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General: 11 de Septiembre : a 40 años del Golpe Militar en Chile
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De: Gran Papiyo  (Missatge original) Enviat: 08/09/2013 20:03

Las grandes alamedas

Por José Pablo Feinmann
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Ni que se haya convertido en la fecha de la caída de las Torres Gemelas evitará que –para nosotros, para los hombres y mujeres de América latina– el 11 de septiembre sea la fecha del golpe de Estado más detestable de los tantos que padecimos. Se trataba de un gobierno elegido democráticamente. Se trataba de un país con un ejército que –a diferencia de los de nuestro continente– había sido guardián del orden constitucional. Se trataba de un presidente que era un hombre noble, con ideas e ideales, un hombre honesto y un hombre valiente. Había tenido un gran apoyo de las masas obreras. Y una queja constante, un repudio sin tregua, del MIR, el principal grupo armado de Chile. Finalmente, todos los sectores de la sociedad –menos los obreros– se unificaron para voltearlo: el ejército, los medios de comunicación, los gremios, las clases altas, las clases medias y –con un empeño criminal, furibundo– los Estados Unidos de Nixon y Kissinger. Las clases medias inauguraron la modalidad de salir a la calle con cacerolas y atronar el país pidiendo la renuncia de Allende.

Allende fue el más original, el más creativo de los líderes socialistas del siglo XX. Descreyó de la célebre dictadura del proletariado y eligió el camino democrático, pacífico al socialismo. Si ese camino fracasó, no menos fracasaron los otros. Con una enorme diferencia. Allende no dejó decenas o decenas de miles o millones de cadáveres tras de sí. Ni presos políticos tuvo. Confiaba en solucionar la antinomia entre socialismo y democracia, que el mandato de la dictadura del proletariado (que viene de las páginas de Marx y que éste asume como su mayor aporte a la teoría política) obliteraba. La derecha –beneficiada por los errores y por las muertes de los socialismos triunfantes y luego derrotados– no tiene rédito alguno para sacar de la experiencia de la Unidad Popular. Salvo que digan que nacionalizar el cobre equivale a fusilar enemigos políticos, o peor aún.

En su último mensaje, don Salvador Allende dijo a su pueblo y a todos los pueblos de América: ¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

El criminal de guerra Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, peor criminal de guerra aún, odiaban a Allende con una pasión enfermiza. En octubre de 1970, Nixon dijo sobre él palabras injuriosas: “That son of a bitch, that bastard...”

Pero esa imagen de este hombre sereno –aunque capaz de encarnar la fuerza de un tornado–, que lo único que nos dejó, como pertenencia, fue el pedazo ensangrentado de uno de los vidrios de sus anteojos, este hombre maduro, con canas, que sale de La Moneda con casco de guerra y metralleta, para morir peleando, tal vez insensatamente, pero como él lo sentía, es, para mí, el símbolo más puro de la rebeldía, porque trató de cambiar el mundo por los caminos de la democracia y de la paz, y porque no pudo, porque los asesinos del poder internacional no lo dejaron, agarró una metralleta, se puso un casco de guerra y decidió (como esos bravos, legendarios marinos con sus barcos) hundirse con su causa. ¡Ah, don Salvador Allende, ojalá hubiera yo tenido alguna vez en mi patria un líder como usted! Simple, duro, pero sensible, amigo y compañero de la gente de su pueblo, sin sinuosidades, con una sola palabra, la misma de siempre, la que marcó la coherencia de sus días y, por si fuera poco, con ese coraje, don Salvador, que le hizo decir: De aquí no me voy, que sigan otros, no van a faltar, y van a llevarme en sus corazones como a un hombre puro, como a un guerrero y como a un demócrata que les va a henchir el pecho de orgullo y de exigencias perentorias. Porque, de ahora en más, todo chileno que sepa que tiene detrás la figura de Salvador Allende, sabe que no se viene a la vida a jugar, a gozar de las liviandades y las tentaciones, sino a meterle el alma y el cuerpo a las causas duras, las de la injusticia, las del hambre, las de la tortura y la muerte. Es mi legado.

