Domingo 06 de junio de 2004 | Publicado en edición impresa
La entrevista
Alberto Benegas Lynch: "Menem fue un modelo de antiliberalismo"
Enfoques
El economista considera que los años noventa estuvieron lejos de ser un reinado del libremercado y cree que lo más importante es tender puentes con la izquierda para discutir ideas que terminen beneficiando a la gente y no perjudicándola
En el principio -o el final- era el verbo "devaluar". Según señala el Diccionario de la Real Academia Española, su sentido es único: rebajar el valor de una moneda, depreciarla. Pero la Argentina de los últimos años, culminando con la crisis de 2001 y las posteriores medidas económicas de Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov, es rica en lenguaje figurado. La devaluación alcanzó toda clase de terrenos, incluido el de los conceptos.
El término liberalismo -o su encarnación noventista: el neoliberalismo- fue uno de ellos. Hoy parece haber caído (al menos en el uso que hacen de él los discursos partidarios y políticos) en un desprestigio inversamente proporcional a la frecuencia empalagosa con que se lo usufructuaba durante, al menos, el primer período menemista.
El economista Alberto Benegas Lynch (h) es un liberal clásico. En su opinión, uno de los malentendidos fundamentales deriva de la creencia de haber vivido durante la década pasada en una suerte de excelso paradigma liberal. "Lo importante, cuando uno usa ese término, es determinar primero qué significa liberal. La mejor definición es la de respeto irrestricto por el proyecto de vida de otros. Vale decir, que sólo se use la fuerza de carácter defensivo, nunca agresivo, que el aparato estatal intervenga sólo cuando hay lesión de derechos de terceros. No para decirle a la gente cómo tiene que manejar su vida y su patrimonio. Creo que en general todos los interlocutores, así dicho, coincidirían en que respetan al prójimo. Sin embargo, cuando empezamos a concretar políticas en materia educativa, fiscal o monetaria resulta que hay una falta de respeto permanente, un intento de dirigir vidas y patrimonios."
-¿Qué autocrítica puede hacer el liberalismo de la década de los noventa?
-Hay que ponerse en los zapatos de los que critican lo que se ha dado en llamar el neoliberalismo (algo inexistente porque ningún intelectual serio se llama a sí mismo neoliberal; es un simple tiro por elevación al liberalismo). He leído muchos trabajos sobre el tema y los modelos que manejan esas críticas son Salinas de Gortari en México, Fujimori en Perú y Menem en la Argentina. Pero si analizamos lo que ocurrió durante el "menemato" en la Argentina encontramos impunidad, destrucción de la división de poderes, reformas constitucionales para reelegirse, aumento de la deuda, del déficit y del gasto. Muchos dicen entonces: si es eso, el liberalismo es una cloaca y quiero cualquier otra cosa. Y tienen razón. Sólo que el blanco, en los tres casos, es un blanco errado. Son tres modelos de antiliberalismo.
-Para ceñirnos a Menem: no sólo aplicó unas cuantas recetas liberales, sino que fue apoyado por un partido, la Ucedé, que se definía como liberal. ¿No hubo entonces una suerte de regocijo complaciente?
-Absolutamente. Una vez escribí un artículo, "La manía de la autopsia"; vale decir, no criticar en el momento sino cuando algo es cadáver. Mucha de la gente que critica a aquel gobierno se hacía la distraída o apoyaba incondicionalmente rodeada por mucho tilingaje. Muchos decían que era un ejemplo de sociedad abierta cuando se privatizaba o se pasaban, en muchos casos, monopolios estatales a monopolios privados, había corrupción e impunidad, se desvirtuaban lo institucional y la ética. Respecto de los partidos, creo que lo importante es que hagan auditoría al sistema republicano. En el caso que usted señala se saltó el cerco, un partido se unió, refundió en el partido gobernante y se autoexterminó. Me parece que también es importante y es una preocupación enorme del liberal ver cómo en aquel período el equipo gobernante estaba rodeado de seudoempresarios, de barones feudales, de cazadores de privilegios, de prebendarios que buscaban mercados cautivos, exenciones fiscales, protecciones arancelarias y todo tipo de privilegios que son el antimercado y el antiliberalismo.
