Parada y fonda, Emili Piera
Xúquer, río quebrado
Esta es una sección amable,
excursionista, lo que no quiere decir pazguata o alelada. El río Xúquer
tiene sus fuentes en Castilla y su gobierno en Madrid: El Estado
prefirió las promesas, la explotación sin tasa y la obra pública como
banderín
07-02-2014 12:06
Emili Piera | La Cartelera
Los
ríos como dios manda son serpientes perezosas; Serpis es un nombre
redundante, pero el Júcar es quebrado: roto por azudes, presas y canales
que lo desangran hasta su desembocadura. Del azud de Antella a Cullera,
apenas hay veinte o veinticinco quilómetros, pero tres tomas a lo
grande: la Sèquia Reial, el canal Xúquer-Túria y el Acueducto
Xúquer-Vinalopó, y otras muchas no tan menores, como Els Canos de Sueca,
que aseguran la inundación del inmenso coto arrocero.
Con unas
aguas tan codiciadas, lo sorprendente no es que tenga la tercera parte
de caudal que en 1980 y que sus reservas crezcan, en años húmedos, menos
que las del río Segura, sino que conserve, a ratos y pese a todo, una
belleza deslumbrante incluso con el río muerto y resucitado en sus
obras: regadíos, ullals y estanys, l’Albufera, azudes como el de
Escalona que casi parecen un pantano... Lo de resucitar es una costumbre
del Xúquer: lo hace varias veces a lo largo de su curso, cuando nuevas
aportaciones reaniman su desalentado discurrir, algunas tan importantes
como la del limpio Cabriel a la altura de Cofrentes, con todo el rico
sistema hidráulico (navegable a escala turística) de Embarcadero-Cortes.
Incluso más abajo, en Sumacàrcer, el Xúquer es magro, pero cristalino:
los vecinos lo celebran con un descenso festivo en toda clase de
artefactos flotantes.
Un poco más allá de Cofrentes (voy aguas
arriba), el río entra en la Manchuela y se demora entre acantilados y
meandros. El buen ánimo y la mecánica segura del viajero le llevarán,
por pendientes algo vertiginosas, a algunos de los parajes más hermosos
del río, entre la Villa de Ves, el santuario y el embalse de El Molinar.
El Xúquer es aquí un río verde y serrano, hermoso como nunca hasta
Alcalá del Júcar y más allá, por Jorquera y sus estrechos cañones y
viviendas trogloditas. Un país de ensueño. El Júcar ya no resulta tan
espectacular cuando engorda, pacientemente, en el gran embalse conquense
de Alarcón, el que le dio la puntilla a Valverde y trasladó sus
resortes comerciales a Motilla del Palancar.
En tiempos de Franco,
los pantanos iban donde ponía el dedo el general. Resultado: el dique
de Alarcón tiene grietas y el de Contreras, algo parecido. O un subsuelo
no muy fiable. Siempre andan menguados de reservas porque no es
prudente atesorar más. Eso sí, a partir de Contreras, el tributario
Cabriel construye paisajes de fábula, con monolitos levantados y
orografías de capricho. Aquí son serranas las hoces que, mucho más
arriba, son urbanas, cuando el joven Júcar moja los tobillos de Cuenca.
Para
cuando Zaplana concertó un ruinoso reparto de aguas con Bono,
llevábamos dos décadas de regadíos escondidos, generales, abusivos:
liberalismo hidráulico lindante con la desidia y la política de
campanario. Pero el Xúquer vive.