El anarquismo es una variante de la ideología burguesa
La concepción del mundo de los anarquistas es la concepción burguesa vuelta del revés. Sus teorías individualistas y su idea individualista están en oposición directa con el socialismo. Sus opiniones no expresan el futuro del régimen burgués, que marcha con fuerza incontenible hacia la socialización del trabajo, sino el presente e incluso el pasado de ese régimen, el dominio de la ciega casualidad sobre el pequeño productor aislado y solitario. Su táctica, que se reduce a negar la lucha política, desune a los proletarios y los transforma de hecho en participantes pasivos de una u otra política burguesa, pues para los obreros es imposible e irrealizable apartarse de verdad de la política.
Lenin, Socialismo y anarquismo, 7 de diciembre de 1905
Nuestros amigos de España verán ahora el abuso que hacen estos señores de la palabra ‘autoritario’. En cuanto a los bakuninistas les desagrada alguna cosa, dicen: ‘Eso es autoritario’, y con ello creen haberlo condenado para siempre. Si en lugar de ser burgueses, periodistas, etc., fueran obreros, o si hubieran estudiado solamente un poco las cuestiones económicas y las condiciones de la industria moderna, sabrían que ninguna acción común es posible sin la imposición a algunas personas de una voluntad extraña, es decir, de una autoridad. Ya sea la voluntad de una mayoría de votantes, de un comité director o de un solo hombre, será siempre una voluntad impuesta a los disidentes; pero sin esta voluntad única y dirigente, ninguna cooperación es posible. ¡Pruebe a hacer marchar una de las grandes fábricas de Barcelona sin dirección, es decir, sin autoridad! ¡O administrar un ferrocarril sin la certidumbre de que cada ingeniero, fogonero, etc., se encontrará en su puesto en el momento exacto en que deba estar en él! Me gustaría saber si el bravo Bakunin confiaría su obeso cuerpo a un vagón de ferrocarril si ese ferrocarril fuera administrado de acuerdo con los principios que proclaman que nadie se encontrará en su sitio si no le gusta sufrir la autoridad de los reglamentos, ¡mucho más autoritarios en todo estado posible de la sociedad que el Reglamento aprobado en el Congreso de Basilea! Todas estas grandes frases ultrarradicales y ultrarrevolucionarias ocultan únicamente la más completa miseria de ideas y la más completa ignorancia de la condiciones en que transcurre la vida cotidiana de la sociedad.
Engels, Carta a Pablo Lafargue, 30 de diciembre de 1871
Me parece que se abusa demasiado de las frases sobre la ‘autoridad’ y la centralización. No conozco cosa más autoritaria que una revolución y creo que cuando se impone la propia voluntad a otros con bombas y con balas de fusil, como ocurre en toda revolución, se comete un acto autoritario. Es precisamente la falta de centralización y de autoridad lo que le ha costado la vida a la Comuna de París. Después de la victoria, haced de la autoridad, etc., lo que queráis; pero para la lucha es preciso reunir todas nuestras fuerzas en un solo puño y concentrarlas en el punto mismo de ataque. Y cuando se me habla de la autoridad y de la centralización como de dos cosas condenables en todas las circunstancias posibles, me parece que quienes hablan así o no saben lo que es una revolución, o son revolucionarios sólo de palabra.
Engels, Carta a Carlos Terzaghi, 14 de enero de 1872
No discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto a la abolición del Estado como meta. Lo que afirmamos es que, para alcanzar esta meta es necesario el empleo temporal de los instrumentos, de los medios, de los métodos del Poder estatal contra los explotadores, igual que para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida [...]
La diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo siguiente:
— En que los primeros, proponiéndose como fin la destrucción completa del Estado, reconocen que este fin sólo puede alcanzarse después de que la revolución socialista haya destruido las clases, como resultado de la instauración del socialismo, que conduce a la extinción del Estado, mientras que los segundos quieren destruir completamente el Estado de la noche a la mañana, sin comprender las condiciones bajo las que puede lograrse esta destrucción.
— En que los primeros reconocen la necesidad de que el proletariado, después de conquistar el poder político, destruya totalmente la vieja máquina del Estado, sustituyéndola por otra nueva, formada por la organización de los obreros armados, según el tipo de la Comuna [de París], mientras que los segundos, abogando por la destrucción de la máquina del Estado, tienen una idea absolutamente confusa respecto al punto de con qué ha de sustituir esa máquina el proletariado y cómo éste ha de emplear el poder revolucionario. Los anarquistas rechazan incluso el empleo del poder estatal por el proletariado revolucionario, su dictadura revolucionaria.
— En que los primeros propugnan que el proletariado se prepare para la revolución utilizando el Estado moderno, mientras que los anarquistas lo rechazan.
Lenin, El Estado y la revolución, 17 de diciembre de 1918
La abolición del Estado tiene para los comunistas el único sentido de que es un resultado necesario de la abolición de las clases, junto con las cuales desaparece por sí sola la necesidad de la fuerza organizada de una clase para tener subordinadas a las demás [...]