-Si es así, ¿no se recostó demasiado el liberalismo en un puro economicismo?
-El liberalismo no se puede escindir. Tampoco la libertad: no tiene sentido partirla en tajos. O hay libertad o no hay. Es un concepto, si se quiere, que explora muy diversas avenidas, pero básicamente no está circunscripto a un área. Cuando alguien dice "soy liberal en lo político, pero no en lo económico", en realidad está diciendo: puedo participar en el cuarto oscuro, pero cuando salgo voy a ser considerado un deficiente que no puede elegir, pensar ni disponer de lo suyo en muy diversos ámbitos de la vida. Respecto del llamado economicismo, es cierto que hay algunos trabajos que se han circunscripto a cuestiones demasiado económicas. No hay que limitarse a ese simple análisis, pero tampoco se lo puede excluir porque es en ese terreno donde hay mayores malentendidos, específicamente en la llamada cuestión social y laboral, lo que se ha dado en llamar conquistas sociales, que terminan explotando miserablemente y perjudicando a los que más necesitan. Por eso a veces se ha puesto excesivo énfasis en esto, pero a mí me parece que tiene que abarcar todas las áreas de la vida sin separarlo. Ahora, si un liberal dice que le preocupa más la evolución de la base monetaria que las libertades civiles no sabe de qué está hablando, cuál es la tradición liberal.
-¿Cómo dejar de lado entonces esa impresión de que lo único importante es la economía?
-Hay un fenómeno que me parece muy interesante y es lo que ocurre del lado de las izquierdas. El origen de la palabra izquierda, como es sabido, viene de los que se sentaban a la izquierda del rey. Se oponían a la monarquía absoluta y, a lo largo del tiempo, alguna de sus vertientes pedía permanentemente el aparato de la fuerza para hacer distintas actividades que implicaban lesión de derechos de terceros. Sin embargo, los socialistas tienen una enorme devoción por la libertad y las autonomías individuales. A mi criterio lo que falta es una explicación suficientemente didáctica para que esa preocupación hacia los desprotegidos no se haga a través de políticas que, en la mayor parte de los casos, tienden a perjudicar aún más a esa gente. Lo que se necesita, me parece, es que se profundice en el análisis económico. Y lo curioso es que cuando se habla de esto, mucha gente, especialmente artistas o miembros de algunas iglesias, terminan pasando este mensaje: no me va a decir usted que tengo que estudiar la oferta de la ley y la demanda, esas cosas pedestres y subalternas... yo estoy con intereses más nobles y dignos. Pero justamente cuando se ponen a hablar de estos temas se producen lagunas y problemas muy serios. El tender ese puente y tratar de mostrar cuál es la forma de ayudar a la gente que menos tiene, que no es con políticas estatistas, socializantes, yo creo que eso acerca mucho las posiciones. De hecho, muchos de los grandes economistas comenzaron sus carreras siendo socialistas. Hicieron ese proceso de cambio debido a análisis económicos.
-Leszek Kolakowski decía que hoy, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, una persona puede declararse conservador, liberal y de izquierda sin que suene necesariamente contradictorio. ¿Cree que hay algo de verdad en eso?
-A veces las etiquetas no ayudan. A mí me parece que lo importante es tener una visión antiideológica, entendiendo ideología no como el conjunto de ideas, como dice el diccionario, ni la falsa conciencia de clase, de la que habla Marx, sino como algo cerrado, inexpugnable, que es imposible penetrar. Para usar lenguaje popperiano, el conocimiento es un proceso de corroboraciones que son siempre provisorias y uno tiene que estar abierto a las refutaciones. En Kolakowski, que viene del marxismo, yo noto esto. Hay personajes como él, de gran interés y fertilidad, que en aspectos muy esenciales tienen puntos en común con la tradición liberal. Un punto que él analiza es el concepto de igualdad y democracia como procedimiento mecánico para que mayorías y minorías actúen en distintos ámbitos de la vida política. Detrás de eso, el eje central es la obligación de los gobernantes de garantizar y respetar los derechos de los gobernados. Muchos de estos puentes son útiles porque, al fin de cuentas, la opinión pública está influida por ideas.
-¿Ve que al Gobierno le interese que surja ese debate de ideas?
