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General: Espartaco, la forja de un rebelde
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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 05/09/2013 13:10
Espartaco, la forja de un rebelde
 

Imaginad por un momento: mediados del siglo XIX, Estados Unidos de América. Una revuelta de esclavos negros se convierte en una guerra de liberación que llega a amenazar la seguridad de la propia nación. Por supuesto, nunca ocurrió y jamás podría haber ocurrido, pero dos mil años antes las circunstancias y el hombre adecuado para aprovecharlas se conjuntaron para dar paso a la rebelión de esclavos más famosa de toda la historia.
Su leyenda va más allá de biopics cinematográficos y de calenturientas saunas, cualquiera que lea estas líneas ha oido su nombre. Podéis no saber cuándo o dónde vivió, o lo que hizo, pero estoy seguro de que le conocéis. Su nombre era Espartaco, era tracio y nació siendo un hombre libre.
En la montañosa Tracia (que comprende las actuales Bulgaria, Grecia y Turquía occidental) los hombres de baja condición que querían salir adelante acababan indefectiblemente sirviendo en el poderoso ejército romano. Espartaco fue uno de esos hombres, y fue entrenado según las tácticas militares romanas de la época. Aquella circunstancia sería clave en su futuro y también en su destino: obligado a luchar contra su propio pueblo, Espartaco desertó. No tardó en ser capturado, y tanto él como su mujer fueron vendidos como esclavos.
En el sur de Italia Espartaco comenzó a ser entrenado como gladiador en Capua. Corría el año 73 a.C. Allí llegó a forjar algunas amistades, entre ellas la del galo Criso. Y entre todos decidieron que no podían seguir siendo esclavos más tiempo. Con unas improvisadas armas Espartaco y sus compañeros acabaron con los guardias y huyeron hacia el monte Vesubio.
Los 70 gladiadores iniciales pronto crecieron en número: la noticia se extendió rápidamente y muy pronto esclavos fugados o liberados se unieron a la causa. Un pequeño contingente de esclavos estaba pues dispuesto a resistir.
La noticia no causó gran alarma en el Senado romano. Tardaron en actuar, totalmente convencidos de su victoria, y dieron tiempo al pequeño grupo de esclavos a organizarse. Por otra parte, las legiones romanas, el arma militar más temible de su tiempo, estaban fuera de Italia, manteniendo el orden en las provincias o combatiendo con los enemigos de Roma. Por lo tanto se decidió enviar a tres mil milicianos para acabar con la rebelión. Una vez llegados al Vesubio sitiaron a Espartaco y sus hombres.
Pero el tracio no se dejó amilanar. Aprovechó la noche para burlar a los romanos y atacarles por la retaguardia. El inexperto pretor que mandaba las milicias no había fortificado el campamento ni establecido guardias adecuadas. La victoria para Espartaco fue total. La noticia de la victoria sorprendió más que inquietó a los senadores de la ciudad eterna. Sin embargo, dio a miles de esclavos en toda Italia una esperanza de libertad. Muy pronto miles de ellos se unieron al nutrido grupo de rebeldes.
El gladiador tracio se había revelado como un excelente estratega, dotado de una gran intuición para la batalla y siempre consciente de la realidad. Su entrenamiento como legionario romano fue crucial, pues de ese modo conocía el modo en que luchaban las tropas romanas y el mejor modo de vencerlas. Sabedor de que era inútil enfrentarse a las legiones en campo abierto, Espartaco llevo a cabo una táctica de supervivencia, parecida a una guerra de guerrillas. Su único objetivo era alcanzar la libertad, pero mientras debía aprovisionar a lo que eran ya varios miles de esclavos y trazar un plan para escapar de las garras romanas.
Los pillajes eran el único modo de aprovisionamiento para los rebeldes, y con cada granja y cada pueblo saqueado decenas y decenas de esclavos liberados o huidos se unían al que ya era un ejército rebelde en toda regla. Pero por supuesto Roma no iba a permitir que sus posesiones huyeran así como así.
Por dos veces envió Roma a sus tropas, y por dos veces fueron derrotadas. Espartaco había creado un eficaz sistema de entrenamiento, y los inexpertos reclutas enviados desde Roma no fueron rivales para los curtidos esclavos y gladiadores. Una vez llegado el invierno, las tropas esclavas se acuartelaron mientras se preparaban para las nuevas luchas de la primavera.
Los cónsules electos del año 72 a.C, Gelio Publícola y Cornelio Léntulo, fueron enviados junto con sus fuerzas para sofocar de una vez por todas la rebelión. Por su parte, Espartaco, con un ejército que ya constaba de unas 70.000 personas (incluyendo a mujeres, niños y ancianos), estaba dispuesto a llevar a sus gentes al norte de la Península Itálica y escapar por los Alpes.
