Para los Aymará, Quechua y otros pueblos indígenas latinoamericanos, la Pachamama o madre tierra es la diosa más importante y los primeros viernes de cada mes le dedican un ritual para agradecerle su protección, fecundidad y fertilidad. La fiesta más importante de este evento es un “acto de reciprocidad” conocido como challa o pago en el que la comunidad “da de comer y beber a la tierra” como muestra de gratitud por lo que recibe de ella.
Aunque
para muchos parezca un ritual perdido en la zona central de la
cordillera de los Andes, países como Perú se han preocupado por su
protección, no sólo mediante la conservación de las tradiciones de las
comunidades indígenas sino que podría decirse que de alguna forma esa
cosmovisión tradicional se ha integrado a sus leyes y políticas
públicas.
En medio de los debates que se han dado en las últimas semanas en Colombia sobre la Resolución 970, el uso de semillas transgénicas en los cultivos, el vacío legal respecto al etiquetado de transgénicos para que los consumidores podamos identificarlos y el paro agrario
promovido, entre otros, por campesinos cultivadores, vale la pena saber
qué está pasando en el país inca. ¿Por qué desde diciembre de 2011 se
estableció una prohibición al ingreso y producción de organismos
genéticamente modificados, transgénicos, por un período de 10 años?
Pues bien, la ley de 29811
de Perú es la materialización de un diálogo entre la naturaleza, la
tradición cultural, la biodiversidad y los objetivos políticos y
económicos del gobierno. Para el Ministro de Ambiente de Perú, Manuel
Pulgar Vidal, la promulgación de la ley y de su correspondiente
reglamento en noviembre de 2012 no sólo es una promesa de campaña
cumplida por el presidente Ollanta Humala sino que, además, confirma
la importancia que tiene la diversidad biológica para el gobierno
peruano, los cultivos nativos, los campesinos que se dedican a esos
cultivos y la agro-biodiversidad.
En
un contexto de competitividad y globalización industrial como el de la
última década, la idea de un país sin transgénicos puede parecer
absurda, más cuando dos vecinos, Argentina y Brasil, están entre los
tres mayores productores de transgénicos del mundo. Más allá del riesgo
económico que pueda suponer para Perú dicha prohibición, el gobierno ha
apostado por prohibir la entrada de transgénicos durante diez años.
Para
conseguir la sostenibilidad del proyecto, el gobierno peruano sabe que
no es suficiente con una ley de papel, por eso creó una comisión
multisectorial que estará a la cabeza del control de transgénicos, junto
con un reglamento que tipifica las infracciones y delitos que
involucran el uso de organismos genéticamente modificados, y la
adecuación de procedimientos aduaneros para crear mecanismos de control
más efectivos.
En
la misma línea, para el gobierno peruano es claro que no se puede dejar
pasar los 10 años de moratoria consagrados por la ley sin que ocurran
un cambios internos, que van desde programas de conocimiento y
conservación de los recursos genéticos nativos, hasta el adecuado
fortalecimiento de capacidades científicas y tecnológicas.
La
experiencia peruana es interesante por varias razones: porque el poder
legislativo de ese país entiende la ley como su respuesta a una petición
proveniente de los propios consumidores y, en general, de los
ciudadanos preocupados por la producción agrícola nacional y por el
respeto a sus tradiciones. En este aspecto, la ley no sólo busca
fortalecer la producción local sino también lograr integrar los
mecanismos tradicionales ancestrales de producción en un contexto global
de industrialización.
Con
la ley de “moratoria de transgénicos” los peruanos están dejando claro
que en la ceremonia de la Pachamama no están dispuestos a agradecerle a
la “Madre Tierra” con transgénicos en vez de hacerlo con los recursos
que éstada naturalmente. Una Pachamama transgénica no es opción, y la
ley se está encargando que no lo sea por lo menos durante los próximos
10 años.
Gabriela Eslava Bejarano /OJA