Entretanto, la abolición del Estado, la anarquía se ha convertido en Alemania en una palabra de moda. Los contados discípulos alemanes de Proudhon, la ‘alta’ democracia berlinesa e incluso las olvidadas ‘mentes preclaras de la nación’ del Parlamento de Stuttgart y de la Regencia imperial, todos ellos, cada uno a su manera, han asimilado esta expresión, terrible en apariencia [...]
Ante la anarquía auténtica de las crisis revolucionarias, cuando las masas (y el poder del Estado) recurrieron entre sí a la ‘fuerza bruta’, estos representantes de la anarquía hicieron en cada ocasión todo lo posible para contener la anarquía. El contenido de esa cacareada ‘anarquía’ se redujo, a fin de cuentas, a lo que en países más desarrollados se expresa con la palabra ‘orden’. Los amigos de la anarquía en Alemania se encuentran en completa entente cordiale con los ‘amigos del orden’ en Francia.
En la medida en que los amigos de la anarquía no dependen de los franceses Proudhon y Girardin, en la medida en que su mentalidad es de origen germano, tienen todos ellos un venero común: Stirner [...] La prédica de Stirner sobre la sociedad sin Estado ha sido especialmente beneficiosa para dar a la anarquía a lo Proudhon y a la abolición del Estado a lo Girardin la ‘bendición suprema’ de la filosofía alemana. Es cierto que el libro de Stirner El Único y su propiedad ha sido olvidado; pero su modo de pensar y en particular, su crítica del Estado, emerge de nuevo en los amigos de la anarquía.
Engels, La consigna de abolición del Estado y los amigos de la anarquía alemanes, octubre de 1850
He leído ya la mitad de Proudhon y estimo que tu opinión es completamente justa. Su apelación a la burguesía, su retorno a Saint-Simon y centenares de otras cosas, ya en la parte crítica, confirman que considera la clase industrial, la burguesía y el proletariado, en el fondo, idénticos y supone que el antagonismo entre ellos existe únicamente por no haber terminado la revolución. La construcción seudofilosófica de la historia está completamente clara: hasta la revolución, la clase industrial existía ‘en sí’; de 1878 a 1848, en estado de antagonismo; negación; la síntesis proudhoniana resuelve todo esto de golpe. Todo junto me parece el último intento de salvar teóricamente a la burguesía [...]
El gobierno no es más que el poder de una clase para someter a otra clase y desaparecerá junto con la desaparición de las contradicciones de clase.
Engels, Carta a Marx, 21 de agosto de 1851
Los señores de París tienen la cabeza atiborrada de las más hueras frases proudhonianas. Charlan de la ciencia y no saben nada. Mantienen una actitud despectiva hacia todo lo revolucionario, es decir, hacia toda acción que dimane de la propia lucha de clases, hacia todo movimiento social concentrado, que, por tanto, pueda llevarse también por medios políticos (por ejemplo, la reducción de la jornada de trabajo). Bajo el pretexto de libertad y antigubernamentalismo o individualismo antiautoritario, estos caballeros, que durante dieciséis años vienen soportando tan calladamente el más vergonzoso despotismo ¡predican de hecho la economía burguesa ordinaria idealizada por Proudhon! Proudhon ha hecho mucho daño. Su aparente crítica y su aparente oposición a los utopistas (él mismo era solamente un utopista pequeño burgués, mientras que en las utopías de Fourier, Owen, etc., podemos encontrar el presentimiento y la concepción fantástica de un mundo nuevo) atrajo y conquistó al principio a la jeunessse brilliante, a los estudiantes, y luego a los obreros, sobre todo a los de París.
Marx, Carta a Kugelmann, 9 de octubre de 1866
Los anarquistas plantean todo al revés. Declaran que la revolución proletaria debe empezar por suprimir la organización política del Estado. Pero la única organización que el proletariado encuentra ya preparada después de su victoria es precisamente el Estado. Es cierto que este Estado requiere cambios muy considerables antes de que pueda cumplir sus nuevas funciones. Pero destruirlo en tal momento significaría destruir la única arma con que el proletariado victorioso puede utilizar el poder que acaba de conquistar, aplastar a sus enemgos capitalistas y llevar a cabo la revolución económica de la sociedad, sin la cual toda victoria debería terminar en una nueva derrota y en el asesinato en masa de los obreros, como ocurrió después de la Comuna de París.
Engels, Con motivo de la muerte de Carlos Marx, 12 de mayo de 1883
La ‘teoría’ era el programa de Bakunin. Constaba, de hecho, de tres puntos.
— Primera reivindicación de la revolución social: abolición del derecho de herencia, vieja morralla saint-simonista, de la que el charlatán e ignorante Bakunin se hizo editor responsable. Es evidente: si tuviera usted la posibilidad de hacer la revolución social en un día, por decreto plebiscitario, aboliría en el acto la propiedad agraria y el capital, y con ello no tendría ninguna necesidad de ocuparse del derecho de herencia. Por otra parte, si no tuviera esa oportunidad (y, naturalmente, sería absurdo suponer esa posibilidad), proclamar la abolición del derecho de herencia no sería un acto serio sino una amenaza estúpida que agruparía a todo el campesinado y a toda la pequeña burguesía alrededor de la reacción. Suponga, por ejemplo, que los yanquis no hubieran podido abolir la esclavitud por la fuerza de las armas. ¡Qué imbecilidad habría sido proclamar la abolición del derecho a heredar los esclavos! ¡Toda esta teoría se basa en el anticuado idealismo que considera la jurisprudencia actual como la base de nuestro sistema económico en lugar de ver en nuestro sistema económico la base y la fuente de nuestra jurisprudencia. En lo que se refiere a Bakunin, quería únicamente improvisar un programa de su propia cosecha. Eso es todo. Era un programa de ocasión.
