LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -En el número 554, de la calle habanera Obrapía, dos carteles escoltan la puerta de entrada, el de la izquierda dice “Presidente del CDR”; y el de la derecha: “Se hacen misas y consultas espirituales”. Cruda se la verían los extraterrestres para entender aquello, si se les ocurre invadir La Habana sin haber tenido antes la precaución de leer una máxima del francés Jean Cocteau, según la cual, Dios no habría alcanzado nunca al gran público sin la ayuda del diablo.
Sobre la fachada de un campo de tiro, en la calle habanera de Teniente Rey, han escrito: “Educa a tu hijo”. Debe ser el nombre de un programa militarista cuyos impulsores conciben con especial brutalidad el modo de educar a los niños. En cualquier caso, el aviso no está nada mal para espantar a los extraterrestres.
Y los que no se espanten ante el temor de lo que puede reservarles La Habana en materia de educación para sus hijos, colapsarían sin duda por el desconcierto que les provoque otro aviso, colgado en un mercado estatal de la calle Reina: “Para recibir el sirope de cumpleaños se deberá traer tarjeta de menor y libreta de abastecimiento”. O por otro más que se exhibe en una farmacia del reparto Versalles, en La Lisa: “Novena vuelta de la íntima”. O igual por otro que la Policía Nacional Revolucionaria extiende a la población, al pie de un desbordado basurero de la calle Maloja, esquina a Infanta: “No echar basura”.
Cuando no se piensa lo que se dice es cuando se dice lo que se piensa, había advertido una de las lumbreras de nuestra lengua, el español Jacinto Benavente. Tal vez los extraterrestres lo consulten antes de invadir La Habana. Pero no avanzarían mucho si además no consultan al ilustre Michel de Montaigne, para quien: La palabra es mitad de quien la escribe y mitad de quien la lee.
Justo de esto último se trata. Después de habernos visto sometidos, durante más de medio siglo, a la disyuntiva de comunicarnos con sobrentendidos, el hábito terminó impulsándonos a expresarnos en un lenguaje que nadie más que nosotros puede descifrar, razón por la que los anuncios que escribimos para el público resultan ininteligibles no ya para extraterrestres, hasta para cualquier extranjero que hable nuestro propio idioma, toda vez que están escritos para que el lector aporte con su experiencia la mitad del raciocinio que les falta.
Lo que decimos no siempre se parece a nosotros, sentenció Jorge Luis Borges, y es posible que tenga razón mientras su frase no se aplique en La Habana. Pues nada se parece tanto a nosotros como el modo disparatado en que hablamos… y escribimos, sin que para nada importe que lo hagamos en serio o en broma.
En la entrada de una iglesia situada en la calle Ayestarán, casi esquina 20 de mayo, leemos: “¿Tienes problemas con tu forma de beber? Nosotros podemos ayudarte”. Menuda confusión para los extraterrestres, los cuales pueden entender que en la iglesia nos ayudan, no a alejarnos del alcohol, sino a mejorar la forma de beberlo.
Por su lado, el conductor de un bici-taxi no se anda con rodeos al respecto, aun cuando su aviso no resulte menos confuso para los extraterrestres: “Ahorre agua, tome cerveza”, ha escrito con letras grandes en la parte trasera de su vehículo.
Otro conductor, pero de un camión privado para transportar pasajeros, también utiliza la parte trasera del vehículo para avisar (¿al régimen?, ¿a sus competidores en el negocio?, ¿a los extraterrestres?): “Esto es pa´los que dicen que a mí me queda poco”.
Mientras, en una cafetería cuentapropista del Vedado, alguien, al parecer en la misma cuerda desafiante del camionero, ha escrito: “Aquí no es bueno el que ayuda, sino el que no jode”. Y otro más, pero en una casa particular de la calle 17, también en el Vedado, colgó un cartel que igualmente no se sabe bien contra quién va dirigido, por lo cual los extraterrestres se lo podrían tomar como un desplante o un despojo espiritual. Junto a la imagen de un hombre tumbado, el cartel reza: “Maldita vagancia, sal de este cuerpo estudioso y trabajador”.
Ay de aquel cuyas palabras sean más claras que sus hechos, nos dejó dicho Buda, y en este caso los habaneros nos comportamos como fiables devotos budistas.
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