Por Aram Aharonian
La próxima cumbre de presidentes plantea la interrogante de si la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), tendrá la capacidad de combinar todas las energías superpuestas en la región, dándoles un sentido homogéneo, considerando sus similitudes y diferencias, sus cambios y adaptaciones, en un escenario donde conviven procesos con medio siglo de vida como la CAN, y otros como la propia CELAC, con apenas dos años de vida. Si bien en el comienzo de la segunda década del siglo 21, América Latina y el Caribe se presenta ante el mundo con una intensidad de relaciones entre sus estados superior a la alcanzada en cualquier momento de sus 200 años de vida independiente, la muerte del líder bolivariano Hugo Chávez (sumada a la anterior desaparición del expresidente argentino Néstor Kirchner), parece haber dejado al proceso integrador regional sin su principal locomotora.
Más allá (o más acá) de la declamación sobre el legado de los Libertadores, el sistema integrador regional no pasa por su mejor momento, con el desmantelamiento de la Comunidad Andina (CAN), el éxito de la derecha paraguaya en frustrar las esperanzas de que la presidencia pro témpore en manos –por primera vez- de Venezuela marcara los caminos de un renovación del Mercado Común del Sur (Mercosur), las enormes dificultades de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) en consensuar la designación de un secretario general, y la ofensiva conservadora con formatos de integración dependientes como la Alianza del Pacífico, como ejemplos.
Lo cierto es que el lanzamiento de la CELAC da cuenta de un profundo cambio en la región, que se permite buscar su propia agenda y orientar su destino, sin copiar otros modelos de integración. La economía de los 33 países de la CELAC constituye la tercera más grande y potente a nivel mundial con 6,06 billones de dólares y su producto interno bruto (PIB) en 2012 creció en un 3,1%.
En la última década se concretó en la región una ampliación de los objetivos de lo meramente comercial a propuestas de orden cultural, productivo, social y ambiental. Mercosur, ALADI, CAN y SICA dan cuenta de esta nueva realidad, mientras que UNASUR y CELAC se muestran como una propuesta en otro nivel, que incluye a las anteriores. Sólo la ALBA plantea un modelo distinto de comercio, basado en la solidaridad, reciprocidad y transferencia, pero se trata también de un esquema lanzado con la idea de ser combinado con otros procesos de integración de la región.
Si bien en los procesos regionales de integración se observa una fuerte y constante presencia del componente intergubernamental y del peso decisivo de las figuras presidenciales a la hora de definir las políticas, con la regla (no siempre efectiva) del consenso, débiles institucionalidades que no parecen afectadas por las diferencias ideológicas sino por trabas burocráticas, alejadas de las necesidades, parecen trabar la potencialidades de los procesos.
Para estos proyectos que trascienden las posibilidades nacionales y subregionales es imprescindible afirmar el proyecto de la Celac, buscando coincidencias, coordinando los esfuerzos de los diferentes organismos subregionales y actualizando y renovando la arquitectura institucional –un poco errática– que se viene construyendo en América Latina y el Caribe hace ya más de 50 años.
Se trata de espacios vigentes, que compiten en un permanente juego de diferenciación y complementación, pero que trabajan todos en la construcción de nuevas relaciones e identidades –andina, centroamericana, caribeña, sudamericana-, todas ellas superiores a las identidades nacionales y englobadas en el planteo de un subcontinente unido, en democracia, paz e igualdad.
América Latina y el Caribe, el tercer mayor productor de energía eléctrica y el entorno de mayor diversidad biológica del planeta, alberga casi la mitad de los bosques tropicales del mundo, el 23% de las áreas forestadas, más del 30% de toda el agua dulce disponible y aproximadamente, el 40% del total de recursos hídricos renovables. Allí, estados de la región como Ecuador, Venezuela y Bolivia han recuperado el control de sectores estratégicos, y destinan esos ingresos a áreas como la educación, la salud y la alimentación.
Lo previsto para La Habana
El documento central a firmar en la cumbre que se celebrará en el edificio Pabexpo, recinto ferial del Palacio de Convenciones de La Habana, el 28 y 29 de enero, sucederá al de 73 puntos suscrito en Santiago de Chile en enero de 2013, el cual fijó el rumbo para la integración política, económica, social y cultural de la región, acorde con su tiempo.
Durante el último año, bajo la presidencia cubana, han tenido lugar varias reuniones sectoriales a nivel ministerial con agendas centradas en las prioridades de la región, además del acercamiento a estados y bloques regionales de otros continentes como Rusia, China, Japón, Corea del Sur y el Consejo de Cooperación de los Países Árabes del Golfo. .