— ‘La igualdad de las diferentes clases’. Suponer, por una parte, que han de seguir existiendo las clases y, por otra, la igualdad de los miembros de estas clases, este absurdo, muestra en el acto la desvergonzada ignorancia y superficialidad de ese sujeto, que ve su ‘misión especial’ en enseñarnos ‘teoría’.
— La clase obrera no debe ocuparse de política. Su tarea consiste solamente en organizarse en tradeuniones. Un buen día, con ayuda de la Internacional, ocuparán el lugar de todos los Estados existentes. ¡Ahí tiene en qué caricatura ha convertido mi doctrina! Por cuanto nuestro objetivo final es transformar en asociaciones los Estados existentes, debemos según él, permitir a los gobiernos, a estas gigantescas tradeuniones de las clases gobernantes, que hagan lo que les venga en gana, ya que si tratamos con ellos eso significará que los reconocemos. ¡Así! Exactamente lo mismo decían los socialistas de la vieja escuela: No debéis ocuparos de los problemas del salario, por cuanto queréis abolir el trabajo asalariado; ¡y luchar contra el capitalismo por aumentar los salarios significa reconocer el trabajo asalariado! Este asno no ha comprendido siquiera que todo movimiento de clase como tal es y ha sido siempre un movimiento político.
Ese es todo el bagaje teórico del profeta Bakunin, de este Mahoma sin Corán.
Marx, Carta a Lafargue, 19 de abril de 1870
Bakunin tiene una teoría propia, consistente más o menos en una mezcla de comunismo y de proudhonismo. El querer reunir estas dos teorías en una demuestra que es absolutamente ignorante en economía política. Ha tomado de Proudhon, entre otras frases, la anarquía como el estado final de la sociedad. Es contrario a toda acción política de la clase obrera, por cuanto esa acción significaría reconocer de hecho el Estado existente y, además, porque todos los actos políticos son, en su opinión, ‘autoritarios’. No explica de qué modo espera que sean destruidas la presente opresión política y la tiranía del capital ni cómo intenta llevar adelante sin ‘actos de autoridad’ su idea favorita de la abolición de la herencia. Durante la insurreción de Lyon en septiembre de 1870, aplastada por la fuerza armada, Bakunin decretó en la Casa Consistorial la abolición del Estado, sin tomar ninguna medida contra todos los burgueses de la Guardia Nacional, que se dirigieron tranquilamente a la Casa Consistorial, echaron a la calle a Bakunin y en menos de una hora restablecieron el Estado. Como quiera que sea, Bakunin ha fundado con su teoría una secta a la que pertenecen una pequeña parte de los obreros franceses y suizos, muchos de los nuestros en España y algunos en Italia, entre los que se encuentran Caporusso y sus amigos, con lo que Caporusso hace honor a su nombre: tiene por jefe a un ruso.
Pues bien, nuestra Asociación [la I Internacional] es un centro de convergencia y de correspondencia entre las sociedades obreras de los distintos países que aspiran a un mismo fin, a saber: la protección, el progreso y la completa emancipación de la clase obrera (artículo primero de los Estatutos de la Asociación). Si las teorías especiales de Bakunin y de sus amigos se limitaran a estos objetivos, no habría objeciones para aceptarlos como miembros y permitirles hacer cuanto pudieran para propagar sus ideas por todos los medios adecuados. En nuestra Asociación tenemos hombres de todo género: comunistas, proudhonistas, unionistas, tradeunionistas, cooperadores, bakuninistas, etc., e incluso en nuestro Consejo General hay hombres de opiniones bastante diferentes.
