Como un rayo tiré mis vestidos y arrojé mis sandalias…
-No vengas así -me dijiste-, ven si nada.
Repartí mi hacienda y mi casa entre los pobres…
-No, así no. Ven sin nada -me seguías diciendo.
Dejé mi nombre y el apellido de mis padres. Y aún no te bastaba.
¿Por qué no me dices de una vez qué debo hacer?
-Vete a casa del alfarero, que él haga un cántaro con tu barro. Después ven a mí, que yo lo llenaré de agua, y tú correrás a dar de beber a los que tienen sed.