado de Irán en 1953. Ya los presidentes demócratas Bill Clinton y Barack Obama lo habían admitido. Solo que ahora, la propia agencia, especializada en desestabilización e injerencia, reconoció públicamente su participación y las razones por las cuales Washington emprendió lo que, en su lenguaje ambiguo y con mucha palabrería cuando se trata de estos casos, llama «acción de política exterior».
Las pruebas las aportan documentos desclasificados por la CIA, el domingo, cuando se cumplían 60 años de la componenda estadounidense. Una historia que, a la luz de la actualidad, revela las raíces de la guerra mediática, cultural, económica y bélica que hoy emprende la Casa Blanca contra la República Islámica de Irán.
Entonces, Washington y Londres vieron un enemigo en el primer ministro iraní Mohammed Mossadegh, un burgués nacionalista y dirigente del Frente Nacional que defendió la nacionalización de la petrolera Anglo-Iranian Oil, toda una afrenta para el imperialismo británico, pues esta era su mayor baza, y una preocupación para los estadounidenses ante lo que vieron como la influencia de la extinta Unión Soviética en Irán.
En respuesta a la decisión del Majlis (Parlamento) iraní, Gran Bretaña orquestó un boicot internacional contra el petróleo persa y planificó el derrocamiento de Mossadegh. Estados Unidos no podía dejar que Londres se llevara solo el triunfo, con todas las ganancias que ello implicaba —continuar con la sangría petrolera. Washington estaba desplazando a británicos y franceses de África y Oriente Medio como metrópoli regional.
Para alcanzar sus ambiciones, la CIA implementó un siniestro plan: la alianza con monárquicos y poderosos sectores burgueses iraníes, el soborno a oficiales de las Fuerzas Armadas, la intoxicación mediática y la financiación de pandillas, entre otros métodos que empleó posteriormente en sus aventuras de injerencia en otras naciones como Guatemala, un año después, y en África, y que aún continúa utilizando.
En su justificación de los hechos, la CIA refiere que optó por ese plan contra Irán porque temía que los soviéticos invadieran y controlaran la nación persa si la crisis escalaba y Gran Bretaña enviaba sus buques de guerra como lo haría tres años más tarde junto a Francia e Israel, cuando Egipto nacionalizó el Canal de Suez.
«En ese caso, no solamente el petróleo iraní habría estado irremediablemente perdido para Occidente, sino que la cadena de defensa alrededor de la Unión Soviética, que era parte de la política exterior estadounidense, habría sido quebrada», agrega el documento desclasificado por la CIA y obtenido por el Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington.
El objetivo del golpe de Estado fue devolverle el poder al sha Mohammad Reza Pahlevi, quien se convirtió en un estrecho aliado de Washington, y gobernó con terror y mano de hierro hasta que en 1979 estalló la Revolución Islámica, y saltó a la luz de todos la animadversión de los iraníes hacia las administraciones estadounidenses, que se venía cociendo durante todo ese tiempo por la implicación de Washington en la asonada y su responsabilidad en las catastróficas consecuencias que sufrió el pueblo persa durante el reinado del sha.
Como era de esperar, con Pahlevi, el control de la producción y la venta del petróleo iraní cayeron en manos de un grupo de corporaciones transnacionales estadounidenses, de la Anglo-Iranian Oil (hoy British Petroleum), de compañías francesas y holandesas, siendo las norteamericanas las que se llevaron la mayor tajada del pastel.
Incluso Washington potenció entonces el desarrollo del programa nuclear persa con el objetivo de asegurarse la mayor cantidad de hidrocarburo. Sin embargo, ese boceto de desarrollo energético, que EE.UU. impulsó en aquel momento, hoy lo critica, porque el petróleo no llega a sus manos, Irán se ha convertido en una potencia regional, y EE.UU. tiene que cuidarle las espaldas y los intereses a Israel.
Por eso la telaraña de bases militares que cerca a Irán, en las que el Pentágono tiene desplegados miles de efectivos y modernos aviones y barcos de guerra, incluso con capacidad nuclear, a lo que se añade la cruzada mediática, la continuidad del espionaje, la apuesta a la subversión interna, las intrigas, las presiones y los chantajes de todo tipo para que Teherán renuncie a su programa nuclear, y las declaraciones belicosas que han puesto al mundo al borde de una contienda atómica con consecuencias catastróficas para la supervivencia humana.
Las cosas hoy serían bien diferentes si el stablishment entronado por Estados Unidos en Teherán hace 60 años siguiera en pie.