En las comunidades católicas el último domingo de setiembre es consagrado como “Día de la Biblia”. En los diversos países, la Iglesia quiere que la Biblia vuelva al puesto central de fuente de fe y espiritualidad para los cristianos. El problema es que, en toda la América Latina y Caribe, hasta hoy, la Biblia parece ocupar más el puesto del reo que de juez.
Y, lamentablemente, quien la pone en ese papel son los mismos creyentes que la leen de una forma rígida y llena de prejuicios. Nuestro continente es cada vez más multicultural y pluriétnico. En todos nuestros países, más allá de las Iglesias cristianas, tenemos cultos ancestrales venidos de los indios y de las comunidades afrodescendientes.
Lamentablemente, casi cada día, en todos nuestros países, se tiene noticia de algún hecho de prejuicio, discriminación e intolerancia de parte de personas o grupos cristianos en relación a personas y comunidades de cultos afrodescendientes o de otras tradiciones espirituales. Lo peor es que dicen hacer eso basados en la Biblia y en nombre de Dios.
Por eso, las personas que creen en Dios como fuerza de paz y amor presente en nosotros, tienen que unirse para leer e interpretar la Biblia de otra forma.
La Biblia es una colección de escritos, provenientes de fuentes diversas, en épocas distintas y en circunstancias históricas complejas. Por eso, en la Biblia, hay páginas que se pueden interpretar como violentas en relación a otras religiones, pero la mayoría de los textos bíblicos componen una historia en la que hay una progresión.
Las imagines de un Dios guerrero, celoso y exclusivo va cambiando hasta que Jesús lo revela como un padre de amor maternal que “hace nacer el sol tanto sobre los buenos como sobre los malos y hace llover tanto sobre los justos como sobre los injustos” (Mt 5, 45).
Como todas las tradiciones espirituales, los cultos indígenas y afrodescendientes merecen todo respeto y admiración como respuestas culturales y amorosas al amor de Dios. Aún más, esas tradiciones han servido como elementos de resistencia cultural y fuerza de vida en medio de todos los sufrimientos de la esclavitud y del colonialismo.
Durante siglos, mientras la mayoría de los cristianos y hasta sus pastores estaban vinculados a los conquistadores y esclavistas, fueron esas tradiciones espirituales las que dieron a los más empobrecidos la confirmación de su dignidad de hijas e hijos muy queridos de Dios y hermanos de Jesús, que se reveló como pequeño y servidor de todos.
Recife / Brasil