-No creo que sea misión del Gobierno el abrir debates de ideas. El político eficaz tiene que tener olfato para conjeturar cuáles son las inclinaciones de la opinión pública. Yo creo que el profesor y el político tienen roles opuestos. Un profesor que entra a una clase y hace un estudio de marketing para ver qué quieren oír sus alumnos está perdido. Y si un político se dice que va a hacer lo que se le da gana está perdido como político.
-Ese debate no deja de ser un proceso lento y complejo.
-Por supuesto. Mi autor favorito no es Mao-Tsé Tung, como puede imaginarse, pero él decía que "la marcha más larga empieza con el primer paso". Cuanto antes empiece, mejor. Es cierto que hay exitismo. Se dice: "esto es muy teórico, muy a largo plazo"... Yo creo que el trabajo de la educación, las ideas, los debates han producido resultados. Por eso se habla de la era de Marx, de la era de Keynes. No porque los políticos los hayan leído, sino porque han sido influidos por el debate de ideas que despertaron.
-A fines del año pasado el Congreso estableció un Día del Pensamiento nacional, en homenaje a Arturo Jauretche. ¿Se puede considerar que en ese debate de ideas existe algo como un pensamiento estrictamente nacional?
-No conozco el caso, me entero por usted. La idea de un pensamiento nacional confieso que me da cierto resquemor, no deja de tener cierto tufillo xenófobo, porque el pensamiento no es nacional ni del norte ni del sur. Es fértil lo que se dice o no. La cultura no es un concepto alambrado. Es un concepto abierto y tiene que contrastarse con distintas concepciones.
-Pero, en su opinión, ¿lo nacional puede ser un componente central de un pensamiento?
-Si se quieren comprender los Estados Unidos de mediados del siglo XIX, el libro más recomendable es La democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Vale decir, un autor francés. Ahora, ¿es un pensamiento nacional, estadounidense, europeo? Es pensamiento. No descalificaría a un autor brasileño o turco que estudiara tal o cual tema de la Argentina. Las expresiones como pensamiento nacional me dan un poco de alergia. Lo liberal es el espíritu cosmopolita, la apertura de fronteras, la irrelevancia de la estatura, la religión o la raza para nombrar un concepto prejuicioso. Thomas Orwell, profesor de Stanford, decía que una idea como el racismo permitió que Hitler mandara rapar y tatuar a los judíos porque, justamente, no se diferenciaban en nada de los demás. Las cuestiones nacionalistas siempre me han parecido un peligro.
Menem NO FUE Liberal. El Oximoron Liberal Menemista.
(Estoy a full hoy.....)
Puede el menemismo haber sido liberal? ¿No es una contradicción en términos acaso? Como indica Alberto Benegas Lynch en una vieja entrevista, el gobierno de Menem fue en muchos aspectos la antítesis del liberalismo y quizás el que más daño haya causado a la causa libertaria dada la confusión que generó.
Ciertamente hay excepciones a la antítesis, hubo desregulaciones, eliminación del servicio militar obligatorio y la apertura comercial era incomparable a la del kirchnerismo proteccionista de hoy. Incluso a nivel local, en la jefatura de gobierno de la Ciudad de Bs. As. designada por el Ejecutivo, recuerdo como podíamos comprar cerveza a las 2 de la madrugada en una estación de servicio, o comprar medicamentos en un kiosco a la misma hora, libertades de las que el paternalismo de Ibarra y Macri nos privó.
