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General: Fallece Rochus Misch, el último testigo de la muerte de Hitler
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 07/09/2013 01:18

Fallece Rochus Misch, el último testigo de la muerte de Hitler

Guardaespaldas, mensajero y telefonista del dictador nazi durante cinco años, compartió con él sus últimos días en el búnker de Berlín

 

Rochus MIsch, guardaespaldas de Hitler, en 2005. / JOHN MACDOUGALL (AFP)

Rochus Misch, que falleció el jueves a los 96 años en su modesta casa de Berlín, es letra pequeña de la terrible historia del nazismo. Era un veinteañero cuando sirvió de guardaespaldas del peor tirano de la historia, Adolf Hitler. Aunque eso sí, un veinteañero de la élite de las SS. Desde su posición privilegiada de pretoriano con runas en el cuello, Misch vio y escuchó durante cinco años cosas interesantísimas para el historiador. Desgraciadamente, filtrados por su mente parda, su juventud fanatizada y su afán de protagonismo, sus recuerdos, recogidos en libros (Yo fui guardaspaldas de Hitler,Taurus, 2006) y entrevistas, se convierten muchas veces en material de valor muy discutible.

Estuvo en el centro del maelstrom que era Hitler, pero a veces es precisamente ahí, en medio de los acontecimientos, donde más difícil resulta entenderlos. Misch era además en el fondo un don nadie del III Reich, poco más que un sirviente armado, y resultan risibles sus comentarios cuando considera necesario señalar que a él, un Oberscharführer, un suboficial, no se le consultaban decisiones ni tenía acceso a informaciones vitales. Era un hombre que vivía de órdenes, de rumores, y de lo que podía entrever y pillar aquí y allá un personaje de su baja jerarquía entre las bambalinas del poder.

Lo que hizo famoso a Misch en realidad fue compartir el Götterdämmerung nazi en el Führerbunker de Berlín y conseguir salir vivo de ese antro de muerte para, gracias a su longevidad, convertirse en el último superviviente del extravagante reparto de aquel drama. Con sus superiores SS Heinz Linge y Otto Günsche y el chófer de Hitler Erich Kempka, todos ya fallecidos, componen el grupo principal de testigos de a pie de los últimos momentos del líder nazi, aunque Misch se perdió el momento estelar de la cremación de los cuerpos de Hitler y Eva Braun. Sí estuvo presente, según contaba, cuando abrieron la puerta de la habitación de Hitler y encontraron a la pareja muerta.

Misch siempre pareció conservar un buen recuerdo de Hitler, lo que muestra a las claras qué clase de individuo era. Decía que Hitler no se mostraba nunca autoritario y que siempre le pareció una persona normalísima y un jefe estupendo. De hecho, en su momento, Misch se mostró crítico con la película El hundimiento (Oliver Hirschbiegel, 2004), que le parecía una opereta dramática, por mostrar a Hitler gritando enloquecido. Según él era una visión americanizada y exagerada de los hechos y en el búnker no se vivía en plena histeria sino que la procesión iba por dentro.

Misch, nacido en 1917 en Silesia, llegó al puesto de guardaespaldas de Hitler en 1940, tras haberse alistado en las SS y ser herido mientras negociaba la rendición de tropas polacas, por lo que recibió la Cruz de Hierro de Segunda Clase. Transferido al Leibstandarte Adolf Hitler, la unidad de protección personal del Führer, ejerció distintas funciones cuando no estaba vigilando directamente a Hitler, como correo y operador telefónico, su misión principal en el búnker en 1945.

Tras escapar de aquel lugar de pesadilla, Misch fue apresado por los rusos, que trataron de sacarle toda la información posible sobre la suerte de Hitler, algo que obsesionaba a Stalin. Después de nueve años de cautiverio volvió a Alemania en 1954 y se instaló en Berlín, cerca del búnker, de cuya conservación era partidario. Su mujer murió en 1998 y desde entonces vivía solo: su hija eligió no verlo más y envió a su propio hijo a una escuela judía en Frankfurt.