En el momento en que la Asociación se convirtiera en una secta, estaría perdida. Nuestra fuerza reside en la amplitud con que interpretamos los Estatutos, a saber: que son admitidos todos los hombres que aspiran a la emancipación completa de la clase obrera. Por desgracia, los bakuninistas, con la estrechez de espíritu común a todos los sectarios, no se han considerado satisfechos con eso. El Consejo General, según ellos, estaba compuesto de reaccionarios y el programa de la Asociación era demasiado inconcreto. El ateísmo y el materialismo -que el propio Bakunin ha tomado de nosotros, los alemanes- deben, a su juicio, ser obligatorios; la abolición de la herencia, del Estado, etc., deben formar parte de nuestro programa. Pero Marx y yo somos tan viejos y buenos materialistas como Bakunin, igual que lo son casi todos nuestros miembros; que el mencionado derecho de herencia es una absurdidad lo sabemos tan bien como Bakunin, aunque nos diferenciamos de él en lo que concierne a la importancia y la conveniencia de presentar su abolición como la liberación de todos los males. ‘La abolición del Estado’ es una vieja frase filosófica alemana de la que hicimos mucho uso ya cuando éramos simples jóvenes. Pero incluir todo eso en nuestro programa significaría alejar a un inmenso número de nuestros miembros y dividir, en lugar de unir, al proletariado europeo. Cuando fracasaron los esfuerzos por conseguir que el programa bakuninista fuese adoptado como programa de la Asociación, se intentó empujar indirectamente a la Asociación por un camino equivocado. Bakunin formó en Ginebra una Alianza de la Democracia Socialista, que debía ser una asociación internacional separada de la nuestra. ‘Las mentes más radicales’ de nuestras secciones, los bakuninistas, debían formar en todas partes secciones de esta Alianza, y estas secciones tenían que someterse a un Consejo General separado en Ginebra (Bakunin) y tener Consejos Nacionales distintos a los nuestros. En nuestro Congreso General la Alianza debía sesionar por la mañana con nosotros y después de mediodía celebrar su propio congreso separado. Este gracioso plan fue presentado al Consejo General en noviembre de 1868. Pero el 22 de diciembre de 1868, el Congreso General anuló estas reglas como contrarias a los Estatutos de nuestra Asociación y declaró que las secciones de la Alianza podían ser admitidas sólo separadameente y que la Alianza debía disolverse o dejar de pertenecer a la Internacional. El 9 de marzo de 1869, el Consejo General informó a la Alianza que no existe, por consiguiente, ningún obstáculo para que las secciones de la Alianza se transformen en secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Si la disolución de la Alianza y el ingreso de sus secciones en la Asociación Internacional de los Trabajadores son decididos definitivamente, será necesario, según nuestro Reglamento, comunicar al Consejo General el lugar de residencia y la fuerza nurnérica de cada nueva sección. Estas condiciones jamás fueron cumplidas exactamente. La Alianza como tal fue desaprobada en todas partes excepto en Francia y Suiza, donde a fin de cuentas ha creado la división: cerca de 1.000 bakuninistas -menos de una décima parte de nuestros adeptos- se han retirado de la federación francesa y suiza y han pedido al Consejo General que se les reconozca como una federación aparte, cosa que el Consejo, probablemente, no obstaculizará. Por todo esto verá que el resultado principal de la acción de los bakuninistas ha consistido en crear la división en nuestras filas. Nadie ha puesto obstáculos a sus dogmas especiales, pero no se han dado por satisfechos con eso y han querido mandar e imponer sus doctrinas a todos nuestros miembros. Hemos resistido, como era nuestro deber; sin embargo, si aceptan existir tranquilamente al lado de nuestros otros miembros, no tenemos ni el derecho ni el deseo de excluirlos. La cuestión consiste en si es conveniente destacar a tales elementos, y si sabemos ganarnos las secciones italianas, no embebidas de este fanatismo especial, podremos ciertamente trabajar mejor con ellos. Usted mismo podrá juzgar de esto de acuerdo con las condiciones que encuentre en Nápoles.
Engels, Carta a Carlos Cafiero, 1 de julio de 1871
Por medio de esta organización secreta tratan de imponer a la Internacional la doctrina personal y ortodoxa del señor Bakunin. Ellos que exigen que la Internacional se organice de abajo arriba se someten con humildad como miembros de la Alianza a las órdenes que les llegan de arriba abajo [...]
Nos hallamos por vez primera en la historia de las luchas de la clase obrera ante una conspiración secreta urdida en el seno de la propia clase obrera con el fin de hacer saltar no el régimen explotador existente, sino la Asociación misma, que le combate con la mayor energía.
Engels, El Consejo General a todos los miembros de la AIT, 6 de agosto de 1872
La abstención absoluta en política es imposible; todos los periódicos abstencionistas hacen también política. El quid de la cuestión consiste únicamente en cómo la hacen y qué política hacen. Por lo demás, para nosotros la abstención es imposible. El partido obrero existe ya como partido político en la mayoría de los países. Y no seremos nosotros los que lo destruyamos predicando la abstención. La experiencia de la vida actual, la opresión política a que someten a los obreros los gobiernos existentes, tanto con fines políticos como sociales, les obligan a dedicarse a la política, quiéranlo o no. Predicarles la abstención significaría arrojarlos en los brazos de la política burguesa. La abstención es completamente imposible, sobre todo después de la Comuna de París, que ha colocado la acción política del proletariado a la orden del día.
Queremos la abolición de las clases. ¿Cuál es el medio para alcanzarla? La dominación política del proletariado. Y cuando en todas partes se han puesto de acuerdo con ello, ¡se nos pide que no nos mezclemos en la política! Todos los abstencionistas se llaman revolucionarios y hasta revolucionarios por excelencia. Pero la revolución es el acto supremo de la política. El que la quiere debe querer el medio, la acción política que la prepara, que proporciona a los obreros la educación para la revolución y sin la cual los obreros, al día siguiente de la lucha serán siempre engañados por los Favre y los Pyat. Pero la política a que tiene que dedicarse es la política obrera; el partido obrero no debe constituirse como un apéndice de cualquier pártido burgués, sino como un partido independiente, que tiene su objetivo propio, su política propia.