Pero el carácter de excepcional de lo mencionado resalta cuando enumeramos más de lo ocurrido en aquel gobierno peronista:
-Aumento del gasto público. -Ley de convertibilidad (fijación artificial por ley del precio de la divisa). -Aumento de la deuda pública (al estar impedido de utilizar la emisión monetaria, el aumento de la deuda interna y externa era uno de los mecanismos para paliar el creciente gasto público). -Aumentos impositivos (por similares motivos al ítem anterior y siendo el IVA de 18 al 21% uno de los más recordados). -Plan BONEX (confiscación de ahorros en plazo fijo). -Ausencia de justicia independiente (una Corte “adicta” que era una oficina más del Poder Ejecutivo gracias al aumento del número de sus integrantes). -A colación de lo anterior, destrucción de la división de poderes. -Aumento de la presión tributaria (datos del Ministerío de Economía y Finanzas Públicas). No olvidemos a Carlos Tacchi, titular de la DGI. -Uso de fondos públicos con fines privados, mezclando persona con gobierno. -Clientelismo político y asistencialismo (haber sido superado por Duhalde y Kirchner no quita su amplia existencia). -Generación de mercados cautivos y monopolios privados fruto de privatizaciones sin apertura de mercados. -Reforma constitucional con el solo fin de obtener una reelección presidencial y aumentar el tiempo en el poder. -Creación de la CoNEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria) para controlar y “acreditar” carreras universitarias. Organismo público que además de su naturaleza contraria a la libertad y diversidad de contenidos, fue creado bajo los mandatos del Banco Mundial. -Participación en la Guerra del Golfo (1991) violando todo principio no intervencionista o del uso de fondos públicos en las fuerzas armadas exclusivamente para la defensa de los derechos individuales de los contribuyentes. -Venta de armas a Ecuador y Croacia (Estado empresario que como de costumbre salió mal y lo pagaron los contribuyentes). -Plan Bunge & Born (algo así como un nacionalismo lobbista con control de precios y cierre de importaciones).
Seguramente me olvido de mucho, pero los 4 primeros ítem por sí solos son de suficiente relevancia como para refutar cualquier etiqueta libertaria asignada al hoy kirchnerista personaje.
Me sorprendio ayer en un programa que afirmaba que el dolar en la decada del noventa no era libre. ¿PORQUE ENTONCES EL ENGAÑO DEL RELATO DEL LIBERALISMO DE MENEM?
UN POCO ES RACIONAL. COMO EL GOBIERNO DE LOS KIRCHNER NO FUE DE ISQUIERDA (¿CRISTOBAL LOPEZ ES DE ISQUIERDA? ¿LAZARO BAEZ ES DE ISQUIERDA? ¿LOS KIRCHNER SON DE ISQUIERDA? ES OBVIO QUE NO), TAMPOCO FUE LIBERAL EL DE MENEM.
TODO ES UNA ENGAÑA PICHANGA.
INSISTO, NOS ENGAÑAN COMO CONEJOS. LOS BOLUDOS SOMOS NOSOTROS QUE NOS DEJAMOS ENGAÑAR POR EL PODER.
El talentoso escritor Martín Kohan entrevistó al nobel de literatura. "Uno escribe con sus ideas, manías y obsesiones. Pero el campo de la literatura es mucho más ancho que el de la política", remarcó
Mario Vargas Llosa se muestra tolerante incluso con el clima. Lo esperan esta tarde las únicas horas de descanso de que dispondrá por estos días en medio de infinitas actividades, y se irá a pasarlas al campo. Pero el cielo de Buenos Aires, al que el piso alto del Hotel Sheraton y las nubes bajas de la tormenta hacen parecer mucho más cerca, le revela un tiempo adverso: día encapotado y lluvia. El Nobel contemporiza, el campo y el descanso lo esperan de todas formas. Mientras tanto, siempre amable, se dispone al diálogo con PERFIL.
—Usted ha padecido en gran medida la separación un poco mecánica de literatura y política. Una especie de fórmula que se le ha infligido en el sentido de decir “sus libros sí, pero sus ideas no”.
—Sí.
—Pero en un punto quizás usted mismo incurrió en esa separación, en el momento en que declaró que en principio iba a hablar sólo de literatura en la Feria del Libro de Buenos Aires, pero luego que iba a hacerlo también de política. Quería preguntarle, buscando justamente la conexión de la política y de su literatura, ¿en qué sentido sus recorridos y sus cambios políticos a lo largo de todos estos años afectaron y modificaron su literatura?
