LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Rafaela es de Pinar del Río, pero vino para la capital antes de 1959 a trabajar de sirvienta en la casa donde su hermana Andrea era cocinera desde hacía algún tiempo. Cuando los comunistas intervinieron el negocio de sus patrones, éstos decidieron irse de Cuba, y les propusieron llevárselas.
Andrea aceptó, pero Rafaela decidió quedarse y trabajar para la revolución. Comenzó a estudiar por la noche en una Escuela de Superación de la Mujer fundada por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Allí les decían que los que se iban del país iban a fregar platos y a limpiar carros, y Rafaela sufría porque su hermana siempre sería una criada.
Aprendió a manejar y la ubicaron de chofer en un transporte popular. Luego se hizo miliciana, y además participaba en las movilizaciones a la agricultura. Cuando el Cordón de La Habana, pasó un curso para aprender a manejar tractores. Quería formar parte de las brigadas conocidas como “Picolinas”. Así conoció a su esposo, que trabajaba en los viveros. Cuando se casaron se mudaron con la abuela de éste.
Pasaban los años y casi no sabía de su hermana Andrea. Las cartas se demoraban mucho y a veces no llegaban. Pensaba que la engañaba cuando le decía que estaba bien, que ella también había aprovechado el tiempo y se había hecho enfermera, y que había aprendido a manejar, pero su propio carro. Una vez le mandó una foto donde aparecía parada junto a éste, y cuando Rafaela se la enseñó al esposo, él le dijo que seguro era el carro de los burgueses donde la hermana era criada, y que lo utilizaba para hacer las compras de la casa.
Así pasaron los años y Andrea vino a Cuba a ver a su hermana. Le habló de su familia, le trajo fotos de sus hijos. El varón era farmacéutico, y la hembra, maestra. Entonces Rafaela le contó que su hijo no pudo estudiar lo que quiso porque no fue al campo en el preuniversitario, y que ahora vende materiales de construcción y alivia su frustración bebiendo ron de vez en cuando.
Le ocultó a la hermana que después de vieja volvió a limpiar casas porque la pensión no le alcanza para vivir. Se sintió avergonzada de las malas condiciones de su vivienda, y de no poderle dar mejor atención por su precaria situación económica.
Hace unos días, Rafaela regresó de Miami, a donde fue invitada por Andrea, quien, según cuenta, vive en una hermosa y amplia casa. El cuñado, que es médico, le hizo un chequeo completo. Paseó mucho, y llegó a Cuba cargada de regalos y quejándose de la cantidad de dinero que le habían “tumbado” a su regreso en el aeropuerto de La Habana.
Su familia le dio una ayuda para reparar la casa, pero ella está pensando en aceptar la propuesta de reunificación familiar. Hoy Rafaela reconoce que aquella promesa de Fidel de la emancipación de la mujer, la vejez asegurada y el bienestar del pueblo, no era más que una estafa.