Tomado de elpuercoespin.com.ar por Antoni Traveria
Fue detenido hasta en cuatro ocasiones y privado de libertad durante
casi 15 años en total, hasta 1985. En su condición de rehén de la
dictadura cívico-militar, sufrió largos periodos de aislamiento en la
cárcel de Punta Carretas –desde 1994, convertida en centro comercial– de
la que se fugó en dos ocasiones.
José Alberto Mujica Cordano, al que sus compatriotas llaman el Pepe,
es el presidente de la República del Uruguay desde hace tres años. La
vida le llenó de cicatrices, de las que habla sin rencor, sin queja
alguna.
Opina que «el odio no construye un carajo», pero que no hay que
olvidar el pasado. Necesita acariciar la tierra todos los días, estar
cerca de sus raíces. Su perra mestiza, con una pata amputada, de nombre
Manuela, no se separa de él cuando está en casa. Vive en el campo, en
una austera chacra en la zona rural de Rincón del Cerro, a 20 kilómetros
de su lugar de trabajo en Montevideo. Una granja humilde donde cultivan
flores y hortalizas junto a su compañera –como gusta llamarla él–, la
senadora Lucía Topolansky. Compartieron militancia guerrillera tupamara y
también ella estuvo en la cárcel, 13 años. Los razonamientos
transgresores de este atípico presidente, su filosofía de vida, su
sencillez, le hacen distinto a cualquier otro en su posición.
Tal vez sean esas las cualidades que le han convertido, a sus 78
años, en todo un fenómeno universal en las redes sociales. El sol ya se
ha levantado hace poco más de un par de horas. Pepe Mujica recibe a Más
Periódico en exclusiva, en su chacra, con su inseparable mate.
–Sus palabras acostumbran a tener repercusión; mucha gente, de todas las edades, le elogian a través de las redes sociales.
–Europa fue durante mucho tiempo el epicentro de todas las ideas de
renovación, de cambio, de sociedades más justas, de respeto a los
derechos humanos. Todo en el marco de un gigantesco cataclismo, porque
nada cayó del cielo. También está la otra Europa. Como decía Antonio
Machado, una España de charanga y pandereta con el contraste de otra
España, la de las ideas y la cultura. Hay una parte de juventud que
trata de cultivar esperanza y caminos de cambio. Ven una América Latina generosa. Da la impresión de que el pensamiento de izquierdas se está refugiando en América Latina.
No tenemos mucho para teorizar, pero estamos realizando formidables
experimentos de carácter social. Ya no nos creemos que podemos tocar el
cielo con la mano, ni que construir una sociedad más justa y más libre
es cosa de una sola generación.
–Tal vez haya ahora menos utopías que cuando usted era joven.
–El partido es ahora muchísimo más largo. Los cambios materiales, las
relaciones de propiedad ni siquiera son lo más importante. Lo
fundamental son los cambios culturales y esas transformaciones conllevan
muchísimo tiempo. Aun aquellos que no podemos comulgar filosóficamente
con el capitalismo estamos rodeados, cercados de capitalismo en todos
los usos y costumbres de nuestras vidas, de nuestras sociedades. Nadie
escapa a la tupida malla del mercado, a su tiranía. Estamos en lucha por
la equidad y para amortiguar por todos los medios las vergüenzas
sociales. No nos olvidamos que tenemos que aplicar políticas fiscales
que ayuden a repartir, aunque sea parte del excedente que se produce en
la sociedad, a favor de los más desfavorecidos. Los sectores
propietarios dicen que no hay que regalar pescado a la gente, que hay
que enseñarles a pescar; pero cuando les destrozamos la barca, les
robamos la caña y les sacamos los anzuelos, hay que empezar por darles.
Si queremos incorporarles a la sociedad no tiene vuelta.
–Hay una parte importante de esas nuevas generaciones que están buscando su futuro, pero cuesta mucho encontrarlo.
–No tengo certidumbre de que me vayan a dar un poco de pelota, pero a
los jóvenes de hoy quiero decirles que las personas aprendemos mucho
más del fracaso y del dolor que de la bonanza. La Europa rica se va a
tensar inevitablemente. En la vida personal y en la vida colectiva se
puede caer una, dos o muchas veces, pero la cuestión es volver a
empezar. Aquel que no logre crearse su mundillo de felicidad con pocas
cosas, con sobriedad –no quiero usar la palabra austeridad porque en
Europa la prostituyeron dejando a la gente sin trabajo en nombre de lo
austero–, me refiero a vivir liviano de equipaje, a no vivir esclavizado
por esa renovación permanente consumista que es una fiebre y nos obliga
a trabajar, a trabajar y a trabajar para poder pagar cuentas que nunca
terminan. No es una apología de la pobreza, es una apología de la
sobriedad, de los límites que uno tiene que fijarse para pelear por la
libertad.