La concepción del mundo de los anarquistas es la concepción burguesa vuelta del revés. Sus teorías individualistas y su idea individualista están en oposición directa con el socialismo. Sus opiniones no expresan el futuro del régimen burgués, que marcha con fuerza incontenible hacia la socialización del trabajo, sino el presente e incluso el pasado de ese régimen, el dominio de la ciega casualidad sobre el pequeño productor aislado y solitario. Su táctica, que se reduce a negar la lucha política, desune a los proletarios y los transforma de hecho en participantes pasivos de una u otra política burguesa, pues para los obreros es imposible e irrealizable apartarse de verdad de la política.
Lenin, Socialismo y anarquismo, 7 de diciembre de 1905
Nuestros amigos de España verán ahora el abuso que hacen estos señores de la palabra ‘autoritario’. En cuanto a los bakuninistas les desagrada alguna cosa, dicen: ‘Eso es autoritario’, y con ello creen haberlo condenado para siempre. Si en lugar de ser burgueses, periodistas, etc., fueran obreros, o si hubieran estudiado solamente un poco las cuestiones económicas y las condiciones de la industria moderna, sabrían que ninguna acción común es posible sin la imposición a algunas personas de una voluntad extraña, es decir, de una autoridad. Ya sea la voluntad de una mayoría de votantes, de un comité director o de un solo hombre, será siempre una voluntad impuesta a los disidentes; pero sin esta voluntad única y dirigente, ninguna cooperación es posible. ¡Pruebe a hacer marchar una de las grandes fábricas de Barcelona sin dirección, es decir, sin autoridad! ¡O administrar un ferrocarril sin la certidumbre de que cada ingeniero, fogonero, etc., se encontrará en su puesto en el momento exacto en que deba estar en él! Me gustaría saber si el bravo Bakunin confiaría su obeso cuerpo a un vagón de ferrocarril si ese ferrocarril fuera administrado de acuerdo con los principios que proclaman que nadie se encontrará en su sitio si no le gusta sufrir la autoridad de los reglamentos, ¡mucho más autoritarios en todo estado posible de la sociedad que el Reglamento aprobado en el Congreso de Basilea! Todas estas grandes frases ultrarradicales y ultrarrevolucionarias ocultan únicamente la más completa miseria de ideas y la más completa ignorancia de la condiciones en que transcurre la vida cotidiana de la sociedad.
Engels, Carta a Pablo Lafargue, 30 de diciembre de 1871
Me parece que se abusa demasiado de las frases sobre la ‘autoridad’ y la centralización. No conozco cosa más autoritaria que una revolución y creo que cuando se impone la propia voluntad a otros con bombas y con balas de fusil, como ocurre en toda revolución, se comete un acto autoritario. Es precisamente la falta de centralización y de autoridad lo que le ha costado la vida a la Comuna de París. Después de la victoria, haced de la autoridad, etc., lo que queráis; pero para la lucha es preciso reunir todas nuestras fuerzas en un solo puño y concentrarlas en el punto mismo de ataque. Y cuando se me habla de la autoridad y de la centralización como de dos cosas condenables en todas las circunstancias posibles, me parece que quienes hablan así o no saben lo que es una revolución, o son revolucionarios sólo de palabra.
Engels, Carta a Carlos Terzaghi, 14 de enero de 1872
No discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto a la abolición del Estado como meta. Lo que afirmamos es que, para alcanzar esta meta es necesario el empleo temporal de los instrumentos, de los medios, de los métodos del Poder estatal contra los explotadores, igual que para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida [...]
La diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo siguiente:
— En que los primeros, proponiéndose como fin la destrucción completa del Estado, reconocen que este fin sólo puede alcanzarse después de que la revolución socialista haya destruido las clases, como resultado de la instauración del socialismo, que conduce a la extinción del Estado, mientras que los segundos quieren destruir completamente el Estado de la noche a la mañana, sin comprender las condiciones bajo las que puede lograrse esta destrucción.
— En que los primeros reconocen la necesidad de que el proletariado, después de conquistar el poder político, destruya totalmente la vieja máquina del Estado, sustituyéndola por otra nueva, formada por la organización de los obreros armados, según el tipo de la Comuna [de París], mientras que los segundos, abogando por la destrucción de la máquina del Estado, tienen una idea absolutamente confusa respecto al punto de con qué ha de sustituir esa máquina el proletariado y cómo éste ha de emplear el poder revolucionario. Los anarquistas rechazan incluso el empleo del poder estatal por el proletariado revolucionario, su dictadura revolucionaria.
— En que los primeros propugnan que el proletariado se prepare para la revolución utilizando el Estado moderno, mientras que los anarquistas lo rechazan.
Lenin, El Estado y la revolución, 17 de diciembre de 1918
La abolición del Estado tiene para los comunistas el único sentido de que es un resultado necesario de la abolición de las clases, junto con las cuales desaparece por sí sola la necesidad de la fuerza organizada de una clase para tener subordinadas a las demás [...]
