La Habana, Cuba, noviembre de 2013, www.cubanet.org. – En alguna escuela secundaria de Alamar, en La Habana, son las 4:30PM. Es la hora de la salida y sin embargo los estudiantes permanecen dentro del lugar. Afuera, a las puertas, está estacionada, desde hace un par de horas una patrulla de la policía.
Hace unos días se practicó allí un registro en los bolsos y las mochilas de los muchachos, cuando estos entraban a clase, con el objetivo de encontrar armas. La buena noticia es que las encontraron, pero esa es también la mala noticia precisamente: punzones, navajas y otras armas blancas. Estaban llevando todo eso a las escuelas. Desde entonces, cada mañana se hace lo mismo, aunque lo confiscado el primer día estableció todo un record respecto a las jornadas siguientes. Desde entonces, a veces por las tardes se estaciona algún patrullero en las cercanías porque se esperan peleas entre pandilleros, algunos de los cuales están aún en secundaria y no superan los quince años.
No se trata de simples riñas o peleas de niños, puesto que cabe la posibilidad de que se ataquen con objetos peligrosos y consecuencias lamentables. Los medios oficiales no publican este fenómeno. Según la televisión, este tipo de cosas pareciera que suceden solamente en EE.UU. El control de armas en Norteamérica es un tema recurrente en Cuba; la violencia en las calles de la Isla, no.
La ley del más fuerte
Es que los más jóvenes imitan a sus mayores, claro está. Y en barrios “conflictivos” impera la ley del más fuerte. Hay índices locales que son preocupantes: en zonas periféricas como Capdevila, San Miguel del Padrón o el propio Alamar, suceden hechos que le ponen a la gente los pelos de punta y que se conocen sólo de oídas o alguna que otra foto o video que circulan de mano en mano, guardadas en memorias flash. Hacia el centro de la ciudad también hay inseguridad, pero como en las zonas turísticas de allí se concentran más fuerzas del orden hay un mayor control aparente. Aunque es oportuno saber que cualquier barrio o parte de este donde no haya mucho tráfico se prestará para toda clase hechos violentos.
Los jóvenes que asisten a fiestas callejeras, popularmente conocidas como “bonches”, o a algún concierto de reggaetón en una plaza pública son conscientes del peligro. A estos lugares también van las pandillas de barrio, que generan un clima hostil y sectario. Las riñas tumultuarias que acompañan estas concentraciones de personas suelen dejar algún que otro muerto o herido grave. Los pandilleros hacen gala de sus talentos para matarife. Una vez más, silencio por parte de las autoridades.
La culpa siempre puede achacársele a alguien o a algo más, como que la música es la que genera esos actos; pero eso sería negar que ella es el reflejo y no la causa de la situación. Muchas canciones populares hablan de la violencia e incluso incitan a ella, pero son las mejores narraciones de una parte oculta de la realidad cubana actual: la falta de seguridad que hay en las calles y el imperio de la barbarie.