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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: Gran Papiyo Enviado: 07/09/2013 02:08
Es muy interesante leer e  investigar sobre estos personajes funestos de la Historia, porque siempre hay algo para aprender.
Aquí dejo una entrevista que le hicieron hace seis años : 
 
 
2/8/2007
ENTREVISTA A ROCHUS MISCH
El guardaespaldas de Hitler rompe su silencio
Rochus Misch, el guardaespaldas de Hitler hoy con 90 años.

Rochus Misch integró durante cinco años el círculo más estrecho de Adolf Hitler. Estuvo en su cuartel general, en su refugio de Baviera y lo acompañó en su búnker de Berlín. Aún hoy lo recuerda con un afecto que pone los pelos de punta y lo sigue llamando `el jefe´. Es un testigo más que cuestionable, pero también único, del mundo de Hitler y de la agonía del Tercer Reich.


En una de las escenas finales de El hundimiento, la película de Oliver Hirschbiegel sobre los últimos días del Tercer Reich, en Berlín, de pronto, dejan de oírse las descargas de las baterías rusas. El búnker del Führer está casi desierto. Hitler se ha suicidado. Casi todo su Estado Mayor ha intentado huir del Ejército Rojo, que está a sólo dos manzanas.

Cuando Joseph Goebbels y su esposa, Magda, salen al ruinoso patio de la cancillería, un joven soldado los observa dubitativo, como si esperase una orden. Ese hombre ha estado cinco años a las órdenes de Hitler: ha sido escolta, mensajero, ordenanza y, al final, telefonista del búnker. Pero ahora los teléfonos también han dejado de sonar y el hombre no sabe qué hacer. Goebbels se vuelve hacia él y dice: «Váyase, ya no lo necesito. La suerte está echada».

Ese joven soldado es Rochus Misch. Este año cumple 88 años, pero aún se mantiene en buena forma. De joven, este robusto silesio debió de ser un recluta perfecto. Primero en las SS y luego, tras ser herido en la campaña de Polonia de 1939, como escolta de Hitler.

Hoy tiene la apariencia de un soldado retirado. Pero a diferencia de Traudl Junge, la secretaria de Hitler, que abre y cierra El hundimiento con sus palabras de arrepentimiento, Misch muestra una indiferencia sobre su pasado al lado del Führer que resulta exasperante. Incluso llega a recordarlo con irritante añoranza. 

Su testimonio carece de la agudeza psicológica y política que hace tan apasionantes los recuerdos del Tercer Reich de Albert Speer, pero el valor de Misch es que es uno de los pocos cercanos a Hitler que sigue vivo. Los Goebbels se suicidaron. Martin Bormann, la mano derecha del Führer, murió al intentar huir del cerco soviético. Y Traudl Junge falleció hace cuatro años aún atormentada por su pasado. Sólo queda un testigo de aquella época, Rochus Misch, tras la muerte de los dos últimos supervivientes, el barón Bernd Freytag von Loringhoven, ayuda de campo del último jefe del Estado Mayor alemán, y la enfermera Erna Flegel. Y Misch, además, es el único que formaba parte del círculo íntimo de Adolf Hitler.

Rumbo a la casa de Misch, en el sur de Berlín, Efrem, mi traductor –un alemán de origen eritreo–, me dice: «No sé cómo va a reaccionar este hombre cuando vea a un negro. Quizá siga creyendo en la superioridad aria». Yo, que soy ruso con raíces alemanas, tampoco lo sé muy bien. 

Misch vive en una casa sencilla de dos plantas ubicada en una calle tranquila y arbolada. Es la misma a la que se mudó con su esposa, Gerda, en 1942. Y es la misma en la que el servidor del Führer recibió de éste una caja de champán de la cosecha del 27 como regalo de boda.