–No es fácil conseguir esa libertad.
–Ser libre es tener tiempo para hacer aquellas cosas que a uno lo
motivan. Esto que aparentemente parece tan sencillo, tan brutalmente
sencillo, es lo que con más frecuencia olvidamos. La vida esclavizada
para comprar, comprar y comprar elimina la libertad de la persona para
estar con los amigos, para el amor, para pescar si uno tiene esa
afición, ¿qué sé yo? Para estar bajo un árbol. Usamos el concepto
libertad en un sentido francés de revolución, muy grandilocuente. La
libertad hay que bajarla a la tierra.
–Su intervención en la última Asamblea General de Naciones Unidas removió conciencias.
–Estoy seguro de que un presidente africano que estaba en la mesa me
entendió todo lo que expresé. Creo que muchos entendieron mis palabras.
Entender no quiere decir poder salir de la telaraña. Es otra historia.
No creo que la presa que está atrapada esté contenta con estar ahí, pero
el caso es que lo está. Esa es la cuestión. Por eso este fenómeno del
capitalismo no es sencillo de resolver. La renovación necesita escuela
de pensamiento, pero también escuela de vida. Los intentos de crear
sociedades socialistas con la idea de poder hacer desaparecer la
explotación del hombre por el hombre han adolecido de un defecto que no
podíamos saber. No se pueden construir edificios socialistas con
albañiles capitalistas. Sobre todo con capataces, con directores de obra
que sean capitalistas. No se puede. De aquí el valor que tiene la
cultura.
–El gran problema en América Latina siguen siendo las desigualdades sociales.
–La vida es demasiado hermosa y hay que procurar hacer las cosas
mientras la sociedad real funciona, aunque sea capitalista. Tengo que
cobrar impuestos para mitigar las enormes desigualdades sociales; y al
mismo tiempo no puedo caer en el conformismo crónico de que reformando
el capitalismo voy a alguna parte. Debo intentar otra cosa distinta;
pero evitar la colisión, porque el choque es sacrificio humano. No se
puede estar 30 o 40 años planteando la palabra revolución y que la gente
tenga dificultades para comer. No podemos sustituir las fuerzas
productivas de un día para otro, de la noche a la mañana ni en 10 años.
Son procesos que necesitan la coparticipación de la inteligencia. Hay
que dar batalla en el seno de las universidades para la multiplicación
del talento humano. Pero, al mismo tiempo que peleamos por transformar
el futuro, hay que hacer funcionar lo viejo porque la gente tiene que
vivir. Es una ecuación difícil. El desafío es bravo. Hay quienes todavía
siguen con lo mismo que decíamos en los años 50 del siglo pasado. No se
han hecho cargo de lo que pasó en el mundo y por qué pasó. Siento como
mías las derrotas que tuvo el movimiento socialista. Me enseñan lo que
no debo de hacer. Pero eso no significa venirme a tragar la pastilla del
capitalismo a estas alturas de mi vida.
–Hay quienes se refieren a usted calificándolo como «el Presidente pobre».
–Les respondo con la definición de Séneca: «Pobres son los que
precisan mucho». Es al revés, pobres son ellos. Coincido con el concepto
liviano de equipaje de Machado, no estar esclavizado por las cuestiones
materiales, y además tengo 78 años. ¿Qué sentido tendría que me pusiera
a juntar plata a estas alturas del partido? Sería un viejo demencial,
estúpido e idiota. Lo que recibo trato de compartirlo todo lo que puedo
porque, además, la vida se me está escapando. Si pudiera amortizar
algunos años de vida tal vez otro gallo cantaría, podría ser distinto,
pero pasé casi 15 años con ciertas incomodidades por querer cambiar el
mundo.
–Después de ese largo periodo de aislamiento en la cárcel, entiendo
que habrá coincidido con funcionarios, militares e incluso con alguno de
los verdugos que le infligieron torturas.
–Muchos. Cantidades. ¡Me los banco [me los trago]! De no ser ellos
habrían sido otros. Eran producto de un sistema. Yo no estoy para cobrar
cuentas personales. Esto no quiere decir perdonar u olvidar; esas son
cosas del fuero interno de cada uno. Cada ser humano es como un solecito
del sistema planetario, están los hijos, los familiares. En una visión
global del país tengo que tratar de amortiguar en lo posible la resaca
que ha quedado como consecuencia del pasado. La mochila de los recuerdos
se carga atrás y se camina hacia delante, porque de lo contrario no se
puede vivir. Hay deudas que no se cobran en este mundo y, por tanto,
trato de convivir con cada cual por su vereda. No hay que olvidar el
pasado porque el hombre es el único animal capaz de tropezar varias
veces con la misma piedra, pero la vida siempre es porvenir. La
dictadura dejó cuentas dolorosas pero el odio no construye un carajo.