Entretanto, la abolición del Estado, la anarquía se ha convertido en Alemania en una palabra de moda. Los contados discípulos alemanes de Proudhon, la ‘alta’ democracia berlinesa e incluso las olvidadas ‘mentes preclaras de la nación’ del Parlamento de Stuttgart y de la Regencia imperial, todos ellos, cada uno a su manera, han asimilado esta expresión, terrible en apariencia [...]
Ante la anarquía auténtica de las crisis revolucionarias, cuando las masas (y el poder del Estado) recurrieron entre sí a la ‘fuerza bruta’, estos representantes de la anarquía hicieron en cada ocasión todo lo posible para contener la anarquía. El contenido de esa cacareada ‘anarquía’ se redujo, a fin de cuentas, a lo que en países más desarrollados se expresa con la palabra ‘orden’. Los amigos de la anarquía en Alemania se encuentran en completa entente cordiale con los ‘amigos del orden’ en Francia.
En la medida en que los amigos de la anarquía no dependen de los franceses Proudhon y Girardin, en la medida en que su mentalidad es de origen germano, tienen todos ellos un venero común: Stirner [...] La prédica de Stirner sobre la sociedad sin Estado ha sido especialmente beneficiosa para dar a la anarquía a lo Proudhon y a la abolición del Estado a lo Girardin la ‘bendición suprema’ de la filosofía alemana. Es cierto que el libro de Stirner El Único y su propiedad ha sido olvidado; pero su modo de pensar y en particular, su crítica del Estado, emerge de nuevo en los amigos de la anarquía.
Engels, La consigna de abolición del Estado y los amigos de la anarquía alemanes, octubre de 1850
He leído ya la mitad de Proudhon y estimo que tu opinión es completamente justa. Su apelación a la burguesía, su retorno a Saint-Simon y centenares de otras cosas, ya en la parte crítica, confirman que considera la clase industrial, la burguesía y el proletariado, en el fondo, idénticos y supone que el antagonismo entre ellos existe únicamente por no haber terminado la revolución. La construcción seudofilosófica de la historia está completamente clara: hasta la revolución, la clase industrial existía ‘en sí’; de 1878 a 1848, en estado de antagonismo; negación; la síntesis proudhoniana resuelve todo esto de golpe. Todo junto me parece el último intento de salvar teóricamente a la burguesía [...]
El gobierno no es más que el poder de una clase para someter a otra clase y desaparecerá junto con la desaparición de las contradicciones de clase.
Engels, Carta a Marx, 21 de agosto de 1851
Los señores de París tienen la cabeza atiborrada de las más hueras frases proudhonianas. Charlan de la ciencia y no saben nada. Mantienen una actitud despectiva hacia todo lo revolucionario, es decir, hacia toda acción que dimane de la propia lucha de clases, hacia todo movimiento social concentrado, que, por tanto, pueda llevarse también por medios políticos (por ejemplo, la reducción de la jornada de trabajo). Bajo el pretexto de libertad y antigubernamentalismo o individualismo antiautoritario, estos caballeros, que durante dieciséis años vienen soportando tan calladamente el más vergonzoso despotismo ¡predican de hecho la economía burguesa ordinaria idealizada por Proudhon! Proudhon ha hecho mucho daño. Su aparente crítica y su aparente oposición a los utopistas (él mismo era solamente un utopista pequeño burgués, mientras que en las utopías de Fourier, Owen, etc., podemos encontrar el presentimiento y la concepción fantástica de un mundo nuevo) atrajo y conquistó al principio a la jeunessse brilliante, a los estudiantes, y luego a los obreros, sobre todo a los de París.
Marx, Carta a Kugelmann, 9 de octubre de 1866
Los anarquistas plantean todo al revés. Declaran que la revolución proletaria debe empezar por suprimir la organización política del Estado. Pero la única organización que el proletariado encuentra ya preparada después de su victoria es precisamente el Estado. Es cierto que este Estado requiere cambios muy considerables antes de que pueda cumplir sus nuevas funciones. Pero destruirlo en tal momento significaría destruir la única arma con que el proletariado victorioso puede utilizar el poder que acaba de conquistar, aplastar a sus enemgos capitalistas y llevar a cabo la revolución económica de la sociedad, sin la cual toda victoria debería terminar en una nueva derrota y en el asesinato en masa de los obreros, como ocurrió después de la Comuna de París.
Engels, Con motivo de la muerte de Carlos Marx, 12 de mayo de 1883
La ‘teoría’ era el programa de Bakunin. Constaba, de hecho, de tres puntos.
— Primera reivindicación de la revolución social: abolición del derecho de herencia, vieja morralla saint-simonista, de la que el charlatán e ignorante Bakunin se hizo editor responsable. Es evidente: si tuviera usted la posibilidad de hacer la revolución social en un día, por decreto plebiscitario, aboliría en el acto la propiedad agraria y el capital, y con ello no tendría ninguna necesidad de ocuparse del derecho de herencia. Por otra parte, si no tuviera esa oportunidad (y, naturalmente, sería absurdo suponer esa posibilidad), proclamar la abolición del derecho de herencia no sería un acto serio sino una amenaza estúpida que agruparía a todo el campesinado y a toda la pequeña burguesía alrededor de la reacción. Suponga, por ejemplo, que los yanquis no hubieran podido abolir la esclavitud por la fuerza de las armas. ¡Qué imbecilidad habría sido proclamar la abolición del derecho a heredar los esclavos! ¡Toda esta teoría se basa en el anticuado idealismo que considera la jurisprudencia actual como la base de nuestro sistema económico en lugar de ver en nuestro sistema económico la base y la fuente de nuestra jurisprudencia. En lo que se refiere a Bakunin, quería únicamente improvisar un programa de su propia cosecha. Eso es todo. Era un programa de ocasión.