Con la voz algo cascada, Misch nos cuenta cómo, por recomendación de su antiguo jefe de división y tras ser herido en 1939, acabó trabajando a las órdenes de Hitler. Recuerda vivamente su primer encuentro con él: «Estaba en la cancillería del Reich y el ayuda de campo que se encontraba de guardia nos explicaba las normas. En eso abrió la puerta y allí estaba Hitler. Me quedé mudo. Sentí escalofríos. Para nosotros era una figura mítica. Hitler le preguntó al oficial de dónde era yo. Cuando el ayuda de campo le dijo que era de Silesia, Hitler preguntó: ‘¿Tenemos a alguien más de Silesia?’. Muy bien, pues te vamos a poner a prueba ahora mismo. Toma esta carta y entrégasela en Viena a mi hermana’». Rochus Misch se embarcó en un tren y ése fue el principio de sus cinco años de servicio.

Misch asegura que no era un nazi comprometido y que nunca fue miembro del partido. Sin embargo, parece incapaz de conciliar lo que sabe hoy del Tercer Reich con los cálidos recuerdos que guarda de Hitler. Cuando le pregunto qué piensa ahora de la época nazi, repite que nunca supo nada del holocausto ni de otros crímenes nazis y que él no cometió ninguno. Este extremo es cierto: el Centro Simon Wiesenthal de Viena juzgó innecesario investigar su expediente. Por fin, Misch admite: «No puedo relacionar los recuerdos del jefe estupendo que conocí con el monstruo que pintaron después de la guerra. Son dos imágenes que mantengo separadas». Y añade: «Desde luego que es atroz, una auténtica catástrofe. Me refiero a tantas muertes. A mí también me hicieron prisionero, fui torturado [por los rusos en 1945], y puedo imaginarme lo que sufrió esa gente».

Además, aún parece deslumbrado por la figura de Hitler y también por todos los personajes a los que tuvo oportunidad de conocer. «Yo era un hombre sencillo, por eso me emocionaba estar en ocasiones tan cerca de gente famosa: Mussolini, Leni Riefenstahl, Antonescu [el dictador rumano], Molotov…» Mussolini, recuerda, era una persona «expansiva»; Molotov, por su parte, un hombre «tranquilo y sereno». 

La mayoría de sus recuerdos no son más que simples comentarios personales de importantes hechos históricos. Para Misch, el 22 de junio de 1941, el día de la invasión de la URSS, fue «un día como cualquier otro, nada especial». El 20 de julio de 1944, cuando el conde Klaus von Stauffenberg trató de matar a Hitler con una bomba en su cuartel general de Prusia oriental, Misch estaba en un tren rumbo a Berlín, donde tenía que entregar unos documentos. Le pregunto por qué, pese a su cercanía a Hitler, nunca consiguió un ascenso: «Nunca lo quise… El rango era lo de menos cuando se estaba tan cerca de Hitler. Te convertías en un miembro de la familia, y punto». Y cuando le pregunto si conserva fotos de aquellos días, Misch saca enseguida una carpeta, que me muestra encantado.

«En ésta están Speer, el arquitecto de Hitler; Eva, su esposa; el embajador Hewel, del Ministerio de Exteriores; Frau Christian, la secretaria… Y en ésta, Eva Braun con su hermana Margrete.» Hay, además, fotos de Misch en el avión de Hitler o delante del vagón restaurante del tren del Führer. Ver las fotos y oír a Misch es como asomarse a las portillas de un barco hundido. En otra foto aparecen el Führer y Eva Braun mirando unos conejos. Misch dice que su relación era muy discreta: «Ella venía a Berchtesgaden, pero en Berlín no vivía con Hitler. Sólo al final su relación se hizo pública». En efecto, el 29 de abril de 1945 Misch vio que un nervioso funcionario del registro civil entraba en el búnker para celebrar el matrimonio de Hitler y Braun. 