–El rey de Holanda les ha dicho a sus conciudadanos que el Estado del bienestar se ha terminado.
–¡Está loco! Se está mintiendo a sí mismo. ¡Qué bárbaro! Uno va por
Europa y sabe que hay problemas, pero yo quisiera que nuestros países
americanos pudieran vivir en el estado de crisis que tienen ustedes.
Tienen sociedades desarrolladas con una masificación de cosas. ¡Miren a
África, miren al sur del Sáhara! Hay que agrandar un poco más el alma al
medir las cosas. ¡No sean hipócritas!
–En la última década se han producido cambios muy significativos en
el ejercicio del poder político en mu-chos países de América Latina.
–Ya nunca más Brasil volverá a ser lo mismo que fue antes de Lula.
Aún con versiones más de izquierdas y otras más centristas; en América
Latina en estos momentos vamos todos juntos, incluso con las derechas,
por primera vez en nuestra historia. Si tiramos demasiado con la mano
izquierda corremos el riesgo de alejarnos de la mano derecha, y eso nos
debilita como continente. No llega más rápido el que anda más apurado,
sino el que camina más firme. Los más débiles no tenemos otra
alternativa que juntarnos y más cuando tenemos tantas cosas en común. El
portugués es un castellano más dulce. Si te lo hablan despacio, se
entiende. Así que tenemos un parentesco muy hondo. Tenemos una lengua en
común y tenemos lo que fue la influencia de la iglesia católica en todo
el continente. Soy ateo, lo debo reconocer, pero la Iglesia católica ha
matrizado [moldeado] toda América Latina. Tenemos nexos mucho más
fuertes que los que pueda tener Europa, dividida en sus viejas
repúblicas y naciones. Para terciar en ese mundo de gran dotes hay que
construir sus homólogos.
–A la cumbre iberoamericana en Panamá excusaron su asistencia hasta
12 presidentes y tampoco pudieron alcanzar un acuerdo para elegir a un
nuevo secretario general al finalizar su gestión el uruguayo Enrique
Iglesias.
–Es un uruguayo español. Un hombre excelente. Estuve a punto de ir,
pero decidí no acudir porque no había consenso para alcanzar un acuerdo
sobre el nombre del sustituto. Es ridículo que no nos podamos poner de
acuerdo en estas cosas. ¡El chovinismo nos hace un mal terrible! El
nacionalismo de los débiles es una herramienta progresista, pero el
ultranacionalismo de los fuertes es un peligro.
–¿Está en crisis el sistema de cumbres?
–Hemos caído en una hemorragia de encuentros presidenciales. Las
cumbres están bien pero deberían tener una jerarquía y un producto
final. De lo contrario, lo único que hacemos es dar trabajo a las
cadenas hoteleras y a las agencias de viaje, pero perdemos el tiempo
maravillosamente. Hay que cuidar un poco más los recursos públicos. Ha
habido un cierto abuso de encuentros, cumbres y cumbrecitas. Más si
tenemos en cuenta las herramientas de comunicación de que disponemos
hoy.
–Dice el tópico que cuando al otro lado del río de La Plata se
resfrían, ustedes tienen pulmonía. Las relaciones con Argentina andan
revueltas.
–Las relaciones son complejas porque nos queremos mucho, y
fundamentalmente nos quieren ellos. Más ellos que nosotros a ellos. No
es mi caso personal. Soy un aficionado a la historia y, tal vez por eso,
soy un francotirador contracorriente en mi país. Siempre defendí a
muerte la relación con Argentina. Deben de haber unos 300.000 uruguayos
por lo menos en Argentina, y no son dis-criminados. Pasan
desapercibidos, como si fueran argentinos. Desde el punto de vista de la
economía, la sociedad argentina es enormemente gravitante con Uruguay.
No es solo por el comercio, es mucho más importante la inversión
inmobiliaria que hacen a lo largo de toda la costa porque les encanta
venir al Uruguay. Entre el 70 y el 80% del turismo que viene aquí es de
origen argentino, y les retribuimos. Para nosotros ir a Buenos Aires es
como ir a la gran ciudad, es como ir a París o a Barcelona.
–Los últimos años tienen ustedes el frente abierto con la industria papelera. Y da la impresión que el problema está enquistado.
–Siempre tenemos algún que otro conflicto. Argentina está en un
modelo que le impuso la crisis del 2001 y las consecuencias que le
comportó. Es muy proteccionista, muy cerrada, muy poco previsible. Eso
nos crea problemas. No es que los finlandeses sean santos, vienen a
ganar mucha plata y esta planta de acá es la que produce más barato,
mucho más que las que tienen en Finlandia. Pero son inteligentes, cuidan
y protegen el medio ambiente mucho más que nosotros porque son
conscientes de que si pudren el río, están condenados. Son capitalistas
desarrollados sin ser benefactores. Tampoco lo somos nosotros, siempre
les mascamos algo. No damos puntada sin hilo.
