
El Imperio estadounidense es el residuo hipertrofiado de uno de los
dos contendientes de la guerra fría. La Unión Soviética desapareció.
Pero Estados Unidos sobrevivió al enfrentamiento y se aprovechó de la
ausencia de su competidor para monopolizar el poder mundial.
En 1991, Washington debería –lógicamente– haber dedicado sus recursos
a hacer negocios y a avanzar por el camino de la prosperidad. Sin
embargo, después de algunas vacilaciones, en 1995 el Congreso –dominado
por los republicanos– impuso al presidente Clinton su proyecto de
imperialismo global votando por el rearme, a pesar de que ya no había
adversario contra quien luchar. Dieciocho años más tarde, y después de
haber dedicado sus recursos a una carrera armamentista en la que ya
no tenía contendiente, Estados Unidos se halla hoy extenuado frente a
los BRICS, que ahora se perfilan como nuevos competidores. La 68ª
Asamblea General de la ONU se convirtió el mes pasado en escenario de
una rebelión generalizada contra el unipolarismo estadounidense.
Según Mijaíl Gorbatchov, la caída de la Unión Soviética ya se había
hecho inevitable desde 1986, cuando el Estado soviético se vio sin
recursos ante el accidente nuclear de Chernobil e incapaz de proteger a
su población ante aquella catástrofe. Si hubiese que establecer un
paralelo, la realidad es que el Estado federal estadounidense no se ha
visto aún en una situación comparable, a pesar de que las situaciones de
desastre provocadas por los huracanes Katrina, en 2005, y Sandy,
en 2012, y las graves carencias de diversas colectividades locales ya
demostraron la incapacidad de los Estados federados.
La interrupción, por dos semanas o incluso quizás por más tiempo, del
funcionamiento del Estado federal estadounidense no se debe a una
catástrofe sino que es resultado de un juego político. Para ponerle fin
bastaría con que republicanos y demócratas llegaran a un acuerdo. Pero,
por el momento, sólo ciertos servicios, como el de los capellanes
militares, han recibido una derogación para seguir funcionando. La única
violación verdadera de esa interrupción ha sido la autorización para
recibir préstamos por espacio de 6 semanas. Se trata de un acuerdo
exigido desde Wall Street, donde no se han registrado reacciones al
cierre del Estado federal, aunque sí existía gran inquietud sobre la
incapacidad de Washington para enfrentar sus obligaciones financieras.
Antes de su derrumbe, la Unión Soviética trató de salvarse
recurriendo al ahorro. De la noche a la mañana Moscú puso fin al
respaldo económico que aportaba a sus aliados. Comenzó por sus aliados
del Tercer Mundo y pasó después a los miembros del Pacto de Varsovia.
Resultado: al verse obligados a tratar de sobrevivir solos, sus aliados
se pasaron al otro bando… el de Washington. Aquella deserción, cuyo
símbolo fue la caída del muro de Berlín, aceleró más aún la
descomposición de la Unión Soviética.
Fue evidentemente para tratar de evitar un fenómeno similar, en
momentos en que Rusia está triunfando pacíficamente en el Medio Oriente,
que la administración Obama esperó tanto tiempo antes de suspender su
ayuda a Egipto. Es verdad que, a la luz de la ley estadounidense, esa
ayuda se ha hecho ilegal a raíz del golpe militar que derrocó la
dictadura de la Hermandad Musulmana. Pero también es cierto que nada
obligaba a la Casa Blanca a llamar las cosas por su nombre. Lo que hasta
ahora hizo la administración Obama –a lo largo de 3 meses– fue evitar
cuidadosamente la mención de las palabras «golpe de Estado» para
seguir manteniendo a Egipto en el bando del Imperio. Y ahora,
bruscamente, y sin que se haya registrado el menor cambio en El Cairo,
Washington decide “cortar el agua y la luz”.
La apuesta del presidente Obama consistía en reducir el presupuesto
estadounidense de manera proporcional y paulatina, para que su país
pudiera evitar el derrumbe, abandonara sus extravagantes aspiraciones y
se convirtiese nuevamente en un Estado como los demás. La decisión
de renunciar a una quinta parte de sus fuerzas armadas fue un buen
comienzo. Pero el bloqueo del presupuesto federal y la suspensión de la
ayuda destinada a Egipto vienen a demostrar que ese escenario no es
factible. El formidable poderío de Estados Unidos no puede disminuir
armoniosamente porque puede quebrarse.