Pocos escritores pueden decir de ellos mismos que han evolucionado con soberanía. Pocos han peleado por tener la posibilidad de obstinarse en sus deseos y no claudicar. Pocos se han atrevido a llevarlo hasta sus últimas consecuencias como ha hecho Alice Munro. Por eso hay consenso en el Nobel de Literatura de 2013. Por eso y por reconocer al cuento como género mayor, como una referencia inevitable en el siglo XXI. Es la primera vez que un escritor de relato es tocado por el sanedrín sueco. Es un reconocimiento también a la lengua anglosajona y a la literatura norteamericana, que llevaba dos décadas sin ser tratada como lo que es, la que mueve el mundo de las letras. EEUU sigue en blanco, eso sí.   

Este es el canon (según sus lectores y escritores) de una mujer que escribe sobre mujeres y las envuelve en ambientes costumbristas, con lo que eso significa: pequeños pueblos, grandes infiernos. 

UNO. Escritura limpia, dolor sereno

Es tan pulcra y luminosa que puede detenerse en la letra pequeña de la comedia humana. Regodearse sin dramatismos ni dramones. La culpa, la conciencia, los deseos y las frustraciones son algunos de los materiales en los que hurga. El amor no correspondido y la crudeza de la soledad, pormenores del carácter de los personajes sobre los que sustenta los relatos sin complacencia ni halago. No escatima en detalles, sin perderse en el barroquismo: “Siempre hacía café en vez de té, y también strudel. La masa colgaba de los bordes de la mesa como un paño fino”.

DOS. Precisión y temor

El secretario de la Academia sueca, Peter Englund, señaló el “arte de la perfección” como la mayor virtud de la obra de la escritora canadiense. La escritora Pilar Adón (El mes más cruel, en Impedimenta) explica que la canadiense habla “de lo terrible, de lo más básico del ser humano, de la ruptura con lo cotidiano y muchas veces lo irracional”. Y lo hace desde la “normalidad expresiva”, que tal y como asegura “asustaría mucho más que si empleara un lenguaje literario más tenso y adjetivado”. La rutina en los cuentos de Munro no tiene escapatoria, esconde la angustia, es claustrofóbica. “Como un niño que mira a los ojos y dice una verdad que los demás ocultan”, explica Adón. La fragilidad expuesta con claridad “hace que sus cuentos me parezcan muchas veces narraciones de terror psicológico, aunque se desarrollen en ambientes aparentemente cercanos”.

TRES. El vértigo de un suspiro

“Algunos de sus relatos tienen más acontecimientos y giros que muchas novelas”, cuenta el escritor Daniel Gascón (La vida cotidiana, en Alfabia). Antonio Muñoz Molina (Nada del otro mundo, en Seix Barral) también apunta en esa dirección la prodigiosa virtud que tiene para “comprimir el tiempo y la vida en el espacio de un cuento”. El mundo de Alice Munro cabe en un cuento, pero escribe el mismo desde hace más de cincuenta años. Es poco llamativa y tiende a una apariencia menor, pero eso no garantiza nada: “Alice Munro evidencia que no hay nada seguro y que todo se puede romper en cualquier momento, aunque no oigamos el crujido”, añade Pilar Adón.

CUATRO. La trama no cuenta

Imaginemos una larga autopista. Ahora los pasillos de un centro comercial, por los que se deambula con (aparente) libertad, de aquí, allá. Los cuentos de Alice Munro no conducen a ninguna parte en sus tramas. La escritora revela al lector que es mucho más importante el relato que la historia que cuentan. Ella misma ha señalado que no acostumbra a leer cuentos de principio a fin, sino que empieza en cualquier punto y continúa leyendo en cualquier dirección. Así es como ha construido sus cuentos, sin la necesidad de leer con el fin de averiguar lo que sucede. En un cuento hay muchas más cosas para averiguar que su corriente. Al menos en los de Munro. Por ejemplo, cómo el mundo de ahí afuera se ve alterado por el modo de mirar del personaje, es decir, del lector. 

CINCO. Malos sentimientos

En una introducción a uno de sus volúmenes de relatos, Muro avisa que el pequeño mundo en el que se mueve y retrata es la excusa perfecta para llegar a todas partes: “No me siento oprimida por escribir acerca de un único lugar y de un único estilo de vida. Al contrario, no creo estar escribiendo únicamente sobre la vida, sino sobre y a través de ella”. En esa vida aparecen personas egoístas e irracionales, humanas y conmovedoras, sin empalagar con buenos sentimientos. Sin llevar a la sociopatía los malos. Es decir, ha creado un mundo de personas normales, tan ambiguas como coherentes: alguien escapa a la opresión (de la religión, de la maternidad, de las convenciones) y de sus consecuencias. Ignacio Martínez de Pisón (Aeropuerto de Funchal, en Seix Barral) explica que sus personajes femeninos son muy complejos. “Es la gran maestra del relato, que busca la complejidad de la vida, pero con una lectura sencilla”, añade.  

SEIS. Magia sin trucos

Jon Bilbao, autor de Bajo el influjo del cometa (Salto de Página), valora la sutileza con la que esconde “mucho más de lo que aparentan” sus relatos. Minimalismo y confianza. “No es una tramista, es de perfil bajo en apariencia y más centrada en el aspecto interior de los personajes, permitiendo al lector extraer conclusiones a partir de hechos nimios. Rechaza por completo los fuegos artificiales que resuelven”. El escritor aclara que minimalismo no es ser parco en palabras, sino decir mucho con poco. Marcos Giralt Torrente (El final del amor, en Páginas de Espuma) destaca el relato sin artificios, la ausencia de trucos en las tramas para hablar de “nuestros conflictos vinculados a la familia, matrimonios infelices, traumas infantiles, básicamente lo que habita en el corazón de cualquiera”. 

SIETE. El largo aliento

Pisón también destaca la sutileza de las estructuras en cuentos largos que terminan organizándose como una pieza única. En ese aspecto coincide con Giralt Torrente, que reconoce en la extensión de sus relatos el mayor atractivo de la autora. “Me parece una distancia maravillosa para tratar su mundo que es el nuestro. Es algo muy peculiar suyo”. Tanto que los más ortodoxos no terminan de entender que un cuento se prolongue por encima de las cuarenta páginas. Es el caso de Hipólito G. Navarro (El pez volador, en Páginas de Espuma), que cree en el cuento mucho más breve y que acusa en los de Munro un carácter más propio de la novela. “En realidad, son novelas cortas. Una distancia excesiva para ser cuentos”. 

OCHO. Reconocible, no repetitivo

Un mundo protestante, rural, con mujeres que viven la revolución feminista, sin hacer sociología barata. Después de más de cinco décadas, posiblemente sea el de Alice Munro el universo literario más fragmentado pero más reconocible. “Hay algo en ella que me resulta muy simpático: el vínculo entre una gran exigencia en la tarea y una gran modestia a la hora de presentarlo. Así son las virtudes del cuento”, explica Daniel Gascón. La escritora Elvira Navarro (que publicará en enero La trabajadora, en Mondadori) habla de esa capacidad de Munro para levantar un universo propio y profundizar manteniendo estructuras, sin repetirse. “Incide mucho en sus propios referentes, pero lejos de repetirse, va a más”, añade. Jon Bilbao incide en el hecho de que, a pesar de tener un terreno narrativo muy acotado (paisaje y personajes) podría parecer repetitivo, pero “existen muchos tipos de lecturas diferentes en cada cuento”. A pesar de ser una autora realista, afirma Elvira Navarro, “tiene un componente onírico con personajes cotidianos muy inquietantes”. Una autora, mil lecturas.