–Calificó usted de «terca» a la presidenta Cristina Fernández…
–Si Cristina no fuera terca y dura, en Argentina se la llevan puesta.
Pelea y pelea. La entiendo perfectamente. Menos mal que tiene ese
carácter. ¡Es brava la Argentina!
–¿Cómo conoció a su esposa, la senadora Lucía Topolansky?
–¡Disparando! ¡Disparando! Andábamos disparando por el monte.
(Sonríe) Lo que supera la realidad de lo que pueda pensar cualquier
novelista es que Lucía fuera la encargada de ponerme la banda
presidencial. Cuando fui senador me tocó investir al primer presidente
de izquierdas del Uruguay y después, mi compañera Lucía, al ser la
senadora más votada, tuvo que investirme a mí. Ahora empezamos a estar
ya un poco pasaditos de años…
–Le queda prácticamente un año de mandato. ¿Qué no ha podido cumplir de lo que había comprometido ante los ciudadanos?
–Uno no sabe dónde está exactamente el poder. Si es un señor que está
en un banco o el que maneja la tasa de interés. Hemos contribuido a
fundar una universidad en el interior, teníamos otra idea mucho más
grande pero no la pudimos concretar. Queríamos mucho más para la
educación, aunque vamos a seguir en la lucha hasta el último día de
mandato, que nadie tenga dudas.
–Uruguay será el primer país latinoamericano que permitirá el consumo
de marihuana y dejará por tanto de ser delito. La controversia está
servida.
–En alguna ocasión he dicho que la única adicción sana es la del
amor. Las otras son como una especie de plaga: el tabaco, el juego, el
alcohol… Todas ellas son legales pero son puro veneno. Blanquear el
consumo de 30 gramos de marihuana por persona, como expresa la ley,
permite eliminar las redes clandestinas del narcotráfico con este
producto. Si criminalizamos la marihuana les estamos entregando el
negocio a los narcotraficantes. La ley conllevará el control de la
producción y de la venta de cannabis. Piense que un tercio de los presos
que tenemos en Uruguay lo son por cuestiones relacionadas con las
drogas. La violencia se da por el mercado negro y lo que pretendemos con
esta ley es combatir el narcotráfico, que nadie piense que esto va a
ser un viva la Pepa. Queremos regular su venta en farmacias y, por
tanto, tener control sobre el consumo. Sabemos que lo que se ha hecho
hasta hoy no ha dado resultado. Entiendo a quienes se muestran
contrarios a nuestra propuesta, pero veamos los resultados de esta
experiencia.
–¿Cuál es su definición de lo que conlleva gobernar, ahora que ha tenido oportunidad de vivirlo?
–En el sentido más profundo es posible que gobernar sea luchar por
hacer evidente lo pre-evidente, mirar muy lejos. Eso tiene un precio: no
ser entendido, no ser acompañado, no ser comprendido. Es natural que la
gente esté preocupada por su hoy inmediato. La gente quiere ganar más,
quiere vivir mejor, es parte del modelo y de esta etapa de la
civilización. Hay otra discusión que tiene que ver con el despilfarro,
porque así como vamos no hay para todos. Convengamos ese sentimiento
real de que la gente quiere ganar más y gastar más, lo que comporta que
hay que tensar y desarrollar más a este sistema. Ahí aparecen los
fantasmas, las contradicciones. Muchos quieren vivir mejor de lo que ya
viven, pero sin contribuir en nada.
–Han tenido también ustedes problemas con algunos medios de
comunicación tradicionales, como les ha ocurrido a otros presidentes de
la izquierda latinoamericana.
–Toda la vida en Uruguay el presidente repartía las licencias de
radio y televisión con el dedo. A nosotros se nos ocurrió consultar y
abrir un proceso democrático de méritos. ¡Lo que hicimos! Lo cierto es
que lo que digan determinados medios no me preocupa. Ya les conozco. El
problema que me puede crear a mí el diario El País (el de Uruguay) es si
algún día está de acuerdo y me elogia; sería señal de que ando mal.
–¿Está usted siguiendo el debate soberanista planteado en Catalunya?
–La cuestión de la unidad ibérica nunca estuvo resuelta del todo. En
el pasado fue la bota militar de Castilla y claro, eso no resolvió el
encaje de todas las comunidades. Hay que acentuar en todo lo que se
pueda la autonomía pero no en la pulverización, que creo que es para
peor. Estuve el año pasado en Galicia y en el País Vasco, tengo
pendiente visitar Catalunya.