—Es difícil que yo mismo lo diga. No acabo de darme cuenta de eso. Yo creo que tú como novelista lo sabes de sobra. Yo creo que uno escribe con todo lo que es, con todo lo que tiene. Escribe con sus ideas, manías, obsesiones. Escribe con unos fondos que salen a la hora de ponerse a escribir. Lo que creo es que el campo de la literatura es mucho más ancho que el de la política. Expresa muchas experiencias que no tocan directamente lo político y muchas veces una obra literaria desborda largamente lo que podría ser una visión política. Entonces, de hecho, yo no he escrito novelas con intenciones políticas inmediatas ni muchísimo menos, aunque algunas de esas novelas sí tocan la problemática política de una manera muy directa. Novelas sobre dictaduras, sobre dictadores. Pero creo que por lo menos el esfuerzo lo hago, cuando escribo sobre política, me pronuncio sobre temas políticos, procuro escribir de una manera fundamentalmente racional. Cuando escribo una novela, dejo que participen muchas otras cosas: convicciones, la visión racional, intuiciones, instintos y muchas veces un material espontáneo que se filtra a la hora de escribir ficción. Creo que la literatura da una proyección mucho más compleja, más ancha que la que dan las convicciones políticas, que son sólo un aspecto de una personalidad múltiple. ¿No?
—Efectivamente, pero también hay una dimensión que no hay por qué encuadrar en lo inmediato, en una especie de eficacia un poco instrumental. Estimo que en algún punto su colocación a fines de los años 60 –por señalarlo más claramente– en relación con los cambios sociales y políticos, respecto de su posición en el presente, ¿eso sí ha modificado el modo en que piensa su propia literatura?
—Supongo que sí. Yo creo que las experiencias que he ido acumulando, que han ido modulando y a veces cambiando radicalmente la manera de ver las cosas, se han reflejado en lo que escribo sin ninguna duda. Al mismo tiempo, estoy seguro de que hay una continuidad. La famosa frase de Roland Barthes de que la historia de un escritor es la historia de un tema y sus variaciones, yo creo que no es válida para todo el mundo pero que hay una cierta verdad ahí, que hay temas recurrentes que tienen que ver con algún centro neurálgico de la personalidad que inventa un escritor y que no pasan necesariamente por su racionalidad más consciente.
—Quería preguntarle por dos figuras que supongo o sé que han tenido una gran significación para usted y para muchos, que quizá puedan ser índices de un cambio de mirada sobre las cosas. Concretamente: ¿qué fue y qué es para usted Mariátegui? ¿Qué fue y qué es para usted Sartre?
— Leí a José Carlos Mariátegui cuando era muy joven, lo leí cuando estaba en la universidad y la primera impresión fue muy grande porque era la primera visión más o menos marxista de la problemática peruana. Sobre todo de algunos temas centrales de la problemática peruana, el problema indios, educación, política, descentralismo. Me impresionó mucho. Era la época en que estuve más cerca yo del marxismo, además. Luego lo releí, muchos años después, cuando estaba haciendo un libro sobre Arguedas, y la visión ya fue muy distinta. Mariátegui es un marxista en cierta forma de la primera hora y su marxismo es un marxismo muy abierto. Es un marxismo que por una parte identifica revolución política con revolución cultural y entonces él es un gran entusiasta de todas las vanguardias, de todos los experimentos. Es un marxismo anterior al realismo socialista y a la dirección política de la cultura que viene más bien después. Entonces, es un marxista muy abierto y hubiera sido considerado clarísimamente un heterodoxo. Y con unas heterodoxias, en el campo de la cultura sobre todo, absolutamente inaceptables para lo que fue el marxismo después. Respecto a la visión ya marxista de la realidad peruana, esa segunda lectura me dio una idea de que había un enorme esquematismo y además una falta de información de tipo sociológico, de tipo etnológico, económico. Por otra parte, en la época en que Mariátegui escribió, esa información se desconocía por completo, sólo se completó mucho después. Entonces, sus limitaciones no son nunca dogmáticas, son limitaciones de información, de fuentes, de conocimientos respecto al tema de la realidad peruana.
—Me interesaba que usted hiciera este mismo recorrido de su propia vida de lector sobre otra figura, la de Sartre.