Cuando le pregunto por El hundimiento, Misch dice entre risas que es una opereta muy americana. «¿Falsea los hechos?», le inquiero. «No, en líneas generales describe bien lo que pasó, pero los actores no paran de gritar. En el búnker se hablaba en susurros. Yo estaba en la centralita y a veces elevaba la voz a propósito, para romper ese silencio mortífero.»

El 22 de abril de 1945, tras el asalto final de las tropas soviéticas a la capital alemana, Hitler no ocultó sus sentimientos a sus subordinados. «Nos dijo que la guerra había terminado y que todo el que quisiera marcharse era libre de hacerlo.» La mayoría se fue. Misch, que se debatía entre el miedo que se había apoderado de él y su sentido del deber, permaneció allí. Incluso aunque todo estaba dispuesto para que él y su esposa fueran evacuados por aire. «Hitler fue muy serio y educado hasta el final –recuerda–. Siguió celebrando reuniones diarias, a las que cada vez acudían menos colaboradores. Hasta los últimos días confió en que las potencias occidentales se enfrentarían a los soviéticos, lo que permitiría resistir un poco más a los alemanes.»

Si algo le reprocha Misch a Hitler es que en ningún momento le diera la oportunidad de despedirse. El 30 de abril de 1945 hubo una reunión a la que asistieron Goebbels, Bormann, Heinz Linge –un ordenanza– y Otto Günsche –un asesor–. «El jefe le dijo a Linge: `No quiero morir como Mussolini [cuyo cadáver fue expuesto por los partisanos italianos en una plaza de Milán]. ¡Quemadme!´.» Tras la reunión, Hitler se encerró en su habitación. «El tiempo se detuvo en el búnker –rememora Misch–. Pasaron una o dos horas. Entonces alguien dijo: `Creo que he oído un disparo´. Linge se acercó y me apartó. No recuerdo quién abrió la puerta. Nos asomamos y vimos al Führer a tres o cuatro metros. Tenía la cabeza sobre la mesa; Eva Braun estaba a su lado, en el sofá. No había mucha sangre.»

Misch subió a toda prisa al piso superior con la intención de preparar un informe para su oficial al mando, Schedle, pero decidió volver sobre sus pasos. «Entré en la habitación en el preciso instante en que el chófer del Führer, Erich Kempka, y el comandante de las juventudes hitlerianas, Artur Axman, envolvían a Hitler y a Braun en una alfombra. Salí e informé a Schedle de su muerte. Luego, una vez abajo, mis camaradas me llamaron a gritos: `¡Ven al patio, están quemando al jefe!´. Pero no hice caso. Tenía miedo. El jefe de la Gestapo, Heinrich Mueller, había llegado a la Cancillería y temía que la Gestapo matara a todos los que presenciaran la incineración del jefe. Así que no estuve en el patio.»

Tras la muerte de Hitler, Misch ayudó a establecer una línea directa entre la cancillería del Reich y las líneas soviéticas, mientras el general Krebs trataba de negociar un armisticio. Pero los rusos se mantenían firmes. Exigían una rendición incondicional. Eran las noticias que Krebs, un soldado que hablaba el ruso muy bien, traía a los que quedaban en el búnker. Misch cuenta que Axmann, Bormann y Goebbels se despidieron de él. «Goebbels me dijo: `Bueno, Misch, hemos sabido vivir, ahora tenemos que saber morir´. 

Comprendí que todo había terminado, así que al rato dejé el búnker.» Antes, sin embargo, Misch conectó algunas llamadas de teléfono. «¿Cuál fue la última?», le pregunto. El anciano guarda silencio durante un minuto, tratando de recordar. Por fin, dice: «Fue una llamada del general Burgdorf al general Busse, comandante de la novena división. Poco después, alguien llamó preguntando por el general Krebs. Conecté la línea, pero no hubo respuesta. Fui a la habitación de Krebs y lo encontré sentado con Burgdorf. Estaban inmóviles. En un primer momento pensé que estaban dormidos». Pero no: se habían suicidado.