Pero muchos de sus hombres tenían una idea distinta. Tras la sucesión de victorias sobre los romanos y los cuantiosos saqueos, muchos rebeldes confiados creían poder vencer a Roma, o al menos despojarla de sus riquezas para luego emprender una nueva vida. Desoyendo a Espartaco, Criso lideró a miles de esos descontentos y se dirigió hacia el sur de Italia. El tracio continuó su camino hacia el norte.
Los dos ejércitos romanos se separaron para acabar con los dos grupos; mientras uno corría a cortar el paso a Espartaco, el otro se aprestaba a plantar batalla a Criso. Éste, con un ejército inferior en número y sin la experiencia del tracio, sucumbió con todos sus acólitos.
El líder tracio tan pronto como conoció la noticia se decidió a atacar a las fuerzas romanas. Primero derrotó a uno de los ejércitos romanos, después al otro. Una vez más, el ejército de esclavos humillaba a la todopoderosa Roma.
Las razones de lo que aconteció a continuación no están claras. La hipótesis más generalizada es que gran parte de los seguidores de Espartaco se negaron a marchar hacia el norte. Las causas tal vez pudieran ser otras, pero sea mito o realidad, la imagen romántica del líder que decide permanecer junto a su familia, su pueblo, los esclavos que le han acompañado tan fielmente, es irresistible. Un hombre que anhelando la libertad se ha enfrentado a la potencia más grande de su tiempo, renuncia a ella por fidelidad a los suyos. Heroicismo en estado puro. Ya que si los acontecimientos se desarrollaron de esa manera, Espartaco sabía perfectamente que regresar al sur era un suicidio. Las posibilidades de sobrevivir eran muy remotas.
Hasta la derrota de los dos cónsules, ningún general romano había siquiera pensado en dirigir sus tropas contra los esclavos. Para un militar, derrotar a un puñado de evadidos no representaba ningún honor. Pero en la intrincada vida política de Roma, las oportunidades se presentaban para ser tomadas por el más audaz.
La situación en Roma era muy distinta a la de meses atrás. La derrota de los cónsules había sembrado el pánico entre la población, y se temía que Espartaco cayera con sus rebeldes sobre la capital. La situación no era halagüeña, pero cualquiera lo bastante inteligente sabía que quién derrotara al tracio y salvara a Roma tendría a ésta en sus manos. Con los mejores generales romanos en el extranjero, el hombre más rico de su tiempo, Marco Licinio Craso, se ofreció a pagar varias legiones de su propio bolsillo para acabar con el enemigo. El Senado aceptó, y entre las legiones aportadas por Roma y por el propio Craso se formó un ejército de diez legiones, unos 60.000 hombres.
Una primera refriega entre Craso y Espartaco se saldó con una victoria a favor de éste. Un subordinado del romano desoyó sus órdenes, y atacó directamente al ejército esclavo. Muchos orgullosos legionaros acabaron lanzando sus armas y huyendo. Un error que Craso no volvería a cometer.
En la primavera del 71 Espartaco había acampado en la región de Calabria. Su plan era huir por el estrecho y establecerse en Sicilia. Para ello había alquilado varios barcos a piratas de la región. Mientras Craso cercaba en aquella estrecha franja a los rebeldes, con el paso del tiempo Espartaco comprendió que los barcos nunca aparecerían. Había sido engañado.
Ya no quedaban más recursosni vias de escape, sólo cabía luchar. Vencer o morir. Como prueba de su determinación, Espartaco crucificó a un prisionero romano frente a las líneas de Craso. La crucifixión era un castigo aplicado sólo a esclavos, por lo que crucificar a un ciudadano era una gran ofensa. Estaba claro que no había vuelta atrás.
Era obvio que todo estaba perdido. Concluidos varios de los conflictos externos, dos competentes generales romanos se dirigían a toda velocidad hacia Italia. Mientras el tiempo apremiaba, Espartaco logró quebrar las defensas romanas y huir hacia Brindisi. Pero Craso reaccionó rápidamente e interceptó a los rebeldes en Lucania. Reforzado con las veteranas legiones venidas del extranjero, la batalla que se libró a continuación significó una masacre para las tropas rebeldes. El propio Espartaco, cuyo cadáver nunca fue localizado, sucumbió probablemente en la batalla. El sueño de la libertad había terminado.
Sin embargo el triste capítulo final aún no se había cerrado. Craso estaba decidido a resacir a Roma y dar un cruel ejemplo del poderío romano. La Vía Appia, una de las principales articulaciones de Italia con más de 560 km de longitud, sirvió de escenario para el terrible castigo que Roma infligió a los rebeldes. A lo largo de la carretera 6.000 esclavos fueron crucificados y quedaron como mudos testimonios de lo que aguardaba a todo aquél que osara oponerse al Senado y al pueblo romano.
Aun así, el nombre de Espartaco se convirtió en sinónimo de rebeldía, de lucha por la libertad y por la igualdad entre los hombres. Su leyenda ha servido durante siglos a las causas y rebeliones (tanto personales como colectivas) que se han producido desde entonces, y ha quedado impresa en la memoria colectiva de la mayoría de ciudadanos libres de este mundo.
 


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