LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Últimamente, a los hombres mayores de cuarenta, además de tíos, puros y muy raramente señor, los más jóvenes también nos llaman papis.
Tan sexistas como todavía somos –lo siento por Mariela Castro-, no deja de ser un poco chocante.
Lo mismo te dice papi un chofer de almendrón, un tipo con cara de crimen que a duras penas puede ocultar que es un timador, que un mozalbete con pinta de metrosexual, todo ambivalencia: cabello laqueado, cejas depiladas, piercing en la ceja izquierda, camiseta ajustada que deja asomar los brazos de gimnasta y los cañones del vello rasurado del pecho y el pedazo del vientre que sale por encima del calzoncillo Versace que sobresale un par de palmos por encima del pantalón, que a su vez, va casi por la verija.
¿Y si la que te dice papi es una muchachita de rechupete, con pinta de porno star? Primero asegúrate que no se trata de un hombre. Si es una chica de verdad, no necesariamente es un cariñoso piropo. Puede pedirte la hora o que le dejes encender un cigarro y luego darte la espalda y largarse, contoneándose, sin dar las gracias. Como si todo en el universo se lo mereciera.
También puede ser una puta que busca clientes. Pero lo más probable es que no pase nada, porque el dinero no te alcance para pagar su tarifa; no tengas un lugar donde llevarla; no te atrevas a seguirla al tugurio al que te llevará y donde puede que te estén esperando dos o tres secuaces para desplumarte; te frene el miedo al SIDA; te desestimule con las advertencias de que tienes que pagarle primero, usar condón, no demorarte demasiado y no besarla (las putas en La Habana no besan en la boca).
En muchos casos, cuando las miras bien, tienes que ser un pervertido de campeonato para poder vencer el cargo de conciencia y hacerlo con una chica que puede ser descansadamente tu hija y que se nota a la legua que tiene hambre.
Ya no me molesta que me llamen papi. Más bien me siento incómodo si me llaman señor. Especialmente si es una muchacha. Me parece que si no me tutean, es porque me ven tan viejo como una tortuga de la Polinesia. Demasiado viejo para que me llamen papi. Y eso es mucho peor.