Lo es. Tenía la cara de un hombre bueno. Vestía de civil. No andaba ostentando armas ni uniformes bélicos. Se metía entre los obreros. Hablaba en sus asambleas. Les pidió, al final, que se cuidaran. Que no se dejaran sacrificar fácilmente por los carniceros que se cernían sobre Chile. Cuando Castro lo visitó le dijo que tenía que recurrir a la violencia si quería sostenerse. Allende no lo hizo. De la violencia se ocupaban los guerrilleros del MIR que, desde luego, lo acusaban de burgués conciliador. ¿Por qué se habrán preocupado tanto los de la CIA y Nixon y Kissinger por un burgués conciliador? ¿Por qué el ejército habrá bombardeado La Moneda? ¿Por qué el diario El Mercurio (al que Nixon le dio dos millones de dólares para desestabilizar su gobierno) lo atacó sin piedad ni vergüenza? ¿Por qué las conchetas chilenas, que son terribles, salieron con sus cacerolas para injuriarlo? ¿Sólo porque era un burgués conciliador? Los del MIR fueron funcionales a los golpistas que, salvo los que se fugaron, murieron todos, en el Estadio Nacional o en las más siniestras mazmorras, tan cruelmente como los líderes de la Unidad Popular. No, Allende no era un burgués conciliador. Era un socialista temible. Porque había elegido la democracia (el arma ideológica que la derecha cree suya) para ir hacia el socialismo. Pero, luego, hizo algo peor. Murió con su causa. Dejó, para el socialismo, un ejemplo moral incuestionable. Y murió sin perder sus esperanzas. El hombre libre volverá. Las altas alamedas lo esperan. Bajo ellas se fue Allende de este mundo.

SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo)         


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Resposta  Missatge 2 de 4 del tema 
De: Ruben1919 Enviat: 09/09/2013 00:11

La victoria de Allende

7 septiembre 2013  4 Comentarios

Salvador-AllendeA cuarenta años del Golpe de Estado que puso fin a la democracia chilena y provocó la muerte heroica de Salvador Allende, América Latina vive una nueva época.

El mundo era entonces diferente al que hoy vivimos.

Predominaba la noción del socialismo como un proyecto político que debía necesariamente seguir las pautas del implantado fuera de América.

Buscar una vía chilena al socialismo era indispensable. Ese ideal, para Mariátegui, “creación heroica”, debía ser obra según Julio Antonio Mella de “seres pensantes” y no de disciplinados seguidores del pensamiento ajeno.

En 1958, bajo la dictadura batistiana, nos sorprendió la noticia de que Salvador Allende, con una alianza que incluía al Partido Comunista, estuvo a punto de ganar las elecciones y ser Presidente de Chile.

Parecía un dato de otro planeta. Apenas cuatro años atrás, en 1954, la CIA había aplastado a la democracia guatemalteca e impuesto una de las peores y más prolongadas tiranías. Estados Unidos, en el cenit de su poderío, dominaba a su antojo el Continente convertido en bastión de un anticomunismo visceral donde no cabía cambio alguno. Las tiranías militares al servicio de Washington estaban a la moda. Chile era una incógnita.

Cuando lo visité en 1959 encontré a muchos convencidos que la próxima elección traería la victoria.

En 1964, tampoco triunfó el pueblo. Se impuso, con fuerte respaldo norteamericano, la fórmula que prometía una “revolución en libertad”, algo que Washington imaginaba como alternativa a lo que representaba Cuba.