Misch intercambió contactos con un camarada, un técnico llamado Henschel, para que ambos pudieran mantener informadas a sus familias de sus respectivos paraderos. Le pregunto si se llevó del búnker algún recuerdo. Sonríe. «Tenía tanto miedo que en lo único que pensaba era en marcharme lo antes posible. Sólo he conservado una cosa del búnker.» Misch va entonces a otra habitación y trae una servilleta blanca con la letra H bordada. «Es del comedor de Hitler –explica–. No tengo nada más.»

Misch huyó hacia su casa, pero fue capturado por los rusos. Pasó entonces tres años en la prisión de Lubyanca, en Moscú. Como Stalin no creía que Hitler hubiera muerto, los supervivientes del búnker recibieron un trato despiadado para que contaran cómo se había fugado el Führer. Tan insoportable, que Misch llegó a escribir a Beria, el jefe de la Policía secreta rusa, pidiéndole que lo mataran. En lugar de ello, lo mandaron a un campo de prisioneros donde estuvo seis años, hasta que fue liberado en 1954. Regresó a Berlín, con su esposa, y abrió una tienda de pinturas y papeles pintados, que regentó hasta 1983. Por su parte, su esposa, Gerda, siguiendo la tradición familiar, fue concejal en el Ayuntamiento de Berlín occidental. Tuvieron una hija, que vive en Fráncfort y apenas habla con su padre.

Le pregunto, como al azar: «¿Se acuerda del número de teléfono del búnker?». Misch me mira con sorna. «Por supuesto. Era el 120050». Hitler, prosigue, «era el mejor jefe que se puede tener: siempre tranquilo, educado y amable. Ojalá todo el mundo tuviera un superior como él».

Luego nos enseña las cartas que recibe de todo el mundo. «Ésta es de Eslovaquia y ésta, de Australia. Suelen pedirme autógrafos», me dice. «¿Y usted les responde?», le pregunto. «Sí. Tengo hasta mi propia tarjeta postal», y saca un fajo en las que aparece en uniforme frente al cuartel general de Werwolf, en Ucrania.

El antiguo militar nazi es incapaz de entender lo repulsiva que puede resultar para la mayoría de los mortales la añoranza que siente por Hitler y su régimen. Sin embargo, al final, los temores de Efrem de que lo tratara con desprecio no se confirmaron. Es más, cuando Misch supo que el abuelo del traductor había servido en la legión africana de Mussolini, posó encantado con mi amigo eritreo. Su reacción al conocer mis orígenes rusos fue incluso más positiva: «Odio a los matones de los servicios secretos de Stalin, que me torturaron, pero los rusos de a pie se portaron muy bien con los prisioneros alemanes», me dijo, incluyendo algunas palabras en ruso.

Aunque hay algo que nos inclina a creer en la proclamación de inocencia de Rochus Misch, no puedo dejar de darle vueltas a un pequeño detalle de su relato. El hecho ocurrió en 1943, en Werwolf, el cuartel general nazi en Ucrania. «Al pasar cerca de la ventana del barracón de Hitler, oí el sonido de un aria. Me asomé y vi al jefe sentado en el borde de la mesa de su despacho escuchando el sonido del gramófono. Había discutido con sus generales y estaba muy irritado. Le pregunté: `¿Quién canta, mi Führer?´. `Joseph Schmidt, un famoso tenor?´, me contestó. `¡Pero es judío, mi Führer!´, exclamé. `¡Y eso qué más da! Lo único importante es que la música sea maravillosa!´.»

 
SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo)

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 07/09/2013 09:28
 "Escuchándolo, con sus debilidades, sus momentos de silencio, su ausencia vertiginosa de dudas y de vacilaciones, uno se da cuenta de cómo el nazismo pudo afianzarse y desarrollarse, de cómo Hitler pudo seducir a las masas y a su entorno más próximo. Misch es una sucesión de pequeñas historias que a la vez fascinan y repelen, pero que son muy reveladoras de la Historia con mayúscula."
 
rochus 
 
Tomado de google .-


 
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