El kirchnerismo ha muerto, ¡viva el peronismo! Gane o pierda el oficialismo en las contiendas electorales, siempre triunfa ese engendro amorfo que ha condenado a Argentina al fracaso permanente desde que el general Juan Domingo Perón ocupó, por primera vez, la presidencia de la República a mediados de los años 40 del siglo pasado.
Las elecciones legislativas del 27 de octubre —se trataba de renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado— no han sido un éxito para el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Y no fue una sorpresa. Todas las encuestas habían anticipado que los electores aprovecharían esa oportunidad para expresar su malestar ante la inflación galopante (11,2% según el Gobierno, 25% según los expertos independientes), el control de divisas o la inseguridad.
Lo sorprendente, sin embargo, es la levedad del castigo que los argentinos han aplicado a un gobierno claramente incompetente en el campo económico y muy dado a la crispación política. La coalición dirigida por el Frente para la Victoria (FpV), que apoya a la presidenta Kirchner, ha conseguido el 33% de los votos y sigue siendo la principal agrupación política en las dos cámaras del Parlamento, donde conserva la mayoría absoluta.
Es cierto, la mandataria no ha obtenido los votos necesarios para forzar la reforma constitucional, que le hubiera permitido presentar su candidatura a un tercer periodo en la Casa Rosada. Sin embargo, esa opción parecía descartada desde que la presidenta tuvo que ser intervenida, a principios de octubre, por un hematoma craneal que la mantiene alejada de toda actividad política por el momento.
Algunos analistas matizan en la prensa argentina: no fue una derrota a nivel nacional para el kirchnerismo, pero sí lo fue en los cinco distritos electorales más importantes, entre ellos la provincia de Buenos Aires, considerada la llave para llegar a la Casa Rosada. Los conservadores liderados por Mauricio Macri, alcalde de la capital, los radicales y los socialistas obtuvieron buenos resultados en sus distritos respectivos, pero el verdadero ganador de esos comicios es un disidente del kirchnerismo, Sergio Massa.
Finalmente, todo queda dentro de la gran familia peronista. Massa trabajó en los años 90 con el presidente Carlos Menem, el peronista "neoliberal". Luego, fue un estrecho colaborador de Néstor Kirchner en la Casa Rosada, donde se quedó para dirigir el gabinete de la actual mandataria, en 2008 y 2009. Sin embargo, en junio pasado, Massa se alejó del kirchnerismo para fundar el Frente Renovador, el nuevo traje del peronismo supuestamente de oposición.
A sus 41 años, Massa se presenta como la cara fresca del peronismo, pese a su larga carrera dentro del aparato kirchnerista. Su buena gestión en la alcaldía de la ciudad de Tigre, al norte de la capital, fue su principal argumento de campaña, pero Massa debe su holgada victoria de la semana pasada —el 44% de los votos— al apoyo que le ha dado buena parte del peronismo de la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país.
Se abre así la lucha por la candidatura a la elección presidencial de 2015, cuando Cristina Kirchner termine su periodo. Fuera del peronismo, las opciones parecen por el momento bastante limitadas. En cambio, dentro de la "familia", se vislumbra una feroz batalla entre varios políticos. Circulan los nombres del actual gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, y de dos kirchneristas de hueso colorado, los gobernadores de Entre Ríos y Chaco, Sergio Urribarri y Jorge Capitanich. Y ahora aparece Sergio Massa, cuyo capital electoral consiste en desmarcarse de la actual mandataria.
Los peronistas nunca pagan por los desmanes de sus antecesores en el poder. Tienen una aptitud asombrosa para renacer bajo la batuta de otro líder. Y los argentinos demuestran una insólita capacidad de aguante ante la mediocridad de sus dirigentes. Según cómo les va y en función de la época, los peronistas son de derecha o de izquierda, liberales o fascistas, a favor o en contra de las nacionalizaciones. En los últimos 60 años, el peronismo se ha empeñado en copar todos los espacios en la vida política, sindical y universitaria del país.
Tenía razón Jorge Luis Borges cuando decía que "los peronistas no son ni buenos ni malos; son incorregibles". Solo que el escritor se quedó corto al limitar su diagnóstico a los peronistas, cuando hubiera podido extenderlo a esa mayoría de argentinos que tropiezan una y otra vez con la misma piedra y no logran sacar adelante a uno de los países del continente con más potencial económico e intelectual.