— ‘La igualdad de las diferentes clases’. Suponer, por una parte, que han de seguir existiendo las clases y, por otra, la igualdad de los miembros de estas clases, este absurdo, muestra en el acto la desvergonzada ignorancia y superficialidad de ese sujeto, que ve su ‘misión especial’ en enseñarnos ‘teoría’.
— La clase obrera no debe ocuparse de política. Su tarea consiste solamente en organizarse en tradeuniones. Un buen día, con ayuda de la Internacional, ocuparán el lugar de todos los Estados existentes. ¡Ahí tiene en qué caricatura ha convertido mi doctrina! Por cuanto nuestro objetivo final es transformar en asociaciones los Estados existentes, debemos según él, permitir a los gobiernos, a estas gigantescas tradeuniones de las clases gobernantes, que hagan lo que les venga en gana, ya que si tratamos con ellos eso significará que los reconocemos. ¡Así! Exactamente lo mismo decían los socialistas de la vieja escuela: No debéis ocuparos de los problemas del salario, por cuanto queréis abolir el trabajo asalariado; ¡y luchar contra el capitalismo por aumentar los salarios significa reconocer el trabajo asalariado! Este asno no ha comprendido siquiera que todo movimiento de clase como tal es y ha sido siempre un movimiento político.
Ese es todo el bagaje teórico del profeta Bakunin, de este Mahoma sin Corán.
Marx, Carta a Lafargue, 19 de abril de 1870
Bakunin tiene una teoría propia, consistente más o menos en una mezcla de comunismo y de proudhonismo. El querer reunir estas dos teorías en una demuestra que es absolutamente ignorante en economía política. Ha tomado de Proudhon, entre otras frases, la anarquía como el estado final de la sociedad. Es contrario a toda acción política de la clase obrera, por cuanto esa acción significaría reconocer de hecho el Estado existente y, además, porque todos los actos políticos son, en su opinión, ‘autoritarios’. No explica de qué modo espera que sean destruidas la presente opresión política y la tiranía del capital ni cómo intenta llevar adelante sin ‘actos de autoridad’ su idea favorita de la abolición de la herencia. Durante la insurreción de Lyon en septiembre de 1870, aplastada por la fuerza armada, Bakunin decretó en la Casa Consistorial la abolición del Estado, sin tomar ninguna medida contra todos los burgueses de la Guardia Nacional, que se dirigieron tranquilamente a la Casa Consistorial, echaron a la calle a Bakunin y en menos de una hora restablecieron el Estado. Como quiera que sea, Bakunin ha fundado con su teoría una secta a la que pertenecen una pequeña parte de los obreros franceses y suizos, muchos de los nuestros en España y algunos en Italia, entre los que se encuentran Caporusso y sus amigos, con lo que Caporusso hace honor a su nombre: tiene por jefe a un ruso.
Pues bien, nuestra Asociación [la I Internacional] es un centro de convergencia y de correspondencia entre las sociedades obreras de los distintos países que aspiran a un mismo fin, a saber: la protección, el progreso y la completa emancipación de la clase obrera (artículo primero de los Estatutos de la Asociación). Si las teorías especiales de Bakunin y de sus amigos se limitaran a estos objetivos, no habría objeciones para aceptarlos como miembros y permitirles hacer cuanto pudieran para propagar sus ideas por todos los medios adecuados. En nuestra Asociación tenemos hombres de todo género: comunistas, proudhonistas, unionistas, tradeunionistas, cooperadores, bakuninistas, etc., e incluso en nuestro Consejo General hay hombres de opiniones bastante diferentes.