—Sartre fue una persona que tuvo una enorme influencia sobre mí en los años universitarios. Incluso ya cuando estaba en el quinto de media, todavía en el colegio. Mis años universitarios estuvieron realmente marcados por la influencia de Sartre. Lo leí muchísimo. Sus ideas sobre la literatura, sobre todo, me marcaron mucho y creo que fueron muy beneficiosas. Por una parte, me defendieron contra el realismo socialista, porque frente a eso Sartre sí fue muy claro. Por otra parte, me dieron una idea de la literatura que para mí todavía sigue siendo válida, con matices. La idea de que la literatura no puede estar disociada de la vida social, de la problemática que nos rodea, que aunque la literatura debe trascender la realidad, es imposible que no se alimente de la propia actualidad. Y sobre todo una idea que era muy exaltante para un joven en los años 50 y que vivía en el Perú. Es decir, un país que estaba sometido a una dictadura bastante corrompida y brutal como era la dictadura de Odría. Que escribir podía ser una forma de acción. Que, digamos, escribir una novela, un poema, no era nunca un quehacer gratuito, que era una actividad que tenía una incursión siempre en la historia y que por lo tanto, si eso era así, había que asumir el trabajo literario con una gran responsabilidad de tipo cívico, de tipo moral. A mí eso me ayudó muchísimo porque en esa época yo había descubierto, digamos, el problema social, estaba muy exasperado, como fue el caso de toda mi generación, contra la dictadura de Odría. En otras circunstancias te hubieras preguntado para qué escribir en un país donde muy poca gente lee, donde la literatura es como un juego de una minoría insignificante. Sartre para eso era formidable. No, no, escribir tiene sentido, escribir puede ayudar. Las palabras son actos. Yo recuerdo siempre esa frase de ¿Qué es la literatura? Entonces, escribir es una forma de acción y no hay que tener absolutamente ningún reparo porque escribir es la manera de comprometerse, actuar y provocar cambios. Fue una lectura para mí muy estimulante y durante mucho tiempo lo seguí leyendo. Incluso cuando empecé a discrepar con él lo seguí leyendo. Mi gran decepción con Sartre comienza a mediados de los años 60 y creo que comienza con un reportaje que le hicieron en Le Monde. Sartre decía cosas que ahí ya me parecieron absolutamente inaceptables. Yo me acuerdo mucho de algunas de las frases de la entrevista. Decía: frente a un niño que se muere de hambre, La náusea no tiene ninguna validez, no sirve para nada. Todo lo contrario de lo que nos había hecho creer antes. Después decía, creo, que los escritores africanos debían renunciar a la literatura para hacer primero la revolución y crear países donde ya fuera aceptable la literatura, donde la literatura tuviera un sentido, más bien. O sea, todo lo contrario de lo que había escrito en ¿Qué es la literatura? Para esa época yo ya estaba tan comprometido con mi vocación que la idea de que un país como el Perú tenía que esperar primero la revolución para que la literatura fuera aceptable, ya eso me era absolutamente intolerable. Además, me había empezado a distanciar mucho de Sartre con las barbaridades que empezó a decir a partir de cierto momento sobre la Unión Soviética, sobre el comunismo. Ya ahí no podía seguirlo mucho. Es curioso, porque un hombre de esa inteligencia tan enorme podía ser tan absolutamente dogmático respecto a ciertas cosas y fundamentalmente a los comunistas. Ahí ya me fue imposible seguirlo y después me desencanté mucho de él. Ahora, haciendo las sumas y las restas, creo que es un pensador que se ha quedado muy desconectado de la realidad actual, de la vida presente. Se ha quedado muy identificado con un cierto momento de la historia cultural y probablemente no va a quedar mucha huella del pensamiento de Sartre para el futuro inmediato.
—Usted acaba de utilizar una palabra que creo decisiva para trazar este recorrido, en parte también en relación con lo que dijo de Mariátegui, y es la idea del desencanto. ¿Hasta qué punto el desencanto lo define en su propio recorrido respecto de su formación, de sus propias posiciones políticas? Porque uno puede ver ese recorrido como un ajuste contra lo dogmático. Pero también, en este recorrido de la juventud a la madurez, o en el recorrido de aquella efervescencia de los años 50 y 60 al presente, también podría percibirse en ese desencanto una especie de resignación de su parte.
—No, resignación no. Hubo un período para mí muy difícil, de mucha incertidumbre, de muchas dudas. Pero luego yo compensé mucho eso con nuevas lecturas que fueron enormemente enriquecedoras. Yo me acuerdo mucho de cuando leía a Raymond Aron, que lo leía incluso en la época en que yo era muy sartreano. Me acuerdo que compraba una vez por semana el Fígaro, que era un periódico apestado.