Entre los importantes encuentros de 2013 figuran uno de los ministros de Cultura, realizado en Paramaribo, Surinam, en marzo último, y el primer foro de ministros de Educación, que tuvo por sede a La Habana en abril. La lucha contra el analfabetismo, la formación de personal docente, la calidad de la educación básica, la atención a la primera infancia, los indígenas y los afrodescendientes ocuparon importantes espacios en los debates.
La capital ecuatoriana, Quito, también fue ese mes escenario de un encuentro sobre medio ambiente y desarrollo sostenible, y recientemente acogió a los ministros de Finanzas, quienes conciliaron las propuestas que en esa materia presentarán los mandatarios ahora en La Habana, con medidas orientadas a prevenir los efectos de la crisis económica y financiera internacional sobre las economías de la región, e ideas sobre una arquitectura regional acorde a las particularidades y necesidades de América Latina y el Caribe.
Asimismo, se desarrollaron reuniones sectoriales en materia de erradicación de la pobreza, salud, cultura, reducción del analfabetismo, desarme nuclear, migración, cooperación, ciencia y tecnología, gestión de riesgos y desastres naturales, energía, agricultura familiar, empleo juvenil y preferencias arancelarias
Concertar posiciones comunes para impulsar planes sociales contra el hambre y la pobreza, teniendo como norte la soberanía alimentaria y una integración con piso social de justicia, igualdad y equidad, figuran entre los temas más importantes de la Cumbre habanera. Otros temas previstos son los de la descolonización y la defensa de la región, además de la superación de conflictos que subsisten entre varios países.
Además, los Estados presentarán sus planes de acción para paliar y solucionar las deudas sociales del continente. Hace un año en la Cumbre de Santiago de Chile los mandatarios se comprometieron a promover la seguridad alimentaria y apoyar iniciativas internacionales como el Desafío Mundial Hambre Cero y América Latina y el Caribe sin Hambre 2025.
La dura tarea de la construcción
Construir la CELAC como una comunidad que integra a distintas subregiones y países -México, Centroamérica, el Caribe y Sudamérica- y como un actor imprescindible en un mundo configurado por bloques, , haciendo compatibles y asociables los distintos proyectos y la diversidad de enfoques tanto en lo que se refiere al modelo interno de las naciones como a su grado y forma de inserción en la economía Internacional, es una labor histórica que está y estará plagada de vallas, y donde será necesario apelar a altas dosis de voluntad política, pero también de creatividad, imaginación y perseverancia.
La decisión de conformar un espacio común latinoamericano-caribeño para catapultar un sustantivo aumento de los intercambios y el comercio entre sus integrantes, delinear políticas comunes que lleven a mejores infraestructuras, incentivar políticas productivas -industriales y tecnológicas- compartidas y complementarias, así como planes educativos, sociales, ambientales y culturales comunes, sería la demostración necesaria de que no se trata sólo de utopía, sino el trazado de una ruta que confirme que es posible comenzar a desarrollar políticas públicas regionales.
El paisaje de esta reinvención latinoamericano-caribeña está marcado por la declinación de una Europa sumida en una persistente crisis, la abrupta caída de la credibilidad de Estados Unidos, los sorprendentes cambios político-económicos chinos y la supervivencia de un sistema económico mundial generador de desigualdades e inequidades.
Esta reinvención implica obligadamente una nueva redefinición de su lugar en el mundo, en el que abandone su lugar como “patio trasero” de Estados Unidos. Un nuevo rol internacional en el que tiene como herramientas medulares, la construcción de foros y entidades regionales sin presencia de Washington –Mercosur, Unasur, Alba y Celac– y la diversificación de las relaciones económicas, comerciales y tecnológicas con naciones que, en otras zonas del planeta, hacen contrapeso geopolítico a Washington, como China, Rusia e Irán.
En estos años, el destino de América Latina se debate entre la decisión de cada gobierno de firmar Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos y Europa o la de privilegiar los procesos de integración regional.
Carlos Chacho Álvarez, secretario general de ALADI, advierte que continúan siendo muchos y muy fuertes los intereses de quienes apuestan a la fragmentación, al statu quo, a propagandizar y fomentar proyectos que, en cambio de considerarlos como agregativos, tienden a sectorizar o confrontar debilitando las posibilidades de avanzar en la convergencia y la integración, en clara referencia al remake de la fracasada ALCA, la Alianza del Pacífico.