En el momento en que la Asociación se convirtiera en una secta, estaría perdida. Nuestra fuerza reside en la amplitud con que interpretamos los Estatutos, a saber: que son admitidos todos los hombres que aspiran a la emancipación completa de la clase obrera. Por desgracia, los bakuninistas, con la estrechez de espíritu común a todos los sectarios, no se han considerado satisfechos con eso. El Consejo General, según ellos, estaba compuesto de reaccionarios y el programa de la Asociación era demasiado inconcreto. El ateísmo y el materialismo -que el propio Bakunin ha tomado de nosotros, los alemanes- deben, a su juicio, ser obligatorios; la abolición de la herencia, del Estado, etc., deben formar parte de nuestro programa. Pero Marx y yo somos tan viejos y buenos materialistas como Bakunin, igual que lo son casi todos nuestros miembros; que el mencionado derecho de herencia es una absurdidad lo sabemos tan bien como Bakunin, aunque nos diferenciamos de él en lo que concierne a la importancia y la conveniencia de presentar su abolición como la liberación de todos los males. ‘La abolición del Estado’ es una vieja frase filosófica alemana de la que hicimos mucho uso ya cuando éramos simples jóvenes. Pero incluir todo eso en nuestro programa significaría alejar a un inmenso número de nuestros miembros y dividir, en lugar de unir, al proletariado europeo. Cuando fracasaron los esfuerzos por conseguir que el programa bakuninista fuese adoptado como programa de la Asociación, se intentó empujar indirectamente a la Asociación por un camino equivocado. Bakunin formó en Ginebra una Alianza de la Democracia Socialista, que debía ser una asociación internacional separada de la nuestra. ‘Las mentes más radicales’ de nuestras secciones, los bakuninistas, debían formar en todas partes secciones de esta Alianza, y estas secciones tenían que someterse a un Consejo General separado en Ginebra (Bakunin) y tener Consejos Nacionales distintos a los nuestros. En nuestro Congreso General la Alianza debía sesionar por la mañana con nosotros y después de mediodía celebrar su propio congreso separado. Este gracioso plan fue presentado al Consejo General en noviembre de 1868. Pero el 22 de diciembre de 1868, el Congreso General anuló estas reglas como contrarias a los Estatutos de nuestra Asociación y declaró que las secciones de la Alianza podían ser admitidas sólo separadameente y que la Alianza debía disolverse o dejar de pertenecer a la Internacional. El 9 de marzo de 1869, el Consejo General informó a la Alianza que no existe, por consiguiente, ningún obstáculo para que las secciones de la Alianza se transformen en secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Si la disolución de la Alianza y el ingreso de sus secciones en la Asociación Internacional de los Trabajadores son decididos definitivamente, será necesario, según nuestro Reglamento, comunicar al Consejo General el lugar de residencia y la fuerza nurnérica de cada nueva sección. Estas condiciones jamás fueron cumplidas exactamente. La Alianza como tal fue desaprobada en todas partes excepto en Francia y Suiza, donde a fin de cuentas ha creado la división: cerca de 1.000 bakuninistas -menos de una décima parte de nuestros adeptos- se han retirado de la federación francesa y suiza y han pedido al Consejo General que se les reconozca como una federación aparte, cosa que el Consejo, probablemente, no obstaculizará. Por todo esto verá que el resultado principal de la acción de los bakuninistas ha consistido en crear la división en nuestras filas. Nadie ha puesto obstáculos a sus dogmas especiales, pero no se han dado por satisfechos con eso y han querido mandar e imponer sus doctrinas a todos nuestros miembros. Hemos resistido, como era nuestro deber; sin embargo, si aceptan existir tranquilamente al lado de nuestros otros miembros, no tenemos ni el derecho ni el deseo de excluirlos. La cuestión consiste en si es conveniente destacar a tales elementos, y si sabemos ganarnos las secciones italianas, no embebidas de este fanatismo especial, podremos ciertamente trabajar mejor con ellos. Usted mismo podrá juzgar de esto de acuerdo con las condiciones que encuentre en Nápoles.
Engels, Carta a Carlos Cafiero, 1 de julio de 1871
Por medio de esta organización secreta tratan de imponer a la Internacional la doctrina personal y ortodoxa del señor Bakunin. Ellos que exigen que la Internacional se organice de abajo arriba se someten con humildad como miembros de la Alianza a las órdenes que les llegan de arriba abajo [...]
Nos hallamos por vez primera en la historia de las luchas de la clase obrera ante una conspiración secreta urdida en el seno de la propia clase obrera con el fin de hacer saltar no el régimen explotador existente, sino la Asociación misma, que le combate con la mayor energía.
Engels, El Consejo General a todos los miembros de la AIT, 6 de agosto de 1872
La abstención absoluta en política es imposible; todos los periódicos abstencionistas hacen también política. El quid de la cuestión consiste únicamente en cómo la hacen y qué política hacen. Por lo demás, para nosotros la abstención es imposible. El partido obrero existe ya como partido político en la mayoría de los países. Y no seremos nosotros los que lo destruyamos predicando la abstención. La experiencia de la vida actual, la opresión política a que someten a los obreros los gobiernos existentes, tanto con fines políticos como sociales, les obligan a dedicarse a la política, quiéranlo o no. Predicarles la abstención significaría arrojarlos en los brazos de la política burguesa. La abstención es completamente imposible, sobre todo después de la Comuna de París, que ha colocado la acción política del proletariado a la orden del día.
Queremos la abolición de las clases. ¿Cuál es el medio para alcanzarla? La dominación política del proletariado. Y cuando en todas partes se han puesto de acuerdo con ello, ¡se nos pide que no nos mezclemos en la política! Todos los abstencionistas se llaman revolucionarios y hasta revolucionarios por excelencia. Pero la revolución es el acto supremo de la política. El que la quiere debe querer el medio, la acción política que la prepara, que proporciona a los obreros la educación para la revolución y sin la cual los obreros, al día siguiente de la lucha serán siempre engañados por los Favre y los Pyat. Pero la política a que tiene que dedicarse es la política obrera; el partido obrero no debe constituirse como un apéndice de cualquier pártido burgués, sino como un partido independiente, que tiene su objetivo propio, su política propia.