—¿Apestado de qué?
—Apestado para la izquierda. Un día por semana aparecían los artículos de Raymond Aron y yo lo compraba ese día. Eran como unos antídotos a las revistas y periódicos que yo leía normalmente, porque era un liberal. Era un demócrata y un liberal, todo lo que la izquierda detestaba. A mí me impresionaba mucho siempre porque te hacía dudar. Las explicaciones que daba Raymond Aron sobre esa fascinación del intelectual por las ideologías cerradas, por las utopías sociales. Comencé a leer a escritores que yo no conocía, no había leído, y que me cambiaron completamente la visión de la historia, de la sociedad, de la democracia. Empezando por Koestler, me acuerdo muchísimo de los ensayos de Koestler. Orwell, que fue importantísimo. Después, una revisión de Camus. Yo lo había leído de joven, con mucho prejuicio, por Sartre. En esa época publiqué un librito que se llama Entre Sartre y Camus, que es un poco la historia de esa evolución. Después comencé a leer a los pensadores liberales que yo no conocía. Isaiah Berlin, por ejemplo, que me causó una enorme impresión. Hasta que llegué a Popper, que creo que es la influencia más grande que he tenido yo después de Sartre.
—Hay en el presente otra clase de desencanto. Yo diría que son años de desencanto respecto al liberalismo en América latina, en la medida en que hace unos años el neoliberalismo en nuestros países produjo, fabricó millones de pobres, con daños sociales que los nuevos gobiernos todavía están reparando.
—¿A qué cosas llama usted neoliberalismo?
—Las políticas implementadas fundamentalmente respecto de la función social del Estado y del mercado en los años noventa.
—Eso no es el liberalismo para mí. Esas son políticas en muchos casos mercantilistas, eran políticas que venían puestas en prácticas por dictaduras militares. Eso no tiene nada que ver con el liberalismo. El principio básico del liberalismo es crear libertades indivisibles, una sola. Si hay libertad económica, tiene que haber libertad política. De tal manera que en América latina políticas liberales son las políticas que hay en Chile, por ejemplo, donde hay una política de mercado por una parte y por otra parte una democracia política donde esas políticas económicas se modulan y están constantemente sometidas a las urgencias de una sociedad. Eso es el liberalismo. Pero que venga un gobierno militar y abra políticas de mercado como en China hoy en día no creo que sea liberalismo, no tiene nada que ver con el liberalismo.
—Quería especificarle que me referí a los años noventa porque, efectivamente, todos sabemos que en los años de las dictaduras militares es clarísima la disociación entre las condiciones de libertad política y el liberalismo meramente económico. Yo pensaba en los años noventa justamente para apartarnos de esas disociaciones, porque en los años noventa sí se trataba de gobiernos democráticos.
—¿Pero cuáles, por ejemplo?
—Si tengo que hablar del caso argentino, dado que estamos en la Argentina…
—No Menem.
—¿Por qué no?
—Porque Menem vino acompañado de una corrupción espantosa, terrible. Es decir, una falta de fiscalización política supuestamente de apertura. Tampoco se puede llamar a eso liberalismo. Esas son caricaturas, deformaciones, como hay caricaturas de todas las doctrinas habidas y por haber, si se aplican mal y si se aplican en contextos completamente diferentes que las niegan. Liberalismo en Chile, eso es verdad. Hay políticas de mercado abiertas, gran estímulo a la inversión extranjera, apertura de la economía nacional al mundo, integración de los mercados locales a los internacionales. Todo eso dentro de un contexto de libertad política, de convivencia en la diversidad de partidos e ideas, a través de unos consensos que les dan a esa política una solidez, estabilidad y continuidad. Ese es el tipo de liberalismo que merece ese nombre; lo otro, en absoluto. Muchas veces se utiliza la palabra liberalismo como una especie de exorcismo para, digamos, no definir sino desnaturalizar el concepto del liberalismo por el inmenso prejuicio que hay contra las doctrinas liberales. El liberalismo es fundamentalmente democracia política y políticas de mercado, o sea, una idea de la libertad comprensiva, amplia, que abarca las distintas actividades sociales, culturales, políticas en una sociedad. Entonces, ése es el liberalismo en el que yo me siento representado.