A mi hermana Claudia, tan valiente y digna
En apenas 180 días de papado, el ex cardenal argentino Jorge Bergoglio, el primero en tomar el nombre de Francisco como el mejor medio para enviar un mensaje, “primero los pobres” como fue el camino señalado por Francisco de Asís, aprovechó la celebración este fin de semana de sus primeros seis meses de gobierno para sorprender con otro acto inimaginable hasta hace muy poco: invitó a Roma al octogenario filósofo y padre dominico peruano Gustavo Gutiérrez, el célebre fundador hace 40 años de la corriente reformista de la Iglesia católica latinoamericana, la Teología de la Liberación (TL) y con un abrazo al cabo de una audiencia a él concedida selló la imperativa reconciliación de la Iglesia institucional con esa corriente de pensamiento progresista a la que Karol Wojtyla/Joseph Ratzinger persiguieron, arrinconaron y quisieron silenciar porque revolucionaba las filas cristianas al recuperar desde el discurso y la praxis la esencia solidaria del contenido del Evangelio. Imperativa, porque de no hacerlo la Iglesia católica sucumbiría bajo el peso de su soberbia, corrupción y autismo.
Centenares de curas y monjas no solo de América que se identificaron con la TL fueron también encarcelados, asesinados y/o desaparecidos por las dictaduras de Sur y Centroamérica ante el silencio cómplice de algunas de sus jerarquías, mientras los salvadoreños aún esperan por la canonización de monseñor Oscar Romero, arzobispo de San Salvador, que no pertenecía a la TL pero igualmente fue asesinado a sus 62 años por la junta cívico-militar mientras oficiaba misa en un hospital capitalino, el lunes 24 de marzo de 1980, luego de exhortar la víspera al Ejército en su última y vibrante homilía a “¡cesar la represión en el nombre de Dios!”.
Para Gustavo Gutiérrez, Bergoglio le recuerda “mucho” al papa Juan XXIII, quien convocó al no menos célebre Concilio Vaticano II (1962-65), el cual pretendió “abrir las ventanas de la Iglesia” para airear sus métodos, inspiración y estilos a fin de convertirla en una institución “pobre para los pobres” como retoma ahora el papa Francisco; una “Iglesia misionera” volcada hacia la sociedad y que según el vocero vaticano, el sacerdote jesuita italiano Federico Lombardi es una de las “tres novedades” que marcan los primeros seis meses del nuevo pontífice.
Las otras dos, añade Lombardi, son la elección precisamente del nombre y el “fin del eurocentrismo” eclesiástico católico, que a través del mandato de Bergoglio puede “ampliar los horizontes” de la Iglesia en América Latina, Asia y África no solo para reconquistar a los cristianos que se han alejado sino “conquistar” a los críticos o los descreídos, en primer lugar los jóvenes. A ellos llamó Francisco en Brasil a movilizarse y “armar lío”; un llamado que no dejó de tener un dejo de nostálgica reparación histórica ya que, sin duda, habría sido muy bien acogido como respaldo de la Iglesia institucional a las grandes luchas sociales de hace cuatro décadas y que hoy tiene por destinatario a las nuevas generaciones de ciudadanos enfrentados a sus propios desafíos.