Fracasado el engaño, finalmente, en 1970 triunfó con Salvador Allende la Unidad Popular. Su gobierno respetó estrictamente la Constitución y la legalidad y debió encarar, dentro de ese marco, la terca hostilidad, el sabotaje y las conspiraciones de una oposición que unió a los conservadores tradicionales con los falsarios del cristianismo. Ningún otro gobierno en la historia de Chile hizo tanto y en tan poco tiempo, por los trabajadores, por los pobres, por la gente humilde. Recuperó el cobre y rescató la plena soberanía nacional enfrentando a poderosos monopolios norteamericanos y emprendió reformas sociales que le ganaron el odio de la oligarquía y sus aliados.

Allende se empeñó en alcanzar pacíficamente y en libertad un socialismo chileno. De liquidar ese sueño se encargó Nixon y la CIA, verdaderos responsables del 11 de septiembre. Los asesinos uniformados y los farsantes de la política, culpables también, fueron sus instrumentos dóciles.

El 11 de septiembre tuvo enorme repercusión en América Latina y el mundo. Poco antes había concluido en Argel la IV Cumbre de los Países No Alineados que, adelantándose a los acontecimientos, denunció el golpe y comprometió la solidaridad del Movimiento con la resistencia que vendría. Nunca antes, ni después, expresó ese grupo de países –la inmensa mayoría de la humanidad- compromiso semejante. El régimen de Pinochet fue excluido del grupo que en su siguiente reunión recibió como legítimo representante de Chile a Clodomiro Almeyda, Canciller de Allende, rescatado de la isla Dawson por el fuerte reclamo mundial.

El gobierno de la Unidad Popular era una experiencia única, no ensayada antes. Intentarlo, seguir un curso revolucionario propio, era la actitud que debía asumir un auténtico combatiente como lo fue siempre Allende. “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución” proclamó en su tiempo la Segunda Declaración de La Habana.

Pero mucho antes Marx había advertido que, aunque los hombres hacen la historia, tienen que hacerla en condiciones no creadas por ellos.

Hace cuarenta años Estados Unidos dominaba al Continente y no comenzaba la declinación de su hegemonía mundial. Aun no había sufrido su histórica derrota en Viet Nam, ni el escándalo de Watergate que sacudiría la sociedad norteamericana.

Desde entonces mucho ha cambiado América Latina y el Caribe. Vivimos una época nueva en la que proyectos revolucionarios y progresistas surgen de victorias logradas por nuestros pueblos dentro de la institucionalidad heredada. Algunos tienen una orientación socialista. Pero son socialismos diversos, alejados de los viejos enfoques dogmáticos, que van conformando un arcoíris al que cada cual suma su propio color.

Esa América Latina nueva es fruto de siglos de lucha de la que forma parte inseparable el Chile de la Unidad Popular cuyo ejemplo inspiró a generaciones de jóvenes que hoy gobiernan. A la distancia, el proyecto de la Unidad Popular parece como una hazaña que buscaba anticipar la historia. En realidad fue un aporte decisivo para cambiarla. El sueño frustrado ayer ahora se va haciendo realidad. Allende regresa, victorioso.

Publicado el 6 de septiembre de 2013 en la Revista Punto Final, número 789, dedicada a Salvador Allende en el 40 aniversario del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973.

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Resposta  Missatge 3 de 4 del tema 
De: Nobotuma Enviat: 09/09/2013 00:28
Y las grandes alamedas están abiertas para todos los pueblos de América Latina..
La historia la seguimos construyendo los pueblos
Honor y Gloria al Compañero Presidente Salvador Allende.

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Resposta  Missatge 4 de 4 del tema 
De: Gran Papiyo Enviat: 09/09/2013 01:19
Así es Nobotuma ! ! ! ! 
 
Honor y Gloria, reconocimiento y admiración de todos los pueblos del mundo, para el entrañable  compañero Presidente, por siempre y para siempre ! ! !  
 
Salvador Allende está más vivo que nunca, mientras que el traidor y criminal de Pinochet ya fue a parar al basurero de la Historia y hoy se pudre en el quinto Infierno del olvido y del repudio eterno. 
 
SALUDOS REVOLUCIONARIOS 
(Gran Papiyo)         


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