Cuadro: Alejandría, la Jerusalem egipcia
Anteriormente a los romanos, 300 años antes del nacimiento de Jesús, Alejandro Magno murió sin descendencia, por lo que su imperio se dividió entre sus generales, siendo Ptolomeo el que quedó a cargo del país de las pirámides. Con ello se creó un sincretismo entre los antiguos dioses egipcios y los helénicos. Toth pasó a ser Hermes, y su famoso libro dio origen a la famosa Tabla Esmeralda, e Imhotep, dios de la medicina, fue asimilado con Asclepios. Surgieron nuevos dioses como el adorado Serapis, dios artificial creado a partir del dios egipcio Asar-Hapis (Osiris-Apis), que pasó a ser el esposo de Isis, cuyo culto se desarrolló por todo el Mediterráneo. La adoración a Isis llevó consigo la celebración del nacimiento de Horus, conocido como Harpócrates por los griegos e identificado on ÇApolo y el Sol Invictus por los romanos.
San Marcos
Tras la muerte de Cleopatra (30 a.C.), quien fue una alta sacerdotisa de Isis, Egipto se convirtió en una provincia romana. Alejandría, capital cultural de Egipto, reunía una gran cantidad de filósofos griegos, romanos y judíos escapados de Judea, que fueron desarrollando un culto común en la creencia de que la inmortalidad se conseguía gracias a la iniciación de un “Hijo de Dios muerto y resucitado”, en donde la muerte y el renacimiento era simbolizado por el nacimiento de Horus. El Adonis fenicio, el Attis frigio, el Osiris Egipcio, el Serapis alejandrino todos ellos fueron hijos de dios. Los romanos habían importado de Egipto el culto de Mitra, “Hijo de Dios muerto y resucitado”, cuyo cumpleaños se celebraba el 25 de diciembre.
Con este escenario de creencias hace aparición en Alejandría el cristianismo. La fecha del nacimiento de Mitra fue adoptada por los primeros cristianos como fecha del nacimiento de Jesús, hecho asociado a la señal en el cielo que marcaba una estrella de oriente. Pese que el apóstol que evangelizó Egipto fue Marcos, padre de la iglesia copta, es el evangelio de Mateo el único que nos habla del viaje realizado por la Sagrada Familia a Egipto. Los expertos aseguran que dicho evangelio fue escrito en Alejandría entre los años 40 y 80 d.C. por personas que no podían mantenerse ausentes de los acontecimientos astronómicos que se celebraban desde los antiguos egipcios. Por aquellas fechas en la noche del 25 de diciembre se podía ver ascender por el horizonte las tres estrellas del cinturón de Orión, los tres “reyes” que antecedían la salida de la estrella de oriente, Sirio, que si antiguamente simbolizaba a Isis de la que nació Horus, se transformo en época cristiana en la Madona que daba luz al niño Jesús. Las tres estrellas se convirtieron en la tradición en los Reyes Magos de Oriente.
Por el efecto de la precesión de los equinoccios, la estrella Sirio permanece 72 días al año bajo el horizonte, por lo que no se puede ver. Después de este periodo la estrella vuelve a verse, momento en que se conmemoraba en el Antiguo Egipto el año nuevo. La simbología era la del nacimiento del Horus divino desde el vientre de su madre Isis, representada por dicha estrella. El acontecimiento astronómico varía 8,5 días cada 1000 años. Actualmente el orto helíaco de Sirio se produce el día 5 de agosto, mientras que época de Jesús el hecho se producía el 19 de julio. Es por ello por lo que cuando los romanos cambiaron su calendario lunar a otro solar, de la mano del astrónomo alejandrino Sosígenes, se nombró al mes de salida de la estrella de Sirio con el nombre de Julio César, en ese nuevo calendario “juliano” que no era otra cosa que la continuidad que tuvieron los egipcios durante 3300 años a la hora de medir el tiempo.
Fortaleza Babilonia, Iglesia
El misterio del nacimiento de Horus, nacido de la virgen Isis, tenía por tanto continuidad en la liturgia cristiana, ideas tradicionalmente aceptadas que favorecieron la expansión del cristianismo en tierras egipcias. Un concepto de muerte y resurrección que ha llegado hasta nuestros días ya que, por azares del destino o por causalidades misteriosas, en la pasada noche del 31 de diciembre del año 1.999, cuando todo el mundo se preparaba para la festividad de la entrada del tercer milenio, Sirio marcaba su culminación en el meridiano. Si el helicóptero hubiera colocado (cosa que al final no ocurrió) el piramidión dorado sobre la cúspide truncada de la Gran Pirámide, se podría haber visto mirando desde la cara norte del monumento a Sirio colocado sobre la cúspide, alineado correctamente con el canal sur de ventilación de la cámara de la Reina. Es seguro que muchas sociedades secretas, que muchos estudiosos de los cultos isíacos, considerasen ese momento como el que anunciara la segunda venida de Horus, o de Jesucristo.
Resulta curioso que el único de los discípulos que visitó Egipto fuese Marcos, cuando el único que en los evangelios habla de Egipto fuese Mateo. La tradición oculta esotérica, recogida en sectores de librepensadores, afirma que si por un lado Mateo configuraba las normas de la Iglesia Marcos ofrecía un cristianismo que fue acogido por las corrientes gnósticas.
Hasta el nacimiento del cristianismo todos los adeptos a las diferentes liturgias debían pasar por una iniciación más o menos extensa. El cristianismo rompió esa tradición ya que para pertenecer al grupo sólo se debía profesar la creencia como acto de fe. Fue entonces cuando se produjo la ruptura entre los que, como los antiguos egipcios, el conocimiento era el camino hacia la iluminación, y los que dejaban en manos de la incipiente Iglesia su “salvación”. Una diferenciación que, a lo largo del tiempo, se convirtió en verdaderas persecuciones de los poderosos contra los sectarios y produjo el oscurantismo religioso y científico cuyos flecos han llegado hasta nuestros días pese a los esfuerzos realizados durante el Renacimiento.
En Alejandría se gestó, o pudo gestarse el pensamiento que ha predominado los últimos dos milenios. Los sabios que moraban en sus casas tuvieron la capacidad de combinar el hábito por la meditación con el desarrollo de la cosa pública, algo que iba en contra de unos poderes a los que no interesaba que el pueblo tuviera un acceso a la divinidad distinto al que propocionaba sus arcas. Y cuando en marzo del año 415 los cristianos enardecidos por el patriarca de Alejandría asesinaron a Hipatia no sólo acabaron con la mujer más notable de la Antigüedad, sino que obligaron a los herederos de la filosofía griega, a los seguidores de Horus, a refugiar su culto a ojos profanos. En Belén nació Jesús, en Alejandría volvió a nacer, como lo había hecho varias veces a lo largo de los tiempos.
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